Inmunidad diplomática (36 page)

Read Inmunidad diplomática Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

BOOK: Inmunidad diplomática
4.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lo cual lo ataría a una cama en el pabellón. No estaba dispuesto a perder la movilidad todavía. No mientras aún pudiera moverse y pensar por su cuenta. «No tienes mucho tiempo entonces. No importa lo que haga el ba.»

—Gracias, capitán. Hágamelo saber.

Miles cerró la puerta con el mando manual.

¿Qué podía saber el ba, desde el puente? Más importante aún, ¿cuáles eran sus puntos ciegos? Miles reflexionó sobre el trazado de la cabina central: un largo cilindro dividido en tres cubiertas. La enfermería se encontraba a popa, en la cubierta superior. El puente estaba delante, en el otro lado de la cubierta central. Las compuertas internas de todos los niveles se encontraban en tres intersecciones equidistantes de las cabinas de carga, dividiendo cada cubierta longitudinalmente.

El puente tenía monitores vid de seguridad en todas las compuertas externas, naturalmente, y monitores de control en todas las puertas internas que sellaban la nave en compartimentos estancos. Destruir un monitor cegaría al ba, pero también le avisaría de que sus supuestos prisioneros se habían puesto en marcha. Destruirlos todos, o todos los que pudieran ser alcanzados, sería más confuso…, pero seguía quedando el problema de la alarma. ¿Hasta qué punto era probable que el ba llevara a cabo su apresurada, quizá loca amenaza de embestir la estación?

«Maldición, hacer algo así es muy poco profesional…» Miles se detuvo, sorprendido por su propio pensamiento.

¿Cuáles eran los procedimientos estándar de un agente cetagandés, de cualquier agente, en realidad, cuya misión encubierta se iba al garete? Destruir todas las pruebas: intentar llegar a una zona segura, una embajada o un territorio neutral. Si eso no era posible, destruir las pruebas y luego sentarse y esperar ser detenido por las autoridades locales, fueran quienes fuesen, y esperar a que tu propio bando pagara por ti o te rescatara a lo grande, dependiendo del caso. Para las misiones críticas de verdad, destruir las pruebas y suicidarte. Esto rara vez se ordenaba, porque en contadísimas ocasiones se cumplía. Pero el ba cetagandés estaba tan condicionado a ser leal a sus amos (y amas) haut que Miles se vio obligado a considerar que en este caso era una posibilidad más realista.

Pero tomar rehenes de manera chapucera entre neutrales o vecinos, transmitir la misión por todos los noticiarios y, sobre todo, el uso público del arsenal más privado del Nido Estelar… Aquél no era el modus operandi de un agente entrenado. Eso era un maldito trabajo de aficionado. Y los superiores de Miles solían acusarlo de ser un bala perdida… ¡ja! Ninguna de sus más inspiradas meteduras de pata había sido tan llamativa como ésa… para ambos bandos, ¡ay! Esta gratificante deducción, desgraciadamente, no hacía que la siguiente acción del ba fuera más predecible.

—¿Milord? —La voz de Roic sonó inesperadamente en el comunicador de muñeca.

—¡Roic! —exclamó Miles encantado—. Espera. ¿Qué demonios estás haciendo por este canal? No tendrías que haberte quitado el traje.

—Podría hacerle la misma pregunta, milord —respondió Roic con cierto descaro—. Si tuviera tiempo. Pero hubiese tenido que quitarme el traje de presión de todos modos para meterme en este traje de trabajo. Creo… sí. Puedo colgarme el comunicador del casco. Ahí. —Un leve chasquido, como el de un visor cerrándose—. ¿Puede oírme todavía?

—Oh, sí. ¿Estás todavía en ingeniería?

—Por ahora. Le he encontrado un traje de presión, milord. Y un montón de herramientas. La cuestión es cómo llevárselo todo.

—Mantente apartado de todas las puertas estancas: están monitorizadas. ¿Has encontrado por casualidad alguna herramienta para cortar?

—Yo, hum… estoy seguro de que es lo que son, sí.

—Entonces dirígete hacia la popa con toda la rapidez que puedas, y abre un agujero en el techo de la cubierta central. Intenta no dañar los conductos de aire y los de control de gravedad y fluidos, por ahora. O a cualquier otra cosa que pueda encender los monitores del puente. Luego hablaremos de por dónde seguir.

—Bien, milord. Estaba pensando en otra cosa que podría hacer.

Pasaron unos minutos en los que sólo se oyó el sonido de la respiración de Roic, interrumpida por algunas obscenidades en voz baja mientras, por el método de prueba y error, descubría cómo manejar el equipo desconocido. Un gruñido, un siseo, un chasquido brusco.

El rudo procedimiento iba a causar un caos en la integridad atmosférica de las secciones, ¿pero empeoraría necesariamente las cosas, desde el punto de vista de los rehenes? ¡Y un traje de presión, qué maravilla! Miles se preguntó si alguno de los trajes de trabajo sería de tamaño extrapequeño. Casi tan bueno como una armadura espacial, desde luego.

—Muy bien, milord —dijo la voz de Roic por el comunicador de muñeca—. He llegado a la cubierta central. Estoy retrocediendo ahora… No estoy seguro de lo cerca que estoy de usted.

—¿Puedes extender las manos para dar un golpecito en el techo? Suavemente. No queremos que reverbere por todos los mamparos y llegue al puente de mando.

Miles se tumbó, abrió el visor, ladeó la cabeza y escuchó. Un leve golpecito, aparentemente en el pasillo.

—¿Puedes moverte más hacia popa?

—Lo intentaré, milord. Es cuestión de apartar estos paneles… —Más jadeos—. Ya. Lo intentaré de nuevo.

Esta vez, el golpe pareció producirse debajo de la mano extendida de Miles.

—Creo que ya está, Roic.

—Bien, milord. Asegúrese de apartarse mientras corto. Creo que lady Vorkosigan se enfadaría conmigo si por accidente le rebano alguna parte del cuerpo.

—Eso creo yo también.

Miles se puso en pie, desgarró una sección de la alfombra de fricción, se apartó a un lado de la cámara externa de la enfermería y contuvo la respiración.

Un brillo rojo en la placa pelada de la cubierta se volvió amarillo, y luego blanco. El punto se convirtió en una línea, que creció, oscilando en un círculo irregular hasta llegar a su principio. Un golpe, mientras la zarpa enguantada de Roic, impulsada por la energía de su traje, atravesaba el suelo, arrancando de su matriz el círculo debilitado.

Miles se acercó y se asomó, y sonrió al ver la preocupada cara de Roic a través del visor de otro traje de reparaciones. El agujero era demasiado pequeño para que él pudiera pasar, pero no lo suficientemente estrecho para el traje de presión que le tendió.

—Buen trabajo —dijo Miles—. Aguanta. Ahora mismo estoy contigo.

—¿Milord?

Miles se quitó el inútil traje de bioprotección y se metió en el de presión en un tiempo récord. El sistema de evacuación era femenino, y lo dejó sin conectar. De un modo u otro, no creía que tuviera puesto el traje demasiado tiempo. Estaba colorado y sudoroso, un momento demasiado acalorado, el siguiente demasiado frío, aunque no sabía si por la infección incipiente o por la tensión nerviosa.

En el casco no había sitio para colgar su comunicador de muñeca, pero un poco de cinta médica resolvió aquel problema en un periquete. Se colocó el casco y lo aseguró, y respiró profundamente un aire que no controlaba nadie más que él. Reacio, bajó la temperatura de su traje.

Luego se deslizó hasta el agujero y asomó las piernas.

—Agárrame. No aprietes demasiado. Recuerda: tu traje está cargado de energía.

—Bien, milord.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo la voz inquieta de Vorpatril—. ¿Qué está haciendo?

—Explorar.

Roic lo asió por las caderas, bajándolo con cuidado exagerado hasta la cubierta inferior. Miles miró pasillo arriba, más allá del gran agujero en el suelo, a las puertas estancas situadas al fondo de aquel sector.

—La oficina de Seguridad de Solian está en esta sección. Si hay algún panel de control en esta maldita nave que pueda monitorizarlo todo sin ser monitorizado a su vez, estará allí.

Recorrió de puntillas el pasillo, seguido de Roic. La cubierta crujía bajo los pies del soldado. Miles marcó el código, ahora familiar, en la puerta de la oficina; Roic apenas cupo tras él. Miles se sentó en el puesto de control del difunto teniente Solian y flexionó los dedos, contemplando la consola. Tomó aire y se inclinó hacia delante.

Sí, podía robar imágenes de todos los monitores vid de todas las compuertas de la nave… simultáneamente, si lo deseaba. Sí, podría conectar con los sensores de seguridad de las puertas estancas. Estaban diseñadas para tomar una buena visual de todo aquel que estuviera cerca (por ejemplo, golpeando frenéticamente) de esas puertas. Nervioso, comprobó una de la sección trasera. La imagen, si el ba estaba siquiera mirando con tantas cosas en marcha, no se extendía hasta la puerta de Solian. ¡Guau! ¿Podría conseguir una imagen del puente de mando, tal vez, y espiar en secreto a su actual ocupante?

—¿Qué está pensando hacer, milord? —preguntó Roic, aprensivo.

—Estoy pensando que un ataque sorpresa que requiera detenerse para abrir agujeros en seis o siete mamparos para llegar al objetivo no va a ser muy sorprendente. Aunque puede que tengamos que llegar a eso. Me estoy quedando sin tiempo.

Parpadeó con fuerza, entonces pensó que al infierno con todo y abrió el visor para frotarse los ojos. La imagen vid se aclaró en su visión, pero aún parecía temblequear por los bordes. Miles no creía que el problema estuviera en la placa vid. Su dolor de cabeza, que había comenzado como un latido sordo entre los ojos, parecía estar extendiéndose a sus sienes, que pulsaban. Estaba temblando. Suspiró y volvió a cerrar el visor.

—Esa biomierda… El almirante dijo que tenía usted la misma biomierda que el herm. La mierda que fundió a los amigos de Gupta.

—¿Cuándo has hablado con Vorpatril?

—Justo antes de hablar con usted.

—Ah.

—Tendría que haber sido yo quien manejara esos controles remotos —dijo Roic lentamente—. No usted.

—Tenía que ser yo. Estaba más familiarizado con el equipo.

—Sí —Roic bajó la voz—. Tendría que haber traído usted a Jankowski, milord.

—Es sólo una suposición, basada en una larga experiencia, te lo advierto, pero… —Miles hizo una pausa, frunciendo el ceño ante la imagen de seguridad. Muy bien, así que Solian no tenía un monitor en cada camarote, pero tenía que tener acceso privado al puente por lo menos—, sospecho que habrá suficiente heroísmo para dar y tomar antes de que termine el día. No creo que vayamos a tener que racionarlo, Roic.

—No me refiero a eso —dijo Roic, digno.

Miles sonrió, sombrío.

—Lo sé. Pero piensa en lo duro que habría sido para Ma Jankowski. Y para todos los no-tan-pequeños Jankowski.

Un suave bufido en el comunicador pegado al casco de Miles le advirtió de que Ekaterin había vuelto y estaba escuchando. Sospechó que no interrumpiría.

La voz de Vorpatril sonó de repente, rompiendo su concentración. El almirante estaba que echaba chispas.

—¡Cobardes! ¡Bastardos de cuatro manos! ¡Milord Auditor! —Ah, Miles había sido ascendido de nuevo—. ¡Los malditos mutantes van a enviarle a ese cetagandés asexuado un piloto de salto!

—¿Qué? —En el estómago de Miles se hizo un nudo todavía más apretado—. ¿Han encontrado un voluntario? ¿Cuadri, o planetario?

No podía haber tantas posibilidades donde elegir. Los neurocontroladores instalados quirúrgicamente del piloto tenían que encajar en las naves que guiaba a través de los saltos de agujero de gusano. Por muchos pilotos de salto que hubiera en aquel momento de paso (o atrapados) en la Estación Graf, lo más probable era que la mayoría fueran incompatibles con los sistemas de Barrayar. ¿Era entonces el propio piloto de la
Idris
, o el piloto suplente, o un piloto de alguna de las naves komarresas hermanas…?

—¿Qué le hace pensar que se ha ofrecido voluntario? —rugió Vorpatril—. No me puedo creer que estén entregando…

—Tal vez los cuadris tengan preparado algo. ¿Qué dicen?

Vorpatril vaciló, y luego escupió:

—Watts me cortó la comunicación hace unos minutos. Estábamos discutiendo sobre qué equipo de asalto debería entrar, el nuestro o los milicianos cuadris, y cuándo. Y a las órdenes de quién. Ambos a la vez sin ninguna coordinación me parecía una idea espantosamente mala.

—En efecto, se aprecian los riesgos potenciales.

El ba estaba empezando a parecer un poco en desventaja. Pero cuando había bioamenazas de por medio… La naciente simpatía de Miles murió cuando su visión empezó a nublarse de nuevo.

—Nosotros somos invitados en esta historia… Espere. Algo parece que sucede en una de las compuertas externas.

Miles amplió la imagen del vid de seguridad que mostraba la compuerta que había cobrado vida de repente. Las luces de atraque que enmarcaban la puerta exterior ejecutaron una serie de comprobaciones y permisos. El ba, se recordó, probablemente estaba viendo lo mismo. Contuvo la respiración. ¿Estaban los cuadris, fingiendo entregar el piloto de salto exigido, a punto de intentar introducir su propia fuerza de choque?

La compuerta se abrió, ofreciendo un breve atisbo del interior de una diminuta cápsula de una sola persona. Un hombre desnudo, los plateados círculos de contacto del implante neural de un piloto de salto brillando en el centro de su frente y en las sienes, atravesó la compuerta. La puerta volvió a cerrarse. Alto, moreno, guapo a pesar de las pequeñas cicatrices rosadas que serpenteaban por todo su cuerpo. Dmitri Corbeau. Su rostro estaba pálido y tranquilo.

—El piloto de salto acaba de llegar —le dijo Miles a Vorpatril.

—¡Maldición! ¿Humano o cuadri?

Vorpatril iba a tener que trabajar duro con su vocabulario diplomático…

—Planetario —respondió Miles, a falta de otro comentario más agudo. Vaciló, y luego añadió—: Es el alférez Corbeau.

Un silencio incrédulo.

—¡Hijo de puta…! —susurró entonces Vorpatril.

—Calle. El ba está hablando por fin.

Miles ajustó el volumen y abrió de nuevo el visor para que Vorpatril pudiera escuchar también. Mientras Roic mantuviera su traje sellado, era… no era peor que siempre. «Sí, ¿y cómo es eso de malo?»

—Gire hacia el módulo de seguridad y abra la boca —ordenó fríamente la voz del ba, sin más preámbulos, por el monitor del vid—. Más cerca. Ábrala más.

Miles fue invitado a contemplar una buena perspectiva de las amígdalas de Corbeau. A menos que Corbeau llevara un diente lleno de veneno, no había ningún arma oculta dentro.

—Muy bien…

El ba continuó con una serie de gélidas indicaciones para que Corbeau ejecutara una humillante secuencia de giros que, aunque no tan concienzudos como una exploración de cavidades corporales, al menos confirmó que el piloto de salto no llevaba nada allí tampoco. Corbeau obedeció con precisión, sin vacilar ni discutir, su expresión rígida y neutral.

Other books

Annie of the Undead by Varian Wolf
Yuletide Defender by Sandra Robbins
Runaway by Bobbi Smith
The Slow Road by Jerry D. Young
Flying Feet by Patricia Reilly Giff
Wrecked by H.P. Landry
Love on the Dole by Walter Greenwood