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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (19 page)

BOOK: La espada encantada
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—No fue por incompetencia —negó Damon con suavidad—. Leonie no se quejó de mi pericia, sino que se opuso porque yo era demasiado sensible y mi salud se resentiría.

—Mírame a los ojos. ¿Es cierto, Damon, o es pura vanidad?

Había momentos, pensó Damon, en los que verdaderamente detestaba la brutalidad del anciano. Cruzó la mirada con la de Esteban, sin amilanarse y añadió:

—Por lo que sé, tú tienes suficiente
laran
como para averiguarlo por ti mismo.

La boca de Esteban volvió a contraerse en esa sonrisa sin alegría.

—No sé de dónde has sacado suficiente valor como para desafiarme, pariente, pero eso es buena señal. Cuando eras un muchacho me tenías miedo. ¿El valor que ahora muestras se debe a que no volveré a moverme de esta cama? —Por un instante devolvió a Damon la mirada, un toque duro como un apretón, y luego añadió limpiamente—: Mis disculpas por haber dudado de ti, pariente, pero esto es demasiado importante como para respetar los sentimientos y la susceptibilidad de los demás, ni siquiera los míos. ¿Crees que me agrada aceptar el hecho de que otro deba responsabilizarse del rescate de mi hija favorita? En cualquier caso, eres hábil con la piedra estelar. ¿Te han contado alguna vez la historia de Regis Quinto? Los Hastur eran reyes en aquella época, la corona aún no había pasado a los Elhalyn.

Damon frunció el ceño, tratando de recordar las viejas leyendas.

—¿Fue el que perdió una pierna en la batalla del Paso de Dammerung...?

—No —dijo Dom Esteban—. Perdió una pierna a traición; sus asesinos lo sorprendieron en la cama, de modo que no pudo combatir en un duelo y corrió el riesgo de perder más de la mitad de las posesiones de los Hastur. Sin embargo, envió en su lugar a su hermano Rafael, que era un hombre dedicado al estudio con poco dominio de la esgrima, pero que a pesar de ello luchó contra siete hombres al mismo tiempo y los venció a todos. Todavía hoy el castillo de Hastur está en manos de la familia, en el límite de las montañas. Y eso fue posible porque mientras Regis yacía en cama, incapaz de levantarse y andar con muletas todavía, por medio de la piedra estelar de su hermano contactó con la espada. El estudioso Rafael llevó la espada de Regis al combate, y la blandió con toda la pericia de su hermano herido.

—Un cuento de hadas —objetó Damon, pero sintió que un extraño escalofrío le recorría la espalda.

Dom Esteban movió la cabeza todo lo que las bolsas de arena se lo permitían, y añadió con vehemencia:

—Por el honor del Dominio Alton, Damon, que no es un cuento de hadas. En otros tiempos se conocía esa habilidad, pero ahora pocos Comyn poseen la fuerza necesaria o el deseo de atreverse a tanto. Ahora, las piedras estelares corresponden casi siempre a las mujeres. Sin embargo, si yo pudiera creer que tienes la misma habilidad que nuestros antepasados con la piedra estelar...

Con cierta perplejidad, Damon comprendió lo que le estaba insinuando Dom Esteban.

—Pero...

—¿Tienes miedo? ¿Crees que podrías resistir el toque del don de los Alton? —preguntó Dom Esteban—. ¿Si eso te permitiera luchar contra los hombres-gato con mi propia pericia?

Damon cerró los ojos.

—Tendría que pensarlo —contestó con toda honestidad—. No será fácil.

Sin embargo... ¿sería ésta la única oportunidad de Calista?

Dom Esteban era el único ser viviente capaz de abrirse paso en una emboscada de los hombres-gato. Él mismo había huido como un conejo, abandonando a sus hombres a la muerte. Tenía que estar seguro. Sabía que era una decisión que nadie más podría tomar en su lugar. Por un momento, sólo Dom Esteban y él existieron en la habitación.

Se acercó más a la cama y miró al hombre postrado.

—Si me niego, pariente, no es porque tenga miedo, sino porque dudo de tu capacidad para hacerlo, enfermo y herido como estás. No sabía que poseyeras el don de los Alton.

—Oh, sí, lo tengo —dijo Esteban mirándolo con intensidad feroz—, pero en la época que me ha tocado vivir nunca creí que necesitara nada más que mi propia fuerza y mi habilidad con las armas. ¿De dónde supones que sacó Calista el don en tal medida como para ser elegida Celadora entre todas las muchachas de los Dominios? El don de los Alton es la capacidad de forzar el contacto, y yo mismo recibí adiestramiento cuando era joven. Pruébame, si lo deseas.

Ellemir se acercó y deslizó su mano en la de Damon.

—Padre —dijo—, no puedes hacer esa cosa terrible.

—¿Terrible? ¿Por qué, muchacha?

—Es contraria a la primera ley del Comyn: ningún hombre puede dominar la mente y el alma de otro.

—¿Quién ha hablado de su mente o de su alma? —Preguntó el anciano, mientras sus pobladas cejas se arqueaban hasta la línea de nacimiento del cabello—. Lo único que me interesa dominar es su brazo y sus reflejos, y
puedo
hacerlo. Y lo llevaré a cabo con su consentimiento, o no lo haré en absoluto. —Empezó a incorporarse, hizo un gesto de dolor y quedó inmóvil entre las bolsas de arena—. Te toca decidir, Damon.

Andrew aparecía pálido y preocupado; el mismo Damon se sentía así, y la mano de Ellemir, entre las suyas, temblaba.

—Si es la mejor alternativa para Calista —declaró lentamente—, estoy de acuerdo. Si te sientes lo bastante fuerte, lord Esteban.

—Si tan sólo mis condenadas piernas se movieran, hubiera luchado con heridas peores que ésta. Coge la espada de práctica, Eduin. Tú, Damon, la otra.

Damon se puso la máscara, y dirigió su flanco derecho hacia Eduin. El Guardia saludó, y permaneció con la punta de la espada rozando el suelo. Damon sintió un agudo espasmo de temor.

No porque Eduin pueda lastimarme demasiado con estas espadas de madera, ni porque me asusten unos pocos magullones. Pero toda la vida este condenado anciano se ha burlado de mi falta de destreza. Hacerme quedar como un tonto delante de Ellemir... dejar que me humille una vez más...

—Tu piedra estelar está aislada, Damon —dijo Esteban con voz extraña y remota—. Descúbrela.

Damon escarbó en la bolsita de cuero, extrajo la piedra y dejó que la dura calidez de la matriz descansara contra la base de su cuello. Entregó la bolsita a Ellemir, y su fe en sí mismo creció gracias al ligero roce de los dedos de la joven.

—Retírate, Ellemir —indicó Dom Esteban—. Y también tú, terráqueo. Junto a la puerta, y no permitáis que entre ningún criado. Las espadas de práctica no pueden hacer mucho daño, pero aun así...

Se retiraron lentamente, y los dos hombres se enfrentaron, con las espadas de madera en la mano, describiendo lentos círculos. Damon era apenas consciente del duro contacto de la mente de Dom Esteban (
¿Qué le dije a Andrew, que uno llega a reconocer a la gente por las imágenes mentales tanto como por la voz?
) y sintió un extraño zumbido en los oídos, una sensación de gran presión. Vio que la espada de Eduin se alzaba, y antes de saber lo que estaba haciendo, sintió que sus propias rodillas se flexionaban, que su brazo se movía sin que interviniera la voluntad, para describir un rápido círculo. Oyó el rápido crujir de las maderas y los cueros al entrechocar, y luego distinguió un incongruente remolino de imágenes: el rostro atónito de Eduin, con su cicatriz reciente; su propio brazo describiendo una acelerada finta; la espada de Eduin que salía volando de la mano del soldado y atravesaba el cuarto; el rostro asombrado de Andrew cuando la espada aterrizó a sus pies. El terráqueo se agachó y la recogió mientras el zumbido desaparecía de la cabeza de Damon.

—¿Ahora me crees, pariente? —Preguntó Esteban con suavidad—. ¿Alguna vez has sido capaz de tocar a Eduin, por no hablar de desarmarlo?

Damon se dio cuenta de que tenía la respiración acelerada y que el corazón le latía como la maza de un herrero contra el yunque. Pensó:
Nunca me había movido con tanta rapidez en la vida
, y sintió una mezcla de miedo y resentimiento.
La mano de otro, la mente de otro... controlando... controlando mi propio cuerpo.

Y sin embargo... Para atacar a los condenados gatos que habían matado a sus guardias, Dom Esteban hubiera sido el caudillo natural. Y lo sería.

Damon nunca había deseado en especial ser guerrero. No era su estilo. De todos modos, los hombres-gato le debían algo. Sus hombres habían confiado en él, y los había dejado morir. Reidel había sido su amigo. Si podía hacerlo con la ayuda de Dom Esteban, ¿acaso tenía derecho a negarse?

Esteban yacía inmóvil, pasivo entre las bolsas de arena, y sólo flexionaba pensativamente los dedos. No habló, sólo miró a Damon con expresión de triunfo.

Damon pensó:
Condenado hombre, está disfrutando con esto. Pero, después de todo, ¿por qué no? Se ha probado a sí mismo que no es completamente inútil.

Dejó la espada de práctica. Desde la gema desnuda en su cuello le llegaban imágenes e impresiones: la perplejidad y el terror de Eduin, una especie de diversión procedente de Andrew, la preocupación de Ellemir. Trató de aislarse de todo y volvió a acercarse al lecho.

Dijo lentamente, con firmeza pero forzando las palabras:

—Entonces, estoy de acuerdo, pariente. ¿Cuándo podemos partir?

9

Partieron ese mismo día algo más tarde, cerca del mediodía. Andrew, quien los observó marcharse desde la azotea de Armida, pensó que se trataba de un grupo pequeño para enfrentarse a un ejército de no humanos. Le comunicó sus pensamientos a Ellemir, que estaba junto a él, envuelta hasta las orejas en un grueso chal a cuadros verdes y azules. Ella sacudió la cabeza.

—La fuerza sola no les dará el triunfo —dijo con voz extraña y remota—. Damon tiene la única arma decisiva... la piedra estelar.

—Me parece que tendrá que librar una lucha bastante dura... o tu padre tendrá que hacerlo —dijo Andrew.

—En realidad no. Eso sólo impedirá que lo maten si tiene suerte. Pero otros buenos guerreros ya han fracasado en su intento de entrar en las tierras oscuras. También los hombres-gato lo saben. Estoy segura de que raptaron a Calista con la esperanza de capturar también su piedra estelar. El pueblo-gato, que está utilizando ilegalmente una matriz, debe haber descubierto que Calista estaba aquí, ya que en general alguien que usa una matriz puede espiar a otro, y seguramente pretendían conseguir también la piedra de Calista. Tal vez incluso esperaban lograr que ella la utilizara en contra de nosotros. Los humanos hubieran sido más listos: sabrían que una Celadora preferiría morir antes que hacerlo. Pero al parecer, el pueblo-gato todavía es inexperto en esta ciencia... ésa es la única esperanza que tenemos.

Andrew pensaba, sombríamente, que todavía habían estado de suerte; de haber sabido más acerca de las Celadoras, los hombres-gato no hubieran secuestrado a Calista, sino que simplemente la hubieran dejado en la cama, con el cuello cercenado. Por la mueca de horror de Ellemir advirtió que había seguido sus pensamientos.

—Damon se acusa de haber salido corriendo y de abandonar a sus hombres a la muerte —comentó ella en voz baja—. Pero actuó como debía. Si lo hubieran capturado con vida, a él y a
su piedra estelar...

—Tenía entendido que nadie podía usar la piedra de otro, salvo en circunstancias muy especiales...

—No sin herir de gravedad al dueño. ¿Pero crees que eso hubiese detenido a los hombres-gato? —preguntó, casi con desprecio, y quedó en silencio.

Los jinetes ya habían desaparecido, eran tan sólo tres puntitos en el horizonte: Damon y los dos soldados de la Guardia.

Andrew pensó con amargura:
Yo debería estar con ellos. Rescatar a Calista es mi tarea, y en cambio me quedo aquí en Armida, tan útil como Dom Esteban. Menos. El está luchando con ellos.

Había deseado ir. Había supuesto hasta el final que marcharía con ellos, que le necesitarían para conducirlos hasta Calista, al menos cuando entraran en las cuevas. Después de todo, era el único que podía establecer contacto con ella. Damon no podía, ni siquiera con su propia piedra estelar. Pero él había sido el primero en negarse:

—Andrew, no, es imposible. El mejor guardaespaldas del mundo no podría impedir que te mataran en un descuido. No puedes defenderte por ti mismo, por no hablar de ayudar a otro. No es culpa tuya, amigo mío, pero debes dedicar todas las energías a entrar en las cuevas y sacar de allí a Calista. El minuto que necesitaríamos para defenderte puede significar la diferencia entre salir con vida... o morir. Y déjame que te recuerde que si nos matan —continuó, apretando los labios—, alguien más puede retomar la tarea. En cambio, si te matan a ti, Calista morirá en las cuevas, de hambre o de malos tratos, o con un cuchillo en la garganta cuando ellos descubran que no les sirve de nada. —Damon le había puesto una mano sobre el hombro, apenado—. Créeme, sé cómo te sientes. Pero es la única solución.

—¿Y cómo la encontrarás sin que yo esté allí? ¡No puedes hacerlo, ni siquiera con tu piedra estelar, tú mismo lo has reconocido!

—Con la piedra estelar de Calista —explicó Damon—.

tienes acceso al supramundo. Y también puedes establecer contacto conmigo. En cuanto entre en las cuevas, tú podrás guiarme mediante la piedra estelar.

Andrew todavía no estaba seguro de cómo lograría eso. A pesar de la demostración del día anterior, sólo tenía una levísima idea de cómo funcionaba. La había visto funcionar, la había
sentido
, pero veintiocho años de rechazar los sucesos mágicos no se borraban en veinticuatro horas.

A su lado, en el pretil, Ellemir se estremeció y dijo:

—Ya se han ido. No tiene sentido quedarse aquí, sufriendo frío.

Se volvió y cruzó la puerta que daba acceso al pasillo superior de Armida y, lentamente, Carr la siguió.

Él sabía que Damon tenía razón (o, para ser más precisos, tenía fe en que Damon supiera lo que estaba haciendo), pero esto no impedía que le molestara. Desde hacía días, desde que se había dado cuenta de que si sobrevivía a la tormenta buscaría a Calista y la rescataría, se había sustentado con la imagen mental de Calista, sola en la oscuridad de su prisión, y de él mismo acercándose, cogiéndola en brazos y llevándosela...
Algún condenado sueño romántico
, pensó con amargura.
¿Dónde está el caballo blanco en el que me la llevaré?

Jamás se había imaginado un mundo en el que los hombres se tomaran en serio las espadas. Para él una espada era algo para contemplar en la pared de un museo o para hacer ejercicio y deporte. Había deseado tener un desintegrador (algo que acabara con un hombre-gato rápidamente), pero cuando lo mencionó, Damon lo había mirado con tanto horror como si hubiera hablado de violaciones, canibalismo o genocidio; le citó algo llamado el Pacto. Antes de firmar el contrato con el Imperio en Cottman IV, Andrew sabía vagamente que allí tenían algo llamado el Pacto, que por lo que había podido entender (no había prestado demasiada atención a los tecnicismos acerca de la cultura nativa) prohibía el uso de armas letales que no comportaran para el usuario un riesgo similar. Damon le había hablado de eso, explicándole que había sido universalmente aceptado en Darkover, que al parecer era el nombre local del planeta, durante unos cientos o unos miles de años. Andrew no estaba muy seguro, su dominio del lenguaje mejoraba, pero todavía no era perfecto. De modo que las armas estaban definitivamente descartadas, aunque la esgrima se había convertido en un arte.

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