La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (46 page)

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Examinaremos una historia de este género que gozaba de gran popularidad. Su tema es bastante simple: un monje tiene la costumbre de pasar sus noches con una mujer casada hasta que un día el marido lo descubre y lo castra. Los autores compadecen más al monje que al marido. Para caracterizar (irónicamente) la «castidad» de la dama, se cita el número de sus amantes, que sobrepasa toda cifra verosímil. De hecho, esta historia no es otra que «la farsa trágica de la pérdida del falo del monje». El número importante de manuscritos que conocemos del siglo
XIII
dan testimonio de su popularidad. En muchos de ellos aparece bajo la forma de una «alegre homilía», mientras que en el siglo
XV
adquiere la forma de una «Pasión». En el
Codex parisinus,
se titula
Passio cuiusdem monachi.
Presentada como una lectura evangélica, comienza con las palabras: «En aquel tiempo...» De hecho, es una verdadera «pasión carnavalesca».

Uno de los temas más difundidos en la literatura recreativa latina de los siglos
XII
y
XIII
era el de la superioridad del clérigo sobre el caballero en materia de amor,
Le Concile d'amour a Remiremont,
que describe un concilio de mujeres, nos es conocido desde el siglo
XII
. En sus discursos, las mujeres celebran la superioridad de los clérigos sobre los caballeros en materia amorosa. Numerosas obras del siglo
XIII
tratan temas análogos, poniendo en escena concilios y sínodos del clero, reunidos para defender el derecho de los clérigos a tener mujeres y concubinas. Este derecho es demostrado por múltiples referencias paródicas al Evangelio y a otros textos sagrados.
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En todas estas obras, la figura del clérigo o del monje se convierte contradictoriamente en representante de la virilidad y la abundancia material y corporal. El hermano Juan, y parcialmente Panurgo, están ya en preparación. Después de esta digresión volvamos a las imágenes del banquete.

En la misma época, la tradición medieval del banquete se desarrolla en dos nuevas direcciones: en las misas paródicas de los borrachines y en la obra lírica de los «vagantes», escrita en lengua latina. Estos fenómenos son bien conocidos y no necesitan un examen detallado. Al lado de las misas paródicas de los borrachines
(Missa de potatoribus
o
Potatorutn missa)
existían las misas de jugadores
(Officium lusorum)
y a veces incluso los dos elementos: vino y juego, eran reunidos en la misma misa.

Estas misas seguían a veces de manera estricta el texto de los verdaderos oficios. Las imágenes del vino y de la borrachera están casi enteramente desprovistas de carácter ambivalente. Por su naturaleza, estas obras se relacionan con los disfraces paródicos superficiales de los tiempos modernos. En la poesía de los vagantes, las imágenes del beber, del comer, del juego y del amor revelan los lazos que les unen a las formas de la fiesta popular. Se encuentra así la influencia de la tradición antigua de las canciones báquicas. Pero, en su conjunto, las imágenes del banquete ingresan en la nueva vía del desarrollo individual y lírico.

Es así como se presenta la tradición del banquete en la literatura recreativa y la fiesta latina de la Edad Media. Su influencia sobre Rabelais es, sin duda, perfectamente cierta. Sus obras, además, revisten un inmenso valor explicativo en tanto que fenómenos relacionados y paralelos.

¿Cuáles son las funciones de las imágenes del banquete en la tradición medieval que acabamos de definir?

En todos los casos, desde la
Coena Cypriani
hasta las homilías de Zenón y las sátiras y parodias más reciente de los siglos
XV
y
XVI
, las imágenes del banquete
liberan la palabra,
confieren un tono libre y sin temor a toda la obra. En el
simposium
de la Edad Media, a diferencia del de la Antigüedad, no hay, en la mayoría de los casos, ni discursos ni debates filosóficos. Pero toda la obra en conjunto, toda su materia verbal, está penetrada del espíritu del banquete.
El juego libre con las cosas sagradas
constituye el tenor esencial del
simposium
medieval. No se trata ni de nihilismo ni de alegría primitiva extraída de la degradación de lo elevado. No comprenderíamos el espíritu del
simposium
grotesco si no tomásemos en consideración el elemento profundamente positivo del
triunfo victorioso
inherente a toda imagen del banquete de origen folklórico. La conciencia de su fuerza
puramente humana, material y corporal
compenetra el
simposium
grotesco.
El hombre no teme al mundo, lo ha vencido y lo degusta.
En la atmósfera de esta degustación victoriosa, el mundo toma un aspecto nuevo: cosecha copiosa, crecimiento generoso. Todos los terrores místicos se disipan (sólo los usurpadores y afirmadores del viejo mundo agonizante habrán de perseguir los banquetes).

Las charlas de banquete son a la vez universalistas y materialistas. Por eso el
simposium
grotesco disfraza y excede de manera paródica toda victoria puramente ideal, mística y ascética sobre el mundo (es decir, la victoria del espíritu abstracto). En el
simposium
grotesco de la Edad Media encontramos casi siempre un elemento de disfrazamiento paródico de la Cena. Sus rasgos se mantienen incluso allí donde el
simposium
está subordinado al máximo a la tendencia estrechamente satírica.

La intrusión en el lenguaje de los clérigos y de los estudiantes, de una cantidad inaudita de parodias verbales «empleadas en la conversación», de los textos sagrados sobre el comer y beber, testimonian la gran facultad que tenían estos últimos para liberar la palabra. Estas parodias eran utilizadas en el curso de cualquier banquete ordinario. Los textos sagrados, palabras litúrgicas, fragmentos de oraciones invertidos y rebajamientos, acompañaban literalmente cada uno de los vasos, cada uno de los bocados. El discurso del hermano Juan, sobre todo «Los propósitos de los buenos borrachos», es una prueba notable de esto en el libro de Rabelais. Hemos citado ya el testimonio de Henri Estienne al respecto. Todas estas parodias de mesa (que existen aún hoy) son la herencia de la Edad Media, en cuanto restos del
simposium
grotesco.

Algunos contemporáneos de Rabelais: Calvio, Charles de Saint-Marthe, Voultée, etc., vinculan directamente las corrientes y estados de espíritu ateos y materialistas a la atmósfera de la mesa: definieron esas corrientes como una especie de
libertinaje de mesa.

Durante la Edad Media y en la época de Rabelais, este «libertinaje de mesa» tuvo un carácter democrático. En gran medida, su variedad inglesa en la época de Shakespeare, fue el libertinaje de mesa del círculo de Newsh y Robert Green; en Francia, estaban los adeptos libertinos: Saint-Amant, Théophile de Viau, d'Assoucy. Más tarde, esta tradición fue tomando la forma del ateísmo aristocrático y del materialismo, cuya expresión más notable en Francia, en el siglo
XVII
, fueron las orgías del círculo de los Vendôme.

El rol de las
charlas de banquete
liberadas del temor y la piedad no podría ser subestimado ni en la historia de la literatura ni en la del pensamiento materialista.

No hemos hecho sino seguir la línea latina del
simposium
medieval. No obstante, las imágenes del banquete han desempeñado también un rol eminente en la literatura en lengua vulgar, en la traición oral popular. Su importancia es considerable en todas las leyendas de gigantes (por ejemplo, en la tradición oral de las leyendas de Gargantúa y en la obra popular que sirvió de fuente a Rabelais). Existía un ciclo de leyendas eminentemente populares, que ponía en escena el país utópico de la glotonería y la ociosidad (por ejemplo, la fábula del
Pays de Cocagne)
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Encontramos reflejos de estas leyendas en numerosos documentos de la literatura medieval. Por ejemplo, la novela
Aucassin et Nicolette
describe el país de Torlore. Es el «mundo a la inversa»: el rey da a luz y la reina hace la guerra. Esta guerra es, por otro lado, puramente carnavalesca: los combatientes se dan grandes golpes de queso, de manzanas cocidas y de hongos (el rey pariendo y la guerra con productos alimenticios son imágenes típicamente populares). En
Guillon de Bordeaux,
hay un país donde el pan crece con profusión y no pertenece a nadie. La obra titulada
Voyage et navigation de Panurge, disciple de Pantagruel, en des isles incogneues et merveilleuses,
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describe un país utópico donde las montañas son de manteca y harina, los ríos de leche, donde los pequeños pasteles calientes brotan como hongos, etc.

Volvemos a encontrar la influencia de este ciclo de leyendas en los episodios de la permanencia de Alcofribas en la boca de Pantagruel (el motivo de salvación contra pago) y en el de la guerra de las Morcillas.
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Las imágenes del banquete tienen un rol predominante en la elaboración de un tema extremadamente popular en la Edad Media: la
Disputa de los Gordos y los Flacos.
Este tema fue, en efecto, tratado muy a menudo y en formas muy diversas.
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Rabelais lo desarrolla a su vez en su enumeración de los platos magros y abundantes que los Gastrólatras ofrecen a su Dios, en el episodio de la guerra de las morcillas. La fuente inspiradora de Rabelais fue un poema de finales del siglo
XIII
:
Bataille de Carême et Mange-Viande
(a fines del siglo
XV
Molinet lo utiliza en sus
Débats entre Chair et Poisson).
Un poema del siglo
XIII
desarrolla la lucha que libran dos grandes soberanos: uno encarna la armada de
Mange-Viande,
en la cual los soldados son las salchichas, los embutidos, etc.; en la batalla toman parte quesos frescos, manteca, crema, etc.

Señalemos, finalmente, la influencia importante de las imágenes del banquete en las
soties,
farsas, y en todas las formas de lo cómico popular callejero. Se sabe que las figuras bufonescas nacionales tomaron sus nombres de los platos típicos (Hans Wurst, Pikkelhering, etc.).

En el siglo
XVI
, una farsa titulada
Les Morts vivans
había sido presentada en la corte de Carlos IX. He aquí el tema: un abogado, atacado de desarreglos mentales, se imagina que está muerto; deja de comer y de beber, permaneciendo extendido e inmóvil sobre su cama. A fin de curarlo, un pariente se hace pasar por muerto y ordena que se le ponga sobre la mesa, como un cadáver, en el cuarto del abogado enfermo, Y toda la asistencia llora en torno al pretendido cadáver, mientras que él, acostado en la mesa, se entrega a un gesticular tan exagerado que todos empiezan
a reír,
incluso el supuesto muerto. El abogado expresa su sorpresa, pero se le persuade de que
los muertos deben reír;
así, él es obligado a reír: es el primer paso hacia la curación. En seguida, el pariente muerto, acostado sobre la mesa,
se pone a comer y beber.
Se persuade también al abogado de que
los muertos comen y beben;
él se pone a su vez a comer y a beber y sana definitivamente. Así,
la risa, la alimentación y la bebida triunfan sobre la muerte.
Este tema recuerda el relato de Petronio
La Casta Matrona de Efeso
(tomado del
Satiricón).

En la literatura medieval escrita y oral, en lengua vulgar, las imágenes del banquete están tan estrechamente ligadas a la imagen grotesca del cuerpo, que muchas de estas obras no podrán ser analizadas sino en el capítulo siguiente, dedicado a la concepción grotesca del cuerpo.

Diremos algo ahora sobre la tradición italiana del banquete. En los poemas de Pulci, Berni y Ariosto, las imágenes del banquete desempeñan un papel esencial, sobre todo en los dos primeros. Ello es todavía más cierto para Folengo, tanto en sus obras en lengua italiana como en lengua macarrónica. Las imágenes del banquete y las innumerables metáforas y comparaciones «comestibles» tienen incluso la apariencia de ideas fijas. En la poesía macarrónica, el Olimpo es un país henchido de montañas de queso, mares de leche, en el que nadan bollos y pasteles; las musas son las cocineras. Folengo describe la cocina de los dioses en todos sus detalles a lo largo de ciento ochenta versos; el néctar es un caldo graso de puerco y de especias, etc. El papel destronador y renovador de estas imágenes es evidente, lo mismo que su carácter debilitado y estrecho: se advierte, en efecto, el predominio del elemento estrictamente literario; la alegría triunfal del banquete ha degenerado, no hay un universalismo auténtico, y el aspecto de utopía popular está casi ausente. No se podría negar cierta influencia de Folengo sobre Rabelais, pero ella no concierne sino a los elementos superficiales y no es, en suma, muy grande.

Así se presenta la tradición de las imágenes del banquete en la Edad Media y el Renacimiento, de la que Rabelais aparece como el heredero y gran maestro. Asistimos en sus obras al triunfo del aspecto positivo, victorioso y liberador de las imágenes. La tendencia inherente al universalismo y a la abundancia se revela en todo su vigor.

No obstante, Rabelais conocía igualmente a los monjes holgazanes y glotones; es a ellos a quienes revela por ejemplo en el capítulo «Por qué los monjes prefieren estar en la cocina» del
Cuarto Libro.
Describiendo los pasatiempos de Gargantúa mientras hace su educación escolástica, Rabelais se entrega a una sátira de la glotonería de su héroe, (los pasatiempos de Gargantúa evocan la jornada de «cierto abate»). Sin embargo, el aspecto estrictamente satírico está bastante limitado y es secundario.
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El elogio de Gaster revela, por el contrarío, un carácter más complejo. Estas alabanzas, así como los capítulos precedentes (los Gastrólatras y sus sacrificios culinarios exagerados en honor de Gaster), denotan el combate que se plantea entre dos tendencias opuestas. La abundancia de la mesa se conjuga con la glotonería pura de los Gastrólatras, que reverencian el vientre de su dios, mientras que Gaster «enviaba a estos baladrones a su bacinilla, para que observasen, considerasen, filosofasen y contemplasen qué divinidad hallaban en sus materias fecales».

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