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Authors: Herman Koch

La cena (24 page)

BOOK: La cena
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Mi hijo. Michel. Había pensado en un futuro, sin preguntarme si todavía había uno.

—¿Meditarlo bien? —repitió Babette—. Eso es lo que debería hacer justamente. Meditar las cosas por una vez.;

—Yo no me refería a eso —terció Claire—, me refería a que Serge no es libre de tomar una decisión así en solitario.;

—¡Yo soy su esposa! —exclamó Babette, y empezó a sollozar de nuevo.

—Tampoco me refería a eso, Babette —explicó Claire mirando a Serge—. Me refiero a que esto nos incumbe a todos. Todos estamos implicados. Los cuatro.

—Por eso quería quedar con vosotros —dijo Serge—, para decidir entre todos cómo lo vamos a hacer.;

—¿Cómo lo vamos a hacer? —repitió Claire.;

—Como vamos a hacerlo público de manera que nuestros hijos tengan una oportunidad justa.

—Pero tú no les das la menor oportunidad, Serge. Lo que harás público es que te retiras de la política. Que ya no quieres ser primer ministro. Porque no puedes vivir con eso, según dices.

—¿Acaso tú sí puedes vivir con eso?

—No se trata de si yo puedo o no puedo. Se trata de Michel. Michel tiene que poder vivir con ello.

—¿Y él puede?

—Serge, no finjas que no me entiendes. Has tomado una decisión. Con esa decisión estás decidiendo también el futuro de tu hijo. Eso ya lo sabes, aunque me pregunto si eres consciente de lo que vas a desencadenar. Pero resulta que tu decisión también destruye el futuro de mi hijo.

Mi hijo. Claire había dicho «mi hijo». En ese momento, podría haberme mirado fugazmente, en busca de apoyo, aunque sólo fuera una mirada de complicidad, y corregirse al instante y decir nuestro hijo, pero no lo hizo; no me miró, sino que mantuvo los ojos clavados en Serge.

—No, Serge. El futuro sólo se verá arruinado si tú te empeñas en dártelas de político noble. Como tú no puedes vivir con algo así, das por sentado que eso también vale para mi hijo. Quizá puedas convencer a Rick; espero que seas capaz de explicarle lo que vas a hacer con su vida, pero haz el favor de dejar a Michel fuera de esto.

—¿Cómo voy a dejar a Michel fuera, Claire? ¿Cómo? Explícamelo, por favor. Me refiero a que los dos estaban juntos. ¿O acaso pretendes negarlo? —Serge hizo una pausa, como si lo asustase su propio pensamiento inacabado—. ¿Es eso? —preguntó.

—Serge, sé realista. No ha pasado nada. Nadie ha sido arrestado. Ni siquiera tienen sospechosos. Sólo nosotros sabemos lo que sucedió. Sencillamente, es demasiado poco para sacrificar el futuro de nuestros hijos de quince años. No estoy hablando de tu futuro. Tú harás lo que consideres correcto, pero no puedes arrastrar contigo a nadie más. Y menos aún a tu propio hijo, no hablemos ya del mío. Lo presentas como un acto de puro sacrificio por tu parte: Serge Lohman, el ambicioso político, nuestro nuevo primer ministro, renuncia a su carrera porque no puede vivir con ese secreto. En realidad, donde dice secreto debería decir escándalo. Parece muy noble, pero es un acto de egoísmo puro.;

—Claire —terció Babette.

—Un momento, un momento —dijo Serge haciendo un gesto para acallar a su mujer—. Permíteme un momento, aún no he terminado. —Se dirigió de nuevo a Claire—. ¿Es egoísta darle a tu hijo una oportunidad justa? ¿Es egoísta que un padre renuncie a su futuro por el futuro de su hijo? Al menos dime dónde ves el egoísmo.

—¿Qué le reserva ese futuro? ¿Qué va hacer con un futuro en el que su padre lo sienta en el banquillo de los acusados? ¿Cómo le explicará su padre que van a encarcelarlo por su culpa?

—Pero eso será sólo por unos años, lo que te cae en este país por homicidio. No negaré que no sea drástico, pero transcurridos esos años habrán cumplido su condena y podrán retomar sus vidas poco a poco. Vamos a ver, ¿qué es lo que propones tú, Claire?

—Nada.

—Nada. —Serge repitió la palabra como una constatación neutra, sin signo de interrogación.

—Estas cosas acaban por olvidarse. Ya está pasando ahora mismo. La gente dice que es una vergüenza, pero quieren seguir adelante con sus vidas. Dentro de dos o tres meses ya nadie hablará de ello.

—No es sólo eso, Claire. Yo... nosotros hemos notado que esto está destrozando a Rick. Quizá la gente lo olvidará, pero él no.

—Pero nosotros podemos ayudarlo, Serge. A olvidar. Sólo digo que no hay que precipitarse al tomar este tipo de decisiones. Es posible que dentro de un mes, o de unas semanas, todo haya cambiado. Podremos hablarlo con tranquilidad. Con Rick. Con Michel.

Con Beau, habría querido añadir, pero me contuve.;

—Me temo que no va a poder ser —repuso Serge.

En el silencio que siguió sólo se oyeron los tenues sollozos de Babette.

—Mañana habrá una rueda de prensa en la que anunciaré mi renuncia. Mañana a las doce. Será retransmitida en directo. Abrirá el noticiario del mediodía. —Le echó un vistazo a su reloj—. ¡Vaya!, ¿ya es tan tarde? —exclamó, y pareció no hacer el menor esfuerzo para que sonase como una constatación banal—. Debo... Tengo una cita —dijo—. Dentro de poco. Media hora.

—¿Una cita? —repitió Claire—. Pero íbamos a... ¿Con quién?

—El director quiere ver el lugar donde se hará la rueda de prensa para comentarme algunas cosas. No me pareció buena idea hacer algo así en La Haya. Una rueda de prensa como ésta. Eso nunca ha ido conmigo. Por eso pensé en algo menos formal...

—¿Dónde? —dijo Claire—. ¡Espero que no digas que aquí!

—No. ¿Conoces el bar de aquí enfrente, adonde nos llevasteis un día hace unos meses? Comimos allí y todo. El... —Fingió intentar recordar el nombre y luego lo dijo—. Mientras pensaba en el sitio apropiado, se me ocurrió de pronto. Un bar normal. Gente corriente. Allí me siento más a mis anchas que en una de esas frías salas de conferencias. Le propuse a Paul que quedásemos allí esta noche para tomarnos una cerveza antes de la cena, pero él no quiso.

39

—¿Querrán tomar café?

El maître había aparecido de pronto junto a nuestra mesa, con las manos a la espalda y ligeramente inclinado hacia delante; sus ojos se quedaron prendidos unos instantes en la dame blanche hundida de Serge y después nos dirigió una mirada interrogante.

Podía equivocarme, pero me pareció percibir cierta premura en los gestos y las expresiones faciales del maître. Era algo que sucedía con frecuencia en esa clase de restaurantes: una vez que acababas de comer y ya no había una posibilidad real de que pidieses otra botella de vino, ya podías largarte con viento fresco.

Aunque en la mesa estuviese sentado quien siete meses después podría ser el nuevo primer ministro, pensé. Hay un momento para llegar y un momento para marcharse.

Serge volvió a echar un vistazo a su reloj.

—Bueno, creo... —Miró a Babette y luego a Claire—. Propongo que vayamos a tomar el café al bar —dijo.

Ex, me corregí. Ex primer ministro. O no... ¿Cómo se llama al que no llega a primer ministro aunque tenía todos los números para ello? ¿Ex candidato?

Comoquiera que fuese, el prefijo ex no sonaba bien. Los ex futbolistas y los ex ciclistas saben a lo que me refiero. Estaba por verse si mi hermano aún podría reservar una mesa para el mismo día en ese restaurante después de la rueda de prensa del día siguiente. Lo más probable era que a un ex candidato lo apuntasen en la lista de espera de, por lo menos, tres meses.

—Así que tráiganos la cuenta, por favor —pidió Serge. Quizá no me fijé bien, pero yo diría que no esperó a ver si Babette y Claire estaban de acuerdo con la idea de tomar el café en el bar.

—Yo sí quiero un café —dije—. Un espresso —añadí—. Y algo más. —Me quedé un momento pensativo; me había moderado toda la velada y ahora no sabía qué me apetecía.

—Yo también tomaré un espresso —dijo Claire—, y una grappa.

Mi esposa. Sentí algo cálido, ojalá estuviera sentado a su lado y pudiera tocarla.

—Para mí también una grappa —dije.

—¿Y para usted? —El maître parecía un poco confuso y miró a mi hermano.

Pero Serge negó con la cabeza.

—Solamente la cuenta, gracias. Mi esposa y yo... tenemos que... —Le dirigió una mirada a su mujer, una mirada de pánico, lo advertí incluso con el rabillo del ojo.

No me habría sorprendido que Babette pidiese un espresso también.

Pero Babette había cesado de sonarse y se frotó la nariz con la punta de la servilleta.

—No tomaré nada, gracias —dijo sin mirar al maître.;

—Entonces serán dos espressos y dos grappas. ¿Qué grappa desean tomar? Tenemos siete clases distintas, desde la añeja, envejecida en barricas de roble, hasta la joven...;

—La normal —lo interrumpió Claire—. La transparente.;

El maître hizo una inclinación casi imperceptible.;

—Una grappa joven para la señora. ¿Y para el señor?;

—Lo mismo.

—Y la cuenta —repitió Serge.

Después de que el maître se alejara presuroso, Babette se volvió hacia mí e hizo un intento por sonreírme.

—¿Y tú, Paul? No has dicho nada aún. ¿Qué piensas tú?;

—Me parece raro que Serge haya elegido nuestro bar.;

La sonrisa, o al menos el amago, desapareció del semblante de Babette.

—Paul, por favor —dijo Serge, y miró a Claire.

—Sí, me parece raro —insistí—. Fuimos nosotros los que os llevamos allí en una ocasión. Claire y yo vamos a menudo a comer un menú. No puedes organizar una rueda de prensa allí por las buenas.

—Paul —repitió mi hermano—. No sé si te das cuenta de lo serio...

—Déjalo que acabe —pidió Babette.

—En realidad ya he acabado —dije—. Al que no entienda algo así, no puedo explicárselo.

—Nos pareció un bar agradable —observó Babette—. Sólo guardamos buenos recuerdos de aquella velada.;

—¡Qué costillas de cerdo! —exclamó Serge.

Esperé un momento por si alguien aportaba algo más, pero todos guardamos silencio.

—Exacto —dije entonces—. Buenos recuerdos. ¿Qué recuerdos tendremos Claire y yo después?

—Paul, compórtate de forma normal —dijo Serge—. Estamos hablando del futuro de nuestros hijos. De mi futuro no quiero seguir hablando.

—Pero es que tiene razón —convino Claire.;

—Oh, no, por favor —protestó Serge.

—Nada de por favor —replicó mi esposa—. Se trata sencillamente de la facilidad con que te apropias de todo lo nuestro. Eso es lo que Paul quiere decir. Hablas del futuro de nuestros hijos, pero en realidad no te interesa, Serge. Te has apropiado de ese futuro. Con la misma facilidad con que te apropias de un bar como decorado perfecto para tu rueda de prensa. Sólo para que se vea más auténtica. No se te ha ocurrido preguntarnos qué nos parece a nosotros.

—Pero ¿qué estáis diciendo? —exclamó Babette—. Habláis de la rueda de prensa como si fuese a celebrarse de verdad. Había esperado que fueseis capaces de quitarle esa tontería de la cabeza. Sobre todo tú, Claire. Por lo que me has dicho antes en el jardín.

—¿De eso se trata? —inquirió Serge—. ¿De vuestro bar? No tenía ni idea de que fuera vuestro bar. Creía que era un establecimiento público y de libre acceso. Os ruego que me disculpéis.

—Es nuestro hijo —dijo Claire—. Y sí, es nuestro bar. Es cierto que no podemos reclamar ningún derecho sobre él; sin embargo, así es como lo sentimos. Paul tiene razón cuando dice que no se puede explicar. Una cosa así, o la entiendes o no la entiendes.

Serge se sacó el móvil del bolsillo y miró la pantalla.;

—Perdonad, tengo que contestar. —Se puso el móvil en la oreja, echó la silla hacia atrás y se levantó a medias—. Sí, soy Serge Lohman... Hola.

—¡Mierda! —Babette arrojó la servilleta sobre la mesa—. ¡Mierda! —farfulló de nuevo.

Serge se había alejado unos pasos de nuestra mesa, se inclinó hacia delante y con dos dedos de la mano libre se tapó la otra oreja.

—No, no es eso —pude distinguir—. Se ha complicado un poco. —Luego siguió andando entre las mesas en dirección a los lavabos o la salida.

Claire sacó su móvil del bolso.

—Quiero hablar un momento con Michel —dijo mirándome—. ¿Qué hora es? No quisiera despertarlo. Nunca llevo reloj. Desde que no estoy en activo, procuro vivir regulándome con la posición del sol, la rotación de la Tierra y la intensidad de la luz.

Claire lo sabía.

—No lo sé —repuse. Sentí algo, un cosquilleo en la nuca, por la forma en que ella me miró fijamente (sería más apropiado decir me escrutó), lo que me dio la impresión de que me estaba implicando en algo, aunque en ese momento no se me ocurría en qué.

Era mejor que no estar implicado en nada, me dije. Mejor que «papá no sabe absolutamente nada».

Claire miró de reojo.

—¿Qué pasa? —preguntó Babette.;

—¿Qué hora tienes? —preguntó Claire.

Mi cuñada sacó el móvil del bolso, miró la pantalla y se lo dijo. No volvió a guardar el móvil, sino que lo dejó encima de la mesa, a su lado. Tampoco le dijo: «¿Es que no puedes mirar la hora en tu móvil?»

—El pobrecillo lleva toda la noche solo en casa —comentó Claire—. Ya tiene casi los dieciséis y se las da de duro, pero aun así...

—Pues para otras cosas se ve que ya son bastante mayores —replicó Babette.

Claire guardó silencio y se pasó la punta de la lengua por el labio superior, un gesto que siempre hace cuando algo la irrita.

—A veces creo que ése es precisamente nuestro error. Quizá nos lo tomamos con demasiada ligereza, Babette. Lo jóvenes que son. A ojos del mundo exterior son de pronto adultos, porque han hecho algo que nosotros, los adultos, consideramos un crimen. Pero creo que ellos lo siguen viendo con ojos de niños. Eso es precisamente lo que quiero hacerle entender a Serge: Que no tenemos derecho a robarles su infancia sólo porque según nuestras normas adultas han cometido un crimen por el que tendrían que pagar el resto de sus vidas.

Babette soltó un profundo suspiro.

—Por desgracia creo que tienes razón, Claire. Algo ha desaparecido, algo... su ingenuidad quizá. Antes era siempre tan... bueno, ya sabéis cómo era Rick. Ahora ese Rick ya no existe. Las últimas semanas se pasa el día encerrado en su cuarto. No abre la boca cuando nos sentamos a la mesa. Hay algo en su expresión, algo grave, como si estuviese todo el rato dando vueltas a las cosas. Antes no hacía eso, calentarse tanto la cabeza.

—Pero lo importante es cómo lo llevas tú. Cómo lo lleváis vosotros. Me refiero a que tal vez esté todo el día calentándose la cabeza porque cree que eso es justamente lo que esperáis de él.

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