Komarr (26 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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—Nikki nació en vivo. No hubo ningún escáner genético. Es la costumbre de los Antiguos Vor. Los Antiguos Vor tienen buena sangre, ya sabe, no hay necesidad de comprobar nada.

Parecía que él había mordido un limón.

—¿De quién fue esa brillante idea?

—Yo no… recuerdo cómo se decidió. Tien y yo lo decidimos juntos. Yo era joven, nos acabábamos de casar, tenía un montón de ideas románticas estúpidas… Supongo que en su momento me pareció heroico.

—¿Qué edad tenía?

—Veinte años.

—Ah. —Su boca se torció en una expresión que ella no pudo interpretar, una triste mezcla de ironía y compasión—. Sí.

Oscuramente animada, ella continuó.

—El plan de Tien para tratar la distrofia sin que nadie lo descubriera era conseguir tratamiento galáctico, en algún lugar lejos del imperio. Eso hizo que fuera mucho más caro de lo necesario. Llevábamos años intentando ahorrar, pero de algún modo, algo siempre salía mal. Nunca hicimos muchos progresos. Pero durante los últimos siete u ocho meses, Tien no paraba de decirme que dejara de preocuparme, que lo tenía todo bajo control. Excepto que… Tien siempre habla así, de modo que apenas le presté atención. Entonces anoche, después de que todos se fueran a dormir… Le oí decirle que quería hacer una inspección por sorpresa en su departamento, le oí a usted… y él se levantó por la noche y llamó al administrador Soudha, para advertirlo. Yo escuché… oí lo suficiente para deducir que tenían en marcha una especie de plan para falsificar las nóminas, y me temí… no. Estoy segura de que Tien estaba aceptando sobornos. Porque… —se detuvo y tomó aliento—… irrumpí en la comuconsola de Tien esta mañana y miré sus archivos financieros.

Alzó la cabeza, para ver cómo aceptaba Vorkosigan esto. La boca de él renovó la mueca.

—Lamento haberme enfadado con usted el otro día, por husmear en el mío —dijo, aturdida.

Él abrió la boca y la cerró. Simplemente le hizo un gesto con los dedos para animarla a continuar y se derrumbó un poco más en su silla, escuchando con aire de total atención. Escuchando.

Ella continuó rápidamente, no por miedo a perder los nervios, pues apenas sentía ya nada, sino para terminar cuanto antes por puro cansancio.

—Al menos llegó a tener cuarenta mil marcos cuya procedencia no pude explicar. No salieron de su salario, desde luego.

—¿Llegó a tener?

—Si la información de la comuconsola era correcta, tomó los cuarenta mil y pidió prestados otros sesenta mil más, y lo perdió todo con las acciones de las flotas comerciales komarresas.

—¿Todo?

—Bueno, todo no. Unas tres cuartas partes —al ver su mirada asombrada, añadió—: La suerte de Tien siempre ha sido así.

—Yo solía decir que uno crea su propia suerte. Aunque me he visto obligado a comerme esas palabras muy a menudo. Ya no lo digo tanto.

—Bueno… creo que debe de ser cierto, ¿o cómo si no podría haber sido la suerte de Tien siempre tan mala? El único factor común en todo el caos era Tien —echó hacia atrás la cabeza, cansada—. Aunque supongo que puede que fuera yo, de algún modo.

Tien solía decir que era yo
.

—¿Amaba usted a su marido, señora Vorsoisson? —dijo él, vacilante, después de un momento de silencio.

Ella no quería contestar a eso. La verdad la avergonzaba. Pero había dejado de disimular.

—Supongo que lo hice, alguna vez. Al principio. Apenas puedo recordarlo ya. Pero no pude dejar de… cuidarlo. De limpiar tras él. Excepto que mis cuidados se fueron haciendo más y más lentos, y finalmente… cesaron. Demasiado tarde. O tal vez demasiado pronto, no lo sé.

Pero claro, si ella no hubiera dejado a Tien ese día, de esa forma, él esta noche no habría… y, y, y toda la cadena de acontecimientos que conducían a este momento. Pero lo mismo podía decirse de cualquier eslabón de la cadena. Ni más, ni menos. No se podía hacer nada.

—Pensaba que si lo dejaba, caería —se miró las manos—. Tarde o temprano. No esperaba que fuera tan pronto.

Empezó a advertir el lío en que la dejaba la muerte de Tien. Cambiaría las dolorosas negociaciones legales de la separación por las igualmente dolorosas y difíciles maniobras para averiguar su posible bancarrota. ¿Y qué iba a hacer con su cadáver, y qué clase de funeral, y cómo se lo iba a notificar a su madre y…? Sin embargo, resolver el peor problema sin Tien parecía ya un millar de veces más fácil que resolver el más sencillo con él. Se acabaron las negociaciones y las súplicas para pedir permiso o aprobación o consenso. Ella podría hacer las cosas sin más. Se sentía como… una paciente que se recupera de una parálisis y estira los brazos por primera vez, y se sorprende al descubrir su fortaleza.

Frunció el ceño, preocupada.

—¿Habrá cargos? ¿Contra Tien?

Vorkosigan se encogió de hombros.

—No es costumbre juzgar a los muertos, aunque creo que se hizo alguna vez durante la Era del Aislamiento. Lord Vorventa el Doble-Ahorcado me viene a la cabeza. No. Habrá investigaciones, habrá informes, oh, Dios santo, los informes, los de SegImp y los míos propios y posiblemente los de Seguridad del Sector Serifosa… Preveo que habrá discusiones sobre la jurisdicción, hará falta que declare usted en el juicio contra otras personas…

Se interrumpió, para moverse con dificultad en su silla y meter una mano, algo menos rígida ya, en el bolsillo.

—Personas que supongo que se largaron con mi aturdidor…

Su expresión cambió y se puso en pie de un salto. Le dio la vuelta a los bolsillos de su pantalón, luego comprobó su chaqueta, se la quitó, y palpó su túnica gris.


Maldición
.

—¿Qué? —preguntó Ekaterin, alarmada.

—Creo que los hijos de puta se llevaron mi sello de Auditor. A menos que se me cayera del bolsillo en algún sitio esta noche. Oh, Dios. Abrirá todas las comuconsolas del gobierno o de seguridad del Imperio —inspiró profundamente, luego sonrió—. Por otro lado, tiene un circuito localizador. SegImp podrá localizarlo, si están lo bastante cerca. ¡SegImp podrá localizarlos, ja!

Con dificultad, forzó a sus dedos rojos e hinchados a abrir un canal en su comunicador.

—¿Tuomonen? —inquirió.

—Vamos para allá, mi señor —respondió al instante la voz de Tuomonen—. Estamos en el aire, a mitad de camino, calculo. ¿Quiere dejar por favor su canal abierto?

—Escuche. Creo que mis asaltantes se han llevado mi sello de Auditor. Delegue a alguien para que empiece a rastrearlo de inmediato. Encuéntrelo y los encontrará a ellos, si no se ha caído por algún sitio. Puede comprobar esa probabilidad cuando llegue aquí.

Vorkosigan insistió entonces en recorrer el edificio, reclutando a Ekaterin una vez más para que lo sostuviera, aunque ya cojeaba muy poco. Frunció el ceño al ver la comuconsola fundida y las habitaciones vacías, y miró con ojos entornados los montones de equipo. Tuomonen y sus hombres llegaron justo cuando regresaban al vestíbulo.

Los labios de lord Vorkosigan se retorcieron en un gesto de diversión cuando los dos guardias semiacorazados, los aturdidores preparados, entraron saltando por la puerta estanca. Dirigieron a Vorkosigan ansiosos saludos, que él respondió con un gesto indiferente, y luego echaron a correr por las instalaciones, comprobando ruidosamente la situación. Vorkosigan adoptó una postura deliberadamente más relajada, apoyado contra un sillón tapizado. El capitán Tuomonen, otro soldado barrayarés con semiarmadura y tres hombres vestidos de médico entraron en el vestíbulo.

—¡Milord! —dijo Tuomonen, quitándose la mascarilla. Su tono de voz le pareció a Ekaterin familiarmente maternal, a medio camino entre
gracias a Dios que está a salvo
y
voy a estrangularlo con las manos desnudas
.

—Buenas noches, capitán —dijo Vorkosigan, tan tranquilo—. Me alegro de verle.

—¡No me avisó!

—Sí, fue un completo error por mi parte, y me aseguraré de que quede usted exonerado en mi informe —aplacó Vorkosigan.

—¡No es eso, maldición! —Tuomonen se acercó a él con grandes zancadas, indicando a un médico que lo siguiera. Advirtió las muñecas despellejadas y las manos ensangrentadas de Vorkosigan—. ¿Quién le ha hecho esto?

—Me lo hice yo mismo, me temo —la estudiada pose de tranquilidad de Vorkosigan cambió a su original seriedad—. Podría haber sido peor, como le mostraré directamente. Ahí atrás. Quiero que lo grabe todo, un examen completo. Todo lo que le parezca dudoso déjelo para los expertos del Cuartel General. Quiero que venga de Solsticio un equipo de los mejores examinadores, de inmediato. Dos equipos, uno aquí, otro para esas comuconsolas de las oficinas de Terraformación. Pero primero, creo —miró a los médicos, y a Ekaterin—, deberíamos retirar el cadáver del administrador Vorsoisson.

—Aquí está la llave —dijo Ekaterin, aturdida, sacando la llave de su bolsillo.

—Gracias —respondió Vorkosigan—. Espere aquí, por favor.

Alzó la barbilla, comprobó su máscara, se la puso y condujo a Tuomonen, que seguía protestando, por las puertas estancas, indicando imperiosamente a los médicos que los siguieran. Ekaterin pudo oír las voces bruscas y contenidas de los guardias armados, que resonaban en los lejanos corredores del edificio.

Se sentó en la silla que Vorkosigan había dejado, sintiéndose extraña por no seguirlos para recoger a Tien. Pero parecía que alguien distinto iba a tener que limpiar esta vez. Unas cuantas lágrimas asomaron a sus ojos, residuos del esfuerzo corporal, suponía, pues sin duda no sentía más emociones que si hubiera sido un trozo de plomo.

Después de un largo rato, los hombres regresaron al vestíbulo, donde Tuomonen finalmente persuadió a Vorkosigan para que se sentara y dejara que el jefe médico atendiera sus muñecas heridas.

—Éste no es el tratamiento que más me preocupa ahora —se quejó Vorkosigan, mientras un hipospray de sinergina siseaba en su cuello—. Tengo que regresar a Serifosa. Hay algo que necesito de mi equipaje.

—Sí, milord —tranquilizó el médico, y continuó limpiando y vendando.

Tuomonen se dirigió a su aerocoche para comunicarse sin problemas con sus superiores de SegImp en Solsticio, y luego regresó para apoyarse en el respaldo de la silla y ver cómo el médico terminaba su trabajo.

Vorkosigan miró a Ekaterin.

—Señora Vorsoisson. En retrospectiva, pensándolo mejor, ¿dijo alguna vez su marido algo que indicara que este desfalco tuviera que ver con algo más que con dinero?

Ekaterin negó con la cabeza.

—Me temo, señora Vorsoisson —intervino Tuomonen, con tono áspero—, que SegImp va a tener que hacerse cargo del cuerpo de su difunto esposo. Habrá que hacer un examen completo.

—Sí, por supuesto —dijo Ekaterin débilmente. Hizo una pausa—. ¿Y luego qué?

—Se lo haremos saber, señora —se volvió hacia Vorkosigan, evidentemente continuando una conversación—. ¿Y en qué más pensó usted, mientras estaba atado ahí fuera?

—En lo único que pude pensar era en que me iba a dar un ataque —dijo Vorkosigan con tristeza—. Se convirtió en una especie de obsesión al cabo de un rato. Pero no creo que Foscol conociera tampoco ese defecto oculto.

—Sigo considerando que fue asesinato e intento de asesinato, y en dar una orden de alerta en los tres Sectores —dijo Tuomonen—. Y el intento de asesinato de un Auditor Imperial es traición, lo cual anula cualquier argumento sobre andar con cuidado.

—Sí, muy bien —cedió Vorkosigan con un suspiro—. Asegúrese de que en su informe queden las cosas claras, por favor.

—Tal como yo las veo, milord —Tuomonen hizo una mueca, y luego estalló—. ¡Maldición, pensar en el tiempo que este asunto debe llevar en marcha, ante mis propias narices…!

—No es su jurisdicción, capitán —observó Vorkosigan—. Era asunto del Ministerio de Contabilidad Imperial localizar este tipo de fraudes entre el funcionariado. Con todo… aquí pasa algo muy raro.

—¡Eso decía yo!

—No, me refiero a algo más que lo obvio —Vorkosigan vaciló—. Abandonaron todos sus efectos personales, pero se llevaron al menos dos aerocamiones de equipo.

—¿Para… vender? —sugirió Ekaterin—. No, eso no tiene sentido…

—Hum, y se marcharon en grupo, no se dividieron. Me parecía que esta gente eran patriotas komarreses. Puedo ver que pudieran considerar robar al Imperio de Barrayar como algo a caballo entre el hobby y el deber patriótico, pero… ¿robar al Proyecto de Terraformación de Komarr, la esperanza de las generaciones futuras? Y si no era sólo para llenarse el bolsillo, ¿para qué demonios estaban empleando el dinero? —frunció el ceño—. Supongo que es algo que tendrá que averiguar el equipo investigador de SegImp. Y quiero que vengan ingenieros expertos, a ver si son capaces de sacar algo en claro del lío que han dejado. Y de lo que no han dejado. Está claro que el grupo de Soudha metió algo en el edificio de Ingeniería, y no creo que tuviera nada que ver con el calor residual —se frotó la frente y murmuró—. Apuesto a que Marie Trogir podría decírnoslo.
Maldición, ojalá hubiera pasado por la pentarrápida a la señora Radovas cuando tuve la ocasión
.

Ekaterin se tragó el miedo y la humillación.

—Voy a tener que decírselo a mi tío.

Vorkosigan la miró.

—Yo me encargaré de eso, señora Vorsoisson.

Ella frunció el ceño, dividida entre lo que parecía ser gratitud y una cansada sensación de deber, pero no pudo hacer acopio de fuerzas para discutir con él. El médico terminó de vendar las muñecas de Vorkosigan.

—Debo dejarlo aquí al mando, capitán, y regresar a Serifosa. No me atrevo a pilotar. Señora Vorsoisson, ¿sería tan amable…?

—Se llevará usted a un guardia —dijo Tuomonen, un poco peligrosamente.

—Tengo que devolver el volador —dijo Ekaterin—. Es alquilado.

Hizo una mueca, al advertir lo estúpido que parecía aquello. Pero era el único fragmento de orden en este mortal caos que podía restaurar. Y luego advirtió:
Puedo volver a casa
. Es seguro volver a casa. Su voz sonó firme.

—Por supuesto, lord Vorkosigan.

La presencia del fornido guardia en el compartimiento trasero del volador, el cansancio de Vorkosigan y la desorientación emocional de Ekaterin se combinaron para silenciar cualquier intento de conversación en el vuelo de regreso a Serifosa. Al entregar el volador en el concesionario muchos ojos la miraron, ya que la seguían un enorme soldado acorazado y armado hasta los dientes y un enano con las ropas ensangrentadas y vendas en las muñecas pero, por otro lado, tuvieron un coche-burbuja para ellos solos en su camino de vuelta al apartamento. Esta vez no hubo retrasos en el sistema, advirtió Ekaterin con cansada ironía. Se preguntó si más tarde, cuando todo estuviera resuelto, debería comprobar si la afirmación de Vorkosigan era cierta y ya era demasiado tarde para Tien cuando Foscol la llamó.

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