Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online

Authors: Amadeo Martínez-Inglés

Tags: #Política, #Opinión

Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española (10 page)

BOOK: Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española
10.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El cadete
Juanito
seguiría en la Academia General Militar (castigando su cuerpo con el deporte y la equitación, a la par que abandonaba su alma y su cerebro a la molicie propia de su alto estatus social y político) hasta primeros de julio de 1956, fecha en la que asegurado su pase a 2.° curso y con dos meses de vacaciones oficiales por delante, saldría disparado hacia Estoril para tratar de olvidar la dura vida académica y pasárselo lo mejor posible. Fueron objetivos que muy pronto empezarían a materializarse al acudir, día tras día y noche tras noche, a toda clase de fiestas y guateques en compañía de chicas del espectro social portugués y foráneo, con las que luego no tendría el mas mínimo reparo en desmelenarse a fondo en la parte trasera de su coche. Así un buen día conocería a la condesa Olghina Nicolás de Robilant, una aristocrática italiana de medio pelo y actriz de cine de segunda categoría, cuatro años mayor que él y algo «ligera de cascos» según la prensa rosa italiana de la época, con la que se dedicaría buena parte del verano al
dolce far niente
, a recorrer los lugares de moda europeos de alto
standing
, sin olvidar algún que otro crucero por el Mediterráneo. Con esta mujer, demasiado liberada para la época y con dos abortos en su haber, iniciaría una apasionada relación sentimental de casi cuatro años de duración a lo largo de la cual, también según los díscolos y entrometidos rotativos romanos, se le iría un poco la mano al joven Juan Carlos y la cosa terminaría, a principios de 1959, con el embarazo de la condesa y el posterior nacimiento de una preciosa hija, Paola, que nunca sería reconocida por el actual rey de España y que, tras los desgraciados episodios a los que tuvo que hacer frente su madre en el ocaso de su vida, arrastra en la actualidad una anodina existencia en su apartamento de la ciudad de los rascacielos.

Pero antes de que el que luego sería designado heredero de Franco empezara en julio de 1956 (siguiendo la atávica llamada hipersexual de sus genes borbónicos, demostrada históricamente a través de decenas y decenas de bastardos de toda laya) a repartir esperma azul a raudales por medio mundo, en la Semana Santa de ese mismo año 1956, a finales de marzo concretamente, sería protagonista de un dramático, increíble, anómalo, inexplicable y sospechoso asunto con muy claras responsabilidades de todo tipo para su persona, incluso penales. Pero esto es algo que, por supuesto, nunca llegaría a asumir y que a pesar de haber sido recogido, muy parcialmente eso sí, por algunos biógrafos regios, ha permanecido hasta nuestros días en la más completa oscuridad histórica, como un impenetrable secreto de Estado que nadie se ha permitido analizar. Y que yo sí, yo me voy a permitir abordar, aquí y ahora, en todos sus extremos, en primer lugar como escritor, luego como militar, y finalmente como experto en armas…

Me estoy refiriendo, ya lo habrá intuido el lector, a la trágica muerte en Villa Giralda (Estoril), el 29 de marzo de 1956, del infante Alfonso, segundo hijo varón del conde de Barcelona, tras recibir en la cabeza un disparo efectuado por su hermano mayor Juan Carlos con una pequeña pistola de su propiedad, con toda seguridad una Star semiautomática de 6.35 mm. Es éste un hecho trascendente que desborda el ámbito familiar en el que la dictadura franquista quiso aparcarlo desde el principio, que muy posiblemente cambió la historia de España, y que los ciudadanos de este país, después de tantos años de autoritarismo y censura de prensa (incluso en los años de la transición), deben conocer de una vez por todas y hasta en sus mas nimios detalles, sin cortapisas de ninguna clase. Pero eso será ya, amigo lector, en el próximo capítulo.

2. BORBÓN MATA A BORBÓN

-29 de marzo de 1956: el cadete Borbón, 18 años de edad, con seis meses de instrucción militar y experto en toda clase de armas de fuego, mata de un disparo en la cabeza a su hermano Alfonso. ¿Accidente, homicidio por imprudencia o fratricidio premeditado? -Un manto de silencio cubre el trágico suceso. Nadie investiga nada. Ningún juez puede pronunciarse. -El conde de Barcelona al presunto homicida: «júrame que no lo has hecho a propósito» Don Jaime, Jefe de la Casa de Borbón: «No puedo aceptar que sea rey de España quien no ha sabido aceptar sus responsabilidades» -Cincuenta años después, del estudio pormenorizado de los hechos se desprende que la muerte del infante Alfonso pudo ser intencionada.

El sábado 24 de marzo de 1956, con seis meses de academia militar sobre sus espaldas y convertido ya en un veterano cadete de la Academia General Militar de Zaragoza, experto en toda clase de armas portátiles, magnífico jinete y buen deportista, emprende Juan Carlos viaje hacia Estoril (vía Madrid) para pasar las vacaciones de Semana Santa con sus padres y hermanos. En la capital de la nación recoge a su hermano Alfonso y ambos suben al
Lusitania Express
de esa misma noche para llegar cuanto antes a la casa paterna.
Juanito
, que en el mes de enero cumplió 18 años, va rutilante con su impecable uniforme militar. Alfonso, con sus 14 primaveras, alumno de bachillerato en el colegio Santa Maria de los Rosales, quiere iniciar el próximo año su preparación para el ingreso en la Academia Naval Militar de Marín con la total complacencia de su padre, que ansía verlo pronto vistiendo el tradicional terno de tan prestigioso centro militar de la Armada española. Los dos hermanos tienen previsto permanecer en Estoril hasta primeros de abril, en que regresaran a sus respectivos quehaceres escolares. Alfonso,
El Senequita
(según el cariñoso sobrenombre con el que le conocen desde hace años sus familiares más allegados que aprecian en él cualidades nada comunes de inteligencia, intuición, perseverancia, simpatía y afán de trabajo), tiene comprometida su asistencia, durante la corta estancia en la casa paterna, al torneo infantil de golf (el Taça Visconde Pereira de Machado) que anualmente organiza el Club de Golf de Estoril.

El 29 de marzo, jueves Santo, ambos hermanos asisten con sus padres y hermanas a una misa matutina en la iglesia de San Antonio de Estoril y todos juntos regresan a casa. Después del almuerzo, toda la familia en pleno acompaña a Alfonso, a la sazón gran jugador de golf gracias a las clases recibidas de su padre, que asimismo le ha imbuido desde muy pequeño una gran afición por las cosas del mar, al ya citado Club de Golf donde el infante gana sin excesivos problemas la semifinal del torneo ante la euforia de los suyos que ya lo ven como triunfador absoluto en la final a disputar el Sábado de Gloria. Pero, cosas del destino, el inteligente muchacho (que según muchas voces autorizadas del entorno de don Juan en Estoril era ya entonces el preferido de su padre para sucederle, si el ya iniciado distanciamiento con su hijo mayor, cada vez más cerca del franquismo, no paraba de aumentar) nunca acudiría a tan deseada prueba deportiva.

Sobre las ocho de la tarde, el ambiente se presenta muy relajado en Villa Giralda después de que los condes de Barcelona y sus hijos regresaran de los oficios de Jueves Santo, que han tenido lugar a las seis en la recoleta iglesia de San Antonio, situada a pocos metros de su casa y de las bravas y límpidas aguas del océano Atlántico. La condesa habla de sus cosas con unas amigas, en el salón de la casa, asuntos triviales, y muy cerca de ella, en su despacho, don Juan lee hasta la hora de la cena. De repente, una atronadora detonación procedente del piso superior, donde se encuentra la habitación del infante Alfonso y adonde se han retirado escasos minutos antes los dos hermanos, resuena en toda la casa como un trallazo, seguida en pocos segundos por unos desaforados gritos de Juan Carlos llamando a su padre. Dª María de las Mercedes sale despavorida del salón, al tiempo que su marido, alarmado, corre escaleras arriba.

La escena que se encuentra el conde de Barcelona al entrar en la habitación de su hijo Alfonso es sobrecogedora y ya no se la podrá quitar jamás de su mente mientras viva. El infante yace en el suelo, con la cabeza destrozada por un disparo y rodeado de un gran charco de sangre. A su lado, de pie, hermético, en silencio, como ausente, con sus ojos fijos en algún punto del suelo cercano a la cabeza de su hermano, su otro hijo, el mayor, el cadete que siguiendo las directrices de Franco se había convertido ya en un militar de carrera, mantiene todavía en su mano derecha la pequeña pistola de 6,35 mm. que él desgraciadamente ya conoce, y de la que acaba de salir la bala asesina.

Desesperado, don Juan trata de reanimar a su hijo pero todo es inútil pues a los pocos segundos éste muere en sus brazos. Agarra entonces con fuerza una bandera de España que cuelga de la pared de la habitación y cubre con ella el amado cuerpo, sin vida, del hijo en quien «tenía puestas todas sus complacencias». A continuación, se vuelve con rabia contenida hacia su hijo Juan Carlos, le hace inclinarse sobre el cadáver cubierto con la enseña nacional, y con voz fuerte y solemne le exige:

-Júrame que no lo has hecho a propósito.

El médico de la familia, el doctor Joaquín Abreu Loureiro, llega a Villa Giralda a los pocos minutos, pero apenas puede hacer otra cosa que certificar la defunción del desgraciado infante. El conde de Barcelona, desolado, fuera de sí, agresivo contra su hijo mayor, le hace salir de la habitación de su hermano muerto y le dice con firmeza que debe regresar cuanto antes a la Academia Militar de Zaragoza. Llama por teléfono al duque de la Torre, al que en pocas palabras pone en antecedentes de la tragedia familiar. Éste, a su vez, se la comunicará enseguida a Franco, que ordena secreto absoluto sobre la misma y la publicación, urgente, por la Embajada española en Lisboa, de una nota oficial que, desvirtuando convenientemente lo sucedido, lo acomode todo a las necesidades políticas del momento.

La nota de la Embajada, publicada por todos los medios de comunicación portugueses en la mañana del día 30 de marzo de 1956, dirá lo siguiente:

Mientras su Alteza el infante D. Alfonso limpiaba un revólver en la tarde del día de ayer con su hermano, se disparó un tiro que le alcanzó en la frente y le mató en pocos minutos. El accidente se produjo a las 20:30 horas, después de que el infante volviera del servicio religioso de Jueves Santo, en el transcurso del cual recibió la santa comunión.

También ordenó Franco que se hicieran los oportunos trámites con el Gobierno portugués para que un espeso manto de silencio cubriera la sorprendente muerte de D. Alfonso, no se promoviera por su parte ninguna investigación policial o judicial al respecto, y su versión oficial se acoplara lo máximo posible a la del Gobierno español, expresada en la nota difundida por su Legación en Lisboa. Como le soltaría con total desparpajo el dictador español a una alta personalidad del entorno político del conde de Barcelona, escasos días después de la trágica muerte del infante:

-A la gente no le gustan los príncipes con mala suerte.

Cínica sentencia que, dos años después, ampliaría al explicar por qué no quería que se hablara de Alfonso en la prensa:

-El recuerdo puede arrojar sobre su hermano sombras por el accidente y en las gentes simplistas evocar la mala suerte de una familia, cuando a los pueblos les agrada la buena estrella de sus príncipes.

***

La muerte de Alfonso,
El Senequita
, según la prensa internacional independiente de la época (en España, por supuesto, sólo correría la versión oficial franquista), los comentarios de algunos amigos y confidentes de los dos hermanos, las manifestaciones del entorno familiar de Villa Giralda, y las revelaciones que luego hizo, en sus
Memorias
, Dª María de las Mercedes, condesa de Barcelona, ocurrió de la siguiente manera:

Los dos hermanos, que habían llegado a Estoril el jueves 22 de marzo de 1956, parece ser que empezaron a aburrirse sobremanera en la casa paterna conforme pasaban los días de aquella Semana Santa «a la portuguesa», demasiado recogida, puritana y de religiosidad sin límites… Y decidieron pasar a la acción utilizando a destajo la pequeña pistola Star de 6,35 mm. (algunas versiones periodísticas, históricas e incluso la nota oficial de la Embajada española hablan de un revólver calibre 22, lo que no es nada probable ya que la propia condesa de Barcelona en sus
Memorias
hace precisa referencia a «una pequeña pistola de 6 mm. que los chicos habían traído de Madrid», y los revólveres, sobre todo los de ese pequeño calibre, eran en aquellos años
rara avis
en España) que
Juanito
se había traído de la Academia Militar de Zaragoza. Hablamos de un arma corta que, según todos los indicios, le había regalado el verano anterior el conde de los Andes, jefe de la Casa de su padre, con motivo de su ingreso en la Academia General Militar.

Se ha especulado (en alguna de las escasas publicaciones que a lo largo de los años, aunque muy someramente, han estudiado este lamentable hecho) con que la dichosa pistolita se la había regalado al flamante cadete
Juanito
el mismísimo Franco, cuando acudió a visitarle muy pocos días después de su ingreso en el ya citado centro de enseñanza castrense; supuesto éste que no resiste el más mínimo análisis objetivo y profesional. Franco, todos los españoles lo sabemos de sobra a estas alturas, siempre fue un sanguinario dictador y un autoritario militar que manejó este país durante años como si fuera un cuartel o su cortijo particular; pero nunca dio muestras de ser un necio o un loco. Y de esas ingratas deficiencias mentales hubiera hecho extraordinario alarde si se le hubiera ocurrido la peregrina idea de regalar una pistola a un inmaduro muchacho de 17 años que se iba a la Academia Militar de Zaragoza a aprender el duro oficio de las armas, y al que, salvo error u omisión del inexperto joven, le tenía reservado un esplendoroso destino; y encima sin decirle nada al padre de la criatura…

No conviene olvidar al respecto que Franco, además de autócrata y asesino en serie (que lo era) seguía siendo un militar profesional, y muy pocos militares, por no decir ninguno, cometería la enorme estupidez de regalar una pistola a su hijo, a un amigo de su hijo, a un sobrino, a un amigo de su sobrino… o al vecino del quinto, y ello por importante que fuera el motivo de la dádiva.

Los profesionales de la milicia (en casa del herrero, cuchillo de palo) tenemos verdadero respeto (por no decir miedo, que suena muy mal en un militar) por las armas de fuego y, en particular, por las pistolas, porque las manejamos a diario, porque conocemos sus efectos y porque el que más y el que menos (todos los que hemos estado en una guerra, desde luego) ha visto a algún compañero, subordinado, superior, amigo o soldado a sus órdenes morir o sufrir graves secuelas por culpa de alguno de estos pequeños y maquiavélicos artefactos; y no precisamente por accidente, que no suelen suceder si los que las manejan son auténticos profesionales.

BOOK: Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española
10.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Why Shoot a Butler by Georgette Heyer
Concealed by Michaels, Victoria
The Skilled Seduction by Tracy Goodwin
Crypt 33 by Adela Gregory
Grasshopper Glitch by Ali Sparkes
Chloe by Lyn Cote
A Virtuous Lady by Elizabeth Thornton