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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (51 page)

BOOK: La esquina del infierno
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Stone se arrancó las gafas y se dio media vuelta, pero ya era demasiado tarde.

El ruso estaba en la puerta saliendo del laboratorio. Stone no le había visto escondido. Apuntaba la pistola directamente a la cabeza de Stone. Stone tiró a Annabelle al suelo y empuñó su arma. Se oyó un disparo que alcanzó al sorprendido ruso en la frente y le dejó la piel tatuada con un pequeño punto negro.

Se desplomó. Las luces se apagaron.

Stone miró el arma. El arma que no había disparado. ¿De dónde demonios había venido ese disparo? Agarró a Annabelle por el brazo y tiró de ella hasta atraerla a su lado. Saltaron por encima del cadáver del hombre y cruzaron la puerta.

Cuatro rusos muertos. Quedaban dos. Más Friedman.

100

Stone y Annabelle llegaron al final del cilindro, a las celdas de detención.

Si Caleb no estaba en una de ellas, Stone tendría que volver a empezar por el otro lado, y llevar a Annabelle consigo.

Lo que vio le sorprendió y alivió a partes iguales. Knox, Finn y Caleb les estaban esperando. Una luz tenue les permitía verse.

—¿Cómo habéis entrado aquí? —‌preguntó Stone cuando se apiñaron en un rincón y Annabelle abrazó a Caleb a pesar de la ropa y el olor nauseabundo.

—Todo ha sido idea de Chapman —‌dijo Knox y pasó a explicarle a Stone lo que les había sucedido hasta ese momento‌—. También nos ha explicado cómo pasar el laberinto. Ha dicho que había pedido información.

Stone miró hacia atrás.

—¿Así que ella se ha ido hacia la izquierda?

—Eso es. ¿Tienes idea de dónde puede estar?

—En algún lugar detrás de mí. Y acaba de salvarme la vida.

—Hemos pillado a un ruso en la entrada principal. Bueno, más bien Chapman.

—Así que solo queda uno.

—Y ahora ya no queda ninguno —‌dijo una voz. Chapman salió a la luz‌—. El tipo intentó abalanzarse sobre mí cuando iba a empezar con la primera sección —‌explicó‌—. O él no era muy bueno o yo soy mejor de lo que creo.

Cuando terminó de hablar, Stone echó un vistazo a su alrededor con una expresión extraña.

—¿Alguna señal de Friedman? —‌preguntó Finn a Chapman.

—No.

—Yo creo que lo mejor es que nos larguemos de aquí lo más rápido posible —‌sugirió Knox‌—. Ya tenemos lo que veníamos a buscar. Friedman puede esperar.

Miró a Stone, que parecía que se había quedado petrificado en el sitio.

—Oliver, ¿estás bien?

—Rusos.

—¿Qué? —‌preguntó Finn.

—Rusos —‌repitió Stone.

—Sí. Y hemos acabado con todos ellos.

—No eran muy buenos estos rusos —‌dijo Stone‌—. Cabía pensar que serían mejores.

Todos le miraron.

Stone les devolvió la mirada.

—Acabar con ellos ha sido muy fácil. Demasiado fácil. No eran muy buenos. Y creo que esa era la intención.

—¿Para qué iba a contratar Friedman un servicio de seguridad que no fuese muy bueno?

—Porque no necesitaba al equipo A. El equipo B era suficiente.

—¿Suficiente para qué? —‌preguntó Chapman.

—Para atraernos hasta aquí. En realidad, para que llegásemos hasta este lugar. Eran prescindibles. No le importaba si morían o no. No, retiro lo dicho. Quería que muriesen.

—Pero, si nosotros los matamos, ellos no nos matan a nosotros. ¿De qué le sirve eso? —‌preguntó Knox.

—Está intentando subsanar su error con Carlos Montoya. Fracasó la primera vez, pero ahora vuelve a intentarlo con su plan B.

—¿Plan B? —‌exclamó Knox.

Stone asintió con la cabeza.

—Siempre hay que tener un plan B. Y yo me he metido de lleno en él.

—¿A qué te refieres exactamente? —‌preguntó Chapman nerviosa.

—Nos encontrarán aquí con un grupo de rusos. —‌Stone hizo una pausa‌—. Allí atrás hay un laboratorio lleno de aparatos nuevos, y me parece que ya sé para qué están.

Chapman fue la primera en darse cuenta de adónde quería llegar.

—¿No serán nanobots?

Él asintió con la cabeza.

—Exacto, nanobots.

—Pero los rusos no están detrás de esto. Creo que ha quedado bien claro.

—Pero cuando nos encuentren con todos estos rusos muertos y un laboratorio dedicado a la investigación sobre nanobots, con aparatos traídos probablemente de los complejos científicos de Montoya, ¿qué creéis que va a pensar el mundo?

—¿A qué te refieres exactamente cuando dices «cuando nos encuentren»? —‌preguntó Caleb con nerviosismo.

—Nos han tendido una trampa. La intención era que viniésemos aquí, nos enfrentásemos a los rusos y llegásemos hasta donde estamos ahora —‌respondió Finn.

—¿Por qué? —‌preguntó Annabelle.

La explosión se oyó por encima de ellos.

La fuerza era tal que el suelo tembló. Todos saltaron cuando cayeron cerca unos trozos de hormigón y una placa de acero.

—¿Qué coño ha sido eso? —‌gritó Chapman.

—Eso —‌dijo Stone‌— es que ha sellado herméticamente la puerta principal. —‌Tomó a Annabelle de la mano‌—. Vamos.

Todos le siguieron mientras Stone les guiaba hacia el vestíbulo principal y, a continuación, por el camino que él había seguido al entrar.

—¿No deberíamos al menos intentar salir por la entrada principal? —‌gritó Knox.

Su respuesta llegó en forma de otra explosión, que derrumbó parte de la montaña que estaba a seis metros a sus espaldas y que cortaba sin miramientos todo acceso a la entrada principal.

Corrieron más rápido.

Ahora la montaña temblaba a causa de las explosiones, que detonaban una tras otra con gran precisión.

—¡La montaña entera se va a derrumbar sobre nosotros! —‌gritó Annabelle.

—No, no se derrumbará —‌dijo Stone mientras corrían‌—. Solo lo suficiente para matarnos. Tiene que dejarles entrar para que puedan encontrar las pruebas que a ella le interesa que encuentren.

—¡Qué hija de puta! —‌exclamó Chapman cuando otra bomba detonó delante de ellos y Stone tuvo que girar a la izquierda con todos los demás detrás de él.

—Oliver, ¿qué pasa con el camino por donde has entrado? —‌gritó Finn‌—. Puede que ella no lo conozca.

—Sí que lo conoce, pero no nos queda otra alternativa —‌repuso Stone.

Un trozo de pared se derrumbó y a punto estuvo de aplastar a Caleb. Afortunadamente Finn y Knox tiraron de él justo a tiempo, pero Caleb se quejaba y se sujetó el hombro, que un trozo de roca le había golpeado.

Finn le desabrochó la camisa y le enfocó con una linterna.

—Clavícula fracturada, pero no es grave. La clavícula es un mecanismo de seguridad. Se fractura para que no se rompa otro hueso más importante.

—Menudo alivio —‌gimió Caleb.

Cuando Stone llegó a la cocina se paró y miró con impotencia lo que tenía ante él. Friedman se le había adelantado también en esto. Había tapado la entrada que estaba en la parte posterior de la cocina con los escombros que habían caído al derruir una gruesa pared con una carga explosiva que sin duda había sido colocada en el lugar adecuado para ese fin. Y si conseguían excavar entre los escombros, Stone sabía que se encontrarían con otra pared de escombros todavía más gruesa. Friedman ya se habría encargado de ello.

«Ha hecho los deberes.»

Por un momento se preguntó desde cuándo tenía preparada la Montaña Asesina. Y si ella estaba en algún lugar cercano detonando las cargas explosivas. Y si les estaba observando y sabía exactamente cuándo detonar cada una de ellas. Después ya no tuvo tiempo para preguntarse nada más, pues todos le estaban mirando.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —‌preguntó Chapman sin aliento, su rostro, como el de los demás, mugriento de polvo y humo.

Stone alzó la vista cuando explotó otra carga, aunque esta vez no fue cerca, pero se derrumbó otra parte del complejo y la montaña tembló de nuevo.

Entonces se apagaron todas las luces y se quedaron a oscuras.

Stone, Finn y Knox encendieron inmediatamente sus gafas de visión nocturna. Stone cogió a Annabelle de la mano, Knox a Caleb y Finn agarró la muñeca de Chapman.

—Seguidme —‌indicó Stone.

Todavía quedaba una forma de salir de allí. Y que Stone supiera, él era la única persona que la había descubierto. Era su última oportunidad.

Era muy consciente de que no tenía ni idea del lugar donde iba a detonar la siguiente carga que había colocado Friedman. Ella no tenía ningún interés en dejarlos salir de allí con vida para que pudiesen contar la verdad. Cada paso que daban podría perfectamente ser el …

Annabelle gritó.

101

Joe Knox había desaparecido bajo un montón de escombros después de que la detonación de una carga de explosivos a quince metros de distancia derrumbase la pared que tenía al lado. Los demás enseguida empezaron a excavar para sacarlo. Stone estaba arrodillado quitando los trozos de escombro que rodeaban a su amigo. Tenía dedos y brazos ensangrentados, el sudor le escocía los ojos, trabajaba frenéticamente en la oscuridad para sacar a Knox. Por fin, tocó un cuerpo con los dedos. En dos minutos le habían desenterrado por completo.

Knox respiraba, pero estaba inconsciente.

Stone se dispuso a levantarlo.

—Déjame a mí —‌dijo Finn.

Levantó a Knox, que pesaba noventa kilos, y se lo colocó sobre el hombro.

—La única salida que queda es hacia arriba, Harry —‌explicó Stone.

Finn, con expresión adusta, asintió con la cabeza.

—Te seguimos.

Stone cogió el trozo de cuerda de la mochila de Knox, el que este había utilizado para rescatar a Caleb del depósito de lodo. Cada uno se enrolló la cuerda en la cintura y la pasó después al siguiente.

—En marcha —‌dijo Stone.

Rezó por que Friedman no hubiese averiguado la tercera salida de la Montaña Asesina, como había hecho él todos esos años atrás. Guio al grupo por el vestíbulo principal y continuaron por el otro extremo. Se detuvieron delante de lo que parecía una imponente pared de metal, y Stone recorrió la superficie con los dedos. Era fría al tacto, todavía resistente, parecía impenetrable. Los remaches subían por un lado del panel y bajaban por el otro. Una nueva explosión sacudió el edificio. Polvo y cascotes del endeble techo cayeron sobre ellos.

Stone presionó en un punto y la pared cedió. Deslizó el metal para apartarlo y apareció un conjunto de escalones tallados en la roca. Pasaron por la abertura y subieron.

Stone se preguntó cuánto tiempo tardarían las autoridades en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Algún lugareño informaría de las explosiones. La información se pasaría a la oficina del sheriff o al departamento de policía que hubiese en la zona. Enviarían a alguien, probablemente a un solo agente que no tendría ni idea de a qué tenían que enfrentarse ellos. Haría algunas llamadas de teléfono. En algún momento, después de un largo intervalo, la CIA se enteraría y enviaría un equipo a lo loco.

Pero ¿qué encontraría ese equipo?

Encontraría exactamente lo que Friedman quería que encontrase. Cachas rusos muertos, probablemente vinculados a los cárteles de la droga. Y un laboratorio dedicado a la investigación de los nanobots en el complejo que la CIA había utilizado en el pasado para adiestrar a sus asesinos. Eso es lo que llegaría a los canales de noticias nacionales e internacionales como si de un proyectil nuclear se tratase.

«Y nos encontrarán —‌pensó Stone‌—. Nos encontrarán muertos.»

Pero ¿cómo iba a conseguir Friedman esta última parte? Las explosiones podrían dejarlos atrapados en el interior del complejo, pero era posible que sobreviviesen hasta que llegasen los equipos de rescate. Tenían algo de comida y un poco de agua. Quizás hubiese víveres que podrían utilizar.

«Ha tenido que pensar en eso. Tiene que haber algo más.»

Siguieron avanzando. Cuando Finn se cansó, Stone cargó a Knox sobre su hombro y lo llevó todo el tiempo que pudo. Después se turnó con Finn. Pero, como la ruta que seguían era ascendente, cada vez resultaba más difícil cargarlo. A pesar de todo siguieron avanzando.

Con cada detonación caían trozos de roca, pues estaban en zonas del complejo que no se habían construido, zonas donde no se había tocado la montaña.

—¿Hacia dónde nos dirigimos? —‌preguntó Annabelle jadeando.

Stone señaló hacia arriba.

—No falta mucho.

—¿Está en la cima de la montaña?

—Cerca.

—¿Hay un camino que baje?

Stone no contestó enseguida. Había utilizado esa salida anteriormente, la había encontrado por casualidad una noche en que no podía conciliar el sueño, pero nunca había descendido la montaña. Se había limitado a contemplar las estrellas, a disfrutar de unos momentos de paz antes de regresar y seguir una vez más con la instrucción. De manera que no sabía si había un camino de bajada, pero tenía que haberlo. Encontraría un camino.

Miró hacia atrás a Finn, que cargaba con Knox. A Caleb, que se sujetaba el hombro herido. A Annabelle, que estaba muerta de cansancio. Sintió que las piernas le temblaban a causa del gran esfuerzo.

—Encontraremos un camino, Annabelle —‌dijo‌—. Y además estar en el exterior de la montaña es mejor que estar dentro.

Ascendieron otros treinta metros. Cada vez que se encontraban con un cruce de túneles, Stone tenía que detenerse y pensar cuál era el correcto. Se equivocó dos veces. La tercera vez se adelantó solo hasta que estuvo seguro del camino y entonces regresó para recoger a los demás.

—Knox no está muy bien —‌le dijo Finn con voz queda.

Stone se arrodilló al lado del herido y le iluminó el rostro con la linterna. Estaba gris, sudoroso, pero frío al tacto. Suavemente, le levantó uno de los párpados y enfocó el ojo con la linterna. Soltó el párpado y se levantó.

A Knox no le quedaba mucho tiempo de vida.

—Vamos.

—¿Es mi imaginación o cada vez resulta más difícil respirar? No pensaba que las montañas de Virginia fueran tan altas —‌dijo Chapman.

—No lo son —‌repuso Stone. Respiró hondo y, antes de que el aire le llenase los pulmones, el oxígeno se agotó.

Ahora Stone ya tenía la respuesta. Friedman iba a asfixiarlos. Más abajo se oía el ruido de máquinas en funcionamiento.

—Ventiladores —‌añadió‌—. Para sacar el aire.

Tomó otra bocanada de aire y las facciones se le paralizaron de forma involuntaria.

Finn le miró.

—Y ha añadido algo al aire que no desaparece. Algo que no necesitamos en los pulmones. Aparte de todo el humo y la porquería de las explosiones.

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