Inmunidad diplomática (38 page)

Read Inmunidad diplomática Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

BOOK: Inmunidad diplomática
2.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué? —gritó Vorpatril, y luego rápidamente bajó la voz y repitió angustiado—. ¿Qué? ¡Un encuentro en Marilac sólo puede significar una guerra inminente con los cetagandanos! ¡No podemos entregarles ese tipo de información sobre nuestra posición y nuestros movimientos… envuelta en papel de regalo!

—Obtenga de Seguridad de la Estación Graf la grabación completa y sin cortes del interrogatorio de Russo Gupta y envíela también, en cuanto pueda. Antes.

Un nuevo terror estremeció a Miles, una visión como un sueño febril: la gran fachada de la mansión Vorkosigan, en la capital barrayaresa de Vorbarr Sultana, bajo una lluvia de fuego de plasma, su antigua piedra fundiéndose como mantequilla; dos contenedores llenos de fluido estallando entre nubes de vapor. O una plaga, dejando a todos los protectores de la mansión muertos y amontonados en los pasillos, o huyendo para morir en las calles; dos replicadores casi maduros desatendidos, congelándose lentamente, sus diminutos ocupantes muriendo por falta de oxígeno, ahogándose en su propio líquido amniótico. Su pasado y su futuro, todo destruido a la vez… Nikki también; ¿sería barrido con los otros niños al intentar un frenético rescate, o desaparecería, sin que nadie lo echara de menos, fatalmente solo? Miles había esperado llegar a ser un buen padrastro para Nikki… Eso estaba por ver ahora, ¿no? «Ekaterin, lo siento…»

Pasarían horas, días, antes de que el nuevo tensorrayo pudiera llegar a Barrayar y Cetaganda. Gente enloquecidamente inquieta podría cometer errores fatales en cuestión de minutos. De segundos…

—Y si suele usted rezar, Vorpatril, rece para que nadie haga ninguna estupidez antes de que los mensajes lleguen. Y para que nos crean.

—Lady Vorkosigan —susurró apremiante Vorpatril—, ¿puede estar delirando por la enfermedad?

—No, no —lo tranquilizó ella—. Está pensando demasiado rápido y saltándose todos los pasos intermedios. Suele hacerlo. Puede ser muy frustrante. Miles, amor, hum… para el resto de los mortales, ¿te importaría explicarte un poco mejor?

Él tomó aliento, dos o tres veces, para detener sus temblores.

—El ba. No es un agente ni está en ninguna misión. Es un criminal. Un renegado. Quizás esté loco. Creo que secuestró la nave anual de niños haut que iba a Rho Ceta, la envió contra el sol más cercano con todos a bordo (probablemente asesinados ya) y se largó con su cargamento. Que pasaba por Komarr, y que abandonó el Imperio de Barrayar en una nave comercial propiedad personal de la emperatriz Laisa… y no quiero ni imaginar cómo considerarán de incriminador ese pequeño detalle ciertas mentes del Nido Estelar. ¡Los cetagandanos creen que nosotros robamos sus bebés, o que fuimos cómplices del robo y, santo Dios, asesinamos a una Consorte Planetaria, y por eso están a punto de declararnos la guerra por error!

—¡Oh! —dijo Vorpatril, aturdido.

—La seguridad del ba se basaba en el secreto, porque en cuanto los cetagandanos se pusieran en la pista adecuada, no descansarían hasta castigar este crimen. Pero el plan perfecto se estropeó cuando Gupta no murió según lo previsto. La frenética actividad de Gupta atrajo a Solian, a ustedes, a mí… —Añadió más despacio—: La pregunta es, ¿para qué demonios quiere el ba a esos niños haut?

—¿Podría estar robándolos para alguien? —sugirió Ekaterin, vacilante.

—Sí, pero se supone que los ba son insobornables.

—Bueno, si no se trata de una compra o un soborno, ¿podría tratarse de un chantaje o una amenaza? ¿Tal vez una amenaza a algún haut a quien el ba sea leal?

—O tal vez a alguna facción del Nido Estelar —conjeturó Miles—. Excepto que… Los ghem-lores tienen facciones, los lores haut tienen facciones. Pero el Nido Estelar siempre se ha movido al unísono. Incluso cuando cometieron una traición indiscutible, hace una década, las damas haut tomaron todas las decisiones conjuntamente.

—¿El Nido Estelar cometió traición? —repitió Vorpatril, asombrado—. ¡No nos enteramos de eso! ¿Está seguro? No me enteré de que se hubieran producido entonces ejecuciones en masa en el Imperio, y debería haberlo hecho. —Hizo una pausa y añadió, en tono más apagado—: ¿Cómo podrían un puñado de damas haut fabricantes de niños cometer traición, en cualquier caso?

—No se hizo público. Por varios motivos. —Miles se aclaró la garganta.

—Lord Auditor Vorkosigan. Éste es su enlace de comunicación, ¿no? ¿Está usted ahí? —intervino una nueva voz.

—¡Selladora Greenlaw! —exclamó Miles feliz—. ¿Han llegado a lugar seguro? ¿Todos ustedes?

—Hemos vuelto a la Estación Graf —repuso la Selladora—. Parece prematuro decir que es segura. ¿Y usted?

—Todavía estoy atrapado a bordo de la
Idris
. Aunque no totalmente carente de recursos. Ni de ideas.

—Necesito hablar con usted urgentemente. Tiene usted más autoridad que ese testarudo de Vorpatril.

—Ah, mi enlace tiene un canal de audio abierto con el almirante Vorpatril en estos momentos, señora. Puede hablar con ambos a la vez, si lo desea —la cortó Miles rápidamente, antes de que ella se expresara sin ningún tapujo.

Greenlaw vaciló sólo un instante.

—Bien. Necesitamos que Vorpatril contenga, repito, contenga todas sus fuerzas de asalto. Corbeau confirma que el ba lleva encima una especie de control remoto o interruptor aparentemente conectado con la bomba biológica que ha ocultado en la Estación Graf. No es ningún farol.

Miles miró sorprendido el silencioso vid del puente. Corbeau estaba ahora sentado en el asiento del piloto, con el casco de control puesto, el rostro inexpresivo aún más ausente.

—¡Corbeau lo confirma! ¿Cómo? Iba completamente desnudo… ¡El ba lo vigila cada segundo! ¿Un comunicador subcutáneo?

—No hubo tiempo para implantarle ninguno. Hace parpadear las luces de la nave siguiendo un código preacordado.

—¿De quién fue la idea?

—Suya.

Un chico colonial avispado. El piloto estaba de su parte. Oh, era bueno saberlo… Los temblores de Miles se estaban convirtiendo en estertores.

—Todos los cuadris adultos de la Estación Graf que no se ocupan de servicios de emergencia están buscando la biobomba —continuó Greenlaw—, pero no tenemos ni idea de qué aspecto tiene, ni de su tamaño o de si está disfrazada de otra cosa. Ni de si hay más de una. Estamos intentando evacuar a tantos niños como sea posible en las naves y lanzaderas que tenemos a mano, para sellarlas luego, pero ni siquiera podemos estar seguros de ellas… Si lanzan ustedes una fuerza de asalto sin autorización antes de que esa amenaza haya sido hallada y neutralizada… juro que le daré a nuestra milicia la orden de abatirlos en el mismo espacio. ¿Me oye, almirante? Confirme.

—La oigo —dijo Vorpatril, reacio—. Pero señora… el Auditor Imperial en persona ha sido infectado con uno de los bioagentes letales del ba. No puedo… no toleraré… no voy a quedarme aquí sentado sin hacer nada mientras lo escucho morir…

—¡Hay cincuenta mil vidas inocentes en la Estación Graf, almirante… lord Auditor! —Greenlaw calló un segundo y añadió, cohibida—: Lo siento, lord Vorkosigan.

—No estoy muerto todavía —replicó Miles, casi contento. Una nueva y desagradable sensación luchó con el tenso temor que atenazaba su vientre—. Voy a desconectar un momento —añadió—. Ahora mismo vuelvo.

Indicando a Roic que se quedara quieto, Miles abrió la puerta de la oficina de seguridad, salió al pasillo, abrió su visor, se inclinó y vomitó en el suelo. «No lo puedo evitar.» Con un gesto de rabia volvió a conectar la temperatura de su traje. Contuvo el mareo, se secó la boca, volvió dentro, se sentó de nuevo y encendió el comunicador.

—Continúe.

Dejó que las voces de Vorpatril y Greenlaw siguieran discutiendo y estudió con más atención la imagen del puente. Un objeto tenía que estar allí, en alguna parte… ¡Ah! Allí estaba, una pequeña maleta criocongeladora, colocada cuidadosamente junto a uno de los asientos vacíos, cerca de la puerta. Un modelo comercial estándar, sin duda comprado allí mismo, en la Estación Graf, en los últimos días. Todo aquello, aquel lío diplomático, aquella extravagante cadena de muertes que serpenteaba por medio Nexo, con dos imperios tambaleándose al borde de la guerra, se reducían a eso. Miles recordó el viejo cuento barrayarés sobre el malvado mago mutante que guardaba su corazón en una caja para esconderlo de sus enemigos.

«Sí…»

—Greenlaw —interrumpió Miles—. ¿Tiene algún modo de enviarle señales a Corbeau?

—Mediante una de las boyas de navegación que emite a los canales de los pilotos en control ciberneural. Pero no podemos establecer contacto por voz… Corbeau no estaba seguro de cómo lo recibiría en sus percepciones. Estamos seguros de que podemos hacerle llegar algún código sencillo con parpadeos o sonidos.

—Tengo un mensaje sencillo para él. Urgente. Transmítaselo lo antes posible. Dígale que abra todas las puertas estancas internas que hay en la cubierta central de la cabina central. Y que desconecte los vids de seguridad de allí, si puede.

—¿Por qué? —preguntó ella, suspicaz.

—Tenemos personal atrapado allí que va a morir dentro de poco si no lo hace —repuso Miles rápidamente. Bueno, era cierto.

—Bien —contestó ella—. Veré qué puedo hacer.

Miles cortó la comunicación, se giró en su asiento e hizo un gesto a Roic como de cortarse el cuello para que hiciera lo mismo. Se inclinó hacia delante.

—¿Puedes oírme?

—Sí, milord. —La voz de Roic sonaba apagada a través del grueso visor del traje de trabajo, pero resultaba suficientemente audible. Ninguno de los dos tenía que gritar en un espacio tan reducido.

—Greenlaw nunca ordenará ni permitirá que se lance una fuerza de asalto para intentar capturar al ba. Ni suya, ni nuestra. No puede. Hay demasiadas vidas cuadris en juego. El problema es que no creo que esta política vaya a hacer más segura la Estación. Si este ba asesinó de verdad a una Consorte Planetaria, no parpadeará siquiera ante unos pocos miles de cuadris. Prometerá colaborar hasta el final, y luego pulsará el botón de su biobomba y saltará, por si el caos que deja a su paso retrasa o interrumpe la persecución un día o dos más. ¿Me sigues hasta ahora?

—Sí, milord. —Roic tenía los ojos muy abiertos.

—Si podemos acercarnos hasta la puerta del puente sin ser vistos, creo que tenemos una oportunidad de reducir al ba nosotros mismos. En concreto, tú lo reducirás; yo lo distraeré. No tendrás ningún problema. Los disparos de aturdidor y disruptor neural rebotarán en este traje tuyo de trabajo. Las agujas no lo atravesarán tampoco, llegado el caso. Y harán falta más que los segundos que necesitarás para cruzar esa pequeña habitación para que el fuego de plasma lo atraviese.

Roic hizo una mueca.

—¿Y si le dispara a usted? Ese traje de presión no es tan bueno.

—El ba no me disparará. Eso te lo garantizo. Los haut cetagandanos, y sus hermanos los ba, son físicamente más fuertes que nadie, pero no son más fuertes que un traje de energía. Ve por sus manos. Agárralas. Si llegamos hasta ahí, el resto vendrá solo.

—¿Y Corbeau? El pobre hijo de puta está en cueros. Nada va a detener lo que le disparen.

—Corbeau será el último a quien decida disparar —dijo Miles—. ¡Ah! —Sus ojos se ensancharon y se giró en el asiento. Al borde de la imagen vid, media docena de diminutas imágenes empezaban a apagarse—. Vamos al pasillo. Prepárate a correr. Lo más silenciosamente que puedas.

Desde su enlace de comunicación, la voz reducida de volumen de Vorpatril suplicó apasionadamente al Auditor Imperial que volviera a abrir el canal. Instó a lady Vorkosigan a que le pidiera lo mismo.

—Déjelo en paz —dijo Ekaterin con firmeza—. Sabe lo que está haciendo.

—¿Qué está haciendo? —gimió Vorpatril.

—Algo. —La voz de Ekaterin se redujo a un susurro. O tal vez era una oración—. Buena suerte, amor.

Otra voz, algo más remota, intervino: el capitán Clogston.

—¿Almirante? ¿Puede contactar con el lord Auditor Vorkosigan? Hemos terminado de preparar su filtro sanguíneo, y estamos preparados para probarlo, pero ha desaparecido de la enfermería. Estaba aquí hace un minuto…

—¿Oye eso, lord Vorkosigan? —intentó Vorpatril, a la desesperada—. Tiene que presentarse en la enfermería. Ahora.

Al cabo de diez minutos, cinco, los médicos podrían jugar con él. Miles se levantó del asiento de control (tuvo que usar ambas manos) y siguió a Roic al pasillo.

Delante, en medio de la oscuridad, las primeras puertas estancas del pasillo se abrieron despacio para revelar el pasillo transversal que conducía a las otras cabinas situadas más allá. Al otro lado, la siguiente puerta empezó a deslizarse.

Roic empezó a correr. Sus pasos eran inevitablemente pesados. Miles medio trotó detrás. Intentó pensar cuándo había usado por última vez su estimulador de ataques, cuánto riesgo corría ahora de desplomarse con un ataque por la combinación de mala química cerebral y terror. Un riesgo altísimo, decidió. No había armas automáticas para él en ese viaje. No había arma ninguna, más que su inteligencia. Parecía un arsenal algo pobre, en aquel momento.

El segundo par de puertas se abrió para ellos. Luego la tercera. Miles rezó para que no estuvieran metiéndose de cabeza en otra trampa. Pero no creía que el ba tuviera ninguna forma de controlar, ni de imaginar siquiera, aquella secreta línea de comunicación. Roic hizo una pausa, colocándose tras el borde de la última puerta, y se asomó. La puerta que conducía al puente estaba cerrada. Asintió brevemente y continuó hacia delante, con Miles convertido en su sombra. A medida que se acercaban, Miles vio que el panel de control, a la izquierda de la puerta, había sido seccionado por una herramienta cortante, prima hermana, sin duda, de la que Roic usaba. El ba había ido de compras a ingeniería también. Miles señaló; la cara de Roic se iluminó, y una comisura de su boca se levantó. Parecía que alguien se había acordado de cerrar la puerta tras ellos cuando salieron por última vez, después de todo.

Roic se señaló a sí mismo, a la puerta; Miles negó con la cabeza y le indicó que se acercara. Sus cascos se tocaron.

—Yo primero. Tengo que hacerme con esa caja antes de que el ba reaccione. Además, te necesito para que tires de la puerta.

Roic miró alrededor, tomó aire, y asintió.

Miles le indicó que se acercara para que sus cascos se tocaran una vez más.

—Y… ¿Roic? Me alegro de no haber traído a Jankowski.

Roic sonrió. Miles se apartó.

Other books

Stacey's Choice by Ann M. Martin
The Dancers of Noyo by Margaret St. Clair
Boss by Ashley John
When I Forget You by Noel, Courtney
Across the Veil by Lisa Kessler
Breeding Ground by Sarah Pinborough