La dama del alba (9 page)

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Authors: Alejandro Casona

BOOK: La dama del alba
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PEREGRINA.—¿Qué vienes a buscar a esta casa?…

ANGÉLICA.—Lo que fue mío.

PEREGRINA.—Nadie te lo quitó. Lo abandonaste tú misma.

ANGÉLICA.—No pretendo encontrar un amor que es imposible ya; pero el perdón sí. O por lo menos un rincón donde morir en paz. He pagado mi culpa con cuatro años amargos que valen toda una vida.

PEREGRINA.—La tuya ha cambiado mucho en ese tiempo. ¿No has pensado cuánto pueden haber cambiado las otras?

ANGÉLICA.—Por encima de todo, es mi casa y mi gente. ¡No pueden cerrarme la única puerta que me queda!

PEREGRINA.—¿Tan desesperada vuelves?

ANGÉLICA.—No podía más. He sufrido todo lo peor que puede sufrir una mujer. He conocido el abandono y la soledad; la espera humillante en las mesas de mármol y la fatiga triste de las madrugadas sin techo. Me he visto rodar de mano en mano como una moneda sucia. Sólo el orgullo me mantenía de pie. Pero ya lo he perdido también. Estoy vencida y no me da vergüenza gritarlo. ¡Ya no siento más que el ansia animal de descansar en un rincón caliente!…

PEREGRINA.—Mucho te ha doblegado la vida. Cuando se ha tenido el valor de renunciar a todo por una pasión no se puede volver luego, cobarde como un perro con frío, a mendigar las migajas de tu propia mesa. ¿Crees que Martín puede abrirte los brazos otra vez?

ANGÉLICA
(Desesperada)
.—Después de lo que he sufrido ¿qué puede hacerme ya Martín? ¿Cruzarme la cara a latigazos?… ¡Mejor!… Por lo menos sería un dolor limpio. ¿Tirarme el pan por el suelo? ¡Yo lo comeré de rodillas, bendiciéndolo por ser suyo y de esta tierra en que nací! ¡No! ¡No habrá fuerza humana que me arranque de aquí! Estos manteles los he bordado yo… Esos geranios de la ventana los he plantado yo… ¡Estoy en mi casal… Mía…, mía…, ¡mía!….

(Solloza convulsa sobre la mesa, besando desesperadamente los manteles. Pausa. Vuelve a oírse la canción sanjuanera)
.

VOZ VIRIL.—

Señor San Juan…

ya las estrellas perdiéndose van.

¡Qué viva la danza

y los que en ella están!

CORO.—Señor San Juan…

(La Peregrina se le acerca piadosamente pasando la mano sobre sus cabellos. Voz íntima)
.

PEREGRINA.—Dime, Angélica, ¿en esos días negros de allá, no has pensado nunca que pudiera haber otro camino?

ANGÉLICA
(Acodada a la mesa, sin volverse)
.—Todos estaban cerrados para mí. Las ciudades son demasiado grandes, y allí nadie conoce a nadie.

PEREGRINA.—Un dulce camino de silencio que pudieras hacerte tú sola…

ANGÉLICA.—No tenía fuerza para nada.
(Reconcentrada)
. Y sin embargo la noche que él me abandono…

PEREGRINA
(Con voz de profunda sugestión, como si siguiera en voz alta el pensamiento de Angélica)
.—Aquella noche pensaste que más allá, al otro lado del miedo, está el país del último perdón, con un frío blanco y tranquilo; donde hay una sonrisa de paz para todos los labios, una serenidad infinita para todos los ojos… ¡y donde es tan hermoso dormir, siempre quieta, sin dolor y sin fin!

ANGÉLICA
(Se vuelve mirándola con miedo)
.—¿Quién eres tú que me estás leyendo por dentro?

PEREGRINA.—Una buena amiga. La única que te queda ya.

ANGÉLICA
(Retrocede instintivamente)
.—Yo no te he pedido amistad ni consejo. Déjame. ¡No me mires así!

PEREGRINA.—¿Prefieres que tu madre y tus hermanos sepan la verdad?

ANGÉLICA.—¿No la saben ya?

PEREGRINA.—No. Ellos te imaginan más pura que nunca. Pero dormida en el fondo del río.

ANGÉLICA.—No es posible. Martín me siguió hasta la orilla. Escondidos en el castañar le vimos pasar a galope, con la escopeta al hombro y la muerte en los ojos.

PEREGRINA.—Pero supo dominarse y callar.

ANGÉLICA.—¿Por qué?

PEREGRINA.—Por ti. Porque te quería aún, y aquel silencio era el único regalo de amor que podía hacerte.

ANGÉLICA.—¿Martín ha hecho eso… por mí…?
(Aferrándose a la esperanza)
. ;Pero entonces, me quiere… ¡Me quiere todavía!…

PEREGRINA.—Ahora ya es tarde. Tu sitio está ocupado. ¿No sientes otra presencia de mujer en la casa?…

ANGÉLICA.—¡No me robará sin lucha lo que es mío! ¿Dónde está esa mujer?

PEREGRINA.—Es inútil que trates de luchar con ella; estás vencida de antemano. Tu silla en la mesa, tu puesto junto al fuego y el amor de los tuyos, todo lo has perdido.

ANGÉLICA.—¡Puedo recobrarlo!

PEREGRINA.—Demasiado tarde. Tu madre tiene ya otra hija. Tus hermanos tienen otra hermana.

ANGÉLICA.—¡Mientes!

PEREGRINA
(Señalando el costurero)
.—¿Conoces esa labor?

ANGÉLICA.—Es la mía. Yo la dejé empezada.

PEREGRINA.—Pero ahora tiene hilos nuevos. Alguien la está terminando por ti. Asómate a esa puerta. ¿Ves algo al resplandor de la hoguera?…

(Angélica va al umbral del fondo. La Peregrina, no)
.

ANGÉLICA.—Veo al pueblo entero, bailando con las manos trenzadas.

PEREGRINA.—¿Distingues a Martín?

ANGÉLICA.—Ahora pasa frente a la llama.

PEREGRINA.—¿Y a la muchacha que baila con él? Si la vieras de cerca hasta podrías reconocer tu vestido y el pañuelo que lleva al cuello.

ANGÉLICA.—A ella no la conozco. No es de aquí.

PEREGRINA.—Pronto lo será.

ANGÉLICA
(Volviéndose a la Peregrina)
.—No… Es demasiado cruel. No puede ser que me lo hayan robado todo. Algo tiene que quedar para mí. ¿Puede alguien quitarme a mi madre?

PEREGRINA.—Ella ya no te necesita. Tiene tu recuerdo, que vale más que tú.

ANGÉLICA.—¿Y mis hermanos…? La primera palabra que aprendió el menor fue mi nombre. Todavía lo veo dormido en mis brazos, con aquella sonrisa pequeña que le rezumba en los labios como la gota de miel en los higos maduros.

PEREGRINA.—Para tus hermanos ya no eres más que una palabra. ¿Crees que te conocerían siquiera? Cuatro años son mucho en la vida de un niño.
(Se le acerca íntima)
. Piénsalo, Angélica. Una vez destrozaste tu casa al irte. ¿Quieres destrozarla otra vez al volver?

ANGÉLICA
(Vencida)
.—¿A dónde puedo ir si no?…

PEREGRINA.—A salvar valientemente lo único que te queda: el recuerdo.

ANGÉLICA.—¿Para qué si es una imagen falsa?

PEREGRINA.—¿Qué importa, si es hermosa? La belleza es la otra forma de la verdad.

ANGÉLICA.—¿Cómo puedo salvarla?

PEREGRINA.—Yo te enseñaré el camino. Ven conmigo, y mañana el pueblo tendrá su leyenda.
(La toma de la mano)
. ¿Vamos?…

ANGÉLICA.—Suelta… Hay algo en ti que me da miedo.

PEREGRINA.—¿Todavía? Mírame bien. ¿Cómo me ves ahora?…
(Queda inmóvil con las manos cruzadas)
.

ANGÉLICA
(La contempla fascinada)
.—Como un gran sueno sin párpados… Pero cada vez más hermosa…

PEREGRINA.—¡Todo el secreto está ahí! Primero, vivir apasionadamente, y después morir con belleza.
(Le pone la corona de rosas en los cabellos)
. Así…, como si fueras a una nueva boda. Ánimo, Angélica… Un momento de valor, y tu recuerdo quedará plantado en la aldea como un roble lleno de nidos. ¿Vamos?

ANGÉLICA
(Cierra los ojos)
.—Vamos.
(Vacila al andar)
.

PEREGRINA.—¿Tienes miedo aún?

ANGÉLICA.—Ya no… Son las rodillas que se me doblan sin querer.

PEREGRINA
(Con una ternura infinita)
.—Apóyate en mi. Y prepara tu mejor sonrisa para el viaje.
(La toma suavemente de la cintura)
. Yo pasaré tu barca a la otra orilla…

(Sale con ella. Fuera comienza a apagarse el resplandor de la hoguera y se escucha la última canción)
.

VOZ VIRIL.—

Señor San Juan…

en la foguera ya no hay qué quemar.

¡Que viva la danza

y los que en ella están!

CORO.—Señor San Juan…

(Vuelve a oírse la gaita, gritos alegres y rumor de gente que llega. Entra corriendo la Sanjuanera 1ª perseguida por las otras y los mozos. Detrás, Adela y Martin)
.

ADELA, MARTÍN, MOZOS

SANJUANERA 1ª.—No, suelta… Yo lo vi primero.

SANJUANERA 2ª.—Tíramelo a mí.

SANJUANERA 3ª.—A mí que no tengo novio.

SANJUANERA 1ª.—Es mío. Yo lo encontré en la orilla.

ADELA.—¿Qué es lo que encontraste?

SANJUANERA 1ª.—¡El trébol de cuatro hojas!

MOZO 3º.—Pero a ti no te sirve. La suerte no es para el que lo encuentra sino para el que lo recibe.

SANJUANERA 2ª.—¡Cierra los ojos y tíralo al aire!

SANJUANERA 1ª.—Tómalo tú, Adela. En tu huerto estaba.

ADELA.
(Recibiéndolo en el delantal)
.—Gracias.

MARTÍN
(a Sanjuanera 1ª)
.—Mucho te ronda la suerte este año. En la fuente, la flor del agua, y en el maíz la panoya roja.

(Llegan la Madre y Telva. Después el Abuelo con los niños)
.

DICHOS, MADRE, TELVA, ABUELO. Al final QUICO

MADRE.—¿Qué, ya os cansasteis del baile?

TELVA.—Aunque se apague la hoguera, el rescoldo queda hasta el amanecer.

SANJUANERA 1ª.—Yo si no descanso un poco no puedo más.
(Se sienta)
.

TELVA.—Bah, sangre de malvavisco. Parece que se van a comer el mundo, pero cuando repica el pandero, ni les da de sí el aliento ni saben sacudir cadera y mandil al "son de arriba". ¡Ay de mis tiempos!

ADELA.—¿Va a acostarse, madre? La acompaño.

MADRE.—No te preocupes por mí; sé estar sola. Vuelve al baile con ella, Martín. Y tú, Telva, atiende a los mozos si quieren beber. Para las mujeres queda en la alacena aguardiente de guindas.
(Comienza a subir la escalera)
.

MARTÍN.—¿De quién es este bordón que hay en la puerta?

ABUELO
(Deteniendo a Adela que va a salir con Martín)
.—Espera. ¿No vieron a nadie aquí, al entrar?

ADELA.—A nadie. ¿Por qué?

ABUELO.—No sé. Será verdad que es la noche más corta del año, pero yo nunca tuve tanta ansia de ver salir el sol.

TELVA.—Poco va a tardar. Ya está empezando a rayar el alba.

(Se oye fuera la voz de Quico gritando)
.

QUICO.—¡Ama…! ¡Ama…!

(Todos se vuelven sobresaltados. Llega Quico. Habla con un temblar de emoción desde el umbral. Detrás van apareciendo hombres y mujeres, con faroles y antorchas, que se quedan al fondo en respetuoso silencio)
.

QUICO.—¡Mi ama…! Al fin se cumplió lo que esperaba. ¡Han encontrado a Angélica en el remanso!

MARTÍN.—¿Qué estás diciendo?. ..

QUICO.—Nadie quería creerlo, pero todos lo han visto.

MADRE
(Corriendo hacia él, iluminada)
.—¿La has visto tú? ¡Habla!

QUICO.—Ahí te la traen, más hermosa que nunca… Respetada por cuatro años de agua, coronada de rosas. ¡Y con una sonrisa buena, como si acabara de morir!

VOCES.—¡Milagro!… ¡Milagro!…

(Las mujeres caen de rodillas. Los hombres se descubren)
.

MADRE
(Besando el suelo)
.—¡Dios tenía que escucharme! ¡Por fin la tierra vuelve a la tierra!…
(Levanta los brazos)
. ¡Mi Angélica querida!… ¡Mi Angélica santa!…

MUJERES
(Cubriéndose la cabeza con el manto y golpeándose el pecho)
.—¡Santa!… ¡Santa!… ¡Santa!…

(Los hombres descubiertos y las mujeres arrodilladas inmóviles, como figuras de retablo. Se oyen, lejanas y sumergidas, las campanas de San Juan. Precediendo al cortejo, la Peregrina contempla el cuadro con una sonrisa dulcemente fría y toma su bordón para seguir viaje. Entran en el umbral los pies de las angarillas cubiertas con ramas verdes. La Madre, con los brazos tendidos, lanza un grito desgarrado de dolor y de júbilo)
.

MADRE.—¡Hija!…

(Las campanas suben a un clamor de aleluya)
.

FIN

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