Read La civilización del espectáculo Online
Authors: Mario Vargas Llosa
Es un estado perfectamente lícito, desde luego, y que tiene sus encantos: a todos nos gusta evadirnos de la realidad objetiva en brazos de la fantasía; ésa ha sido, también, desde el principio, una de las funciones de la literatura. Pero irrealizar el presente, mudar en ficción la historia real, desmoviliza al ciudadano, lo hace sentir eximido de responsabilidad cívica, creer que está fuera de su alcance intervenir en una historia cuyo guión se halla ya escrito, interpretado y filmado de modo irreversible. Por este camino podemos deslizarnos hacia un mundo sin ciudadanos, de espectadores, un mundo que, aunque tenga las formas democráticas, habrá llegado a ser aquella sociedad letárgica, de hombres y mujeres resignados, que todas las dictaduras aspiran a implantar.
Además de convertir la información en ficción en razón de la naturaleza de su lenguaje y de las limitaciones de tiempo de que dispone, el margen de libertad de que disfruta la creación audiovisual está constreñido por el altísimo costo de su producción. Ésta es una realidad no
premeditada, pero determinante, pues gravita como una coacción sobre el realizador a la hora de elegir un tema y concebir la manera de narrarlo. La búsqueda del éxito inmediato no es en su caso una coquetería, una vanidad, una ambición; es el requisito sin el cual no puede hacer (o volver a hacer) una película. Pero el tenaz conformismo que suele ser la norma del producto audiovisual típico no se debe sólo a esta necesidad de conquistar un gran público, apuntando a lo más bajo, para recuperar los elevados presupuestos; también, a que, por tratarse de géneros de masas, con repercusión inmediata en vastos sectores, la televisión y, luego, el cine, son los medios más controlados por los poderes, aun en los países más abiertos. No explícitamente censurados, aunque, en algunos casos, sí; más bien, vigilados, aconsejados, disuadidos, mediante leyes, reglamentos o presiones políticas y económicas, de abordar los temas más conflictivos o de abordarlos de modo conflictivo. En otras palabras, inducidos a ser exclusivamente entretenidos.
Este contexto ha generado para la palabra escrita y su principal exponente, la literatura, una situación de privilegio. La oportunidad, casi diría la obligación, ya que ella sí lo puede, de ser problemática, «peligrosa», como creen que lo es los dictadores y los fanáticos, agitadora de conciencias, inconforme, preocupante, crítica, empeñada, según el refrán español, en buscarle tres pies al gato a sabiendas de que tiene cuatro. Hay un vacío que llenar y los medios audiovisuales no están en condiciones ni permitidos de hacerlo a cabalidad. Ese trabajo debe
hacerse, si no queremos que el más preciado bien de que gozamos —las minorías que gozamos de él—, la cultura de la libertad, la democracia política, se deteriore y sucumba, por dimisión de sus beneficiarios.
La libertad es un bien precioso, pero no está garantizada, a ningún país, a ninguna persona, que no sepan asumirla, ejercitarla y defenderla.
La literatura, que respira y vive gracias a ella, que sin ella se asfixia, puede hacer comprender que la libertad no es un don del cielo sino una elección, una convicción, una práctica y unas ideas que deben enriquecerse y ponerse a prueba todo el tiempo. Y, también, que la democracia es la mejor defensa que se ha inventado contra la guerra, como postuló Kant, algo que es hoy todavía más verdadero que cuando el filósofo lo escribió, pues casi todas las guerras en el mundo desde hace por lo menos un siglo han tenido lugar entre dictaduras, o sido desatadas por regímenes autoritarios y totalitarios contra democracias, en tanto que casi no se da el caso —las excepciones hay que buscarlas como aguja en un pajar— de guerras que enfrenten a dos países democráticos. La lección es clarísima. La mejor manera que tienen los países libres de lograr un planeta pacificado es promoviendo la cultura democrática. En otras palabras, combatiendo a los regímenes despóticos cuya sola existencia es amenaza de conflicto bélico, cuando no de promoción y financiación del terrorismo internacional. Por eso, hago mía la llamada de Wole Soyinka para que los gobiernos del mundo desarrollado apliquen sanciones económicas y diplomáticas a los gobiernos tiránicos, que violan los derechos humanos, en vez de ampararlos o mirar al otro lado cuando perpetran sus crímenes, con la excusa de que así aseguran las inversiones y la expansión de sus empresas. Esa política es inmoral y también impráctica, a mediano plazo. Porque la seguridad que ofrecen regímenes que asesinan a sus disidentes, como el del general Abacha, en Nigeria, o la China que esclaviza el Tíbet, o la satrapía castrense de Birmania, o el Gulag tropical cubano, es precaria y puede desintegrarse en la
anarquía o la violencia, como ocurrió con la Unión Soviética. La mejor garantía para el comercio, la inversión y el orden económico internacional es la expansión de la legalidad y la libertad por todo el mundo. Hay quienes dicen que las sanciones son ineficaces para impulsar la democracia. ¿Acaso no sirvieron en África del Sur, en Chile, en Haití, para acelerar el desplome de la dictadura?
Que el escritor «se comprometa» no puede querer decir que renuncie a la aventura de la imaginación, ni a los experimentos del lenguaje, ni a ninguna de las búsquedas, audacias y riesgos que hacen estimulante el trabajo intelectual, ni que riña con la risa, la sonrisa o el juego porque considera incompatible con la responsabilidad cívica el deber de entretener. Divertir, hechizar, deslumbrar, lo han hecho siempre los grandes poemas, dramas, novelas y ensayos. No hay idea, personaje o anécdota de la literatura que viva y dure si no sale, como el conejo del sombrero de copa del ilusionista, de hechiceros pases mágicos. No se trata de eso.
Se trata de aceptar el desafío que este fin del milenio nos lanza a todos, y del que no podemos excluirnos las mujeres y los hombres dedicados al quehacer cultural: ¿vamos a sobrevivir? La caída del simbólico Muro de Berlín no ha vuelto inútil la pregunta. La ha reformulado, añadiéndole incógnitas. Antes, conjeturábamos si estallaría la gran confrontación incubada por la guerra fría y si el mundo se consumiría en el holocausto de un solo conflicto entre el Este y el Oeste. Ahora, se trata de saber si la muerte de la civilización será más lenta y descentralizada, resultado de una sucesión de múltiples conflagraciones regionales y nacionales suscitadas por razones ideológicas, religiosas, étnicas y la cruda ambición de poder. Las armas están allí y siguen fabricándose. Atómicas y convencionales, sobran para desaparecer varios planetas, además de esta pequeña estrella sin luz propia que nos tocó. La tecnología de la destrucción sigue su progreso vertiginoso y hasta se abarata. Hoy, una organización terrorista de pocos miembros y moderados recursos, dispone de un instrumental
destructivo más poderoso que aquellos con que contaron los más eficientes devastadores, como Atila o Genghis Khan. Éste no es un problema de las pantallas, grandes o chicas. Es nuestro problema. Y si todos, incluidos los que escribimos, no le encontramos solución, puede ocurrir que, como en una amena película, los monstruos bélicos se escapen de su recinto de celuloide y hagan volar la casa en que nos creíamos a salvo.
En sus años de exilio en Francia, cuando Europa entera iba cayendo bajo el avance de los ejércitos nazis, que parecían irresistibles, un hombre de pluma nacido en Berlín, Walter Benjamin, estudiaba afanoso la poesía de Charles Baudelaire. Escribía sobre él un libro, que nunca terminó, del que dejó unos capítulos que hoy leemos con la fascinación que nos producen los más fecundos ensayos. ¿Por qué Baudelaire? ¿Por qué ese tema, en aquel sombrío momento? Leyéndolo, descubrimos que en
Les Fleurs du Mal
había respuestas a inquietantes interrogaciones que planteaba, para la vida del espíritu y del intelecto, el desarrollo de una cultura urbana, la situación del individuo y sus fantasmas en una sociedad masificada y despersonalizada por el crecimiento industrial, la orientación que en esa nueva
sociedad adoptarían la literatura, el arte, el sueño y los deseos humanos. La imagen de Walter Benjamin inclinado sobre Baudelaire mientras se cerraba en torno a su persona el cerco que terminaría por ahogarlo, es tan conmovedora como la del filósofo Karl Popper, quien, por esos mismos años, en su exilio en el otro lado del mundo, Nueva Zelanda, se ponía a aprender griego clásico y estudiar a Platón, como —son sus palabras— su contribución personal a la lucha contra el totalitarismo. Así nacería ese libro capital,
La sociedad abierta y sus enemigos
.
Benjamin y Popper, el marxista y el liberal, heterodoxos y originales dentro de las grandes corrientes de pensamiento que renovaron e impulsaron, son dos ejemplos de cómo escribiendo se puede resistir la adversidad, actuar, influir en la historia. Modelos de escritores
comprometidos, los cito, para terminar, como evidencias de que, por más que el aire se enrarezca y la vida no les resulte propicia, los dinosaurios pueden arreglárselas para sobrevivir y ser útiles en los tiempos difíciles.
París, 18 de septiembre de 1996
Aunque las limitaciones y errores que pueda tener este ensayo son sólo míos, sus eventuales aciertos deben mucho a las sugerencias de tres amigos generosos que leyeron el manuscrito y a quienes quiero citar y agradecer: Verónica Ramírez Muro, Jorge Manzanil a y Carlos Granés.
MARIO VARGAS LLOSA
Madrid, octubre de 2011
MARIO VARGAS LLOSA,
Premio Nobel de Literatura 2010, nació en Arequipa, Perú, en 1936. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de relatos,
Los jefes,
que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobró notoriedad con la publicación de
La ciudad y los perros,
Premio Biblioteca Breve (1962) y Premio de la Crítica (1963). En 1965 apareció su segunda novela,
La casa verde,
que obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Internacional Rómulo Gal egos. Posteriormente ha publicado piezas teatrales (
La señorita de Tacna, Kathie y el hipopótamo, La Chunga, El loco de los balcones, Ojos bonitos, cuadros feos
y
Las mil noches y una noche
), estudios y ensayos (como
La orgía perpetua, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible, El viaje a la ficción
y
Cartas a un joven novelista
), memorias
(El pez en el agua),
relatos
(Los cachorros)
y, sobre todo, novelas:
Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Elogio de la madrastra, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, El Paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala
y
El sueño del celta.
Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde los ya mencionados hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour.
[1]
Cito por la edición de Faber and Faber de 1962. Todas las traducciones al español son mías.
[2]
Cito por George Steiner, En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, Barcelona, Editorial Gedisa, 2006. Todas las citas son de esta edición.
[3]
Cito por Guy Debord, La Société du Spectacle, París, Gallimard, Folio, 1992. Todas las traducciones al español son mías.
[4]
Gil es Lipovetsky/Jean Serroy, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Barcelona, Anagrama, Colección Argumentos, 2010. Todas las citas son de esta edición.
[5]
Cito la carta de un amigo colombiano: «A mí también me ha llamado la atención, sobre todo cierta forma de neoindigenismo que practican, como nueva moda, las clases altas y medias bogotanas (quizás también en otros países). Ahora, en lugar de cura o psicoanalista, estos jóvenes tienen chamán, y cada quince días toman yagé en ceremonias colectivas que tienen un fin terapéutico y espiritual. Quienes participan en esto son, desde luego, “ateos”: gente de cultura, artistas, antiguos bohemios...».
[6]
Carlos Granés Maya, «Revoluciones modernas, culpas posmodernas», en Antropología: horizontes estéticos, edición de Carmelo Lisón Tolosana, Barcelona, Editorial Anthropos, 2010, p. 227.
[7]
Paz, Octavio, «Chiapas: hechos, dichos y gestos», en Obra completa, V, 2.ª edición, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2002, p. 546.
[8]
El País, Madrid, 6 de septiembre de 2008.
[9]
María Zambrano, El hombre y lo divino, Barcelona, Círculo de Lectores, Opera Mundi, 1999, pp. 145-149 y 429.
[10]
Véase su artículo «Réquiem por el papel» en El País, 15 de octubre de 2011.
[11]
Véase su respuesta a Volpi, «El siglo XXV: una hipótesis de lectura», en El País, 3 de diciembre de 2011.
[12]
Texto leído en la Frankfurter Paulskirche, el 6 de octubre de 1996, al recibir el Premio de la Paz (Friedenspreis) de los Editores y Libreros alemanes.