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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (55 page)

BOOK: La estancia azul
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Los hombres miraban a Mark Little en espera de que éste hiciera con la mano la señal de seguir adelante.

Y entonces algo crepitó en el auricular del casco de Little.

—Jefe del equipo Alfa, tenemos un despacho de emergencia desde una línea terrestre. Es el AEM de San Francisco.

¿El Agente Especial al Mando Jaeger? ¿Para qué llamaba ahora?

—Pásamelo —susurró en el pequeño micrófono.

Se oyó un clic.

—Agente Little —la voz no le era familiar—. Soy Frank Bishop. Policía estatal.

—¿Bishop? —era ese puto poli que lo había llamado antes—. Dígale a Henry Jaeger que se ponga.

—No se encuentra aquí, señor. Mentí. Tenía que ponerme en contacto con usted. No cuelgue. Tiene que hacerme caso.

Bishop era el que pensaban que podría ser uno de los delincuentes dentro de la casa que trataba de distraerlos.

—Bishop…¿Qué quiere? ¿Sabe en qué líos se va a meter por haberse hecho pasar por un agente del FBI? Voy a colgar.

—¡No! ¡No lo haga! Pida una reconfirmación.

—No voy a oír más de esa mierda sobre hackers.

Little observó la casa. Todo estaba en calma. En momentos así la sensación era extraña: exultante, aterradora y aletargante al mismo tiempo. Y, como todos los agentes de operaciones especiales, sentía el desasosiego de pensar que uno de los asesinos tenía los pelos de punta mientras apuntaba a un blanco humano a dos centímetros del antibalas.

—He detenido al asesino que pirateó el sistema y he apagado su ordenador —dijo el policía—. Le garantizo que no recibirá confirmación.

—Ése no es el procedimiento.

—Hágalo de todos modos. Si entra ahí siguiendo un protocolo de asalto cuatro se arrepentirá toda su vida.

Little se detuvo. ¿Cómo conocería Bishop que estaban operando con un protocolo de asalto cuatro? Sólo podía saberlo alguien del equipo o que tuviera acceso al ordenador del FBI.

El agente vio que su segundo, Steadman, le hacía señas apuntando al reloj y a la casa.

—Por favor —la voz de Bishop era de pura desesperación—. He puesto mi trabajo en juego.

El agente vaciló y luego murmuró:

—Claro que lo ha hecho, Bishop —devolvió su arma al hombro y cambió a la frecuencia del equipo de operaciones especiales—. A todos los equipos, continúen en posición. Repito, continúen en posición. Si les disparan autorizo que tomen las represalias pertinentes.

Volvió al puesto de control corriendo. El técnico de comunicaciones lo miró sorprendido:

—¿Qué sucede?

En la pantalla, Little podía ver el código de confirmación del ataque.

—Confirma de nuevo el código rojo.

—¿Por qué? No lo necesitamos si…

—¡Ahora! —sentenció Little. El hombre tecleó.

DE
: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

R
: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D.C.

RE
: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139–01:

¿CONFIRMAN CÓDIGO ROJO?

Un mensaje:


Esos minutos podían dar a los asesinos la oportunidad de prepararse para el asalto o de llenar la casa de explosivos para un suicidio colectivo que se llevaría a una docena de sus hombres.


Esto tardaba demasiado.

—Olvídalo —le dijo al técnico de comunicaciones, disponiéndose a salir por la puerta—. Vamos a entrar.

—Espere —dijo el agente—. Aquí pasa algo —señaló la pantalla—: Eche un vistazo.

DE
: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.

R
: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

RE
:DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA,OPERACIÓN 139–01:


—El número era correcto. Lo comprobé —dijo el hombre.

—Vuélvelo a enviar —dijo Little.

El agente volvió a teclear y dio a
Enter
.

La respuesta:

DE
: DDJ TAC OP CENTER. WASHINGTON, D. C.

R
: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

RE
: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139–01:


Little se sacó el verdugo negro y se secó la cara. ¿Qué era esto?

Agarró el teléfono y llamó al agente del FBI que llevaba el territorio cerca de la reserva militar San Pedro, a unos cuarenta y cinco kilómetros de donde se encontraban. El agente le informó de que no tenía conocimiento de que se hubiera producido ningún ataque. Little dejó caer el teléfono y volvió a mirar la pantalla.

Steadman corrió hasta la puerta de la furgoneta.

—¿Qué demonios sucede, Mark? Estamos esperando demasiado. Si queremos entrar debemos hacerlo ya.

Little seguía mirando la pantalla.


—Mark, ¿vamos o no?

El comandante señalaba la casa. En ese momento habían tenido tal demora que sus ocupantes estarían sospechando que pasaba algo, ya que no funcionaban los teléfonos. Los vecinos habrían llamado a la policía local debido a las tropas que había en el vecindario y los escáneres de la policía que tenían los periodistas habrían oído las llamadas. Los helicópteros de la prensa se presentarían en unos minutos y lo trasmitirían en directo por lo que los asesinos podrían presenciarlo todo en pocos minutos.

De pronto se oyó una voz en la radio:

—Jefe uno, equipo Alfa, le habla francotirador tres. Hay un sospechoso en la entrada. Varón blanco, veintitantos años. Manos alzadas. Tengo blanco mortal. ¿Disparo?

—¿Tiene armas? ¿Explosivos?

—Nada que sea visible.

—¿Qué hace?

—Camina lentamente. Se ha dado la vuelta para enseñarnos la espalda. No se ven armas. Pero puede llevar algo bajo la camisa. Pierdo el blanco en diez segundos por las hojas de los árboles. Francotirador dos, apunta al objetivo en cuanto pase el arbusto.

—Roger —dijo otra voz.

—Lleva un artefacto encima, Mark —dijo Steadman—. Todos los informes decían lo mismo: que tratarían de llevarse a tantos de nosotros como les sea posible. Ese tipo activará la carga y el resto saldrá del fondo disparando.


—Jefe del equipo Bravo número dos, ordene al sospechoso que se tire al suelo.—dijo Mark Little por el micrófono—. Francotirador dos, si el sujeto no besa el suelo en cinco segundos, dispare.

—Sí, señor.

Un segundo después oían por el altavoz:

—¡Le habla el FBI! Tírese al suelo boca abajo y extienda los brazos. ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!

NO HAY INFORMACIÓN

El agente llamó:

—Está en el suelo, señor. ¿Lo cacheamos y lo arrestamos?

Little pensó en su mujer y en sus dos hijos y dijo:

—No, yo mismo lo haré —agarró el micrófono—: A todos los equipos, retírense. —Se volvió hacia el técnico de comunicaciones—: Ponme con el subdirector en Washington —señaló con el dedo los mensajes conflictivos: los que daban el visto bueno y los de «No hay información» que estaban en la pantalla—. E infórmame con total exactitud de cómo ha pasado esto.

Capítulo 00101110 / Cuarenta y seis

Mientras yacía sobre la hierba y olía a suciedad, a lluvia y a un apagado aroma a lilas, Wyatt Gillette observó con ojos parpadeantes las luces que lo enfocaban. Vio cómo se le acercaba un joven agente impetuoso y afilado que le apuntaba a la cabeza con un arma muy grande.

El agente lo esposó y lo cacheó, para relajarse solamente cuando Gillette le pidió que contactara a un policía estatal llamado Bishop, quien podía confirmar que el sistema informático del FBI había sido pirateado y que la gente que estaba dentro de la casa no era sospechosa del caso MARINKILL.

Entonces el agente ordenó a la familia de Elana que saliera de la casa. Ella, su madre y su hermano salieron muy lentamente con los brazos en alto. Los esposaron y los cachearon y, aunque no se les trató de forma ruda, se les veía en los rostros desolados que sufrían tanto por la indignidad y el terror de la situación como si les hubieran infligido algún tipo de castigo físico.

No obstante, el peor trago se lo llevaba Gillette y no tenía nada que ver con el tratamiento recibido por el FBI: era que sabía que la mujer que amaba se le había escapado para siempre. Ella parecía estar sopesando la decisión de mudarse a Nueva York pero ahora las máquinas, que los separaron años atrás, habían estado a punto de mataré toda su familia y eso era, por supuesto, imperdonable. Ahora ella se largaría a la costa Este con el responsable y solvente Ed, y Ellie se convertiría en un montón de recuerdos para Gillette, como los archivos .wav y .jpg: en imágenes visuales y sonoras que se evaporan del ordenador cuando lo apagas por la noche.

Los agentes del FBI formaron corrillos e hicieron llamadas y luego volvieron a hacer más corrillos. Su conclusión fue que el asalto había sido ordenado de forma ilegal. Dejaron marchar a todos salvo a Gillette, aunque le aflojaron un poco las esposas y le ayudaron a ponerse en pie.

Elana se plantó frente a su ex y él se mantuvo sin decir palabra ni moverse mientras recibía una fuerte bofetada en la mejilla. La mujer, bella y sensual incluso cuando estaba enfadada, se largó sin decir nada y ayudó a su madre a subir los escalones de la entrada. Su hermano le brindó la amenaza inarticulada de un chico de veinte años de demandarlo o algo peor, y luego las siguió y cerró de un portazo.

Mientras los agentes recogían todo, llegó Bishop y se encontró a Gillette acompañado por un agente alto en el patio delantero.

Se acercó al hacker y dijo:

—El conmutador de fuga.

—La descarga de halón —dijo Gillette, asintiendo—. Eso es lo que iba a comentarte cuando se cortaron los teléfonos.

—Recordaba que lo habías mencionado en la UCC —respondió Bishop, también asintiendo—. La primera vez que viste un corral de dinosaurios.

—¿Algún otro daño? —preguntó Gillette—. ¿A Shawn?

Confiaba que no fuera el caso. Sentía tanta curiosidad por ver la máquina: cómo funcionaba, qué podía hacer, qué sistema operativo regía su mente y su corazón…

Pero Bishop le explicó que la máquina no había sufrido grandes daños.

—Vacié dos cargadores en la caja y no le hice nada —sonrió—. Sólo una herida superficial.

Hacia ellos caminaba un hombre grande, a través de los cegadores focos. Sólo cuando se acercó pudo comprobar Gillette que se trataba de Bob Shelton.

Saludó a su compañero e ignoró a Gillette.

Bishop le comentó lo que había pasado pero no dijo nada sobre haber sospechado que él fuera Shawn.

El policía sacudió la cabeza y rió amargamente.

—¿Shawn era un ordenador? Dios, alguien debería tirar todos esos putos bichos al mar cualquier día de éstos.

—¿Por qué sigues diciendo eso? —le reprochó Gillette—. Ya me estoy cansando.

—¿De qué? —contestó Shelton, retándolo.

El hacker ya no podía aguantar la rabia originada por el cruel tratamiento que había recibido del detective en los últimos días y murmuró:

—Has estado echando mierda sobre las máquinas y sobre mí en cada ocasión que se te ha presentado. Algo muy difícil de creer, viniendo de un tipo que tiene un disco Winchester de mil dólares tirado en su sala de estar.

—¿Un qué?

—Cuando fuimos a tu casa, vi el disco de servidor que tenías en la sala de estar.

Al policía se le abrieron los ojos.

—Era de mi hijo —gruñó—. Estaba a punto de tirarlo a la basura. Estaba acabando de limpiar su cuarto para desprenderme de todas esas mierdas informáticas que tenía. Mi mujer no quería que tirara nada. Por eso peleábamos.

—¿A tu hijo le interesaba la informática? —preguntó Gillette.

Otra risa sarcástica.

—¡Claro que le gustaba! Se pasaba horas y horas en la red. Sólo quería
hackear
. Hasta que una cíberbanda descubrió que era hijo de un poli y pensaron que él estaba tratando de infiltrarse. Lo atacaron. Colgaron toda clase de mierdas sobre él en Internet: que si era gay, que si la poli lo había fichado, que si le iba la pedofilia…Entraron en el ordenador de su colegio e hicieron creer a todo el mundo que él había cambiado sus notas. Eso le valió la expulsión. Y luego le enviaron a la chica con la que salía un e–mail asqueroso en su nombre. Ella cortó con él por eso. El día que sucedió, él se emborrachó y condujo hasta los límites de la autopista. Quizá fue un accidente, quizá se suicidó. En cualquier caso lo mataron los ordenadores.

—Lo siento —dijo Gillette, con suavidad.

—Y una mierda —Shelton se puso muy cerca del hacker, con la misma ira de siempre—. Es por eso por lo que me presenté voluntario en este caso. Creía que el asesino bien podría ser uno de los miembros de esa banda. Y por ello me conecté en la red ese día: para ver si tú eras también uno de ellos.

—No, no lo era. Yo no le haría eso a nadie. No me hice hacker para cosas así.

—Vaya, sigues con lo mismo. Pero eres tan malo como cualquiera de los que le hicieron creer a mi niño que esas malditas cajas de plástico eran el mundo entero. Bien, eso es basura. La vida está en otro lado —agarró a Gillette por la chaqueta. El hacker no opuso resistencia, sólo miraba su cara roja, congestionada. La saliva de Shelton le cayó en la cara mientras éste vociferaba—: ¡La vida de verdad está aquí! En la carne y en la sangre…En los seres humanos…En tu familia, en tus hijos…—se atoró y rompió a llorar—. ¡Esto es real!

Shelton echó al hacker a un lado y se limpió las lágrimas con la mano. Bishop dio un paso al frente y le tomó el hombro, pero Shelton se desasió y echó a andar, desapareciendo entre la multitud de policías y agentes del FBI.

El corazón de Gillette se sentía apesadumbrado por el pobre hombre pero a un tiempo pensaba: «Las máquinas también son reales, Shelton. Cada vez son más carne de nuestra carne y más sangre de nuestra sangre y eso no va a cambiar. La pregunta que debemos hacernos es si este hecho es bueno, malo o simplemente esto: ¿en quién nos convertimos cuando accedemos a través de la pantalla a la Estancia Azul?».

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