La Odisea (16 page)

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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

BOOK: La Odisea
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398
Así les arengó. Todos lo aplaudieron, y poniéndolo por obra, enviaron a sus respectivos heraldos para que les trajeran los presentes. Y Euríalo respondió de esta suerte:

401
—¡Rey Alcínoo, el más preclaro de todos los ciudadanos! Yo apaciguaré al huésped, como lo mandas, y le daré esta espada de bronce, que tiene la empuñadura de plata y en torno suyo una vaina de marfil recién cortado. Será un presente muy digno de tal persona.

406
Diciendo así, puso en las manos de Odiseo la espada guarnecida de argénteos clavos y pronunció estas aladas palabras:

408
—¡Salud, padre huésped! Si alguna de mis palabras te ha molestado, llévensela cuanto antes los impetuosos torbellinos. Y las deidades te permitan ver nuevamente a tu esposa y llegar a tu patria, ya que hace tanto tiempo que padeces trabajos lejos de los tuyos.

412
Respondióle el ingenioso Odiseo: —¡Muchas saludes te doy también amigo! Los dioses te concedan felicidades y ojalá que nunca eches de menos esta espada de que me haces presente, después de apaciguarme con tus palabras.

416
Dijo y echóse al hombro aquella espada guarnecida de argénteos clavos. Al ponerse el sol, ya Odiseo tenía delante de sí los hermosos presentes. Introdujéronlos en la casa de Alcínoo los conspicuos heraldos e hiciéronse cargo de ellos los vástagos del ilustre rey, quienes transportaron los bellísimos regalos adonde estaba su veneranda madre.

421
Volvieron todos al palacio precedidos por la sacra potestad de Alcínoo y sentáronse en elevadas sillas. Y entonces la potestad de Alcínoo dijo a Arete:

424
—Trae, mujer, un arca muy hermosa, la que mejor sea; y mete en la misma un manto bien lavado y una túnica. Poned al fuego una caldera de bronce y calentad agua para que el huésped se lave y, viendo colocados por orden cuantos presentes acaban de traerle los eximios feacios, se regocije con el banquete y el canto del aedo. Y yo le daré mi hermosísima copa de oro, a fin de que se acuerde de mi todos los días al ofrecer en su casa libaciones a Zeus y a los restantes dioses.

433
Así dijo. Arete mandó a las esclavas que pusiesen en seguida un gran trípode al fuego. Ellas llevaron al ardiente fuego un trípode que servía para los baños, echaron agua en la caldera y recogiendo leña, encendiéronla debajo. Las llamas rodearon el vientre de la caldera y calentóse el agua. Entre tanto sacó Arete de su habitación un arca muy hermosa y puso en la misma los bellos dones —vestiduras y oro— que habían traído los feacios, y además un manto y una hermosa túnica. Y seguidamente habló al héroe con estas aladas palabras:

443
—Examina tú mismo la tapa y échale pronto un nudo; no sea que te hurten alguna cosa en el camino, cuando en la negra nave estés entregado al dulce sueño.

446
Apenas oyó estas palabras el paciente divinal Odiseo, encajó la tapa y le echó un complicado nudo que le enseñó a hacer la veneranda Circe. Acto seguido invitóle la despensera a bañarse en una pila y Odiseo vio con agrado el baño caliente, porque no cuidaba de su persona desde que partió de la casa de Calipso, la de los hermosos cabellos; que en ella estuvo siempre atendido como un dios. Y lavado ya y ungido con aceite por las esclavas, que le pusieron una túnica y un hermoso manto, salió y fuese hacia los hombres, bebedores de vino, que allí estaban, pero Nausícaa, a quien las deidades habían dotado de belleza, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construido, se admiró al clavar los ojos en Odiseo y le dijo estas aladas palabras:

461
—Salve, huésped, para que en alguna ocasión, cuando estés de vuelta en tu patria, te acuerdes de mi; que me debes antes que a nadie el rescate de tu vida.

463
Respondióle el ingenioso Odiseo: —¡Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo! Concédame Zeus, el tonante esposo de Hera, que llegue a mi casa y vea el día de mi regreso; que allí te invocaré todos los días, como a una diosa, porque fuiste tú, oh doncella, quien me salvó la vida.

469
Dijo, y fue a sentarse junto al rey Alcínoo, cuando ya se distribuían las porciones y se mezclaba el vino. Presentóse el heraldo con el amable aedo Demódoco, tan honrado por la gente, y le hizo sentar en medio de los convidados, arrimándolo a excelsa columna. Y entonces el ingenioso Odiseo, cortando una tajada del espinazo de un puerco de blancos dientes, del cual quedaba aún la mayor parte y estaba cubierto de abundante grasa, habló al heraldo de esta manera:

477
—¡Heraldo! Toma, llévale esta carne a Demódoco para que coma y así le obsequiaré, aunque estoy afligido; que a los aedos por doquier les tributan honor y reverencia los hombres terrestres, porque la Musa les ha enseñado el canto y los ama a todos.

482
Así dijo; y el heraldo puso la carne en las manos del héroe Demódoco, quien, al recibirla, sintió que se le alegraba el alma. Todos echaron mano a las viandas que tenían delante. Y cuando hubieron satisfecho las ganas de beber y de comer, el ingenioso Odiseo habló a Demódoco de esta manera:

487
—¡Demódoco! Yo te alabo más que a otro mortal cualquiera, pues deben de haberte enseñado la Musa, hijo de Zeus, o el mismo Apolo, a juzgar por lo primorosamente que cantas el azar de los aqueos y todo lo que llevaron a cabo, padecieron y soportaron como si tú en persona lo hubieras visto o se lo hubieses oído referir a alguno de ellos. Mas, ea, pasa a otro asunto y canta como estaba dispuesto el caballo de madera construido por Epeo con la ayuda de Atenea; maquina engañosa que el divinal Odiseo llevó a la acrópolis, después de llenarla con los guerreros que arruinaron a Troya. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos los hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto.

499
Así habló y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que éstos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.

502
El caballo estaba en pie, y los teucros, sentados a su alrededor, decían muy confusas razones y vacilaban en la elección de uno de estos tres pareceres; hender el vacío leño con el cruel bronce, subirlo a una altura y despeñarlo, o dejar el gran simulacro como ofrenda propiciatoria a los dioses; esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tuviera dentro aquel enorme caballo de madera donde estaban los más valientes argivos, que causaron a los teucros el estrago y la muerte.

514
Cantó cómo los aqueos, saliendo del caballo y dejando la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelsa urbe, mientras que Odiseo, cual si fuese Ares, tomaba el camino de la casa de Deífobo, juntamente con el deiforme Menelao. Y refirió cómo aquél había osado sostener un terrible combate, del cual alcanzó Victoria por el favor de la magnánima Atenea.

521
Tal fue lo que cantó el eximio aedo; y en tanto consumíase Odiseo, y las lágrimas manaban de sus párpados y le regaban las mejillas. De la suerte que una mujer llora, abrazada a su marido, que cayó delante de su población y de su gente para que se libraran del día cruel la ciudad y los hijos —al verlo moribundo y palpitante se le echa encima y profiere agudos gritos, los contrarios la golpean con las picas en el dorso y en las espaldas trayéndole la esclavitud a fin de que padezca trabajos e infortunios, y el dolor miserando deshace sus mejillas— de semejante manera Odiseo derramaba de sus ojos tantas lágrimas que movían a compasión. A todos les pasó inadvertido que vertiera lágrimas, menos a Alcínoo: el cual, sentado junto a él, lo advirtió y notó, oyendo asimismo que suspiraba profundamente. Y en seguida dijo a los feacios, amantes de manejar los remos:

536
—¡Oídme, caudillos y príncipes de los feacios! Cese Demódoco de tocar la melodiosa cítara, pues quizás lo que canta no les sea grato a todos los oyentes. Desde que empezamos la cena y se levantó el divinal aedo, el huésped no ha dejado de verter doloroso llanto; sin duda le vino al alma algún pesar. Mas, ea, cese aquél para que nos regocijemos todos, así los albergadores del huésped como el huésped mismo; que es lo mejor que se puede hacer, ya que por el venerable huésped se han preparado estas cosas, su conducción y los dones que le hemos hecho en demostración de aprecio. Como a un hermano debe tratar al huésped y al suplicante, quien tenga un poco de sensatez. Y así, no has de ocultar tampoco con astuto designio lo que voy a preguntarte, sino que será mucho mejor que lo manifiestes. Dime el nombre con que allá te llamaban tu padre y tu madre, los habitantes de la ciudad y los vecinos de los alrededores; que ningún hombre bueno o malo deja de tener el suyo desde que nace, porque los padres lo imponen a cuantos engendran. Nómbrame también tu país, tu pueblo y tu ciudad, para que nuestros bajeles, proponiéndose cumplir tu propósito con su inteligencia, te conduzcan allá pues entre los feacios no hay pilotos, ni sus naves están provistas de timones como los restantes barcos, sino que ya saben ellas los pensamientos y el querer de los hombres, conocen las ciudades y los fértiles campos de todos los países, atraviesan rápidamente el abismo del mar, aunque cualquier vapor o niebla las cubra, y no sienten temor alguno de recibir daño o de perderse; si bien oí decir a mi padre Nausítoo que Poseidón nos mira con malos ojos porque conducimos sin recibir daño a todos los hombres, y afirmaba que el dios haría naufragar en el obscuro ponto un bien construido bajel de los feacios, al volver de conducir a alguien, y cubriría la vista de la ciudad con una gran montaña. Así se expresaba el anciano, mas el dios lo cumplirá o no, según le plegue.

572
Ea, habla y cuéntame sinceramente por dónde anduviste perdido y a qué regiones llegaste especificando qué gentes y que ciudades bien pobladas había en ellas; así como también cuáles hombres eran crueles, salvajes e injustos, y cuáles hospitalarios y temerosos de los dioses. Dime por qué lloras y te lamentas en tu ánimo cuando oyes referir el azar de los argivos, de los dánaos y de Ilión. Diéronselo las deidades, que decretaron la muerte de aquellos hombres para que sirvieran a los venideros de asunto para sus cantos. ¿Acaso perdiste delante de Ilión algún deudo como tu yerno ilustre o tu suegro, que son las personas más queridas después de las ligadas con nosotros por la sangre y el linaje? ¿O fue, por ventura, un esforzado y agradable compañero, ya que no es inferior a un hermano el compañero dotado de prudencia?

Canto IX: Odiseo cuenta sus aventuras: los cicones, los lotófagos, los cíclopes.

1
Respondióle el ingenioso Odiseo: —¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! En verdad que es linda cosa oír a un aedo como este, cuya voz se asemeja a la de un numen. No creo que haya cosa tan agradable como ver que la alegría reina en todo el pueblo y que los convidados, sentados ordenadamente en el palacio ante las mesas, abastecidas de pan y de carnes, escuchan al aedo, mientras el escanciador saca vino de la cratera y lo va echando en las copas. Tal espectáculo me parece bellísimo. Pero te movió el ánimo a desear que te cuente mis luctuosas desdichas, para que llore aún más y prorrumpa en gemidos. ¿Cuál cosa relataré en primer término, cuál en último lugar, siendo tantos los infortunios que me enviaron los celestiales dioses? Lo primero, quiero deciros mi nombre para que lo sepáis, y en adelante, después que me haya librado del día cruel, sea yo vuestro huésped, a pesar de vivir en una casa que esta muy lejos. Soy Odiseo Laertíada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase; y mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca que se ve a distancia: en ella está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en contorno hay muchas islas cercanas entre sí, como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Ítaca no se eleva mucho sobre el mar, está situada la más remota hacia el Occidente —las restantes, algo apartadas, se inclinan hacia el Oriente y el Mediodía— es áspera, pero buena criadora de mancebos, y yo no puedo hallar cosa alguna que sea más dulce que mi patria. Calipso, la divina entre las deidades, me detuvo allá, en huecas grutas, anhelando que fuese su esposo; y de la misma suerte la dolosa Circe de Eea me acogió anteriormente en su palacio, deseando también tomarme por marido; ni aquélla ni ésta consiguieron infundir convicción a mi ánimo. No hay cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta, pero lejana, en país extraño, apartada de aquellos. Pero voy a contarte mi vuelta, llena de trabajos, la cual me ordenó Zeus desde que salí de Troya.

39
Habiendo partido de Ilión, llevóme el viento al país de los cícones, a Ismaro: entré a saco la ciudad, maté a sus hombres y, tomando las mujeres y las abundantes riquezas, nos lo repartimos todo para que nadie se fuera sin su parte de botín. Exhorté a mi gente a que nos retiráramos con pie ligero, y los muy simples no se dejaron persuadir. Bebieron mucho vino y, mientras degollaban en la playa gran número de ovejas y de flexípedes bueyes de retorcidos cuernos, los cícones fueron a llamar a otros cícones vecinos suyos; los cuales eran más en número y más fuertes, habitaban el interior del país y sabían pelear a caballo con los hombres y aun a pie donde fuese preciso. Vinieron por la mañana tantos, cuantas son las hojas y flores que en la primavera nacen; y ya se nos presentó a nosotros, ¡oh infelices! el funesto destino que nos había ordenado Zeus a fin de que padeciéramos multitud de males. Formáronse, nos presentaron batalla junto a las veloces naves, y nos heríamos recíprocamente con las broncíneas lanzas. Mientras duró la mañana y fuese aumentando la luz del sagrado día, pudimos resistir su arremetida, aunque eran en superior número. Mas luego, cuando el sol se encaminó al ocaso, los cícones derrotaron a los aqueos, poniéndolos en fuga. Perecieron seis compañeros, de hermosas grebas, de cada embarcación, y los restantes nos libramos de la muerte y del destino.

62
Desde allí seguimos adelante con el corazón triste, escapando gustosos de la muerte aunque perdimos algunos compañeros. Mas no comenzaron a moverse los corvos bajeles hasta haber llamado tres veces a cada uno de los míseros compañeros que acabaron su vida en el llano, heridos por los cícones. Zeus, que amontona las nubes, suscitó contra los barcos el viento Bóreas y una tempestad deshecha cubrió de nubes la tierra y el ponto, y la noche cayó del cielo. Las naves iban de través, cabeceando, y el impetuoso viento rasgó las velas en tres o cuatro pedazos. Entonces las amainamos, pues temíamos nuestra perdición; y apresuradamente, a fuerza de remos, llevamos aquellas a tierra firme. Allí permanecimos constantemente echados dos días con sus noches, royéndonos el ánimo la fatiga y los pesares. Mas, al punto que la Aurora, de lindas trenzas, nos trajo el día tercero, izamos los mástiles, descogimos las blancas velas y nos sentamos en las naves, que eran conducidas por el viento y los pilotos. Y habría llegado incólume a la tierra patria, si la corriente de las olas y el Bóreas, que me desviaron al doblar el cabo de Malea no me hubieran obligado a vagar lejos de Citera.

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