La Maldición del Maestro (17 page)

Read La Maldición del Maestro Online

Authors: Laura Gallego García

BOOK: La Maldición del Maestro
3.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

—El Maestro solo quiere una cosa: venganza. En esa venganza entramos Dana y yo, y posiblemente Kai, aunque en menor medida. Y Shi-Mae quiere...

—Ser la soberana del Reino de los Elfos —dijo Nawin, sombría.

—El plan era retorcido, pero, hasta el momento, les ha dado buenos resultados. Shi-Mae se puso en contacto con el Maestro, o quizá fue él quien la llamó a ella, no lo sé. Con la puerta de Shi-Mae abierta, el Maestro podía llevar a cabo su venganza en el mundo de los vivos. Por tanto, ella le ayudaba a enviar a Dana al Laberinto de las Sombras, y a cambio obtenía un escenario perfecto para sus planes la Torre, situada en un remoto valle, con cuatro aprendices, sin Maestros... ya que Shi-Mae se aseguró también de que yo me mantuviera inconsciente durante algunos días...

—Pero, si lo que ella quería era matar a Nawin —intervino Salamandra, —¿por qué ella sigue viva? Shi-Mae ha tenido muchas ocasiones para hacerlo.

—No lo sé. Imagino que hay una parte de su plan que se me escapa, pero no consigo adivinar en qué consiste. Y, de todos modos, ya habéis visto que no debía de ser un mal plan, ya que ha estado en un tris de matarnos a todos.

—Supongo que querría echarle la culpa a los lobos del valle —dijo Jonás, que llevaba un buen rato sin hablar—. No podía matar a Nawin así, sin más. Es una princesa. Pero me parece que se las ha apañado bastante bien para conseguir que ella saliese corriendo de la Torre de noche, para que los lobos acabasen con ella. Si no es así, no me explico por qué no le había dicho a Nawin que era peligroso salir de noche. Todos lo sabíamos, excepto ella.

—A mí me sorprende que Fenris siga vivo —declaró Conrado, —dado que los dos magos quieren vengarse de él.

—Tengo muchos enemigos —asintió el elfo lúgubremente. —Imagino que tenían... o tienen... otros planes para mí.

Salamandra se estremeció y lo miró fijamente.

—Saben que vas a entrar en el Laberinto de las Sombras de todas formas —dijo.

—Lo único que tienen que hacer es asegurarse de que no vuelvas a salir.

Morderek supo enseguida que Shi-Mae se había ido.

Lo supo porque los lobos comenzaron a aullar más alto, y porque había algo en la Torre que no era igual. El edificio pareció de pronto más silencioso, más vacío, más solo.

A Morderek no le importó. Hasta aquel momento no había podido dormir, temeroso de que Fenris o Shi-Mae acudiesen a ajustar las cuentas con él. Ahora que ninguno de los dos estaba en la Torre, el muchacho podía respirar tranquilo.

Podía imaginar perfectamente por qué se había marchado Shi-Mae, y adonde había ido. No compadecía a sus compañeros; si habían sido lo bastante estúpidos como para cruzarse en el camino de una Archimaga ambiciosa, ellos mismos se lo habían buscado.

Se frotó los ojos, cansado y soñoliento. Iba a volver a acostarse cuando los aullidos de los lobos reclamaron de nuevo su atención. Los escuchó sin mucho interés. Decían lo de siempre. Hablaban de maldiciones y venganzas.

Pero esta vez sonaban triunfantes y transmitían un nuevo mensaje.

—Cuidado, magos. Ya nada nos impide entrar en la Torre. Vamos por vosotros.

El terrible rugido del viento despertó a Salamandra de un sueño inquieto y poco reparador. Se incorporó un poco y vio a sus compañeros durmiendo, con excepción de Kai, que no estaba, y de Fenris, que contemplaba la hoguera, pensativo. Se acercó a él.

—Deberías estar durmiendo —se limitó a decir el elfo.

Salamandra no replicó. Se sentó junto a él.

—¿En qué piensas?

Fenris guardó silencio. Luego dijo:

—¿Recuerdas el lobo blanco que me ayudó en el desfiladero? Pues no es uno de los lobos del valle. Nunca lo había visto antes.

—Bueno, sería un lobo extranjero que estaba de paso. ¿Qué tiene eso de particular?

—No era un lobo corriente. No me refiero a que estuviese o no embrujado debido a una maldición, es... —calló un momento; luego prosiguió, en voz baja—: Creo que es como yo.

—¿Un hombre-lobo...? Quiero decir, ¿un elfo-lobo?

—No lo sé. Solo nos miramos un instante, y luego... Pero ojalá pudiera volver a encontrarlo. Puede que él tenga la respuesta a mis preguntas.

Salamandra no dijo nada. Fenris añadió:

—Pero ahora no tengo tiempo de ir en su busca. Tenemos que entrar en el Laberinto de las Sombras antes de que sea demasiado tarde.

Salamandra asintió en silencio. Desvió de nuevo su mirada hacia el fuego de la hoguera, y Fenris descubrió que temblaba.

—Tengo miedo —dijo ella, contestando a la muda pregunta del elfo.

—No vas a entrar en el Laberinto, Salamandra. No te preocupes; pronto habrá acabado todo esto para ti.

—No —Salamandra se irguió para mirarlo a los ojos. —Solo acaba de empezar —se observó las manos con desolación. —¿Qué es lo que soy, Fenris? ¿Por qué soy así?

Él colocó una mano sobre su hombro, en señal de consuelo.

—Tienes un gran poder, muchacha. Ahora te asusta, pero cuando aprendas a controlarlo...

—¡Controlarlo! Tú no has visto lo que hice en el bosque.

—Le salvaste la vida a Jonás, por lo que tengo entendido.

—Pero fue casualidad. Todo fue muy rápido, apenas apunté. Podría haber fallado y haberlo calcinado a él —Salamandra se cubrió el rostro con las manos. —Oh, Fenris; si le hubiese hecho daño a Jonás, no me lo habría perdonado nunca.

—Pero no lo hiciste. Le salvaste la vida, y es lo que cuenta, ¿no?

Salamandra suspiró y volvió a mirarlo a los ojos.

—Tengo miedo de mí misma —confesó. —Quiero hacer muchas cosas, no soporto quedarme sentada mientras hay problemas. Pero solo soy una aprendiza de primer grado, eso es lo que me dice la gente. Y, sin embargo, si saco lo que hay dentro de mí... —se estremeció. —Podrían pasar cosas terribles. Hasta ahora ha ido bien, pero... ¿y más adelante?

—Irá bien, estoy convencido. Verás, la mayoría de los que venimos aquí tenemos algo dentro que no podemos controlar. Pasamos mucho tiempo angustiados, pensando que somos diferentes, que somos monstruosos, que la gente no nos va a aceptar. Hasta que comprendemos que ese lado salvaje también forma parte de nosotros mismos; no hay que luchar contra él, solo aprender a controlarlo y canalizarlo de forma adecuada. Entonces aprendemos que no se trata de un error de la naturaleza; es un don, un regalo, si hacemos buen uso de él.

Salamandra miró a su amigo, pensativa.

—¿También a ti te pasó eso?

—También a mí. Pero para mí fue mucho más terrible, créeme. Maté a mucha gente antes de poder controlar mi lado salvaje.

Salamandra se estremeció. Fenris la miró con simpatía.

—Para ti, en cambio, será diferente. Porque ya has empezado a aprender.

Ella no dijo nada durante un rato. Entonces, lentamente, murmuró:

—También tengo miedo por otras cosas, Fenris. Tengo miedo por ti. Tengo miedo de que no logres volver y el Laberinto de las Sombras te destruya.

Fenris sonrió.

—Cuando encuentras un obstáculo debes luchar para superarlo —dijo.

—Cuando, a pesar de todos tus esfuerzos, ese obstáculo te vence, es porque era tu destino que sucediese así.

Salamandra se levantó de un salto. —¡No! —dijo. —Yo no lo acepto. Yo no creo que haya un destino que está escrito. Y si es así, y tu destino es quedar encerrado en el Laberinto de las Sombras, yo lo cambiaré.

Se alejó de él, muy confusa, y Fenris no hizo nada para detenerla. Salamandra sentía que tenía las mejillas ardiendo, y buscó un lugar privado para sentarse a pensar.

—Lo has visto transformado en lobo y ni siquiera te importa —oyó la voz de Kai en un susurro. —Supongo que debe de ser amor.

—Dana sabe que estás muerto y ni siquiera le importa —respondió ella. —Eso también es amor —se volvió para mirarle. —Por eso sé que lo conseguiremos, Kai. Ella no va a rendirse. Luchará hasta el final. Por ti.

—Y por vosotros —añadió él.

Hubo un breve silencio. Entonces, Salamandra confesó:

—Sí que me importa. Le tengo miedo.

—Cuando yo lo conocí —rememoró él, —todas las noches de luna llena se transformaba sin remedio y se convertía en una bestia asesina. Fenris ha sufrido mucho, Salamandra.

—Ella... Shi-Mae... lo rechazó, ¿verdad? Y él todavía la quiere.

—No. En eso te equivocas. Estoy convencido de que ya no la quiere.

Ella alzó la cabeza con una luz de esperanza en sus ojos oscuros.

—Pero —añadió Kai, —yo que tú esperaría. Puede que no te hayas dado cuenta aún, Salamandra, pero tienes el corazón dividido.

Ella sacudió la cabeza con una sonrisa, y se volvió para mirarlo.

Kai contemplaba la tormenta de nieve con un brillo especial en la mirada. Se había sentado sobre una roca baja, con los brazos sobre las rodillas.

—Es extraño —comentó la muchacha—. Pareces...

—¿Real? —la ayudó él—. ¿Corpóreo? No todos los fantasmas son como yo, en eso tienes razón. Yo regresé de nuevo al mundo de los vivos; todo es exactamente igual... excepto mi cuerpo.

Salamandra no quiso preguntarle dónde estaba su cuerpo... o lo que quedara de él. Se le hacía muy extraño hablar de aquello.

—Y, aun así, la quieres.

—Puedo sentir cosas —aseguró Kai. —Ahora mismo siento a Dana muy, muy cerca... aquí —y se llevó la mano al pecho. —Siento un dolor terrible. Siento...

Kai calló. Salamandra también. Luego, la joven dijo:

—¿Cuántos años tiene ella?

—No lo sé. Entre veinticinco y treinta, supongo.

—Pero tú no pareces tener más de dieciséis...

—Tú lo has dicho: parezco. Ahora me ves con el aspecto que tenía en la época de mi muerte. En realidad, tengo más de quinientos años, Salamandra.

—¡Otro longevo! —suspiró ella.

—Soy más que eso —repuso él con una sonrisa. —Soy eterno. Y tú también lo eres, ¿sabes? Todos lo son, excepto aquellos que acaban sus días en el Laberinto de las Sombras. Es eso lo que quieren arrebatarle a Dana su espíritu.

—Es terrible —dijo ella, estremeciéndose.

—Sí, ya lo sé. Por eso tenemos que rescatarla cuanto antes —se levantó. —Mejor será que despertemos ya a los demás. Ha llegado la hora.

Morderek se dio cuenta de que Shi-Mae lo había abandonado a su suerte cuando los lobos comenzaron a arañar las puertas de la Torre. Estaba pensando qué podría hacer para ahuyentarlos cuando oyó un grito proveniente de la parte baja, y recordó que no estaba solo en la Torre.

Se teletransportó hasta la cocina, donde Tina intentaba atrancar la puerta de salida al patio. Fuera, los lobos gruñían y arañaban la madera, tratando de entrar.

La cocinera se volvió hacia Morderek, aterrada.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué no hace nada la Señora de la Torre?

—Se ha ido, Tina. Todos se han ido. Estamos solos tú y yo.

Un mago y cuatro aprendices formando un círculo. Un mago y cuatro aprendices recitando, por turno, las palabras mágicas. Un mago y cuatro aprendices abriendo la puerta al Laberinto de las Sombras.

La furiosa tormenta de nieve seguía golpeando la campana protectora, pero Fenris y los chicos no parecían notarlo. Concentrados en su tarea, solo se preocupaban de dos cosas acumular toda la energía mágica que les fuera posible y pronunciar correctamente las palabras del conjuro.

Uno por uno fueron realizando las invocaciones a los elementos. Uno por uno fueron aportando su magia. Uno por uno fueron contribuyendo a que la puerta entre ambas dimensiones se abriese un poco más.

Finalmente, cuando el círculo estaba a punto de romperse, la puerta se abrió.

Los cinco abrieron los ojos, con precaución. Frente a ellos, en el centro del círculo, había un enorme agujero gris que giraba lentamente sobre sí mismo. Fenris se quedó mirándolo, con semblante inexpresivo. Soltó las manos de Jonás y avanzó un paso al frente.

Pero Kai se le adelantó. Entró en el círculo y se arrojó temerariamente al interior del agujero interdimensional. —¡Kai! —gritó Salamandra, y Fenris dio un respingo. —¿Qué ha pasado?

—¡Kai ha entrado en el Laberinto!

Fenris se volvió hacia sus alumnos.

—En tal caso, ha llegado la hora de despedirnos. Ya sabéis lo que tenéis que hacer.

Salamandra avanzó hasta situarse frente a él y mirarlo a los ojos. No fue capaz de decirle nada, pero Fenris leyó en su mirada cuáles eran sus sentimientos.

—No sufras, Salamandra —dijo. —Volveré. No creo que sea mi destino desaparecer entre las sombras como si jamás hubiese existido.

Salamandra sonrió débilmente.

—No, tampoco yo lo creo.

Se separó de él y le dio la espalda.

—¿Lista, Nawin? —preguntó.

La princesa elfa nunca llegó a contestar a esa pregunta. Súbitamente un viento huracanado salido de no se sabía dónde la empujó, junto con el resto de los aprendices, hacia la puerta del Laberinto de las Sombras. Rápidamente, el agujero se los tragó.

Fenris saltó hacia delante con un grito, pero llegó demasiado tarde. Se había quedado solo.

Se disponía a lanzarse tras los chicos cuando oyó una voz conocida:

—Has podido ocultarte de mí durante mucho tiempo, mago. Pero ni tu campana protectora puede evitar que yo encuentre la puerta al Laberinto de las Sombras, una vez que ha sido abierta.

La alta figura de Shi-Mae avanzó hacia él desde las sombras de la tormenta de nieve. Fenris la miró con un rictus de rabia dibujado en su rostro.

—¿Por qué lo has hecho? Solo son jóvenes aprendices.

—...Que iban a denunciarme al Consejo de Magos.

Fenris quiso matarla allí mismo, pero se contuvo a duras penas.

—Déjalos marchar. Tú solo me odias a mí, Shi-Mae.

Ella le dirigió una mirada pensativa.

—Ahora estás demasiado débil como para defenderte —dijo. —Te tengo en mi poder. Por fin puedo destruirte, como tendría que haber hecho cuando descubrí quién eras.

Ladeó la cabeza y siguió observándolo, pensativa.

—Llevo mucho tiempo esperando este momento. Esperando el momento de mi venganza. Ahora vendrás conmigo, mago, y me aseguraré de que sufres lo indecible antes de morir...

—¡No! —tronó de pronto una voz, y los dos elfos se volvieron rápidamente—. Un trato es un trato, Shi-Mae. Has desaprovechado tu oportunidad. Ahora Fenris me pertenece a mí.

Ninguno de los dos magos vio a la persona que se escondía tras aquella voz, pero sí se dieron cuenta de que procedía de la puerta al Laberinto de las Sombras. Antes de que ninguno de los dos pudiese reaccionar, el agujero dimensional se agrandó y comenzó a girar más rápido; un extraño efecto de succión tiró de Fenris hacia la puerta...

Other books

Past the Ages: Book Two by RaShelle Workman
Street Dreams by Faye Kellerman
Magic's Price by Mercedes Lackey
Taken By The Karate Instructor by Madison, Tiffany
Frozen Tracks by Ake Edwardson
The Retro Look by Albert Tucher
The Mingrelian by Ed Baldwin
Cold Feet in Hot Sand by Lauren Gallagher