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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (27 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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—Para empezar, dedica unas patrullas a un cuidadoso reconocimiento del terreno. Como tú has dicho, las Hebras carecen de inteligencia. Incluso en esas nuevas desviaciones podemos encontrar una pauta predecible —F'lar frunció los ojos al cálido sol; estaba sudando en sus ropas de combate de piel de wher, más adecuadas para niveles superiores y el frío del inter.

—Haz un vuelo de reconocimiento conmigo, F'lar —sugirió T'bor ansiosamente—. F'nor, ¿estás en condiciones de acompañarnos? Si se nos pasa por alto una sola madriguera aquí. . .

T'bor hizo que Orth llamara a todos los jinetes incluso los cadetes, y les dijera lo que tenían que buscar, lo que se temía.

Todos los dragoneros del Weyr Meridional respondieron a la llamada, volando a una altura mínima, en formación compacta, para reconocer minuciosamente la región pantanosa hasta el Borde de la Caída. Ningún hombre ni animal pudo informar de alguna anomalía en la vegetación o en el suelo. El terreno sobre el cual habían caído Hebras tan recientemente estaba ahora indiscutiblemente libre de Hebras.

Aquella aparente seguridad aumentó la aprensión de T'bor, aunque consideró inútil otro vuelo de reconocimiento. En consecuencia, los escuadrones regresaron al Weyr por el inter, en tanto que los convalecientes lo hacían en vuelo normal.

Cuando T'bor y F'lar se deslizaban por encima del Weyr, los tejados de las construcciones del Weyr y los negros lechos de tierra y roca de los dragones resplandecieron debajo de ellos como una pauta a través de las hojas de los fellis y aromos gigantes. En el claro principal junto al Vestíbulo del Weyr, Pridith extendió su cuello y sus alas, trompeteando su bienvenida a sus camaradas.

—Vuela otra vez en círculo, Mnementh —le dijo F'lar a su bronce. Antes de enfrentarse con Kylara, quería darle a T'bor la oportunidad de reprenderla en privado. Lamentó, una vez más, haberle sugerido a Lessa que apremiara a aquella mujer para que se convirtiera en Dama de un Weyr. En aquel momento le había parecido una solución lógica. Y lo sentía sinceramente por T'bor, aunque el hombre lograba mantener bajo control sus peores motivos de queja. Pero la ausencia de una reina de un Weyr... Bueno, ¿cómo podría haber sabido Kylara que las Hebras caerían aquí antes de lo previsto? Sin embargo, ¿dónde estaba para no haber podido oír aquella alarma? Ningún dragón dormía tan profundamente.

Volaron en círculo mientras el resto de los dragones ocupaban sus Weyrs, y F'lar observó que ninguno de ellos había tenido que descender junto a la Enfermería.

—¿Luchar contra las Hebras sin ninguna baja?

Me gusta eso
, observó Mnementh.

Sin saber por qué, aquel aspecto de los acontecimientos del día inquietó todavía más a F'lar. En vez de meditar en ello, consideró oportuno tomar tierra. No le gustaba la idea de enfrentarse a Kylara, pero no había tenido ocasión de contarle a T'bor lo que había estado ocurriendo en el norte.

—Ya te he dicho —estaba gritando Kylara, en tono rabioso— que encontré una nidada e Impresioné a esta reina. Cuando regresé, no había aquí nadie que supiera dónde estabais. Pridith necesita unas coordenadas, por si lo has olvidado —Se volvió hacia F'lar ahora, con ojos chispeantes—. Mis mejores saludos, F'lar de Benden —y su voz asumió un tono acariciador que hizo que T'bor se envarase y apretase los dientes—. Ha sido muy amable por tu parte luchar con nosotros cuando el Weyr de Benden se enfrenta con tantos problemas.

F'lar ignoró el alfilerazo y contestó al saludo inclinando ligeramente la cabeza.

—Mira mi lagarto de fuego. ¿No es espléndida? –Kylara sostuvo en alto su brazo derecho, exhibiendo al soñoliento lagarto dorado, con la piel de su vientre tensada por la comida ingerida recientemente.

—Wirenth y Brekke estaban aquí. Ellas sabían dónde estábamos —dijo T'bor.

—¡Brekke! —exclamó Kylara, encogiéndose desdeñosamente de hombros—. Me dio algunas coordenadas absurdas en lo profundo de los pantanos occidentales. Las Hebras no caen.. .

—Hoy lo hicieron —la interrumpió T'bor, con el rostro enrojecido por la rabia.

—¿De veras?

Pridith empezó a gruñir, inquieta, y Kylara se volvió para tranquilizarla, suavizando sus duras y desafiantes facciones.

—¿Ves? Pones nerviosa a Pridith, que está a punto de volver a aparearse.

T'bor parecía peligrosamente a punto de un estallido que, en su calidad de caudillo del Weyr no podía permitirse. La táctica de Kylara era tan obvia qué F'lar se preguntó cómo podía caer el hombre en la trampa. ¿Mejoraría la situación si T'bor era reemplazado por alguno de los caballeros bronce del Weyr? F'lar pensó, como había hecho más de una vez, en la posibilidad de lanzar a Pridith al próximo vuelo de apareamiento en libre competencia. Y, sin embargo, le debía demasiado a T'bor para transigir con el hecho de que esta... esta mujer le ofendiera en una medida semejante. Por otra parte, tal vez uno de los bronce Antiguos más vigorosos, con un jinete capaz de no dejarse engatusar por Kylara y suficientemente interesado en conservar un Caudillaje, podría mantenerla a raya con mano dura.

—T'bor, el mapa de este continente está en el Vestíbulo del Weyr, ¿no es cierto? —preguntó F'lar, distrayendo al hombre—. Me gustaría establecer mentalmente las coordenadas de esta Caída...

—¿No te gusta mi reina? —preguntó Kylara, avanzando unos pasos y alzando el lagarto de fuego hasta colocarlo debajo mismo de la nariz de F'lar.

El animalito, desequilibrado por el repentino movimiento hundió sus afiladas garras en el brazo de Kylara, perforando la piel de wher con la misma facilidad con que las Hebras perforaban las hojas. Profiriendo un aullido, Kylara sacudió su brazo desalojando al lagarto. A media caída, el animal desapareció. El grito de dolor de Kylara se transformó en un alarido de rabia.

—¡Mira lo que has hecho, estúpido! La has perdido.

—Yo, no, Kylara —replicó F'lar con voz dura y fría—. ¡Ten mucho cuidado de no empujar a los demás hasta su límite!

—Yo también tengo límites, F'lar de Benden —gritó Kylara, mientras los dos hombres se dirigían rápidamente hacia el Vestíbulo del Weyr—. No me empujes a mí. ¿Me has oído? ¡No me empujes a mí!

Y siguió con sus maldiciones hasta que Pridith, ahora visiblemente excitada, las ahogó con sus estridentes lamentos.

Al principio, los dos caudillos de los Weyrs se limitaron a estudiar el mapa, tratando de calcular dónde podían haber caído Hebras sin detectar en el continente Meridional. Luego, los lamentos de Pridith se alejaron, y el claro quedó vacío.

—Tropezamos con el problema de siempre, T'bor –dijo F'lar—. Este continente tendría que ser objeto de un minucioso reconocimiento. Oh, me doy cuenta —y alzó una mano, anticipándose a una refutación defensiva— de que no dispones del personal necesario, ni siquiera con la afluencia de colonos procedentes de otras latitudes. Pero las Hebras pueden cruzar montañas —apoyó un dedo sobre la cordillera meridional—, y no sabemos lo que está ocurriendo en esas zonas no incluidas en el mapa. Suponemos que las Hebras sólo caen en este sector de litoral. Pero una vez establecida, una sola madriguera podría abrirse paso a través de cualquier masa de tierra y... —F'lar hizo un gesto significativo con las dos manos—. Daría cualquier cosa por saber cómo pudieron caer Hebras sin ser advertidas en esos marjales durante dos horas, sin dejar rastro de madriguera...

T'bor gruñó su asentimiento, pero F'lar intuyó que no estaba pensando en este problema.

—Tienes más preocupaciones de las que mereces con esa mujer, T'bor. ¿Por qué no declaras de libre competencia el próximo vuelo de apareamiento?

—¡No! —Y Orth hizo eco con un rugido a aquella vehemente negativa.

F'lar miró a T'bor con asombro.

—No, F'lar. Yo controlo a Kylara. Y me controlo a mi mismo también. Y mientras Orth puede cubrir a Pridit Kylara será mía.

F'lar apartó rápidamente la mirada del tormento que reflejaba en el rostro de T'bor.

—Y será mejor que sepas esto también —continuó T'bor en voz baja—. Kylara encontró una nidada completa. La llevó a un Fuerte. Pridith se lo dijo a Orth.

—¿A qué Fuerte?

T'bor agitó la cabeza con desaliento.

—A Pridith no le gusta, de modo que no lo nombra. Tampoco le gusta transportar lagartos de fuego fuera de los Weyrs

F'lar apartó el mechón de cabellos que caía sobre sus ojos en un gesto de irritación. La cosa se complicaba. ¿Un dragón disgustado con su jinete? La única restricción con la que todos habían contado era el lazo que unía a Kylara con Pridith. La mujer no podía ser tan estúpida, tan irreflexiva, tan desconsiderada como para romper aquel lazo en su egocéntrico egoísmo.

Pridith no me escuchará
, dijo Mnementh súbitamente. Ni escuchará a Orth.
Se siente desgraciada. Eso no es bueno.

Hebras cayendo inesperadamente, lagartos de fuego en manos del Señor de un Fuerte, un dragón disgustado con su jinete y otro anticipándose a las preguntas del suyo... ¡Y F'lar había creído tener problemas hacía siete Revoluciones!

—No puedo arreglar todo esto ahora mismo, T'bor. Por favor, pon centinelas y comunícame inmediatamente cualquier noticia de cualquier tipo. Si descubrierais otra nidada te agradecería mucho que me cedieras algunos de los huevos. Comunícame, también, si esa pequeña reina vuelve con Kylara. Admito que el animal tenía motivos, pero si huyen al inter con tanta facilidad, no creo que resulten útiles para nosotros, excepto como animales de compañía.

F'lar montó en Mnementh y saludó al caudillo del Weyr Meridional, sin que esta visita hubiese servido para tranquilizarle. Y había perdido la ventaja de sorprender a los Señores de los Fuertes con los lagartos de fuego. De hecho, el inoportuno regalo de Kylara causaría sin duda más problemas. ¿Una Dama del Weyr entrometiéndose en un Fuerte que no pertenecía a la jurisdicción de su propio Weyr? Casi deseó que los lagartos de fuego sólo sirvieran como animales de compañía, y que el acto de Kylara no trajera consecuencias. De todas maneras, había que contar con el efecto psicológico de aquel dragón en miniatura. Impresionable por cualquiera. Podía haber sido una baza muy valiosa para mejorar las relaciones Weyr—Fuerte.

A medida que Mnementh trepaba más arriba, a los niveles más fríos, la preocupación de F'lar por aquella Caída de Hebras iba en aumento. Habían caído. Habían perforado hojas y hierba, se habían ahogado en el agua, y sin embargo no habían dejado ningún rastro en aquel suelo tan feraz. Los gusanos de arena de Igen devorarían a las Hebras, casi tan eficazmente como el agenothree. Pero las lombrices que bullían en el negro barro del pantano no se parecían ni remotamente a los segmentados y envainados gusanos.

Incapaz de abandonar el continente Meridional sin un reconocimiento final, F'lar ordenó a Mnementh que se dirigiera al sector pantanoso occidental. El bronce le transportó obedientemente al lugar en el que sus patas se habían hundido en el suelo. F'lar se deslizó de su hombro, abriendo la túnica de piel de wher que el húmedo y pegajoso aire del marjal, recalentado por el sol, apretaba contra él como una mojada epidermis. A su alrededor resonaba un coro de leves sonidos, chapoteos y burbujeos, que no había percibido anteriormente. De hecho, el marjal había permanecido extrañamente silencioso, como asustado por la amenaza de las Hebras.

Cuando le dio la vuelta al montón de hierba junto a las raíces del arbusto, la tierra estaba deshabitada, las grises raíces levemente húmedas. Removiendo en otro sector, encontró un pequeño grupo de larvas, pero no con la profusión anterior. Sostuvo la bola de barro en su mano, observando cómo las lombrices se retorcían tratando de huir de la luz y del aire. Fue entonces cuando vio que el follaje de aquel arbusto no estaba ya dañado por las Hebras. El chamuscado había desaparecido, y una fina película se estaba formando sobre el agujero, como si el arbusto se estuviera remendando a si mismo.

Algo se retorció contra la palma de su mano, y F'lar dejó caer apresuradamente la bola de barro, frotando su mano contra su pierna.

Arrancó una hoja, con la señal de las Hebras cicatrizando en el verde follaje.

¿Era posible que las lombrices del continente Meridional fueran el equivalente de los gusanos de arena?

De pronto echó a correr hacia Mnementh, montó de un salto, y agarró las riendas.

—Mnementh, llévame al comienzo de esta Caída. Tienes que retroceder seis horas. El sol estaría en el cenit.

Mnementh no protestó, pero el caballero bronce captó sus pensamientos: F'lar estaba cansado, F'lar debería regresar a Benden y reposar, hablar con Lessa. Viajar por el Inter-tiempo era duro para un jinete.

El frío del inter les envolvió, y F'lar cerró apresuradamente la túnica que había abierto, pero no antes de que el aire helado pareciera morder su esternón. Se estremeció, con algo más que un escalofrío físico, cuando surgieron de nuevo sobre el marjal humeante de vapor. El ardiente sol tardó unos cuantos minutos en contrarrestar los efectos del implacable frío. Mnementh se deslizó ligeramente hacia el norte y se detuvo, planeando, encarado al sur.

No tuvieron que esperar mucho. Muy en lo alto, la sombra grisácea que presagiaba la Caída de las Hebras oscureció el cielo. A pesar de la frecuencia con que había contemplado el espectáculo, F'lar no podía librarse nunca de un sentimiento de temor. Y resultaba todavía más duro presenciar cómo aquella lejana sombra gris empezaba a descomponerse en láminas y racimos de Hebras plateadas. Presenciarlo y permitir que cayeran sin oposición sobre el marjal, debajo. Contemplar cómo perforaban hojas y vegetación, siseando al penetrar en el barro. Incluso Mnementh manifestó su inquietud, con las alas temblorosas mientras luchaba contra su impulso de zambullirse, eructando fuego, hacia la antigua amenaza. Pero también él contempló cómo el Borde de vanguardia avanzaba hacia el sur, a través del marjal, como una lluvia gris de destrucción.

Sin necesidad de una orden, Mnementh se posó a la orilla misma del Borde. Y F'lar, luchando contra una repugnancia tan intensa que estaba convencido de que le haría vomitar, arrancó un puñado de hierba humeante a causa de la penetración de las Hebras. Las lombrices, febrilmente activas, se agitaban pegadas a las raíces. Mientras F'lar sostenía la hierba en alto, unas hinchadas lombrices cayeron al suelo y se enterraron frenéticamente en el barro. Dejó caer aquel puñado de hierba y arrancó el arbusto más próximo, dejando al descubierto las grises y retorcidas raíces. También allí hormigueaban las lombrices, que se enterraron apresuradamente, huyendo de la repentina exposición al aire y a la luz. Las hojas del arbusto humeaban todavía a causa de las perforaciones de las Hebras.

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