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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los conquistadores (14 page)

BOOK: La aventura de los conquistadores
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Triste y resignado, el extremeño regresó a Nueva España sin poderes gubernativos. Viudo como era, debido a la extraña muerte de su primera mujer Catalina Juárez, creó una nueva familia con la noble Juana de Zúñiga, con la que tuvo cuatro hijos: Martín, María, Catalina y Juana. Se sabe que mantuvo relaciones amorosas con muchas mujeres, madres de innumerables vástagos ilegítimos, aunque él sólo admitió la existencia de unos pocos; por ejemplo, Martín —el hijo que tuvo con Malinche y que fue reconocido años más tarde de su nacimiento—, Luis —nacido de su unión con Antonia Hermosillo— y Leonor —fruto de la pasión entre Cortés y una noble nativa llamada Isabel de Moctezuma.

En 1540, el cansado aventurero regresó definitivamente a España con la esperanza de que el rey le repusiera sus pretendidos privilegios en los territorios de Nueva España. El emperador hizo caso omiso de las reclamaciones y ni siquiera el hecho de que Cortés le acompañara en su fracasada expedición contra Argel le pudo convencer de lo contrario. Hastiado, viejo y casi olvidado por todos, Hernán Cortés firmó su testamento el 12 de octubre de 1547. Aún encontró fuerzas para intentar regresar a su querido México, pero cuando realizaba los preparativos en Castilleja de la Cuesta —localidad cercana a Sevilla—, la muerte se hizo cargo de su enfermo cuerpo; corría el 2 de diciembre de 1547. Sus restos fueron enviados a Nueva España, donde recibieron sepultura.

Héroe para unos, asesino para otros, aventurero, explorador, comerciante y soñador. Hernán Cortés fue, como otros tantos, hijo de su tiempo; nadie puede hoy día juzgar lo que se hizo en siglos pretéritos. Si Cortés hubiese sido inglés o francés, en la actualidad seguramente hablaríamos de un gran hombre que movió con su ilusión un mundo desconocido y que lo hizo visible gracias al entusiasmo de su espíritu.

Capítulo
IV
LA VUELTA AL MUNDO DE MAGALLANES Y ELCANO

El miércoles 28 de noviembre de 1520 desembocamos del estrecho para entrar en el Gran Mar, al que enseguida llamamos Mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco.

Del diario de Antonio Pigafetta, cronista del primer viaje alrededor del mundo, la expedición Magallanes-Elcano.

D
urante el recién estrenado siglo XVI, España tomó la delantera a Portugal en su expansión por el mundo conocido. En los sucesivos reinados de Fernando el Católico, Juana I de Castilla y Carlos I, a los que hay que sumar la magnífica regencia del cardenal Cisneros, ocurrieron hechos fundamentales que concedieron al flamante imperio español vitola de universal. Los protagonistas de estos significativos capítulos no fueron sólo monarcas intuitivos y de mente abierta, sino también exploradores dispuestos a dejarse la vida si era necesario en la consumación de heroicas gestas que llenaron de gloria los cielos enseñoreados por las banderas hispanas.

En este periodo Portugal tuvo que resignarse, primero con la fuga del almirante Cristóbal Colón, quien ofreció a los lusos sin resultado el mecenazgo del descubrimiento americano. Después llegó la firma del Tratado de Tordesillas, que limitó los movimientos en el Nuevo Mundo de los habitantes del país vecino, a pesar de la gran conquista brasileña. Y, finalmente, soportaron la marcha a España de uno de sus mejores marinos, el cual, tras ser ninguneado por el rey Manuel I de Portugal, buscó fortuna en la corte española, obteniendo un resultado que asombró a Europa: nada menos que la primera singladura alrededor del planeta Tierra. El nombre de tal singular aventurero era Fernando Magallanes y, a pesar de no poder culminar personalmente su hazaña, un español, natural de Guetaria, llamado Juan Sebastián Elcano, supo terminar con éxito la azarosa travesía.

Todo esto ocurrió mientras Hernán Cortés llevaba a cabo la conquista de México. Por tanto, en un periodo de tan sólo tres años, España certificaba su dignidad imperial con una expansión territorial sin precedentes y el prestigio de haber completado la primera vuelta al mundo. Bueno será que, después de haber conocido la aventura de Cortés, demos un repaso al gran hito de Magallanes y Elcano.

Fernando Magallanes nació en 1480 en Sabrosa, un lugar próximo a Oporto (Portugal). Pertenecía a una familia de la pequeña nobleza, lo que le permitió entrar como paje a edad temprana en la corte de Juan II. A los quince años pasó, como militar, a las órdenes del sucesor de Juan, Manuel I. Durante los años siguientes prestó servicio en muchas de las más importantes expediciones portuguesas a Oriente y poco a poco fue ascendiendo de categoría. En 1505 partió a la India con la gran armada de Francisco de Almeida y fue herido en la batalla de Cannanore. Enviado a Sofala, en la costa africana, contribuyó a fundar el primer fuerte portugués en esa latitud. Regresó a la India y en 1509 tomó parte en una batalla naval contra una flota musulmana en aguas de Diu. Más tarde, ese mismo año, se integró en la escuadra que hizo la primera visita portuguesa a Malasia y que terminó en auténtico desastre. Cuando los expedicionarios arribaron a la costa malaya, fueron recibidos de forma engañosa por el sultán, que preparó una treta para desarmar a los visitantes. El ardid consistió en el envío de una comitiva a las naves portuguesas, con guerreros disfrazados de mercaderes, mientras invitaba a sus presuntos huéspedes a desembarcar sin temor para recoger víveres y regalos. De pronto sonó una señal y los desprevenidos portugueses fueron atacados simultáneamente por mar y tierra.

En esta peligrosa situación, Magallanes se distinguió por su serenidad y bravura. Aun antes de que atacaran los malayos, entró en sospechas del peligro y pudo advertir a su capitán a tiempo de salvar su vida y las de su tripulación. Un cronista refiere también que Magallanes salvó a otro hombre, Francisco Serrão, quien figuraba en el grupo de los que habían saltado a tierra. Cuando empezó el ataque, Magallanes, según se dice, remó hasta tierra y rescató a quien se transformaría, desde entonces, en su más fiel amigo.

Después de sobrevivir a esta aventura, Magallanes embarcó en 1510 con destino a Portugal, pero frente a las islas de Laccadive, al oeste de Calicut, el navío que le transportaba embarrancó, sufriendo terribles destrozos y con un único bote de salvamento para los numerosos tripulantes que habían quedado indemnes. Pronto surgieron los problemas, pues la oficialidad del barco decidió utilizar la pequeña chalupa para ponerse a salvo con cuantos marineros cupieran en ella, advirtiendo a los demás que no se preocupasen, dado que, una vez en la India, mandarían a rescatarles. Este argumento no debió de resultar muy convincente para los que se iban a quedar en calidad de náufragos y no faltaron voces que invitaron al motín, por lo que el propio Magallanes, a fin de controlar la situación, decidió quedarse voluntariamente con ellos; gesto valiente que consiguió evitar un más que probable derramamiento de sangre. El episodio acabó bien y todos los tripulantes fueron reembarcados hacia la India, lugar donde Magallanes fue ascendido a capitán como recompensa de sus servicios.

Al año siguiente volvió a distinguirse en la conquista portuguesa de Malaca a las órdenes de Alfonso de Albuquerque. Luego tomó parte en la primera expedición portuguesa a las Molucas, a finales de 1511. En esta expedición iba también su amigo Francisco Serrão. Pero después de que los barcos hubieran llenado las bodegas de clavo en la diminuta isla de Banda, naufragó la nave de Serrão. Éste, afortunadamente, fue rescatado por unos isleños, que lo llevaron a la isla de Témate.

Cuando en viajes posteriores llegaron los portugueses a esta isla, Serrão prefirió seguir en ella. Por mediación de los mercaderes portugueses comenzó a enviar cartas a su amigo Magallanes describiéndole las riquezas de las islas y urgiéndole a hacer un viaje a ellas. Dichas epístolas desempeñarían un papel fundamental en la decisión que tomó Magallanes de buscar un paso que, por el oeste, condujera a Oriente.

Mientras tanto, en lo que a su situación militar se refiere, ocurrió un incidente por el que no se le auguraron buenas perspectivas. En 1510, Albuquerque convocó a todos sus capitanes para consultarles si juzgaban conveniente atacar el rico puerto indio de Goa o bien si consideraban que esa acción se debía retrasar para el año siguiente. El notable portugués esperaba que todos se pronunciarían por un ataque inmediato y, en efecto, la mayoría lo hizo, pero no así Magallanes, que expresó la urgencia de conceder un descanso a las exhaustas tripulaciones antes de acometer campaña tan ardua. Algunos historiadores sospechan que, a cuenta de este suceso, Albuquerque envió al rey Manuel un informe desfavorable sobre su capitán. Tal vez tengan razón, pues, cuando Magallanes regresó a Portugal en 1512, encontró, para su sorpresa, que había perdido el favor del monarca luso, el cual manifestó su desagrado al no aumentar la pensión que Magallanes, al igual que todos los miembros de la nobleza portuguesa, recibían regularmente de la corona. Este hecho supuso un terrible agravio para el navegante, pues era costumbre reconocer por parte de la corona los méritos de sus hombres ilustres aumentando el patrimonio personal de los mismos. Por lo que Magallanes, a pesar de su evidente valía acreditada en varias expediciones y combates, quedaba a ojos de todos sus iguales gravemente desprestigiado.

Un año después y empobrecido por los acontecimientos, se alistó como voluntario en el servicio activo de las armas. Por entonces se preparaba un ataque fulminante sobre Marruecos y Magallanes se vio involucrado en esa expedición como simple responsable de la intendencia. Una vez que la flota lusa llegó a costas norteafricanas se produjeron diversos combates en los que resultó herido en una pierna a causa de un lanzazo enemigo, hecho que le acarreó una permanente cojera. Pero esto no fue lo peor de su infortunio, ya que desaparecieron algunas de las provisiones de las que estaba encargado, lo que hizo que le acusaran de malversación. Enojado por el infundio, no quiso esperar a que la ley siguiera su curso y regresó por su cuenta a Portugal, dispuesto a defender su inocencia ante el rey. Pero éste no quiso recibirle, puesto que, a pesar de su fama, no dejaba de ser un mero desertor, y por ello Magallanes fue obligado a retornar a Marruecos para recibir allí el dictado de la justicia. El juicio eximió a Magallanes de toda sospecha, lo que para él siguió siendo insuficiente, dado que su honor se encontraba absolutamente mancillado por tanta falta de reconocimiento a su labor.

Una vez más acudió Magallanes al rey y esta vez presentó tres solicitudes. En primer lugar pidió un aumento de la pensión como prueba de la real estima, a lo que el soberano se negó en redondo. En segundo término solicitó que se le asignara una misión en la que pudiera ganarse el respeto y la confianza de su señor. Éste contestó con una nueva negativa. Finalmente, desconsolado por tanta desidia, preguntó si podía ofrecer sus servicios a otro monarca. A lo que Manuel I, llamado El Afortunado, espetó: «Haced como os plazca».

Dolorido y molesto por el desinterés del monarca, Magallanes comenzó a pergeñar proyectos en su mente tratando de ver una forma de alcanzar los honores que hasta ahora se le habían escapado de las manos. Comenzó por entonces a realizar visitas a la real biblioteca portuguesa, en la que se guardaban mapas y cartas de los últimos descubrimientos, a la vez que mantenía frecuentes conversaciones con Ruy Faleiro, un insigne cartógrafo que creía firmemente en la existencia de un estrecho entre el Atlántico y el Pacífico en algún punto próximo a la latitud 40° S (unos centenares de millas al sur del estuario del río de la Plata).

Magallanes volvió a leer las cartas que le había enviado su amigo Francisco Serrão en las que le invitaba a visitar las Molucas. Poco a poco fue urdiendo un audaz esquema que, muy pronto, le otorgaría la fama que ansiaba. Su plan consistía en encontrar el estrecho del que hablaba Faleiro navegando hacia el oeste en busca de las islas de las Especias. El reto era muy arriesgado y algunos exploradores como Juan de Solís, en 1516, habían fallecido en el empeño.

Nadie sabía si las islas de las Especias se encontraban en aquella parte del mundo a la que Portugal tenía derecho o bien en aquella otra sobre la que recaían los derechos de España. El Tratado de Tordesillas había dividido el mundo por igual entre Portugal y España. Por tanto, en algún punto situado 180° al este de la línea de Tordesillas, debían terminar los privilegios de Portugal y empezar los de España. Pero, por causa de la dificultad que existía para determinar la longitud, no se sabía con precisión dónde se encontraban las Molucas con relación a este punto. ¿Pudiera ser que las islas más ricas de Oriente escaparan en efecto a los derechos de territorialidad portugueses? Si así fuera, razonaba Magallanes, España tendría todo el permiso para explotar las islas de las Especias. Aunque antes tendría que encontrar, para alcanzarlas, una nueva ruta, pues sólo a riesgo de una guerra podían atravesar las naves españolas el océano Índico controlado por los portugueses. Esto es lo que le indujo a buscar el estrecho de que Faleiro le hablaba. Una vez conseguido el paso de ese estrecho, un barco no tenía más que cruzar el Pacífico en dirección noroeste para llegar a las Molucas.

En el otoño de 1517, Magallanes abandonó su país natal, acompañado de varios expertos pilotos portugueses, para presentar su proyecto al rey Carlos I de España. Fue recibido por el regente Cisneros en ausencia del joven monarca, quien escuchó más tarde el proyecto con entusiasmo. No en vano, Magallanes afirmaba de forma tajante y acaso enigmática, que él conocía el pretendido paso por el sur del continente americano, el mismo que le conduciría a las ambicionadas islas de las Especias. Tal rotundidad debemos atribuirla a que es probable que el navegante viera algún mapa clarificador como el de Martín de Bohemia, donde se apuntaba erróneamente la desembocadura del río de la Plata como paso marítimo que conectaba el Atlántico con el Pacífico. El 22 de marzo de 1518 la corona española redactó un documento oficial por el que se nombraba a Magallanes capitán general de la proyectada expedición. Además se le prometía la entrega de barcos, le hacía gobernador de todas las tierras que descubriera y le confería poder de vida y muerte sobre todos los que montaran en sus naves.

Rumbo a las Molucas

Fernando de Magallanes comenzó a efectuar aprestos en Sevilla, ciudad muy querida por él, pues en la capital hispalense se había casado en 1517 con la dama Beatriz de Barbosa. Allí también se encontró con Juan Sebastián Elcano, un marino vasco de raza que pronto mostró su determinación en aquella empresa tan digna de gloria. Magallanes recibió, en cumplimiento de la promesa real, cinco naos algo vetustas y desvencijadas, a lo que no dio la más mínima importancia, concediendo de inmediato el visto bueno para la flota que se estaba pertrechando a toda prisa. Finalmente, las reparaciones y abastecimientos se completaron y Magallanes pudo pasar revista a su escuadra, integrada por: la
San Antonio
de ciento veinte toneladas, la
Trinidad
de ciento diez —nave almirante—, la
Concepción
de noventa, la
Victoria
de ochenta y cinco y la
Santiago
de setenta y cinco. En ellas se alojaron doscientos setenta hombres entre los que destacaban el propio Elcano —contramaestre de la
Concepción
— y Juan de Cartagena, una especie de delegado regio con los mismos poderes que Magallanes. En esta singular armada se distribuyeron víveres para dos años: azúcar, vinagre, ajos, pasas, higos, almendras, miel, alcaparras, sal, arroz, carne de membrillo, harina, vino, mostaza… También se incluyeron veintiún mil trescientas ochenta libras de galletas, doscientos barriles de anchoas y siete vacas para la obtención de leche fresca, si bien en aquella época aún se desconocían los beneficiosos efectos de los cítricos a la hora de combatir el escorbuto, por lo que no se subieron a bordo naranjas ni limones, asunto que pasaría factura posteriormente a los tripulantes de la expedición de Magallanes. El equipamiento de los buques disponía de piezas artilleras en la previsión de ser utilizadas, no sólo como orientación para las naves, sino también como medio de defensa ante posibles ataques.

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