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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (12 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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—No tengo derecho a decirte esas cosas —le susurró al oído Lessa, presa de remordimientos.

—¿Por qué no? Es la verdad.

—No es justo que le reste importancia a todo lo que has hecho, para aplacar a un trío de cretinos conservadores ...

F'lar la interrumpió con un beso, un beso apremiante que se transformó bruscamente en apasionado. Luego, F'lar dio un respingo cuando las manos de Lessa curvándose sensualmente alrededor de su cuello, rozaron la piel lastimada por las Hebras.

—¡Oh, lo siento! Deja que... —y la disculpa de Lessa se apagó mientras hacía girar su cuerpo en busca del tarro de ungüento de adormidera.

—Te perdono, querida, por todas tus maquinaciones cotidianas —le aseguró F'lar en tono sentencioso—. Resulta más fácil halagar a un hombre que contradecirle. ¡Me gustaría que F'nor estuviera aquí!

—Todavía no he olvidado a ese viejo estúpido de T'ron —dijo Lessa, enarcando las cejas y frunciendo los labios—. Oh, ¿por qué no dejaría F'nor que T'reb se llevara la daga sencillamente?

—F'nor obró con rectitud —replicó F'lar, con rígida desaprobación.

—Entonces podía haberse agachado con más rapidez. Y tú no estás mucho mejor...

Las manos de Lessa eran suaves, pero las quemaduras dolían.

—Hmmm. Lo que de veras me atormenta es saber si fui fiel a mi responsabilidad hacia nuestro Pern al traer a los Antiguos a nuestra época. A pesar de todo, creo que nos obsesionamos demasiado con problemas de menor cuantía, como esa absurda pelea en el Taller del Maestro Herrero. El verdadero problema estriba en reconciliar lo antiguo con lo moderno. Y nosotros podemos conseguir que esta nueva crisis se resuelva de un modo que favorezca nuestras aspiraciones, Lessa.

Lessa captó el tintineo en la voz de F'lar y le manifestó su aprobación con una sonrisa.

—Cuando revisamos las tradiciones antes de que llegaran los Antiguos, descubrimos también lo restrictivas y poco profundas que eran algunas de ellas; por ejemplo, la del mínimo contacto entre Fuerte, Artesanado y Weyr. Oh, es cierto, si nosotros queremos hablar con otro Weyr, podemos trasladarnos allí en unos segundos sobre un dragón, en tanto que los que viven en los Fuertes y Artesanados tardan días enteros en desplazarse de un lugar a otro. Hace siete Revoluciones las cosas empezaron a cambiar para ellos. Nunca debí permitir que los Antiguos me prohibieran mantener un dragón en cada Fuerte y Artesanado. Aquellos fuegos de señales no funcionarán, ni tampoco las patrullas de caballeros. Tienes toda la razón del mundo en eso, Lessa. Ahora bien, si a Fandarel se le ocurre algún sistema alternativo para... ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes de ese modo?

—Lo sabía. Sabía que querías ver al Herrero y al Arpista, de manera que envié a buscarlos, pero no llegarán aquí hasta que hayas comido y descansado.

Lessa palpó el ungüento de adormidera para comprobar si se había endurecido.

—Y, desde luego, hasta que tú también hayas comido y descansado, ¿no?

Lessa abandonó el regazo de F'lar con un ágil movimiento y se encaró con él.

—Yo tengo el sentido común suficiente para acostarme cuando estoy cansada. Pero tú seguirás charlando con Fandarel y Robinton hasta agotar todos los temas de conversación posibles. Y beberás... como si la experiencia no te hubiera demostrado que sólo un dragón podría ingerir más líquido que ese Arpista y ese Herrero... —Lessa se interrumpió, y su expresión de enojo se trocó en pensativa—. Creo que no estaría de más invitar a Lytol, si viene. Me gustaría saber con exactitud cuáles son las reacciones de los Señores de los Fuertes. Pero, antes que nada, ¡come!

F'lar obedeció, risueño, preguntándose cómo podía sentirse súbitamente tan optimista, cuando era evidente que los problemas de Pern se estaban acumulando de nuevo sobre su Weyr.

IV

Mediodía en el Weyr Meridional

Kylara giró sobre sí misma delante del espejo, volviendo la cabeza para contemplar su menuda imagen, observando el vuelo y la caída de la pesada tela del vestido color rojo oscuro.

—Lo sabía. Le dije que el dobladillo no estaba recto —murmuró, parándose en seco, enfrentándose con su propio rostro, súbitamente consciente de su expresión enfurruñada. Repitió la mueca, una y otra vez, descubrió que la afeaba, y se advirtió severamente a sí misma que no debía volver a exhibirla, ni siquiera inadvertidamente.

—Un ceño fruncido es un arma poderosa, querida —le había dicho en más de una ocasión su madre adoptiva— pero procura cultivar uno que no te afee. Piensa en lo que ocurriría si el gesto se hiciera permanente.

La pose la divirtió hasta que se giró de costado para examinar su perfil, y observó de nuevo la irregularidad del dobladillo.

—¡Rannelly! —llamó, impacientándose cuando la anciana no contestó inmediatamente—. ¡Rannelly!

—Ya estoy aquí, muñeca. Los huesos viejos no se mueven con tanta rapidez. He estado poniendo a airear tus vestidos. Las flores de ese fellis tienen un perfume delicioso. Hay que ver el tamaño que ha alcanzado ese árbol...

Cada vez que la llamaban, Rannelly iniciaba un inacabable monólogo, como si el sonido de su nombre pusiera en marcha su cerebro. Kylara estaba segura de que así era, ya que su vieja ama sólo expresaba, como un eco apagado, lo que oía y veía.

—Esos sastres podrían ser mucho mejores que lo que son, más cuidadosos con los detalles finales –murmuró Rannelly cuando Kylara la interrumpió bruscamente con el problema. Suspiró profundamente mientras se arrodillaba para examinar el dobladillo—. Oh, mira esas puntadas. Han sido dadas apresuradamente, con demasiado hilo en la aguja. ..

—Aquel hombre me prometió terminar el vestido en tres días, y aún estaba cosiéndolo cuando llegué. Pero lo necesitaba...

Las manos de Rannelly se inmovilizaron; alzó la mirada hacia su pupila.

—No deberías salir nunca del Weyr sin decírselo a nadie...

—Voy donde me place —dijo Kylara, golpeando el suelo con el pie—. No soy una niña para que controles todos mis movimientos. Soy la Dama del Weyr Meridional. Soy el jinete de la reina. Nadie puede hacerme nada. No lo olvides.

—¿Y no olvida nada mi muñeca?

—No olvido que este Weyr es insoportable...

—Lo cual es un insulto para todos los que nos esforzamos para que te resulte agradable...

—No es que ellos me importen, pero quiero demostrarles que no pueden tratar a una Telgar de la Sangre con esa falta de cortesía.

—¿Quién ha sido descortés con mi pequeña...?

—Arregla ese dobladillo, Rannelly, y no emplees en ello toda la semana. Quiero tener buen aspecto cuando vaya a casa —dijo Kylara, girando la parte. superior de su torso a uno y otro lado, estudiando la caída de sus abundantes y ondulados cabellos rubios—. Es lo único bueno que tiene este horrible lugar: el sol conserva mis cabellos brillantes.

—Como una cascada de rayos de sol, mi niña, y yo los cepillo para sacarles brillo. Los cepillo por la mañana y por la noche. Nunca dejo de hacerlo. Excepto cuando no estás aquí. Esta mañana él te estaba buscando...

—Él no me importa. Arregla ese dobladillo.

—Oh, sí, puedo hacer eso por ti. Quítate el vestido. Así. Ooooooh, preciosa mía, mi muñeca. ¿Quién te ha maltratado de ese modo? ¿Te ha hecho él esas señales en...?

—¡Cállate!

Kylara se alejó rápidamente del vestido caído en el suelo, demasiado consciente de las magulladuras que amorataban su blanca piel. Un motivo más para llevar el vestido nuevo. Volvió a ponerse la ancha túnica de lino que llevaba cuando decidió probarse el vestido. Aunque sin mangas, sus pliegues casi cubrían el gran cardenal en su brazo derecho. Siempre podría atribuirlo a un accidente natural. No es que le importara un comino lo que T'bor pensara, pero se evitaría recriminaciones. Y T'bor nunca sabía lo que había hecho cuando estaba cargado de vino.

—Procura suavizar las cosas —murmuró Rannelly mientras recogía el vestido rojo y empezaba a arrastrar los pies en dirección a su dormitorio—. Ahora perteneces al Weyr. No es conveniente que la gente del Weyr se mezcle con la de los Fuertes. No descuides tus deberes. Aquí eres alguien...

—Cállate, vieja estúpida. La única ventaja de ser Dama del Weyr es que puedo hacer lo que me da la gana. Yo no soy mi madre. No necesito tus consejos.

—Sí, y yo lo sé —dijo la vieja ama, con tanta acritud que Kylara no dejó de mirarla hasta que desapareció.

Bueno, había vuelto a fruncir el ceño... Tenía que esforzarse en evitar aquel gesto: producía arrugas. Kylara deslizó sus manos a lo largo de sus costados, acariciando sensualmente las suaves curvas; luego deslizó una mano a través de su liso vientre. Liso, después de dar a luz cinco hijos. Bueno, no habría ninguno más. Ahora sabía lo que tenía que hacer. Sólo unos instantes más en el inter en el momento adecuado, y...

Pirueteó, riendo, levantando los brazos hacia el techo con tanta violencia que el magullado músculo deltoide protestó, arrancando un gemido de dolor de los labios de Kylara.

Meron no necesitaba... Kylara sonrió lánguidamente. Meron no lo necesitaba, porque era necesaria para ella.

No es un dragonero
, dijo Pridith, despertando de su sueño. No había censura en el tono de la reina dorada; se limitaba a exponer un hecho. Esencialmente el hecho de que a Pridith le aburrían las excursiones que la llevaban a Fuertes, con preferencia a Weyrs. Cuando el capricho de Kylara la impulsaba a visitar a otros dragones, Pridith se sentía más que satisfecha. Pero un Fuerte, con las aterradas incoherencias de un wher guardián por toda compañía, era algo distinto.

—No, no es un dragonero —asintió Kylara enfáticamente, con una sonrisa de recordado placer en sus glotones labios rojos. Una sonrisa que le daba un aire suave, misterioso y seductor, pensó, inclinándose hacia el espejo. Pero la superficie estaba picada, y al reflejarse en ella la piel de Kylara tenía un aspecto enfermizo.

Tengo picor
, dijo Pridith, y Kylara pudo oír que el dragón hembra se movía. El suelo bajo sus pies retembló ligeramente.

Kylara sonrió indulgentemente y, con un revoloteo final y una mueca al imperfecto espejo, acudió en alivio de Pridith. Si pudiera encontrar un hombre de veras capaz de comprenderla y adorarla como la comprendía y adoraba el dragón hembra... Si F'lar, por ejemplo...

Mnementh pertenece a Ramoth
, le dijo Pridith a su jinete cuando Kylara entró en el calvero que servía de alojamiento a la reina dorada del Weyr Meridional. El dragón hembra había raspado la tierra que cubría el lecho de roca que se extendía inmediatamente debajo de la superficie. El sol meridional daba de lleno durante el día sobre la piedra, que conservaba un agradable calor incluso en las noches más frías. En torno se erguían unos fellis, con sus racimos de sonrosados capullos perfumando el aire.

—Mnementh podría ser tuyo, tonta —le dijo Kylara a su animal, rascando la zona afectada por el picor con un cepillo de mango muy largo.

No. no voy a competir con Ramoth
.

—Pensarías de otro modo si te acuciara el deseo —replicó Kylara, preguntándose si alguna vez tendría el valor suficiente para intentar aquel golpe maestro—. Al fin y al cabo, no hay nada inmoral en aparearse con el padre de una o cubrir a la madre de uno...

Kylara pensó en su propia madre, una mujer gastada prematuramente y substituida en el lecho del Señor de Telgar por favoritas más jóvenes y con más vitalidad. Bueno, si ella no hubiese sido descubierta en la Búsqueda, hubiera tenido que casarse con aquel pazguato cuyo nombre había olvidado. No hubiera sido nunca una Dama del Weyr, y no habría tenido el amor de Pridith. Rascó vigorosamente hasta que Pridith, suspirando en un exceso de alivio, arrancó tres racimos de capullos de sus ramas.

Tú eres mi madre
, dijo Pridith, volviendo sus grandes y opalescentes ojos hacia su jinete, en un tono impregnado de amor, admiración, afecto, pasmo y alegría.

A pesar de sus enojosas reflexiones, Kylara sonrió tiernamente a su dragón hembra. No podía enfadarse con el animal, especialmente cuando Pridith la miraba de aquel modo. Pridith la amaba a ella, Kylara, al margen de cualquier consideración. Agradecida, la Dama del Weyr rascó el sensible párpado superior del ojo derecho de Pridith hasta que los párpados inferiores se cerraron uno a uno: el dragón hembra expresaba así lo intenso de su placer. La muchacha se apoyó contra la cabeza cuneiforme, momentáneamente en paz con ella misma, con el mundo, con el bálsamo del amor de Pridith aliviando su infelicidad.

Luego oyó la voz de T'bor a lo lejos, ordenando algo acerca de los cadetes, y se apartó de Pridith. ¿Por qué había tenido que ser T'bor? Era tan ineficaz... Su proximidad no le hacía sentir nunca lo que Meron le hacía sentir, excepto desde luego cuando Orth estaba cubriendo a Pridith, y entonces... entonces era soportable. Pero Meron, sin un dragón, era casi suficiente. Meron era despiadado y ambicioso, de modo que juntos podrían probablemente controlar todo Pern.. .

—Buenos días, Kylara.

Kylara ignoró el saludo. El tono fingidamente alegre de T'bor significaba que estaba decidido a no pelearse con ella sobre la cuestión que iba a plantearle esta vez, fuera la que fuese. Kylara se preguntó qué atractivo había podido encontrar en T'bor, a pesar de que era alto y no mal parecido; pocos dragoneros lo eran. Las delgadas líneas de las cicatrices causadas por las Hebras les daba a menudo un aire más licencioso que repulsivo. T'bor no tenía cicatrices, pero un ceño de aprensión y una especie de vibración nerviosa de sus ojos estropeaban el efecto de su apostura.

—Buenos días, Pridith —añadió.

Me gusta
, le dijo Pridith a su jinete.
Y te aprecia de veras. Tú no eres amable con él
.

«La amabilidad no le conduce a una a ninguna parte», replicó mentalmente Kylara. Luego se volvió con visible mala gana hacia el caudillo del Weyr Meridional:

—¿Qué es lo que pasa ahora?

T'bor enrojeció como hacía siempre al oír aquella nota en la voz de Kylara. Ella se proponía fastidiarle.

—Necesito saber cuántos Weyrs libres tenemos. Lo pregunta el Weyr de Telgar.

—¿Cómo puedo saberlo? Pregúntaselo a Brekke.

El sonrojo de T'bor se hizo más intenso y su expresión más dura.

—Es habitual que la Dama del Weyr se encargue de esos asuntos. . .

—Brekke me reemplaza perfectamente. Y no veo por qué el Weyr Meridional tiene que albergar continuamente a todos los jinetes idiotas que no saben eludir a las Hebras.

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