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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (25 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Contempló las borrosas siluetas anaranjadas encorvadas sobre la cadena de procesado. Las siluetas se removieron nerviosamente, temiendo su presencia en silencio. Eso hizo que Doole se sintiera mejor, y empezó a caminar por entre ellas inspeccionando su trabajo.

Centenares de larvas ciegas, pálidas criaturas muy parecidas a gusanos con grandes ojos incapaces de ver, movían incesantemente sus cuatro esbeltos brazos para manipular los delicados cristales de especia. Envolvían los segmentos fibrosos en papel opaco y a continuación metían los paquetitos en recipientes protectores especiales, que después serían enviados al astillero y transferidos a la base de la luna de Kessel. Las larvas estaban muy cómodas en la oscuridad total necesaria para el procesado de la especia, y la consecuencia de ello era que actualmente la factoría de especia de Doole funcionaba con una eficiencia mucho mayor de lo que lo había hecho durante los tiempos en que se hallaba bajo el control imperial.

La estimulación telepática de corta duración producida por la especia brillestim había hecho que la sustancia fuese un artículo muy valioso estrechamente controlado por el Imperio. Otros planetas tenían una variedad de especia de efectos menos intensos, conocida en algunas ocasiones como ryll mineral, pero Kessel era el único sitio en el que se podía encontrar el brillestim. El Imperio había dirigido con puño de hierro todo lo referente a la producción de especia de Kessel, reservando el brillestim para el espionaje y los interrogatorios, así como para llevar a cabo comprobaciones de lealtad y decidir la concesión de niveles de acceso en materias de alta seguridad.

Aun así, siempre había existido una vasta demanda en el mercado invisible: parejas de enamorados que querían compartir una efímera conexión telepática, creadores y artistas que buscaban inspiración, inversores que intentaban obtener información privilegiada, estafadores que deseaban timar a clientes ricos... Muchos contrabandistas entregaban la especia a Jabba el Hutt y otros gángsteres que actuaban como distribuidores clandestinos.

Pero el Imperio ya no controlaba la producción de especia. Doole había supuesto que ya no tendría más problemas..., hasta que Solo volvió a aparecer en su vida.

Doole llevaba días esperando la transmisión de Coruscant. Había ensayado una y otra vez las respuestas que daría, y sabía con toda exactitud lo que debía decir. Quizá se había excedido en los ensayos, y era posible que hubiera respondido con una rapidez excesiva que había llegado a despertar las sospechas de la ministra Organa Solo.

Skynxnex le había dicho que estaba exagerando, y que bastaba con que interpretaran su papel. Solo y el wookie habían sido exilados a las minas de especia, donde estaban a buen recaudo. Nadie conseguiría encontrarles jamás, pero aun así siempre existía una pequeña posibilidad de que algo fuera mal. Quizá sería preferible que se limitara a ordenar que mataran a Solo, librándose así de todos los riesgos.

Doole siguió caminando por entre las hileras de larvas. Su borrosa visión de infrarrojos no era mucho peor que la capacidad de visión normal que obtenía de su ojo mecánico. Las criaturas, que en realidad parecían un cruce entre larvas y orugas gigantes, se inclinaban en silencio, y seguían trabajando frenéticamente. Doole las había extraído del saco de huevos y las había criado allí mismo, centrando toda su existencia en el procesado de la especia. Era un dios para ellas.

Cuando Doole pasó junto a él, uno de los machos de mayores dimensiones se irguió adoptando una postura defensiva y agitó sus frágiles brazos como si quisiera alejar a Doole de su territorio. Doole se llevó una gran sorpresa al ver que el macho ya casi había alcanzado la madurez. ¿Sería posible que el tiempo hubiera transcurrido tan deprisa? Aquel macho no tardaría en perder la piel, y saldría de la transformación convertido en un robusto adulto.

Doole tendría que matarlo antes de que eso llegara a ocurrir. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era tener que enfrentarse a cualquier clase de competencia..., aunque el evitarlo significara matar a uno de sus niños.

El jefe Roke estaba inmóvil en el centro de la sala con las manos apoyadas en las caderas, y observaba a los mineros con una sonrisa en sus gruesos labios llenos de bultos.

—Ayer perdimos otro equipo —estaba diciendo—. Un guardia y cuatro trabajadores desaparecieron en los nuevos túneles de los niveles inferiores.

Aguardó en silencio a que digiriesen la noticia, pero la gran mayoría de trabajadores ya se habían percatado de la ausencia de esos mineros.

—Las muestras traídas ayer indican que podría tratarse de una de las vetas de especia más ricas que hemos descubierto hasta el momento, y no voy a permitir que la incompetencia o la superstición me impidan echar mano a ese tesoro. Necesito unos cuantos voluntarios para que bajen conmigo a los túneles inferiores a echar un vistazo..., y si no consigo voluntarios, yo me encargaré de escogerlos. —El jefe Roke esperó—. Oh, no os ofrezcáis voluntarios todos a la vez...

Recorrió la sala con la mirada. Han le estaba observando, y sabía que el papel que había jugado en la pelea del día anterior haría que fuese uno de los elegidos. Pero no le importaba..., no si sus sospechas eran correctas. Han decidió no permitir que el jefe Roke tuviera la satisfacción de obligarle, y dio un paso hacia adelante.

—Me presento voluntario —dijo—. Prefiero eso a otro día de meterme tierra debajo de las uñas.

Roke le contempló con sorpresa, y después entrecerró los ojos y le lanzó una mirada llena de suspicacia.

—Yo también iré.

Kyp Durron se puso al lado de Han, y éste sintió cómo un agradable calor se iba extendiendo por todo su ser, pero intentó contenerlo. No quería dar ninguna clase de explicación..., por lo menos de momento.

Chewbacca lanzó un chillido de sorpresa, y después emitió un gruñido interrogativo que ponía en duda el que Han estuviese muy cuerdo.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el jefe Roke.

—También se ofrece voluntario —respondió Han.

Chewbacca dejó escapar un inquieto resoplido de negativa, pero eso fue todo.

—Un voluntario más —dijo Roke, y volvió a recorrer la sala con la mirada—. Tú, Clorr —Señaló a un ex funcionario de la prisión que había causado muchos daños durante la pelea provocada por Han—. Me llevaré a un guardia y a vosotros cuatro... Poneos los trajes y en marcha.

Roke no desperdició ni un instante. A esas alturas Han ya se había acostumbrado a ponerse el traje calefactor y a ajustarse la máscara respiradora. Activó la unidad de energía para que el calor empezara a inundar su traje. Chewbacca tenía un aspecto ridículo con la tercera manga de su traje calefactor vacía y flácida, que había sujetado al torso mediante cinta adhesiva.

Kyp y Chewbacca no paraban de mirar a Han, y se preguntaban qué andaría tramando. Han movió levemente las manos para indicarles que no era el momento de hacer preguntas. Tenía un plan, naturalmente.

Uno de los guardias parecía estar muy nervioso y sentirse bastante incómodo, y no paraba de pasarse el rifle desintegrador de un hombro al otro.

—¡Vamos! —ordenó el jefe Roke, y dio una palmada.

Los cuatro voluntarios y el segundo guardia formaron una fila delante de la abertura que daba acceso a la cámara metálica alargada donde se guardaban los vagones flotantes. Entraron en ella, y el jefe Roke desenganchó tres vagones del largo convoy. Roke y el guardia se sentaron en el primer vagón, y los prisioneros ocuparon los dos restantes.

—Eh, ¿por qué no nos da gafas infrarrojas? —preguntó Han—. Si realmente hay algo en esos túneles, necesitaremos ver por dónde huimos, ¿no?

Roke se puso las gafas con una mueca despectiva.

—No sois imprescindibles —replicó.

Activó el sistema de guía de los controles del primer vagón. Las luces se apagaron, y la puerta que tenían delante se abrió con un chirrido inundando el compartimiento con chorros de aire frío y tenue.

—Bueno, adiós a mi brillante idea... —dijo Han, y se apresuró a ponerse el respirador.

Clorr, el prisionero de aspecto apático escogido por el jefe Roke, dejó escapar un gemido de abatimiento. Los vagones flotantes se pusieron en movimiento con una sacudida un instante después, y fueron adquiriendo velocidad hasta que avanzaron por los túneles tan deprisa como cohetes. El aire zumbaba junto a ellos cada vez que el vagón se aproximaba a los tubos de roca semiderruidos de los que varias generaciones de mineros de especia habían ido extrayendo los depósitos de brillestim.

Cuando el viento creado por su avance hubo ahogado cualquier otro ruido, Kyp se inclinó hacia Han.

—De acuerdo, y ahora cuéntanos en qué nos hemos metido —dijo a través de su máscara respiradora.

Han se encogió de hombros.

—Tengo una idea, y si estoy en lo correcto quizá consigamos salir de aquí.

Chewbacca emitió un sonido que empezó indicando escepticismo, pero acabó convirtiéndose en una interrogación.

—Piensa en ello, Chewie... —dijo Han—. Las desapariciones se suceden unas a otras, y siempre en el mismo sitio. ¿Y si han encontrado alguna forma de escapar? Han estado trabajando en túneles nuevos, yendo a las áreas inexploradas en busca de especia..., y de repente un montón de mineros no regresa. Tú y yo sabemos que hay un montón de pozos abandonados de los tiempos en que los mineros burlaban la seguridad imperial para explotar la especia de manera ilegal. Este planeta está repleto de entradas a los túneles de especia.

Han hizo una pausa, esperando que ya lo habrían entendido.

—Normalmente los equipos de Roke están formados por un guardia y cinco prisioneros ciegos —siguió diciendo—. ¿Y si doblaran un recodo y de repente encontraran una abertura a la superficie que les permitiera volver a ver? Podrían dominar al guardia y recobrar la libertad escapando por la abertura.

»Pero en cuanto Roke descubra la salida, la bloqueará y no tendremos otra oportunidad de ser libres. Si vamos a huir de aquí, si quiero regresar y ver a Leia y a los chicos... Bueno, entonces he de intentarlo. He pensado que esta apuesta desesperada quizá valga la pena después de todo.

—Parece una buena posibilidad —dijo Kyp—. Llevo tanto tiempo aquí abajo que estoy dispuesto a probar lo que sea.

Chewbacca se mostró de acuerdo, pero con menos entusiasmo.

Siguieron bajando a una profundidad cada vez mayor, doblando una pronunciada curva detrás de otra. Hubo varios momentos en los que Han pensó que las paredes rocosas estaban a menos de un palmo de su cabeza, e intentó agazaparse dentro del vagón. No quería ni imaginar lo que ocurriría si la cabeza de Chewbacca chocaba con una protuberancia a la velocidad con que estaban avanzando.

Han perdió rápidamente toda noción del tiempo en la negrura de las minas de especia. No tenía ni idea de cuánto rato llevaban viajando, de la distancia que habían recorrido o de la velocidad con que los vagones flotantes avanzaban a través de los túneles. El jefe Roke detuvo el vehículo y ordenó a los prisioneros que bajaran. El guardia alzó su rifle desintegrador haciendo bastante ruido.

Han empezó a prestar la máxima atención a todos los ruiditos que oía, construyendo la mejor imagen mental posible de dónde se encontraban el jefe Roke y el guardia en cualquier momento. Eso era algo que necesitaba saber si tenía que huir a toda velocidad, pero se hallaban a tal profundidad que era incapaz de imaginarse que allí pudiera haber un pasaje hasta la superficie.

—Seguidme —dijo el jefe Roke—. Quiero que un prisionero vaya delante de mí y que el guardia vaya el último.

Han oyó un empujón y un jadeo ahogado, y después alguien avanzó tambaleándose y tropezando. ¿Era Kyp? No... El desagradable gemido quejumbroso que oyó a continuación le hizo decidir que el que abriría la marcha sería Clorr, el ex funcionario de la prisión.

El jefe Roke hurgó en su mochila y sacó un aparato de ella. Han oyó unos pitidos y chasquidos de naturaleza electrónica. Aguzó el oído y consiguió ir captando las sucesivas variaciones en los tonos a medida que Roke movía el detector de un lado a otro.

—Estamos rodeados de especia —dijo Roke—. Tal como pensábamos, y la concentración parece ser todavía más alta delante de nosotros... En marcha.

Clorr avanzó tropezando en la oscuridad, seguido por el jefe Roke. Han caminaba a ciegas. Notó que Kyp le cogía por la cintura, y oyó la respiración de Chewbacca creando ecos detrás de su máscara.

Los túneles se fueron volviendo cada vez más fríos a medida que avanzaban. Los dedos desnudos de Han crujían cada vez que los doblaba. Aumentó la potencia de la unidad energética de su traje, pero el incremento de calor no le ayudó demasiado.

Los chasquidos electrónicos del detector de Roke se habían ido haciendo más ruidosos.

—La concentración está aumentando —dijo—. Creo que nos encontramos ante las vetas de especia más densas y frescas que hemos descubierto jamás. Bueno, prisioneros, pronto tendréis mucho más trabajo que hacer...

El detector siguió emitiendo chasquidos, y reanudaron el avance. Aparte de los ruidos que producían al moverse, el túnel de especia parecía una boca llena de silencio.

Han creyó oír un repentino escurrirse en el tramo de túnel que se extendía por delante de ellos, como si algo inmenso se hubiera movido, se hubiera detenido y hubiera vuelto a moverse después para ir retrocediendo lentamente, igual que si estuviera acechándoles. Clorr murmuró algo para sí mismo delante de él, pero Han oyó cómo el jefe Roke le obligaba a seguir avanzando de un empujón.

—La lectura se vuelve más potente al doblar ese recodo. —La voz ronca y gutural del jefe Roke estaba impregnada por una sombra de excitación casi infantil—. Voy a tener que recalibrar este sensor.

Han volvió a oír aquel ruidito lejano, pero esta vez parecía venir de un tramo del túnel más distante. No había sido producido por ningún miembro del grupo, y hacía pensar en afilados pinchos metálicos moviéndose por encima de un cristal.

El sonido de fondo de los pies humanos que avanzaban despacio y arrastrándose cambió un poco cuando doblaron el recodo del túnel.

—¡La lectura de la especia se ha salido de la escala! —gritó el jefe Roke.

Y de repente Clorr gritó.

—¡Eh! —exclamó Roke.

Clorr volvió a gritar, pero esta vez el sonido llegó desde una parte muy alejada del túnel, como si algo lo hubiese agarrado y hubiera huido después a toda velocidad llevándolo hasta una madriguera secreta.

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