La batalla de Corrin (81 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
4.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

La imagen de pantalla se emborronó y cambió a un plano de caras, montones de caras, de gente hacinada que gemía. Las imágenes se sucedían una tras otra, en una letanía de expresiones desesperadas.

—Hemos colocado explosivos dentro de cada uno de estos cargueros. El mecanismo para desencadenar su destrucción está unido a la red descodificadora con que tenéis rodeado el planeta. Si una sola de vuestras naves atraviesa por esa barrera de sensores, los explosivos detonarán automáticamente.

Ahora Erasmo mostró su rostro de metal líquido. Estaba sonriendo.

—Nosotros consideramos a los rehenes prescindibles… ¿y vosotros?

Los rugidos de incredulidad y los insultos se extendieron por todo el
Serena Victory
y por el resto de naves de las flotas de venganza y de vigilancia. Todos miraron a Vor esperando una solución.

Él frunció los labios, pensando en todas las batallas que había librado, en los amigos que había perdido, en la sangre que manchaba sus manos. Hizo acopio de valor y habló con voz lenta y fría.

—Eso no cambia absolutamente nada. —Se volvió hacia su tripulación—. Lo único que hace es reafirmarnos en nuestra determinación de destruir definitivamente a las máquinas pensantes.

—¡Pero, bashar supremo! —barboteó Abulurd—. ¡Son más de dos millones de personas!

En lugar de contestarle, Vor se volvió hacia su oficial de comunicaciones para enviar una respuesta. Cuando Erasmo recibió su imagen, pareció gratamente sorprendido.

—Ah, Vorian Atreides… ¡nuestro viejo enemigo! No tendría que sorprenderme que seas tú quien está detrás de este juego.

Vor cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Crees que me harás vacilar utilizando cobardemente a esos escudos humanos?

—Soy un robot, Vorian Atreides. Me conoces. Tú sabes que no es ningún farol. —Y mantuvo una sonrisa enloquecedora sobre su rostro de metal líquido.

Vor pensó de nuevo en las imágenes de aquella multitud de prisioneros apretujados en las naves, sus caras apretadas contra el plaz, asustados, desesperados. Y se concentró en su objetivo, se endureció. Si no lo hacían ahora, seguramente no habría más oportunidades.

—Entonces es un precio triste pero necesario para lograr la victoria. —Se volvió y dio órdenes a Abulurd—. Prepara la flota para un ataque a gran escala. Esperad mi orden.

Sus hombres jadearon, gruñeron, y enseguida volvieron a sus puestos. Abulurd estaba paralizado, como si no se lo pudiera creer. Cierto, desde el principio habían aceptado el sacrificio de inocentes como bajas de guerra… pero así no.

Tras una pausa, Erasmo continuó hablando, con voz más alta, pero igualmente tranquila.

—Ya imaginaba que costaría convencerte. Por tanto, tengo otra sorpresa, Vorian Atreides. Mira con atención.

Después de mostrar varias imágenes más de prisioneros, en las pantallas apareció una habitación donde había una mujer sola, sentada, escoltada por dos robustos robots de combate. En la Liga de Nobles todo el mundo conocía aquel rostro, aunque después de décadas de devoción y monumentos estilizados, estaba algo idealizado. Vor la había conocido en vida, la había amado. Y ni siquiera pudo despedirse de ella antes de que viajara a Corrin para desafiar a Omnius y los términos de aquella paz.

Serena Butler.

La voz de Rayna Butler llegó por el comunicador, con tono muy chillón.

—¡Es santa Serena! ¡Igual que en mi visión!

Vor seguía mirándola. Parecía algo más joven de lo que la recordaba, pero habían pasado ocho décadas desde su muerte. La conocía muy bien, su cara, el mohín de su boca, la mirada de sus hipnóticos ojos lavanda. Había visto tantas veces aquellas últimas imágenes fatídicas, las imágenes de archivo grabadas cuando embarcó en su nave diplomática con sus serafinas y partió hacia Corrin para encontrarse con las máquinas pensantes… donde había sido torturada y asesinada.

—Es imposible —dijo obligándose a hablar con tono frío y tranquilo—. Todos vimos las imágenes de su ejecución. Yo personalmente vi sus restos, y los análisis genéticos demostraron que realmente era el cuerpo de Serena Butler. —Levantó la voz—. Todo esto es un truco.

—Pero, Vorian Atreides… ¿cuál es el truco? —E hizo aparecer otra cara conocida en pantalla, el odiado semblante de uno de los traidores tlulaxa. Rekur Van. La cámara lo enfocaba muy de cerca y mostraba solo un primer plano de la cara del genio de la genética.

El comerciante de carne habló con voz burlona.

—Omnius no es tan necio como para deshacerse de alguien con tanto potencial como Serena Butler. El cuerpo quemado y torturado que enviaron de vuelta a la Liga era el de un clon de Serena, producido en nuestros tanques de Tlulax. Ya sabías que teníamos muestras genéticas de Serena en nuestras granjas de órganos. Fue idea del Gran Patriarca Iblis Ginjo.

—Vorian Atreides —añadió Erasmo—, créeme: Omnius no mató a Serena Butler. Las imágenes que tanto indignaron a los humanos fueron falsificadas por Iblis Ginjo.

Vor se estaba poniendo malo. Permaneció en pie, aunque de pronto sintió que las piernas le flaqueaban. Por desgracia, era más que probable que la acusación fuera cierta.

Los ojos del robot se entrecerraron, y su cara adoptó una expresión conspiradora.

—En realidad, Iblis os puso muchas trampas. ¿Sabíais que el bebé que tan orgullosamente exponéis en vuestra Liga era falso?

Vor no contestó. Sí, él sabía que el cuerpo del bebé inocente que se conservaba en la Ciudad de la Introspección no era más que un muñeco, aunque eran muy pocos los que lo habían notado.

La pantalla volvió a Serena, y uno de los guardias robots sujetó un bebé en alto y lo bamboleó amenazadoramente. Nadie que estuviera mirando podía soslayar la amenaza implícita.

—¿Y si mantuvimos al bebé de Serena en estasis? —dijo Erasmo—. Pensé que mediante una compleja intervención quirúrgica podríamos reparar el daño. Y ahora piensa en tu decisión de atacar Corrin, Vorian Atreides. Si permites que tu flota se acerque, todos los rehenes morirán… incluidos Serena Butler y su bebé. Dudo que quieras que eso vuelva a pasar.

—No me creo lo que me estás enseñando —dijo Vor en voz baja y amenazadora.

—Es la sacerdotisa de la Yihad en carne y hueso —dijo Rekur Van.

La voz chillona de Rayna Butler llegó por los canales de comunicación.

—¡Un milagro! ¡Serena Butler ha vuelto con nosotros… y Manion el Inocente!

Por una línea de alta seguridad, Vor oyó la voz agitada y llena de pánico del virrey Faykan.

—¿Qué vamos a hacer? ¡Si existe la más mínima posibilidad, debemos rescatar a Serena! ¡Campeón Atreides, contésteme!

—¡Deje libre esta frecuencia, virrey! —le espetó Vor—. Según las normas del espacio y el ejército de la Humanidad, yo estoy al mando de esta operación.

—¿Qué piensa hacer? —Faykan parecía intranquilo—. Debemos reconsiderarlo.

Vor respiró hondo y supo que, una vez más, él tendría que tomar la decisión más dura. De otro modo, no habría podido vivir consigo mismo.

—Pienso completar mi misión, virrey. Como Serena decía, hay que conseguir la victoria a cualquier precio.

Vor bloqueó la llegada de nuevos mensajes para evitar futuras interferencias. Y entonces transmitió a todas las naves y sus tripulaciones, a cada cabina de cada nave:

—No olvidéis que Erasmo fue quien mató a Manion el Inocente al tirarlo por un balcón. Él fue quien dio pie a la Yihad. Creo que toda esta historia del escudo humano es una treta, un truco pensado para disuadirnos.

Sus ojos estaban secos, miraban fijamente. Incluso el perplejo susurro que se oía a su alrededor parecía golpear con fuerza en sus oídos. Vio que Abulurd le miraba con una expresión que nunca le había visto, pero apartó la mirada. Tenía un trabajo que hacer.

101

Hay muchas similitudes entre los hombres y las máquinas que crearon, y muchas diferencias. La lista de diferencias es relativamente pequeña… pero los aspectos que aparecen en ella son de una tremenda trascendencia. Y son la esencia de mi frustración.

Diálogos de Erasmo
, una de
sus últimas entradas conocidas

Tras enviar su ultimátum a la Flota de Venganza de la Liga, Erasmo emprendió una tarea aún más difícil. Pero al menos Gilbertus estaba a salvo.

Dando un rodeo, el robot autónomo entró a toda prisa en una red de túneles situada bajo la plaza y llegó a la cámara donde habían colocado al Omnius Primero, bajo el lugar donde anteriormente estuvo la ciudadela central. Las paredes de la cámara, al igual que el mecanismo de la ciudadela en sí, estaban hechas del más exquisito metal líquido, pero el brillo de antaño había degenerado en negro. La supermente bifurcada no tenía la «vena artística» del Omnius Primero depuesto… solo sus perturbadores defectos.

El robot no sabía cuánto tiempo tenía. Suponía que Vorian Atreides y sus seguidores fanáticos y supersticiosos decidirían que los términos eran inaceptables y el ejército de la Humanidad se retiraría sin causar mayores daños. El hecho de pensar que habían visto a la auténtica Serena Butler sería un factor decisivo.

Rekur Van se había recuperado de las heridas que sufrió cuando ThurrOm y SeurOm neutralizaron al Omnius Primero, y había seguido trabajando en los robots biológicos, como Erasmo le pidió. Esperaba poder utilizarlos para engañar a los humanos. El nuevo metal líquido permitía a los robots variar el aspecto de sus caras, pero estos innovadores biometales tenían frecuentes fallos, y a menudo los robots de prueba sufrían inquietantes derrames faciales. Algunos habían logrado imitar las expresiones y movimientos de Serena, pero un solo error lo habría echado todo a perder.

Eso significaba que tenía que confiar su plan a la figura del clon de Serena. A Gilbertus no le iba a gustar, pero era necesario. Seguramente los hrethgir tratarían de encontrar otra forma de destruir el último de los Planetas Sincronizados. Y él no confiaba en que las dos supermentes encontraran una solución flexible. Así que decidió aumentar sus posibilidades.

Mediante códigos de acceso, Erasmo logró abrir la cubierta de la antigua ciudadela central, y dentro encontró lo que buscaba: una diminuta pieza de metalglaz dentro de una bola de cristal. El Omnius-Corrin derribado había sufrido graves daños, pero quizá lograra salvar parte de sus contenidos.

Con mucho cuidado, cogió la bola de cristal. Y se arriesgó, hizo lo que hasta entonces se había negado a hacer: cargó la bola en un puerto de acceso de su torso de metal líquido, se la «tragó». Quizá podría asimilar parte de lo que quedara de la inmensa supermente. Tenía que intentarlo. Todo dependía de aquello… el futuro de las máquinas, del imperio.

Los sistemas del robot se ajustaron al tamaño y la forma del objeto que había insertado y vibraron mientras trataba de activar a la supermente. Era evidente que las versiones ThurrOm y SeurOm estaban corrompidas, y aunque Erasmo y el Omnius Primero habían tenido muchas desavenencias peligrosas, decidió volver a conectar la copia original.

La supermente tenía importantes programas de recuperación, sistemas de seguridad que probablemente la habrían conservado intacta a pesar de los graves daños. Esperaba poder hacerla reaccionar lo suficiente para que ella misma reparara el daño.

—Si esto funciona ya no tendrás excusas para seguir llamándome «mártir» —dijo en voz alta, y se dio cuenta de que estaba imitando el extraño hábito humano de la suficiencia.

Su intento no tuvo éxito.

Decepcionado, el robot inició los sistemas de recuperación de su propio procesador, pero no pasó nada. La supermente debía de estar demasiado dañada y no podía reiniciarse y transferir su contenido al complejo sistema de circuitos gelificados de Erasmo. Estaba muerta.

Pero, finalmente, consiguió provocar una leve respuesta, una chispa, un lentísimo primer movimiento en los sistemas de recuperación de datos en el interior del núcleo fundido de la supermente.

De pronto, Erasmo reparó en un ojo espía que flotaba cerca de su cabeza. Y, aunque ThurrOm y SeurOm estaban demasiado ocupados con aquel impás militar, sabía que el espía electrónico estaba conectado a ellos, tanto si le prestaban atención como si no. Según sus cálculos, no le convenía que vieran e interpretaran sus actos. Así que agarró el ojo espía con la intención de estrujarlo en su mano metálica.

Pero la voz que salió del diminuto altavoz no era la de Omnius.

—Padre, le he encontrado. —La señal llegaba débil, distorsionada, pero era evidente ¡que se trataba de Gilbertus Albans!

Tras insertar una aguja sonda de su mano en los sistemas del aparato, Erasmo utilizó su propia programación para amplificar el sonido y filtrar el ruido. El ojo espía se iluminó y apareció una proyección holográfica llena de información. En un instante, Erasmo revisó los exhaustivos registros, comprobando las diferentes imágenes, miles y miles de imágenes en las que aparecían aquellas criaturas racionales atrapadas, apretujadas, como si con la simple proximidad pudieran protegerse de las explosiones inminentes. Entonces vio algo que sacudió sus circuitos internos hasta la raíz. No. Debía de haber un error.

Vio al clon de Serena Butler. Y, junto a ella… ¡Gilbertus! Estaba transmitiendo desde uno de los contenedores trampa del puente de hrethgir.

Gilbertus tenía uno de los sensores mecánicos del contenedor.

—Está ahí, padre. He conectado este sistema a uno de los ojos espías.

—¿Qué haces ahí? Tendrías que estar en un lugar seguro. Yo me aseguré de que así fuera.

—Pero Serena está aquí. Fue fácil seguir los registros. Los centinelas estaban reuniendo a los últimos humanos que quedaban por embarcar, así que vine con ellos.

Aquello era lo peor que podía imaginar. Ni siquiera se le ocurrió plantearse que su reacción iba mucho más allá de lo normal para una máquina pensante. Había invertido tanto trabajo en Gilbertus, le había instruido, le había convertido en un humano superior… y todo para descubrir que iba a morir junto con todos los otros. Con aquel clon inepto por el que demostraba un amor y una entrega tan absurdos.

A pesar de todo lo que Erasmo había experimentado y sabía, ya nada le importaba. Solo sabía una cosa: tenía que rescatar a su hijo.

En las pantallas de datos externas, vio que, aunque la Flota de Venganza había vacilado momentáneamente ante la amenaza, parecía que seguían avanzando.

—Gilbertus, yo te salvaré. Estate preparado.

Other books

The Human Body by Paolo Giordano
Unlike a Virgin by Lucy-Anne Holmes
Open Country by Warner, Kaki
Her Protector's Pleasure by Callaway, Grace
El Corsario Negro by Emilio Salgari
Game: A Thriller by Anders de La Motte
The grapes of wrath by John Steinbeck