La guerra de las Galias (13 page)

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Authors: Cayo Julio César

Tags: #Historia

BOOK: La guerra de las Galias
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XXXVII. Desembarcaron de estas naves cerca de trescientos soldados, y encaminándose a los reales, los morinos, a quienes César dejó en paz en su partida a Bretaña, codiciosos del pillaje, los cercaron, no muchos al principio, intimándoles que rindiesen las armas si querían salvar las vidas, mas como los nuestros formados en círculo hiciesen resistencia, luego a las voces acudieron al pie de seis mil hombres. César al primer aviso destacó toda la caballería al socorro de los suyos. Los nuestros entre tanto aguantaron la carga de los enemigos, y por más de cuatro horas combatieron valerosísimamente matando a muchos y recibiendo pocas heridas. Pero después que se dejó ver nuestra caballería, arrojando los enemigos sus armas, volvieron las espaldas y se hizo en ellos gran carnicería.

XXXVIII. César al día siguiente envió al teniente general Tito Labieno con las legiones que acababan de llegar de la Bretaña, contra los merinos rebeldes; los cuales no teniendo donde refugiarse, por estar secas las lagunas que en otro tiempo les sirvieron de guarida, vinieron a caer casi todos en manos de Labieno. Por otra parte, los legados Quinto Titurio y Lucio Cota, que habían conducido sus legiones al país de los menapios, por haberse éstos escondido entre las espesuras de los bosques, talados sus campos, destruidas sus mieses, e incendiadas sus habitaciones, vinieron a reunirse con César, quien dispuso en los belgas cuarteles de invierno para todas las legiones. No más que dos ciudades de Bretaña enviaron acá rehenes; las demás no hicieron caso. Por estas hazañas, y en vista de las cartas de César, decretó el Senado veinte días de solemnes fiestas en hacimiento de gracias.

Notas de Napoleón al libro IV

1. Las dos incursiones intentadas por César en estas campañas eran prematuras las dos y ni una ni otra alcanzaron éxito. Su conducta con los pueblos de Berg y de Zutphen es contraria al derecho de gentes; es en vano que se esfuerce en su memorial en atenuar la injusticia de tal proceder, y el mismo Catón le dirigió por causa de ella violentas censuras. Esta victoria contra los pueblos de Zutphen no fue, por otra parte, nada gloriosa; pues aun en el caso de que éstos hubiesen pasado el Rin efectivamente en número de 450.000, esto no significaría sino 80.000 combatientes, incapaces, por lo tanto, para enfrentarse con ocho legiones sostenidas por las tropas auxiliares y las de la Galia, que pondrían el máximo ardor en defender sus tierras. Cap. XV.

2. Plutarco pondera este puente sobre el Rin, que le parece un prodigio: es una obra que nada tiene de extraordinaria y que todo ejército moderno hubiese podido realizar con igual facilidad. César no quiso pasar sobre un puente de barcas, porque temía la perfidia de los galos y que el puente acabase por hundirse. Construyó uno sobre estacas en diez días; no necesitaba más. El Rin en Colonia tiene trescientas toesas y era la estación del año en que es más bajo el nivel de las aguas; probablemente no tenía entonces doscientas cincuenta. Cap. XVII.

3. César fracasó en su expedición a Alemania, ya que no obtuvo que la caballería del ejército vencido le fuese entregada, como tampoco ningún acto de sumisión de los suevos, que por el contrario le desafiaron. Fracasó igualmente en su expedición contra Inglaterra. Dos legiones no eran suficientes; necesitaba cuando menos cuatro, y carecía de caballería, arma indispensable en un país como Inglaterra. No había realizado los preparativos que la importancia de la expedición requerían; consecuencia de ello fue la confusión que resultó y hay que atribuir a su buena estrella el que pudiera retirarse sin pérdidas. Cap. XXXVI.

LIBRO QUINTO

I. En el consulado de Lucio Domicio y Apio Claudio, César, al partirse de los cuarteles de invierno para Italia,
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como solía todos los años, da orden a los legados comandantes de las legiones de construir cuantas naves pudiesen, y de reparar las viejas, dándoles las medidas y forma de su construcción. Para cargarlas prontamente y tirarlas en seco hácelas algo más bajas de las que solemos usar en el Mediterráneo, tanto más que tenía observado que por las continuas mudanzas de la marea no se hinchan allí tanto las olas, y asimismo un poco más anchas que las otras para el transporte de los fardos y tantas bestias. Quiere que las hagan todas muy veleras, a que contribuye mucho el ser chatas, mandando traer el aparejo
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de España. Él en persona, terminadas las Cortes de la Galia Citerior, parte para Ilírico, por entender que los pirustas
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con sus correrías infestaban las fronteras de aquella provincia. Llegado allá, manda que las ciudades acudan con las milicias a cierto lugar que les señaló. Con esta noticia los pirustas envíanle embajadores que le informen cómo nada de esto se había ejecutado de público acuerdo, y que estaban prontos a darle satisfacción entera de los excesos cometidos. Admitida su disculpa, ordénales dar rehenes, señalándoles plazo para la entrega; donde no, protesta que les hará la guerra a fuego y sangre. Presentados los rehenes en el término asignado, elige jueces árbitros que tasen los daños y prescriban la multa.

II. Hecho esto, y concluidas las juntas, vuelve a la Galia Citerior y de allí al ejército. Cuando llegó a él, recorriendo todos los cuarteles, halló ya fabricados por la singular aplicación de la tropa, sin embargo de la universal falta de medios, cerca de seiscientos bajeles en la forma dicha, y veintiocho galeras que dentro de pocos días se podrían botar al agua. Dadas las gracias a los soldados y a los sobrestantes, manifiesta su voluntad, y mándales juntarlas todas en el puerto Icio, de donde se navega con la mayor comodidad a Bretaña por un estrecho de treinta millas poco más o menos. Destina a este fin un número competente de soldados, marchando él con cuatro legiones a la ligera y ochocientos caballos contra los trevirenses, que ni venían a Cortes, ni obedecían a los mandados, y aun se decía que andaban solicitando a los germanos transrenanos.

III. La república de Tréveris es sin comparación la más poderosa de toda la Galia en caballería; tiene numerosa infantería, y es bañada del Rin, como arriba declaramos. En ella se disputaban la primacía Induciomaro y Cingetórige; de los cuales el segundo, al punto que supo la venida de César y de las legiones, fue a presentársele, asegurando que así él como los suyos guardarían lealtad y no se apartarían de la amistad del Pueblo Romano, y le dio cuenta de lo que pasaba en Tréveris. Mas Induciomaro empezó a reclutar gente de a pie y de a caballo y a disponerse para la guerra, después de haber puesto en cobro a los que por su edad no eran para ella, en la selva Ardena, que desde el Rin con grandes bosques atraviesa por el territorio trevirense hasta terminar en el de Reims. Con todo eso, después que algunos de los más principales ciudadanos, no menos movidos de la familiaridad con Cingetórige que intimidados con la entrada de nuestro ejército, fueron a César y empezaron a tratar de sus intereses particulares, ya que no podían mirar por los de la república, Induciomaro, temiendo quedarse solo, despacha embajadores a César representando «no haber querido separarse de los suyos por ir a visitarle, con la mira puesta de mantener mejor al pueblo en su deber, y que no se desmandase por falta de consejo en ausencia de toda la nobleza; que en efecto el pueblo estaba a su disposición, y él mismo en persona, si César se lo permitía, iría luego a ponerse en sus manos con todas sus cosas y las del Estado».

IV. César, si bien penetraba el motivo de este lenguaje y de la mudanza de su primer propósito, a pesar de todo, por no gastar en Tréveris el verano, hechos ya todos los preparativos para la expedición de Bretaña, le mandó presentarse con doscientos rehenes. Entregados juntamente con un hijo suyo y todos sus parientes que los pidió César expresamente, consoló a Induciomaro exhortándole a perseverar en la fe prometida; mas no por eso dejó de convocar a los señores trevirenses, y de recomendar a que sobre ser debido esto a su mérito, importaba mucho que tuviese la principal autoridad entre los suyos quien tan fina voluntad le había mostrado. Llevólo muy a mal Induciomaro, con que su crédito se disminuía entre los suyos, y el que antes ya nos aborrecía, con este sentimiento quedó mucho más enconado.

V. Dispuestas así las cosas, en fin llegó César con las legiones al puerto Icio. Aquí supo que cuarenta naves fabricadas en los meldas
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no pudieron por el viento contrario seguir su viaje, sino que volvieron de arribada al puerto mismo de donde salieron; las demás halló listas para navegar y bien surtidas de todo. Juntóse también aquí la caballería de toda la Galia, compuesta de cuatro mil hombres y la gente más granada de todas las ciudades, de que César tenía deliberado dejar en la Galia muy pocos, de fidelidad probada, y llevarse consigo a los demás como en prendas recelándose en su ausencia de algún levantamiento en la Galia.

VI. Hallábase con ellos el eduo Dumnórige, de quien ya hemos hablado, al cual principalmente resolvió llevar consigo, porque sabía ser amigo de novedades y de mandar, de mucho espíritu y autoridad entre los galos. A más que él se dejó decir una vez en junta general de los eduos, «que César le brindaba con el reino», dicho de que se ofendieron gravemente los eduos, dado que no se atrevían a proponer a César por medio de una embajada sus representaciones y súplicas en contrario, lo que César vino a saber por alguno de sus huéspedes. Él al principio pretendió, a fuerza de instancias y ruegos, que lo dejasen en la Galia, alegando unas veces que temía al mar, otras que se lo disuadían ciertos malos agüeros. Visto que absolutamente se le negaba la licencia, y que por ninguna vía podía recabarla, empezó a ganar a los nobles, a hablarles a solas y a exhortarles a no embarcarse; poniéndolos en el recelo de que no en balde se pretendía despojar a la Galia de toda la nobleza; ser bien manifiesto el intento de César de conducirlos a Bretaña para degollarlos, no atreviéndose a ejecutarlo a los ojos de la Galia. Tras esto empeñaba su palabra, y pedía juramento a los demás, de que practicarían de común acuerdo cuanto juzgasen conveniente al bien de la patria.

VII. Eran muchos los que daban parte de estos tratos a César, quien por la gran estimación que hacía de la nación Edua procuraba reprimir y enfrenar a Dumnórige por todos los medios posibles; mas viéndole tan empeñado en sus desvaríos, ya era forzoso precaver que ni a él ni a la República pudiese acarrear daño. Por eso, cerca de veinticinco días que se detuvo en el puerto, por impedirle la salida el cierzo, viento que suele aquí reinar gran parte del año, hacía por tener a raya a Dumnórige sin descuidarse de velar sobre todas sus tramas. Al fin, soplando viento favorable, manda embarcar toda la infantería y caballería. Cuando más ocupados andaban todos en esto, Dumnórige, sin saber nada César, con la brigada de los eduos empezó a desfilar hacia su tierra. Avisado César, suspende el embarco, y posponiendo todo lo demás, destaca un buen trozo de caballería en su alcance con orden de arrestarle, y en caso de resistencia y porfía, que le maten, juzgando que no haría en su ausencia cosa a derechas quien, teniéndole presente, despreciaba su mandamiento. Con efecto, reconvenido, comenzó a resistir y defenderse a mano armada, y a implorar el favor de los suyos, repitiendo a voces «que él era libre y ciudadano de república independiente», a pesar de lo cual, es cercado según la orden, y muerto. Mas los eduos de su séquito todos se volvieron a César.

VIII. Hecho esto, dejando a Labieno en el Continente con tres legiones y dos mil caballos encargado de la defensa de los puertos, del cuidado de las provisiones, y de observar los movimientos de la Galia, gobernándose conforme al tiempo y las circunstancias, él con cinco legiones y otros dos mil caballos, al poner del sol se hizo a la vela. Navegó a favor de un ábrego fresco, pero a eso de medianoche, calmado el viento, perdió el rumbo, y llevado de las corrientes un gran trecho, advirtió a la mañana siguiente que había dejado la Bretaña a la izquierda. Entonces virando de bordo, a merced del reflujo, y la fuerza de remos procuró ganar la playa que observó el verano antecedente ser la más cómoda para el desembarco. Fue mucho de alabar en este lance el esfuerzo de los soldados, que con tocarles navíos de trasporte y pesados, no cansándose de remar, corrieron parejas con las veleras. Arribó toda la armada a la isla casi al hilo del mediodía sin que se dejara ver enemigo alguno por la costa; y es que, según supo después César de los prisioneros, habiendo concurrido a ella gran número de tropas, espantadas de tanta muchedumbre de naves (que con las del año antecedente, y otras de particulares fletadas para su propia conveniencia, aparecieron de un golpe más de ochocientas velas), se habían retirado y metídose tierra adentro.

IX. Desembarcado el ejército, y cogido puesto acomodado para los reales; informado César de los prisioneros dónde estaban apostadas las tropas enemigas, dejó diez cohortes con trescientos caballos en la ribera para resguardo de las naves, de que, por estar ancladas en playa tan apacible y despejada, temía menos riesgo, y después de medianoche partió contra el enemigo y nombró comandante del presidio naval a Quinto Atrio. Habiendo caminado de noche obra de doce millas, alcanzó a descubrir los enemigos, los cuales, avanzando con su caballería y carros armados hasta la ría, tentaron de lo alto estorbar nuestra marcha y trabar batalla. Rechazados por la caballería, se guarecieron en los bosques dentro de cierto paraje bien pertrechado por la naturaleza y arte, prevenido de antemano, a lo que parecía, con ocasión de sus guerras domésticas; pues tenían tomadas todas las avenidas con árboles cortados, puestos unos sobre otros. Ellos desde adentro esparcidos a trechos impedían a los nuestros la entrada en las bardas. Pero los soldados de la legión séptima, empavesados y levantando terraplén contra el seto, le montaron sin recibir más daño que algunas heridas. Verdad es que César no permitió seguir el alcance, así por no tener conocido el terreno, como por ser ya tarde y querer que le quedase tiempo para fortificar su campo.

X. Al otro día de mañana envió sin equipaje alguno
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tres partidas de infantes y caballos en seguimiento de los fugitivos. A pocos pasos, estando todavía los últimos a la vista, vinieron a César mensajeros a caballo con la noticia de que la noche precedente, con una tempestad deshecha que se levantó de repente, casi todas las naves habían sido maltratadas y arrojadas sobre la costa; que ni áncoras ni amarras las contenían, ni marineros ni pilotos podían resistir a la furia del huracán; que por consiguiente del golpeo de unas naves con otras había resultado notable daño.

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