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Authors: Andreu Martín y Jaume Ribera

La monja que perdió la cabeza (23 page)

BOOK: La monja que perdió la cabeza
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—De acuerdo.

—Y quedamos para mañana.

No dijo que no.

Tampoco dijo que podríamos quedar para aquella misma noche.

ACTO SEPTIMO
Escena 1

El Epulón es una marisquería situada cerca de la agencia. El propietario, un ex sacerdote que colgó los hábitos cuando le cayó una herencia fabulosa, es más partidario del exceso que de la calidad. Platos abundantes y caros para clientes acostumbrados al dinero fácil: inmobiliarias, delincuentes o millonarios de nacimiento, como el propio Biosca.

Salió a recibirme el apóstata. Lo que más valoraba de las mujeres era el peinado. De los hombres, la bragueta. De todos, la cartera.

—Bienvenidos sean, queridísimos Holmes y Watson —me dijo, pese a que yo iba solo—. Os están esperando en el reservado de los Romanos.

La decoración era ampulosa y excesiva, igual que el dueño y los platos. En las paredes del reservado que nos habían adjudicado aquel día, había un fragmento de la Epístola de San Pablo a los Romanos: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque si obras así, apilarás brasas de fuego sobre su cabeza.» Éste era el tipo de bromas que le gustaban al dueño.

Octavio y Beth ya me estaban esperando, tomando un aperitivo.

Al verme, Octavio profirió un grito y se puso en pie de un salto.

—¡Eh, Esquius! ¡Buenas noticias! ¡Agárrate fuerte! ¿Sabes qué ha pasado entre ayer, cuando nos vimos, y hoy? —Preparación dramática—. ¡Que he mojado! ¡Sí señor! ¡La he metido, he hecho el amor, he practicado el sexo, he tenido relaciones sexuales, he jodido, he follado, he realizado un coito con orgasmo, me he tirado a una pava! ¿Eh? ¿Qué te parece? Tú dejando pasar la oportunidad de hacértelo con la rusa en el superchalé de Biosca y yo, en cambio, aprovechando el tiempo como un conejo, Esquius!

Beth, detrás de él, arqueaba las cejas y se reía.

—Te felicito, Octavio —dije—, pero debes saber que, si no fui al Rienvaplí de Biosca, fue porque estaba muy ocupado en casa. La rusa, como tú dices, no me dejaba respirar…

—¿De verdad? —Atónito, siempre dispuesto a creer que lo que les pasaba a los demás era mejor que lo que había hecho él.

—¿Y la otra que decías? ¿Cómo se llamaba? ¿Natalia? —intervino Beth, con ganas de seguir la broma.

—Es un poco inoportuna. Esta mañana se ha presentado en casa justamente cuando estaba con Fatmire y con…

—¿Con quién…? —exclamó Octavio, en pleno arrebato—. ¿Había otra?

Yo no podía mencionar el nombre de Ana porque se conocían. Pero me estaba divirtiendo y no era cuestión de interrumpir el
show.

—Mi amante secreta.

—¿Tu amante secreta? —gritaron Beth y Octavio a coro—. ¿Tienes una amante secreta?

—Sí señor, y Biosca me puso en un compromiso al meterme a Fatmire en casa. Menos mal que mi amante secreta es muy tolerante…

—¿Te lo hiciste con las dos? —chilló Octavio, casi saltando sobre las puntas de los pies.

—Primero con una, después con otra. Y, como te he dicho, de repente, esta mañana, se presenta Natalia…

—Y ¿se ha sumado al grupo? —Octavio, vibrando de emoción.

—Y, después, han llegado Oriol, Silvia, Aina y Roger.

—¡Una orgía!

—Demasiadas mujeres, Octavio, demasiadas mujeres.

—Estás hecho una bestia, Esquius. ¡Un semental! Debes de estar agotado. ¡Siéntate, siéntate! ¿Quieres tomar algo, no sé, un reconstituyente…? Y escucha, escucha, ¿te importaría darme más detalles…?

Beth se partía de risa. Me gusta mucho su manera de reír.

—¡Señores, señores! —Biosca irrumpía e interrumpía la juerga—. Un poco de seriedad. Siéntense. Les traigo malas noticias. La situación es crítica.

Llegaba con el discreto y pulcro Fernando.

Mientras ocupábamos nuestros sitios, yo al lado de Beth, tuve que pasar muy cerca de Octavio y aproveché para preguntar:

—¿Cómo te fue en el Poble Sec? ¿Enseñaste la foto a los vecinos?

—Ah, sí. Nadie conoce al negro de las gafas. A la niña sí: es Eulalia Gracián. Pero no pude preguntar mucho porque Biosca me retiró del caso y me puso en esto del cuadro de Fortuny…

Disimuladamente, como alumnos que intercambian revistas porno en clase, me devolvió la foto rasgada.

—¡Silencio, señores, por favor! —exigió Biosca.

Con mucha ceremonia, movimientos lentos, medidos, como contaminado por la influencia sacra del local, Biosca esperó a que estuviésemos calladitos y, entonces, dijo solemne como un
dominus vobiscum
:

—¿Ya saben qué van a comer?

Se distendió la atmósfera, risas, pedimos la comida; primero unos cuantos platos para picar, después una de las especialidades de pescado y un Ribeiro muy frío, y agua.

Aprovechando el bullicio, Beth me tocó el brazo para atraer mi atención.

—Caso resuelto —dijo—. Tenías razón, Esquius. Pero mejor no decir nada hasta que lo tengamos bien atado, ¿no?

—¿Que tenía razón?

Me guiñó un ojo.

—Venga, no te hagas el sueco. Tengo las fotos del culpable con otro individuo, en el aeropuerto de Girona. —Yo no me atrevía a preguntar quién era el culpable, ni en qué consistía su culpabilidad, porque me daba vergüenza reconocer que ni siquiera había terminado de comprender el enunciado del problema—. ¿Que te parece si le mando las fotos por fax a ese amigo tuyo de la Científica, para ver si le conocen?

—Si lo crees oportuno… —tuve que conceder.

—Ostras —dijo, mientras se levantaba—. El mérito es tuyo, me bastó con seguir el método Esquius. ¡Es que no falla! Tuve que pasar toda la noche despierta, pensando en lo que me habías dicho. ¡Por fin, cuando salió el sol, se hizo la luz!

—Que es lo que acostumbra a pasar cuando sale el sol.

Se disculpó, coqueta y traviesa, con Biosca:

—Perdone, eh, perdone. Es que me he dejado una cosa de vital importancia en el despacho. Vuelvo enseguida, cosas de mujeres. No se emborrachen ni expliquen chistes guarros aprovechando que no estoy, ¿eh?

Salió a la carrera.

—Esquius —dijo Biosca—. Espero que haya abandonado definitivamente el caso de la monja… ¡Al fin y al cabo era un caso sin pies ni cabeza, ja ja ja!

Se echó a reír estrepitosamente y, claro, los demás, qué íbamos a hacer. La pelota al jefe, ja ja ja.

Escena 2

Almejas, chipirones, mejillones a la marinera, cigalas abiertas, navajas, calamares a la romana, berberechos, tallarines, de momento, para hacer boca. Después, rape al horno, lenguado
meunière
, dorada a la sal, bacalao
a la llauna
y, para Octavio, paella. Vino de Ribeiro. Agua.

Para iniciar la ceremonia, Biosca sacó un papel impreso de su cartera y dijo:

—Señores míos: Fermín Mollerussa está haciendo aguas. Aguas mayores y aguas menores. Naufraga con la mierda al cuello. Ayer, inesperadamente, me llamó para decirme que debíamos olvidarnos del asunto porque ahora está convencido de que su cuadro,
Odalisca
o
Fantasía árabe
o como se llame, de sesenta y dos centímetros, óleo sobre lienzo, era falso desde que lo compró. Falso. Que se equivocó, que en el certificado de Shotheby's constaba la palabra «copia», que le perdonemos, que nos pagará lo que le digamos y que le transmitamos nuestras excusas al señor obispo, etcétera. Dejó claro que pagará lo que le pidamos, no faltaría más, pero no se me escapa que todo esto es una manera de despedirnos, y a mí no me despide ni la madre que me parió, sobre todo si el que de hecho nos tiene contratados es otro, en este caso el obispo. Ustedes se preguntarán por qué me empeño en decir que ha habido un robo de un cuadro valiosísimo si el propietario del mismo defiende que ni el cuadro es valioso ni ha habido ningún robo. Lo entenderán cuando les lea este artículo que salió publicado en la
Hoja Dominical
del obispado de Girona el domingo pasado. Entre muchísimas otras cosas, de una profundidad y capacidad de análisis asombrosas, incluye esta afirmación: «No es sólo en el infierno donde aquellos que se libran a la codicia y a la lujuria y a la exhibición impúdica de sus riquezas encontrarán su castigo, pues también en la Tierra serán desposeídos de los bienes materiales e impúdicos que adoran.»

Una pausa para comprobar el efecto que nos habían causado sus palabras, y Biosca continuó:

—Esta alusión tan directa a nuestro amigo y cliente Fermín Mollerussa y la imprudencia de haberse declarado más importante que Jesucristo, me lleva a pensar dos cosas: a, que el Vaticano se la tiene jurada y que están dispuestos a castigar al pecador, aquí, en la Tierra como en el Cielo y, b, que el cuadro de Fortuny fue mangado, efectivamente, por Su Santidad el Papa de Roma, con la intención de dar un escarmiento al imprudente.

»Por eso puse en acción a Octavio y a Beth, Esquius, dado que me pareció que usted no prestaba mucha atención al asunto más importante que ha llegado a nuestra agencia desde que la creamos. Ahora le ruego que permanezca atento porque, cuando acaben las exposiciones de los aquí presentes, espero oír sus siempre doctas conclusiones. Adelante, Octavio.

Octavio no sabía si debía ponerse en pie o no, si tenía que parar de comer o si le estaba permitido hablar con la boca llena. Optó por hacer una pequeña reverencia y por arrancar el discurso sin vaciar la boca, de modo que iba esparciendo en derredor una profusión de perdigones. Gesticulaba con el tenedor en la mano y todos nos alarmamos por si se hacía daño o se lo causaba a alguien.

—Bueno, pues agradezco que me den la palabra, porque tengo buenas noticias. La buena noticia es que follé.

—Bravo. Felicidades, Octavio —dijo Biosca aplaudiendo tímidamente.

—… Sí, señor. El señor Biosca me pidió que me acercara a la señorita Lidia Badilans, fotógrafa oficial del restaurante L'Aglà, y me acerqué a ella, ya lo creo que me acerqué. Estuve todo lo cerca que puede estar una persona de otra, no podíamos estar más cerca, no sé si me entienden. Porque hay que decir que esa tía es una guarra, no sé si me entienden. Por delante y por detrás, aquella tía se los ha tirado a todos, a Fermín Mollerussa y al señor Costafreda, el
maître
, y a todo dios. Ella dice que es una, ¿cómo lo decía?, promiscua, pero yo creo que es una ninfómana, una caliente del «vayan pasando», y le gusta comentarlo. Porque ésa es otra. Habla como un locutor de radio. No para…

En aquel momento, sonó mi móvil. Dije: «Disculpad» y contesté, y Octavio aprovechó para volver a llenarse la boca.

—¿Sí?

—¿Esquius? Soy Monzón. —El de la Policía Científica—. ¿Qué se te ha perdido con la Mafia siciliana?

—¿A mí?

—Acabas de enviarme desde la agencia una foto en la que se ve a no sé quién en compañía de un tal Bruno Dino, hombre de confianza de un mafioso siciliano aficionado a traficar con obras de arte robadas. Eso es droga dura. ¿No tienes nada que decirme?

—No puedo decirte nada, de momento, pero ya tendrás noticias mías. No te preocupes.

Corté la comunicación y dediqué una sonrisa de satisfacción a la concurrencia.

—Adelante, Octavio. Perdona. Continúa.

Mientras Octavio continuaba, escribí en una servilleta de papel «Hombre aeropuerto = mafia = obras de arte» y se lo mostré a Beth. Ella fingió un escalofrío de excitación y de placer.

—… Bueno, el caso es que, si me lo permiten, iré al grano, estábamos en la cama, fumándonos el cigarrillo de después y tal, y llaman a la puerta y ella va a abrir y yo espío por la ventana y nunca diríais quién era. Fermín Mollerussa. Ayer por la tarde. El lunes por la tarde, que cierran el restaurante. Les oí discutir. Fermín Mollerussa parecía muy excitado. Me acerqué a la puerta y oí que él y la fotógrafa hablaban de chantaje. De unas fotos que Lidia le había hecho a Costafreda, el
maître
, fotos comprometedoras. Fermín Mollerussa le pedía a la chica que se las devolviera. Lidia decía que no, que las fotos eran suyas y los negocios que tuviera con Costafreda eran privados. Fue entonces cuando Fermín Mollerussa dijo: «¿Negocios? ¡Es un vulgar chantaje!», y Lidia dijo: «¡Será un chantaje, pero no es nada vulgar!» Fermín Mollerussa decía: «Estamos con el agua al cuello con eso de la inversión en la cadena de restaurantes en el extranjero; si los del banco no nos amplían el crédito se va todo a la mierda y ahora Costafreda amenaza con poner una demanda de disolución de la sociedad!», y ella decía: «Ah, por tu culpa. ¿No puso dinero para fundarlo, cuando tú no tenías ni un duro? ¿No tiene un veinte por ciento de las acciones? ¡Pues no haberte aprovechado de que estás en mayoría para regatearle lo que le corresponde!» «¡Yo soy el creador!», chillaba Fermín Mollerussa. «¡Yo soy el genio!»

»Después, le pedí a Lidia que me lo contara mejor, y bueno, me dijo que no me metiera donde no me llamaban y me echó de su casa, pero yo ya había comprendido que era uno de esos asuntos turbios de empresarios chorizos.

—Muy bien —aplaudió Biosca—. ¿Ha tomado nota, Esquius? ¿Qué tiene que decir?

—En este momento —dije—, tengo los datos suficientes para saber que fue realmente un robo y que el cuadro de Fortuny era auténtico.

Beth me propinó un codazo.

—Así me gusta, Esquius, que barra para casa. Fernando, ¿ha tomado nota? —Fernando, calladito, a su lado, se limitaba a asentir con la cabeza como un perro fiel—. Y tú, Beth, ¿qué tenías que decirnos?

—Yo ya tengo el caso resuelto.

—Ah, caray.

—Ya sé quién robó el cuadro, y todo lo que acaba de decir Octavio no hace sino confirmarlo.

Biosca enarcó las cejas.

—¿Quiere decir que no fue Su Santidad?

—¿De verdad creía que el ladrón había sido él? —se admiró Beth.

—Me hacía ilusión —dijo el jefe, sin perder su mueca de perplejidad—. Ya me imaginaba los titulares, el escándalo, la agencia Biosca y Asociados en primera plana de todos los periódicos del mundo… el negocio… ¡Cada vez que el Papa robara algo vendrían a encargarnos el caso a nosotros! —Le reímos todos el chiste, como correspondía a nuestra condición de subordinados—. ¿Tenemos que renunciar a tanta fama y prosperidad?

—Me temo que no hay otra alternativa. Pero —añadió Beth—, la prioridad es recuperar el cuadro auténtico y no quiero exponerme a contar nada hasta que lo tengamos. He pensado… —Me miró—. He pensado en recurrir al truco de meternos en casa del ladrón y registrarlo todo y quedarnos dentro. —Lo decía como si tuviera que entenderla, y asentí para darle a entender que sobraban las explicaciones—. Necesitaré la ayuda de Octavio. Es único abriendo puertas y neutralizando sistemas de seguridad.

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