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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (48 page)

BOOK: La estancia azul
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Lo copió en un disquete que insertó en el portátil de Phate.

En la pantalla apareció:

Encriptación / Decodificación

Nombre usuario:

Gillette tecleó:
Luke Skywalker

Contraseña:

Las letras, números y símbolos que Gillette tecleó sumaban doce caracteres.

—Eso sí que es una contraseña difícil —dijo Mott. Entonces en la pantalla apareció esto:

Escoja Patrón de Encriptación:

  1. Privacy On–Line, Inc.
  2. Patrón de Encriptación Defensa
  3. Departamento de Defensa Standard 12
  4. OTAN
  5. International Computer Systems, Inc.

Patricia Nolan lo dijo al mismo tiempo que Mott.

—¡Esto sí que es un
back
! ¿Has escrito programas que pueden decodificar todos estos patrones de encriptación?

—Normalmente decodifica el noventa por ciento de un fichero —dijo Gillette, pulsando la tecla 3. Y luego comenzó a abastecer al programa de ficheros encriptados.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Mott, fascinado.

Gillette no pudo evitar que su voz sonara entusiasmada (y también orgullosa) mientras les decía:

—En realidad lo que hice fue conseguir muestras de todos los patrones hasta que el programa empezó a reconocer los arquetipos que el algoritmo codificador usa para encriptarlo. Y, a partir de ahí, el programa hace conjeturas lógicas sobre…

De pronto el agente Backle pasó por delante de Bishop, agarró a Gillette por el cuello y lo tiró al suelo. Y luego, con rudeza, le colocó las esposas en las muñecas.

—Wyatt Edward Gillette, quedas arrestado por violación del Acta de Privacidad Informática, robo de información clasificada del gobierno y traición.

—¡No puedes hacer eso! —dijo Bishop.

—¡Hijo de puta! —dijo Tony Mott, avanzando hacia él.

Backle movió la falda de la chaqueta para que todos vieran su pistola.

—Tenga cuidadito. Yo me lo pensaría dos veces antes de hacer nada, agente.

Mott se paró. Y Backle, casi como por diversión, siguió esposando al detenido.

—Venga, Backle, ya lo has oído —dijo Bishop, exaltado—: Phate va a atacar a alguien en la universidad. ¡Puede que ahora mismo esté en el campus!

—¡Y le dijiste que no había problema! —dijo Patricia Nolan.

Pero el imperturbable Backle la ignoró, puso en pie a Gillette para luego sentarlo en una silla.

Entonces el agente sacó una radio y dijo:

—Backle a unidad 23. He capturado al prisionero. Pueden recogerme.

—¡Le has tendido una trampa! —gritó Nolan, furiosa—. ¡Sois unos cabrones que estabais esperando el momento de hacerlo!

—Voy a llamar a mi capitán —dijo Bishop, sacando el teléfono y yendo en dirección del nicho frontal de la UCC.

—Llama a quien quieras. Éste vuelve a la cárcel.

—Tenemos un asesino que está acechando a su nueva víctima ahora mismo —dijo Shelton—. Puede que ésta sea nuestra única oportunidad de atraparlo.

—Y el código que ha pirateado puede significar que mueran cientos de personas —replicó Backle mirando a Gillette.

—Nos has dado tu palabra —le recriminó Sánchez—. ¿Es que no vale nada?

—No. Lo que vale, y para todo, es echar el guante a gente como él.

—Dame sólo una hora —dijo Gillette, con desesperación. Miró el reloj—. Ahora tenemos una oportunidad de atraparlo. No podemos permitirnos perder un solo minuto.

Backle negó con la cabeza y comenzó a leerle sus derechos.

Fue entonces cuando oyeron disparos fuera y el estallido de las balas y de las ventanas rotas sacudió la puerta principal de la UCC.

Capítulo 00100110 / Treinta y ocho

Mott y Backle sacaron sus armas y miraron hacia la puerta. Sánchez fue hacia su cubículo y buscó su pistola en el bolso. Nolan se escondió bajo una mesa.

Frank Bishop, tirado en el suelo, se alejó a gatas de la puerta.

—¿Te han dado, jefe? —preguntó Sánchez.

—¡Estoy bien! —el detective buscó refugio en una pared y se puso de pie como pudo. Sacó su pistola y, echando una rápida ojeada fuera, gritó para que le oyeran en el corral de dinosaurios—: ¡Phate está fuera! Yo, en el vestíbulo. Me ha disparado un par de veces. ¡Sigue ahí!

Backle se movió para llamar por radio a sus compañeros y decirles que condujeran con cuidado y que trataran de localizar al criminal. Se agachó junto a la puerta, observó los agujeros producidos por los disparos en la pared y los fragmentos de vidrio. Tony Mott también avanzó, haciendo gestos a Linda Sánchez y a Nolan para que se replegaran.

—¿Dónde está? —preguntó Backle echando un rápido vistazo fuera y volviendo para cubrirse.

—Detrás de la furgoneta blanca —respondió el detective—. Hacia la izquierda. Ha debido de volver para matar a Gillette. Vosotros dos, id hacia la derecha y mantenedlo clavado allí. Yo voy a atraparlo por detrás. Agachaos, es un buen tirador. Conmigo ha fallado por centímetros.

El agente de defensa y el joven policía se miraron y asintieron. Juntos salieron corriendo por la puerta y se parapetaron tras un coche cercano.

Bishop los vio partir y entonces se levantó y guardó el arma. Se metió la camisa por el pantalón, sacó las llaves, le quitó las esposas a Gillette y se las guardó en el bolsillo.

—¿Qué haces, jefe? —preguntó Sánchez, levantándose del suelo.

Patricia Nolan se echó a reír al darse cuenta de lo que pasaba.

—Una fuga de la cárcel, ¿eh?

—Sí.

—¿Y los disparos? —preguntó Sánchez.

—Era yo.

—¿Tú? —se asombró Gillette.

—Salí afuera y pegué un par de tiros a la puerta principal —sonrió—. Eso de la ingeniería social…Creo que ya me estoy amoldando —entonces el detective señaló el ordenador de Phate y le dijo a Gillette:

—Bueno, no te quedes ahí. Agarra su máquina y vámonos pitando.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —le preguntó Gillette, frotándose las muñecas.

—Estoy seguro de que Phate podría estar ahora mismo en el campus de la Universidad del Norte de California, con Miller —respondió Bishop—. Y no voy a dejar que muera nadie más. Así que vamos. ¡Ya!

El hacker recogió la máquina y caminó tras el detective.

—Esperad —les llamó Patricia Nolan—. He aparcado detrás. Podemos ir en mi coche.

Bishop vaciló.

—Iremos a mi hotel —añadió ella—. Puedo echarte una mano con esa máquina.

El detective asintió. Comenzó a decirle algo a Linda Sánchez pero ella lo mandó callar con su mano regordeta:

—Todo lo que sé es que me di la vuelta y Gillette se había escapado y tú corrías tras él. Y parece que él va camino de Napa, contigo siguiéndole la pista. Buena suerte y a ver si lo atrapas, jefe. Tómate un vaso de vino a mi salud. Buena suerte.

* * *

Pero daba la impresión de que el acto heroico de Bishop no había servido para nada.

En la habitación de hotel de Patricia Nolan (con mucho, la suite más increíble que Wyatt Gillette había visto en la vida) el hacker decodificó los datos del ordenador de Phate con rapidez. Pero sucedía que se trataba de una máquina diferente a la que Gillette había pirateado anteriormente. No era lo que se dice una máquina caliente, pero sólo contenía un sistema operativo, el Trapdoor y algunos ficheros con artículos de periódicos que Shawn había descargado para Phate. La mayor parte de ellos eran sobre Seattle, donde Phate pensaba jugar su siguiente partida. Pero ahora que sabía que ellos tenían esa máquina se iría a otra parte.

No había referencias a la Universidad del Norte de California ni a ningún estudiante.

Bishop se dejó caer sobre una de las sillas forradas de felpa y miró al suelo sin esperanzas, juntando las manos.

—Nada de nada.

—¿Me dejas probar? —pidió Patricia Nolan. Se sentó junto a Gillette y fue pasando revista al directorio de ficheros—. Quizá haya borrado los ficheros. ¿Has tratado de recuperarlos con Restore8?

—No —respondió Gillette—. Me he figurado que lo habría borrado todo.

—Quizá no se haya molestado —señaló ella—. Estaba muy seguro de que nadie podría entrar en su máquina. Y que, si lo hacían, la bomba codificadora los detendría.

Ella arrancó el programa y, en un instante, aparecieron en la pantalla datos que Phate había borrado en las últimas semanas, en su mayor parte inservibles. Ella echó un vistazo.

—Nada sobre la universidad. Nada sobre los ataques. Todo lo que encuentro son fragmentos de facturas y recibos de unos componentes de ordenadores que vendió. La mayor parte de los datos está corrompida. Pero aquí hay algo que quizá os sirva.

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San Jose Com434312 Produuu234aawe%%

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San Jo^^hh^^^^g^^^$$###

Attn: 97J**seph McGona%%gle

Bishop y Gillette leyeron la pantalla.

—Pero eso no nos vale —apuntó el hacker—. Ésa es una empresa que compró algunos de sus componentes. Necesitamos la dirección de Phate, el lugar desde donde fueron enviados.

Gillette sustituyó a Nolan y fue revisando el resto de los ficheros borrados. Sólo eran basura digital.

—Nada.

Pero Bishop sacudió la cabeza.

—Espera un poco —señaló la pantalla—. Vuelve hacia arriba.

Gillette fue hacia donde se encontraba el texto semilegible del recibo.

Bishop dio un golpecito en la pantalla y dijo:

—Esta empresa, Productos Informáticos San José, tiene que tener facturas en las que se especifique quién les vende los componentes y desde dónde se envían.

—Salvo que sepan que son robados —apuntó Nolan—. En ese caso negarán todo lo referente a Phate.

—Apuesto a que si saben que Phate ha estado asesinando gente se mostrarán algo más dispuestos a cooperar —dijo Gillette.

—O algo menos —replicó una escéptica Nolan.

—Comprar bienes robados es un delito —dijo Bishop—. Pero evitarse San Quintín es una razón excelente para cooperar.

El detective se tocó el pelo con fijador mientras se inclinaba para acercarse el teléfono. Llamó a la UCC, mientras rezaba para que uno de los miembros del equipo (ni Backle ni ningún otro federal) atendiera a su llamada. Se sintió aliviado cuando contestó Tony Mott.

—¿Tony? Soy Frank —dijo el detective—. ¿Puedes hablar? ¿Cómo anda eso? ¿Tienen alguna pista? No, me refiero a alguna pista sobre nosotros…Vale. Escucha, hazme un favor, busca Productos Informáticos San José, 2355 Winchester en San José. No, te espero.

Un rato después Bishop alzaba la cabeza. Asintió poco a poco.

—Vale, lo tengo. Gracias. Creemos que Phate ha estado vendiéndoles componentes de ordenadores. Vamos a ver si podemos hablar con alguien allí. Te avisaré si encontramos algo. Mira, llama al rector y al jefe de seguridad de la Universidad del Norte de California y diles que pensamos que el asesino se dirige hacia allá en estos momentos —escuchó mientras Mott le decía algo y rió profusamente—. No, estoy seguro de que «atrincherado y macilento» es la expresión adecuada.

Colgó y les dijo a Gillette y a Nolan:

—La empresa está limpia. En quince años de antigüedad, nunca ha tenido ningún problema con el fisco o con el Departamento de Impuestos del Estado. Paga todas sus licencias. Si han comprado algo a Phate lo más seguro es que desconozcan que es robado. Vamos allá y hablemos un poco con el señor McGonagle, o con quien sea.

Gillette se unió al detective. Nolan, por el contrario, dijo:

—Id vosotros. Yo me quedo para ver si encuentro algo más en esta máquina.

Parado en el umbral, Gillette volvió la vista y la miró sentada frente al teclado. Ella le sonrió como para darle coraje. Pero a él le pareció que era una sonrisa algo melancólica y que, más bien, parecía la concesión de que quizá no tenía demasiada esperanza en que entre los dos floreciera una relación.

Pero entonces, como al mismo hacker le sucedía a menudo, a ella se le borró la sonrisa de la cara y comenzó a teclear con furia. En ese momento y con expresión concentrada, ella dejó el Mundo Real para adentrarse en la Estancia Azul.

* * *

El juego ya no le hacía gracia.

Sudoroso, desesperado y furioso, Phate se dejó caer en el escritorio y, con mirada ausente, observó todo lo que le rodeaba, todas esas preciosas antigüedades informáticas. Sabía que Gillette y la policía andaban cerca, y que ya no le sería posible continuar su juego en el lujoso condado de Santa Clara.

Eso era algo muy duro de aceptar porque tenía esta semana (la Semana Univac) por una edición muy especial de su juego. Era como Las Cruzadas, el famoso juego MUD: Silicon Valley era la nueva Tierra Santa y él deseaba ganar a lo grande en cada nivel.

Pero los de la policía (y Valleyman) habían demostrado ser mucho mejores de lo que él había esperado.

No había otra opción. Adoptaría una nueva identidad y se iría inmediatamente, y se llevaría a Shawn con él a una nueva ciudad. Su nuevo destino había sido Seattle pero existía la posibilidad de que Gillette hubiera podido piratear el código de encriptación Standard 12 y encontrado detalles sobre el juego MUD de Seattle y sobre sus víctimas potenciales.

Quizá lo intentaría en Chicago, en el Silicon Prairie. O en la Ruta 128, al norte de Boston.

Pero no podía esperar tanto: le consumía la lujuria de seguir jugando. Así que primero haría una parada y dejaría como regalo de despedida una bomba de gas en un colegio mayor de la Universidad del Norte de California. A uno de esos dormitorios le habían dado el nombre de un pionero de Silicon Valley pero, siendo como era un objetivo lógico, había decidido que los que morirían serían los alumnos del colegio mayor del otro lado de la calle. Ése se llamaba Yeats Hall, como el poeta, quien seguro no invirtió mucho tiempo en preocuparse por las máquinas ni por lo que representan.

Ese colegio era de estructura de madera, lo que lo hacía más vulnerable al fuego, sobre todo si el sistema informático se había ocupado de desactivar las alarmas y el sistema aspersor: algo que Phate ya había hecho.

También había una cosa más. Si le hubiera sucedido con cualquier otro ni se habría molestado. Pero su adversario en esta partida del juego Access era Wyatt Gillette y Phate necesitaba una gran maniobra de distracción para conseguir algo de tiempo para poner la bomba y largarse al este. Estaba tan enfadado y tenso que le daban ganas de agarrar una ametralladora y cargarse a una docena de personas para tener a la policía ocupada mientras él se escapaba. Pero ésa no era, por supuesto, el arma de su elección y, sencillamente, se sentó frente a su terminal de ordenador y empezó a teclear un conjuro familiar.

BOOK: La estancia azul
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