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Authors: Alejandro Casona

La dama del alba (7 page)

BOOK: La dama del alba
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MARTÍN.—Qué importa; compraré ganados, o renuevos para las viñas. Lo único que necesito es estar lejos. Es mejor para los dos.

ADELA.—¿Para los dos? ¿Es decir, que soy yo la que te estorba?

MARTÍN.—Tú no; el pueblo entero. Estamos viviendo bajo el mismo techo, y no quiero que tu nombre ande de boca en boca.

ADELA.—¿Qué pueden decir de nosotros? Como a un hermano te miré desde el primer día, y si algo hay sagrado para mí es el recuerdo de Angélica.
(Acercándose a él)
. No, Martín, tú no eres un cobarde para huir así de los perros que ladran. Tiene que haber algo más hondo. ¡Mírame a los ojos! ¿Hay algo más?

MARTÍN
(Esquivo)
.— ¡Déjame!…

ADELA.—Si no es más que la malicia de la gente, yo les saldré al paso por los dos. ¡Puedo gritarles en la cara que es mentira!

MARTÍN
(Con arrebato repentino)
.—¿Y de qué sirve que lo grites tú si no puedo gritarlo yo! Si te huyo cuando estamos solos, si no me atrevo a hablarte ni a mirarte de frente, es porque quisiera defenderme contra lo imposible…, ¡contra lo que ellos han sabido antes que yo mismo! ¡De qué me vale morderme los brazos y retorcerme entre las sábanas diciendo ¡no! si todas mis entrañas rebeldes gritan que sí!

ADELA.—¡Martín!…

(Adela tarda en reaccionar, como si despertara)
.

MARTÍN
(Dominándose con esfuerzo)
.—No hubiera querido decírtelo, pero ha sido más fuerte que yo. Perdona…

ADELA.—Perdonar… Qué extraño me suena eso ahora. Yo soy la que tendría que pedir perdón, y no sé a quién ni por qué. ¿Qué es lo que está pasando por mí? Debería echarme a llorar ¡y toda la sangre me canta por las venas arriba! Me daba miedo que algún día pudieras decirme esas palabras, ¡y ahora que te las oigo, ya no quisiera escuchar ninguna más!…

MARTÍN
(Tomándola en brazos)
.—Adela…

ADELA
(Entregándose)
.—¡Ninguna más!…

(Martín la besa en un silencio violento. Pausa)
.

MARTÍN.—¿Qué va a ser de nosotros ahora?…

ADELA.—¡Qué importa ya! Me has dicho que me quieres, y aunque sea imposible, el habértelo oído una sola vez vale toda una vida. Ahora, si alguien tiene que marcharse de esta casa, seré yo la que salga.

MARTÍN.—¡Eso no!

ADELA.—Es necesario. ¿Crees que la Madre podría aceptar nunca otra cosa? Nuestro amor sería para ella la peor traición al recuerdo de Angélica.

MARTÍN.—¿Y crees tú que si Angélica fuera sólo un recuerdo tendría fuerza para separarnos? ¡Los muertos no mandan!

ADELA.—Ella sí. Su voluntad sigue viviendo aquí, y yo seré la primera en obedecer.

MARTÍN
(Resuelto)
.—Escúchame, Adela. ¡No puedo más! Necesito compartir con alguien esta verdad que se me está pudriendo dentro. Angélica no era esa imagen hermosa que soñáis. Todo ese encanto que hoy la rodea con reflejos de agua, todo es un recuerdo falso.

ADELA.—¡No, calla! ¿Cómo puedes hablar así de una mujer a quien has querido?

MARTÍN.—Demasiado. Ojalá no la hubiese querido tanto. ¡Pero a ti no te engañará! Tú tienes que saber que toda su vida fue una mentira. Como lo fue también su muerte.

ADELA.—¿Qué quieres decir?

MARTÍN.—¿No lo has comprendido aún? Angélica vive. Por eso nos separa.

ADELA.—¡No es posible!…
(Se deja caer en un asiento, repitiendo la idea sin sentido)
. No es posible…
(Con la frente entre las manos escucha la narración de Martín)
.

MARTÍN.—Mientras fuimos novios, era eso que todos recuerdan: una ternura fiel, una mirada sin sombra y una risa feliz que penetraba desde lejos como el olor de la yerba segada. Hasta que hizo el viaje para encargar las galas de la boda. Con pocos días hubiera bastado, pero tardó varias semanas. Cuando volvió no era la misma; traía cobardes los ojos, y algo como la arena del agua se le arrastraba en la voz. Al decir el juramento en la iglesia apenas podía respirar; y al poner el anillo las manos le temblaban… tanto, que mi orgullo de hombre se lo agradeció. Ni siquiera me fijé en aquel desconocido que asistía a la ceremonia desde lejos, sacudiéndose con la fusta el polvo de las botas. Durante tres días tuvo fiebre, y mientras me creía dormido la oía llorar en silencio mordiendo la almohada. A la tercera noche, cuando la vi salir hacia el río y corrí detrás, ya era tarde; ella misma desató la barca y cruzó a la otra orilla donde la esperaba aquel hombre con dos caballos…

ADELA
(Con ira celosa)
.—¿Y los dejaste marchar así? ¡Tú, el mejor jinete de la sierra, llorando entre los juncos!

MARTÍN.—Toda la noche galopé inútilmente, con la escopeta al hombro y las espuelas chorreando sangre. Hasta que el sol me pegó como una pedrada en los ojos.

ADELA.—¿Por qué callaste al volver?

MARTÍN.—¿Podía hacer otra cosa? En el primer momento ni siquiera lo pensé. Pero cuando encontraron su pañuelo en el remanso y empezó a correr la voz de que se había ahogado, comprendí que debía callar. Era lo mejor.

ADELA.—¿Lo hiciste pensando en la madre y los hermanos?

MARTÍN.—No.

ADELA.—¿Por ti mismo? ¿Por cubrir tu honra de hombre?

MARTÍN.—No, Adela, no me juzgues tan pequeño; lo hice sólo por ella. Un amor no se pierde de repente… y decir la verdad era como desnudarla delante del pueblo entero. ¿Comprendes ahora por qué me voy? ¡Porque te quiero y no puedo decírtelo honradamente! Tú podías ser para mí todo lo que ella no fue. ¡Y no puedo resistir esta casa donde todos la bendicen, mientras yo tengo que maldecirla dos veces: por el amor que entonces no me dio, y por el que ahora me está quitando desde lejos! Adiós, Adela…

(Sale dominándose. Adela, sola, rompe a llorar. La Peregrina aparece en el umbral y, con los ojos iluminados, la contempla en silencio. Vuelve a oírse lejos el grito alegre de la gaita. Entran los niños y corren hacia Adela)
.

FALÍN.—¡Ya van a encender la primera hoguera!

DORINA.—¡Están adornando de espadañas la barca para cruzar el río!

ANDRÉS.—¡Y las mozas bajan cantando, coronadas de tréboles!

DORINA.—Va a empezar el baile. ¿Nos llevas?

(Adela, escondiendo el llanto, sube rápido la escalera. Los niños la miran sorprendidos y se vuelven a la Peregrina)
.

PEREGRINA Y NIÑOS

DORINA.—¿Por qué llora Adela?

PEREGRINA.—Porque tiene veinte años… ¡y hace una noche tan hermosa!…

ANDRÉS.—En cambio, tú pareces muy contenta. ¡Cómo te brillan los ojos!

PEREGRINA.—Es que no acababa de comprender la misión qué me ha traído a esta casa… ¡y ahora, de repente, lo veo todo tan claro!

FALÍN.—¿Qué es lo que ves tan claro?

PEREGRINA.—Una historia verdadera que parece cuento. Algún día, cuando seáis viejos como yo, se la contaréis a vuestros nietos. ¿Queréis oírla?

NIÑOS.—Cuenta, cuenta…
(Se sientan en el suelo frente a ella)
.

PEREGRINA.—Una vez era un pueblo pequeño, con vacas de color de miel y pomaradas de flor blanca entre los campos de maíz. Una aldea, tranquila como un rebaño a la orilla del río.

FALÍN.—¿Como ésta?

PEREGRINA.—Como ésta. En el río había un remolino profundo de hojas secas, adonde no dejaban acercarse a los niños. Era el monstruo de la aldea. Y decían que en el fondo había otro pueblo sumergido, con su iglesia verde tupida de raíces y sus campanas milagrosas, que se oían a veces la noche de San Juan…

ANDRÉS.—¿Como el remanso?

PEREGRINA.—Como el remanso. En aquella aldea vivía una muchacha de alma tan hermosa, que no parecía de este mundo. Todas imitaban su peinado y sus vestidos; los viejos se descubrían a su paso, y las mujeres le traían a los hijos enfermos para que los tocara con sus manos.

DORINA.—¿Como Angélica?

PEREGRINA.—Como Angélica. Un día la muchacha desapareció en el remanso. Se había ido a vivir a las casas profundas donde los peces golpeaban las ventanas como pájaros fríos; y fue inútil que el pueblo entero la llamara a gritos desde arriba. Estaba como dormida, en un sueño de niebla, paseando por los jardines de musgo sus cabellos flotantes y la ternura lenta de sus manos sin peso. Así pasaron los días y los años… Ya todos empezaban a olvidarla. Sólo la Madre, con los ojos fijos, la esperaba todavía… Y por fin el milagro se hizo. Una noche de hogueras y canciones, la bella durmiente del río fue encontrada, más hermosa que nunca. Respetada por el agua y los peces, tenía los cabellos limpios, las manos tibias todavía, y en los labios una sonrisa de par… como si los años del fondo hubieran sido sólo un instante.

(Los niños callan un momento impresionados)
.

DORINA.—¡Qué historia tan extraña!… ¿Cuándo ocurrió eso?

PEREGRINA.—No ha ocurrido todavía. Pero ya está cerca… ¿No os acordáis?… ¡Esta noche todos los ríos del mundo llevan una gota del Jordán!

TELÓN

ACTO CUARTO

En el mismo lugar, horas después. El mantel puesto en la mesa indica que la familia ha cenado ya. Desde antes de alzarse el telón se oye al fondo la música saltera de gaita y tamboril, que termina con la estridencia viril del grito.

Se acerca el rumor del mocerío entre voces y risas. La escena, sola.

VOCES
(Confusamente desde fuera)
.—¡A la casa de Narcés! Es la única que falta. Bien pueden, que todo les sobra. ¡Leña para el santo y mozas para el baile!

(Por la puerta del fondo, que sigue abierta de par en par, irrumpen varias mozas sanjuaneras y otros tantos bigardos)
.

MOZO 1º.—¡Ah de la casa!… ¿Se ha dormido la gente?

MOZAS.—¡Adela!… ¡Adela!…

(Llega Quico del corral)
.

QUICO.—Menos gritos, que estamos bajo techo. ¿Qué andáis buscando?

MOZO 2º.—¿Dónde está Adela?

SANJUANERA 1ª.—No la vais a tener encerrada esta noche como las onzas del moro.

MOZO lº.—Suéltala, hombre, que no te la vamos a robar.

QUICO.—¿Soy yo el que manda en la casa? Si Adela quiere bajar al baile, no ha de faltarle quien la acompañe.

SANJUANERA 2ª.—¿Martín?

SANJUANERA 3ª.—No lo creo. Por ahí anda, huido, mirando el fuego desde lejos, como los lobos en invierno.

MOZO 1º.—¿Por qué no la bajas tú?

SANJUANERA 1ª.—Vergüenza os debía dar. Una moza como un sol de mayo, dos hombres jóvenes en la casa y la única ventana soltera que no tiene ramo.

QUICO.—Yo no le he pedido consejo a nadie. Conque si son palabras lo que venís buscando, ya os podéis volver.

MOZO 2º.—Leña es lo que queremos. Hace falta en la hoguera.

SANJUANERA 1ª.—La de este año tiene que dejar recuerdo. Más alto que los árboles ha de llegar, hasta que caliente el río y piensen en la sierra que está amaneciendo.

QUICO.—Como no le prendáis fuego al monte.

MOZO 1º.—Poco menos. La Mayorazga nos dio dos carros de sarmiento seco.

SANJUANERA 2ª.—El alcalde, toda la poda del castañar.

MOZO 2º.—Y los de la mina arrancaron de cuajo el carbayón, con raíces y todo.

SANJUANERA 1ª.—Ahora lo bajaban en hombros por la cuesta, entre gritos y dinamita, como los cazadores cuando traen el oso.

SANJUANERA 3ª.—La casa de Narcés nunca se quedó atrás. ¿Qué tenéis para la fiesta?

QUICO.—Eso el ama dirá.

VOCES
(Llamando a gritos)
.—¡Telva!… ¡Telvona!…

(Aparece Telva en la escalera, alhajada y vestida de fiesta, terminando de ponerse el manto)
.

DICHOS Y TELVA

TELVA.—¿Qué gritos son ésos?

SANJUANERA 1ª.—¿Hay algo para el santo?

TELVA.—Más bajo, rapaza, que tengo muy orgullosas las orejas, y si me hablan fuerte no oigo.

QUICO.—Son las sanjuaneras, que andan buscando leña de casa en casa.

TELVA.—Bien está. Lo que es de ley no hay que pedirlo a gritos.

MOZO 1º.—¿Qué podemos llevar?

TELVA.—En el corral hay un carro de árgomas, y un buen par de bueyes esperando el yugo. Acompáñalos, Quico.

(Salen los mozos con Quico hacia el corral)
.

SANJUANERA 2ª.—El árgoma es la que hace mejor fuego: da roja la llama y repica como unas castañuelas al arder.

SANJUANERA 3ª.—Yo prefiero el brezo con sus campanillas moradas; arde más tranquilo y huele a siesta de verano.

SANJUANERA 2ª.—En cambio, la ginesta suelta chispas y se retuerce en la hoguera como una bruja verde.

TELVA.—Muy parleras estáis… Y galanas, así Dios me salve.

SANJUANERA 1ª.—Pues tampoco usted se quedó corta. ¡Vaya si está guapetona la comadre!

TELVA.—Donde hubo fuego, brasa queda. A ver, a ver que os vea. ¡Viva el lujo y quien lo trujo! ¿Quedó algo en el arca, o lleváis todo el traperío encima?

SANJUANERA 1ª.—Un día es un día. No todo va a ser camisa de bombasí y refajo amarillo.

TELVA.—Ya veo, ya. Zapatos de tafilete, saya y sobresaya, jaboncillo bordado y el mantellín de abalorios. ¡Todo el año hilando para lucir una noche!

SANJUANERA 3ª.—Lástima que sea la más corta del año.

SANJUANERA 4ª.—Bien lo dice el cantar:

"Ya vino san Juan Verde,

ya vino y ya se vuelve…"

SANJUANERA 1ª.—Pero mientras viene y se va, cada hora puede traer un milagro.

TELVA.—Ojo, que algunos los hace el diablo y hay que llorarlos después.

SANJUANERA 3ª.—¡Quién piensa en llorar un día como éste! ¿Usted no fue nunca moza?

TELVA.—Porque lo fui lo digo. El fuego encandila el sentido, la gaita rebrinca por dentro como un vino fuerte… y luego es peligroso perderse por los maizales calientes de luna.

SANJUANERA 1ª.—Alegría es lo que pide el santo. Al que no canta esta noche no lo miran sus ojos,

SANJUANERA 2ª.—Yo ya he puesto al sereno la sal para las vacas. Dándosela con el orvallo del amanecer siempre paren hembras.

SANJUANERA 3ª.—Yo he tendido la camisa al rocío para que me traiga amores y me libre del mal.

SANJUANERA 1ª.—Y yo tiraré todos mis alfileres al agua al rayar el alba; por cada uno que flota hay un año feliz.

TELVA.—Demasiados milagros para una sola noche. Este año, por marzo, hubo en la aldea cuatro bautizos.

SANJUANERA 1ª.—¿Y eso qué tiene que ver?

TELVA.—San Juan cae en junio. ¿Sabes contar, moza?

SANJUANERA 2ª.—Miren la vieja maliciosa con lo que sale…

SANJUANERA 1ª.—No tendrá muy tranquila la conciencia cuando piensa así de las otras. Cada una se lleva la lengua adonde le duele la muela.

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