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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (52 page)

BOOK: La estancia azul
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—¿Diga?

—Wyatt.

La voz de Elana le era tan familiar que él podía casi escucharla bajo su forma de teclear compulsiva. El timbre de esa voz revelaba todo el espectro de su alma (todos los canales) y con una sola palabra él ya sabía si ella estaba juguetona, enfadada, asustada, sentimental, apasionada…

Hoy, por ese mismo tono de su voz, él supo que ella llamaba de mala gana, que tenía las defensas tan altas como las corazas protectoras de las naves espaciales en las películas que habían visto juntos.

Pero, por otra parte, lo había llamado.

—He oído que ha muerto —dijo ella—. Jon Holloway. Lo escuché en las noticias.

—Así es.

—¿Estás bien?

—Sí.

Una larga pausa. Como si ella estuviera buscando algo que acabara con el silencio, añadió:

—En cualquier caso me voy a Nueva York. Salgo mañana.

—Con Ed.

—Sí.

Él cerró los ojos y suspiró. Y luego, con un hilo de voz, preguntó:

—Entonces, ¿por qué has llamado?

—Supongo que para decirte que si te quieres pasar por aquí un rato, puedes hacerlo.

Pensó: «¿Para qué molestarse? ¿De qué serviría?».

—Voy para allá —respondió él.

Colgaron. Él se volvió hacia Bishop, quien lo miraba.

—Una hora —dijo Gillette.

—No te puedo llevar —señaló el detective.

—Déjame tomar prestado un coche.

El detective se lo pensó, miraba a todos los lados, pensando dentro del corral de dinosaurios.

—¿Hay algún coche de la Unidad que pueda utilizar? —preguntó a Linda Sánchez.

—Estas no son las normas, jefe —dijo él, y le dio unas llaves de mala gana.

—Me responsabilizo de todo.

Bishop lanzó las llaves a Gillette y sacó el móvil para llamar a los patrulleros que tenían que llevarlo a San Ho. Les dio la dirección de Elana y dijo que daba el visto bueno a la presencia de Gillette allí. El recluso volvería a la UCC en una hora. Colgó.

—Volveré.

—Sé que lo harás.

Los hombres se miraron. Se dieron un apretón de manos. Gillette asintió y fue hacia la salida.

—Espera —dijo Bishop, frunciendo el ceño—. ¿Tienes permiso de conducir?

Gillette se rió.

—No, no tengo permiso de conducir.

—Bueno, pues procura que no te paren —replicó Bishop encogiéndose de hombros.

El hacker asintió y comentó con gravedad:

—Claro. Me podrían mandar a la cárcel.

* * *

La casa olía a limones, siempre lo había hecho.

Esto se debía a las duchas artes culinarias de la madre de Ellie, Irene Papándolos. No era la típica matrona griega callada, recelosa y vestida de negro: no, era una hábil mujer de negocios que tenía dos restaurantes de mucho éxito y una empresa de catering y que, para colmo, todos los días sacaba tiempo para cocinar de la nada cada comida de su familia. Era la hora de la cena y ella llevaba un delantal plastificado sobre el traje de color rosa.

Saludó a Gillette con un gesto frío, sin sonreír, y le indicó que pasara al estudio.

Gillette se sentó en un sofá, bajo una foto del puerto del Pireo. Siendo como es la familia algo muy importante en las casas griegas, había dos mesas llenas de fotografías con gran diversidad de marcos: algunos muy baratos y otros de pesado oro o de plata. Vio una foto de Elana vestida de novia. La instantánea no le sonaba, y se preguntó si en un principio los habría albergado a los dos y luego a él lo habían quitado de en medio.

Elana entró en la habitación.

—¿Has venido solo? —le preguntó, sin sonreír. Sin ningún otro tipo de saludo.

—¿Qué quieres decir?

—¿Sin niñeras policiales?

—Sistema de honor.

—He visto pasar un par de coches patrulla. Me preguntaba si estaban contigo —ella señaló fuera.

—No —respondió Gillette, aunque supuso que los patrulleros lo estarían vigilando.

Ella vestía vaqueros y una camiseta de Stanford.

—No tengo mucho tiempo.

—¿Cuándo te vas?

—Mañana por la mañana —respondió ella.

—No te diré adiós —dijo él. Ella frunció el ceño y él prosiguió—: Porque quiero convencerte de que no te vayas. No quiero dejar de verte.

—¿De verme? Gillette: estás en la cárcel.

—Pero salgo en un año.

A ella su descaro le hizo reír.

—Quiero intentarlo de nuevo —confesó él.

—Quieres intentarlo de nuevo, ¿eh? ¿Y qué pasa con lo que yo quiero?

—Creo que sé cómo convencerte. Le he estado dando muchas vueltas. Puedo hacer que me ames de nuevo. No te quiero fuera de mi vida.

—Elegiste a las máquinas en vez de elegirme a mí. Tienes lo que querías.

—Pero eso ya ha pasado.

—Ahora mi vida es distinta. Soy feliz.

—¿Lo eres?

—Sí —dijo Elana con convicción.

—Por Ed.

—En parte…Venga, Wyatt, ¿qué puedes ofrecerme? Eres un convicto. Y un adicto a esas malditas máquinas. No tienes trabajo y el juez dijo que al salir tendrías que esperar un año para conectarte a la red.

—¿Y Ed tiene un buen trabajo? Es eso, ¿no? No sabía que contar con un buen sueldo fuera una de tus preferencias.

—No es una cuestión de manutención, Gillette, sino de responsabilidad. Y tú no eres responsable.

—Yo no era responsable. Lo admito. Pero lo seré —intentó asir su mano pero ella la retiró. Él dijo—: Venga, Ellie, vi tus e–mails. Cuando hablas de Ed no parece que ése sea el marido perfecto.

Ella se puso rígida y él percibió que acababa de tocar un punto sensible.

—Deja fuera a Ed. Estoy hablando de ti y de mí.

—Y yo también. De eso es de lo que hablo. Te quiero. Sé que hice de tu vida un infierno. No volverá a suceder. Tú querías hijos, una vida normal. Saldré de la cárcel. Conseguiré un trabajo. Tendremos una familia.

Otra expresión de incredulidad.

—¿Por qué te tienes que ir mañana? —volvió él a la carga—. ¿A qué tanta prisa?

—Empiezo en mi nuevo trabajo el próximo lunes.

—¿Por qué a Nueva York?

—Porque es el punto más alejado de donde estás.

—Espera un mes. Sólo un mes. Tengo derecho a dos visitas a la semana. Ven a verme —sonrió—. Podemos pasar el rato. Podemos comer pizza.

Ella miraba al suelo y él se dio cuenta de que se lo estaba pensando.

—¿Me cortó tu madre de esa foto? —dijo, señalando la foto en la que estaba vestida de novia.

—No —dijo ella con una sonrisa apagada—. Ésta es la que sacó Alexis, la del césped. Estaba sólo yo. Es ésa en la que no se me pueden ver los pies.

Él se rió.

—¿Cuántas novias pierden los zapatos en su boda?

—Siempre nos hemos preguntado qué pasaría con ellos —dijo ella, asintiendo.

—Ellie, por favor. Posponlo un mes. Es todo lo que te pido.

Ella miró más fotos. Iba a decir algo pero su madre apareció por la puerta de improviso. Su cara estaba aún más sombría si cabe.

—Tienes una llamada.

—¿Para mí? ¿Aquí?

—Es alguien llamado Bishop. Dice que es importante.

—Frank, ¿qué…

—Escúchame con calma, Gillette —dijo el detective con un tono de urgencia extrema—. Podemos perder la comunicación en cualquier momento. Shawn no ha muerto.

—¿Qué? Pero Miller…

—No, nos equivocamos. Miller no era Shawn. Es otra persona. Linda Sánchez encontró un mensaje de voz para mí en el contestador general de la UCC. Miller lo dejó antes de morir. ¿Recuerdas cuando Phate entró en la UCC y te atacó?

—Miller salía del centro médico. Estaba en el aparcamiento cuando vio que Phate salía corriendo del edificio y se metía al coche. Lo siguió.

—¿Por qué?

—Para atraparlo.

—¿Él solo? —preguntó Gillette.

—El mensaje decía que quería detener al asesino él solo. Decía que la había cagado tantas veces que deseaba probar que podía hacer las cosas bien.

—¿No se suicidó, entonces?

—No. Aún no le han practicado la autopsia pero el investigador de muertes violentas ha estado buscando huellas de pólvora en sus manos, y no había ni una sola. Si se hubiera suicidado de un disparo habría muchas. Seguro que Phate lo vio ir en su busca y lo mató. Y luego se hizo pasar por Miller y se metió en el Departamento de Estado. Pirateó la terminal de Miller en la UCC y colocó esos falsos correos electrónicos y sacó sus máquinas y sus discos fuera de su casa. Todo para que le perdiéramos la pista al verdadero Shawn.

—Bueno, ¿y quién es él?

—No tengo ni idea. Todo lo que sé es que tenemos un grave problema. Tony Mott está aquí. Shawn ha pirateado los ordenadores del sistema táctico del FBI en Washington y en San José y ha tomado el directorio raíz —Bishop continuó hablando en voz baja—: Quiero que me escuches con atención. Shawn ha creado órdenes de arresto y protocolos de confrontación en relación con los sospechosos del caso MARINKILL. Los tenemos enfrente, en la pantalla. Ahora está conectado con Mark Little, comandante de los equipos de operaciones especiales del FBI, y le está dando instrucciones.

—No entiendo —dijo Gillette.

—Las órdenes de arresto dicen que los sospechosos se encuentran en el 3245 de la avenida Ábrego en Sunnyvale.

—¡Es aquí! ¡Es la casa de Elana!

—Lo sé. Ha ordenado a los equipos de operaciones especiales que asalten la casa en veinte minutos.

—Dios mío, Frank…

¿A qué tendría acceso Phate, de estar en ISLEnet?

A todo. Tendría acceso a todo.

6.Todo reside en la ortografía

CODE SEGMENT

ASSUME OS: CODE,SS: CODE.CS: CODE.ES: CODE

ORG $+O1OOH

VCODE: JMP

* * *

virus: PUSH CX

MOV DX, OFFSET vir_dat

CLD

MOV SI.DX

ADD Sl,first_3

MOV CX.3

MOV DI,OFFSET 100H

REPZ MOVSB

MOV SI.DX

mov ah.3Oh

int 2lh

cmp al,O

JnZ dos_ok

JMP quit

FRAGMENTOS DEL CÓDIGO DE ORIGEN REAL DEL VIRUS VIOLATOR STRAIN II.

Capítulo 00101011 / Cuarenta y tres

Elana dio un paso al frente al ver la expresión de alarma de Gillette.

—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando?

Él la ignoró y le dijo a Bishop:

—Llama al FBI. Diles lo que sucede. Llama a Washington.

—Lo he intentado —respondió Bishop—. Y también Bernstein. Pero los agentes nos han colgado. El protocolo que envió Shawn especifica que los malos pueden intentar hacerse pasar por policías estatales para revocar o retrasar la orden de ataque. No se autorizan vistos buenos verbales: sólo electrónicos. Ni siquiera de Washington.

—Dios, Frank…

¿Cómo había llegado a saber Shawn que estaba allí? Entonces se dio cuenta de que Bishop había llamado a los agentes para decirles que Gillette pasaría una hora en casa de Elana. Recordó que tanto Phate como Shawn habían estado pinchando las retransmisiones de teléfono y radio que contuvieran palabras clave como Triple–X, Holloway o Gillette. Shawn habría logrado escuchar la conversación de Bishop.

—Están muy cerca de la casa —dijo Bishop—. Ahora andan montando la puesta en escena —y luego el detective añadió—: No entiendo por qué Shawn hace esto.

Pero Gillette sí lo sabía.

La justicia del hacker es justicia paciente
.

Gillette había traicionado a Phate años atrás, había destruido la vida que con tanta ingeniería social se había montado…Y momentos antes había acabado con su vida. Ahora Shawn destruiría a Gillette y a todos sus seres queridos.

Miró por la ventana, había creído ver cómo se movía algo.

—¿Wyatt? —preguntó Elana—. ¿Qué sucede? —también quiso mirar por la ventana pero él la atrajo hacia sí con brusquedad—. ¿Qué pasa? —gimió ella.

—¡Mantente alejada! ¡Mantente alejada de las ventanas!

—Shawn ha impuesto el protocolo de asalto número 4 —continuó Bishop—. Eso significa que los equipos de los SWAT no realizan ninguna demanda de rendición. Ellos presuponen que se enfrentan a una resistencia suicida. Es el protocolo de asalto que se emplea contra terroristas dispuestos a morir.

—Así que dispararán gas lacrimógeno —murmuró Gillette—. Romperán las puertas y si alguien se mueve es hombre muerto.

—Algo parecido —replicó Bishop, tras una pausa.

—¿Gillette? —preguntó Elana—. Dime qué está pasando.

—¡Diles a todos que se echen al suelo en el salón! —gritó él—. ¡Ahora mismo! ¡Al suelo!

Él se volvió y atisbo por la ventana. Podía ver cómo dos grandes furgones negros se adentraban por el callejón a unos quince metros. En la distancia también se oía un helicóptero.

—Escucha, Wyatt, el FBI no llevará a cabo el ataque si no tiene una confirmación final de Washington. Eso forma parte del protocolo de asalto. ¿Hay alguna forma de apagar la máquina de Shawn?

—Dile a Tony que se ponga.

—Aquí estoy —dijo Mott.

—¿Estás dentro del sistema del FBI?

—Sí, podemos ver la pantalla. Shawn está haciéndose pasar por el Centro de Operaciones Tácticas de Washington, y envía órdenes. El agente de operaciones especiales de aquí está respondiendo con normalidad a todo ello.

—¿Dónde está el ordenador del FBI? ¿En Washington?

—No, se encuentra en su oficina local de San Francisco.

—¿Podrías rastrear la llamada hasta Shawn?

—No contamos con una orden —dijo Mott—, pero voy a llamar a un contacto en Pac Bell. Dame un par de minutos.

Fuera se oía el sonido de los pesados furgones. El helicóptero estaba cada vez más cerca.

Gillette podía oír el gemido histérico de la madre de Elana en la habitación contigua, y las palabras de enfado de su hermano. Elana no decía nada. Él vio cómo ella se santiguaba y lo miraba sin esperanzas para luego hundir la cabeza en la moqueta al lado de su madre.

«Señor, ¿qué he hecho?»

Unos minutos más tarde Bishop volvió a ponerse al aparato.

—Pac Bell está llevando a cabo el rastreo. Es una línea terrestre. Ellos han limitado la oficina central y la han permutado: así han llegado a la conclusión de que él se encuentra en algún lugar al oeste de San José, cerca del Boulevard Winchester. Donde estaba el almacén de Phate.

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