260
Mas, apenas se hubieron librado de las lanzas arrojadas por los pretendientes, el paciente divino Odiseo fue el primero en hablar a los suyos de esta manera:
262
—¡Oh, amigos! Ya os invito a tirar las lanzas, contra la turba de los pretendientes, que desean acabar con nosotros después de habernos causado los anteriores males.
265
Así se expresó; y ellos arrojaron las agudas lanzas, apuntando a su frente. Odiseo mató a Demoptólemo, Telémaco a Euríades, el porquerizo a Elato y el boyero a Pisandro; los cuales mordieron juntos la vasta tierra. Retrocedieron los pretendientes al fondo de la sala.
271
Y Odiseo y los suyos corrieron a sacar de los cadáveres las lanzas que les habían clavado.
272
Los pretendientes tornaron a arrojar con gran ímpetu las agudas lanzas, pero Atenea hizo que los más de los tiros dieran en vacío. Uno acertó a dar en la columna de la habitación sólidamente construida, otro en la puerta fuertemente ajustada, y otro hirió el muro con la lanza de fresno que el bronce hacía ponderosa. Anfimedonte hirió a Telémaco en la muñeca, pero muy levemente, pues el bronce tan sólo desgarró el cutis. Y Ctesipo logró que su ingente lanza rasguñase el hombro de Eumeo por encima del escudo; pero el arma voló al otro lado y cayó en tierra.
281
El prudente y sagaz Odiseo y los que con él se hallaban arrojaron otra vez sus agudas lanzas contra la turba de los pretendientes. Odiseo, asolador de ciudades, hirió a Euridamante, Telémaco a Anfimedonte y el porquerizo a Pólibo; y en tanto el boyero acertó a dar en el pecho a Ctesipo y, gloriándose, hablóle de esta manera:
287
—¡Oh Politersida, amante de la injuria! No cedas nunca al impulso de tu mentecatez para hablar altaneramente; antes bien, cede la elocuencia a las deidades que son mucho más poderosas. Y recibirás este presente de hospitalidad a cuenta de la pata que diste a Odiseo, igual a un dios, cuando mendigaba en su propio palacio.
292
Así habló el pastor de bueyes, de retorcidos cuernos; y en tanto Odiseo le envainaba de cerca su gran pica al Damastórida, Telémaco hirió por su parte a Leócrito Evenórida con hundirle la lanza en el ijar, que el bronce traspasó enteramente; y el varón cayó de frente, dando de cara contra el suelo.
297
Atenea desde lo alto del techo levantó su égida, perniciosa a los mortales; y los ánimos de todos los pretendientes quedaron espantados. Huían éstos por la sala como las vacas de un rebaño al cual agita el movedizo tábano en la estación vernal, cuando los días son muy largos.
302
Y aquéllos, de la manera que los buitres de retorcidas uñas y corvo pico bajan del monte y acometen a las aves que, temerosas de quedarse en las nubes, descendieron a la llanura, y las persiguen y matan sin que puedan resistirse ni huir, mientras los hombres se regocijan presenciando la captura: de ese modo arremetieron en la sala contra los pretendientes, dando golpes a diestro y siniestro; los que se sentían heridos en la cabeza levantaban horribles suspiros, y el suelo manaba sangre por todos lados.
310
En esto, Leodes corrió hacia Odiseo, le abrazó por las rodillas y comenzó a suplicarle con estas aladas palabras:
312
—Te lo ruego abrazado a tus rodillas, Odiseo: respétame y apiádate de mi. Yo te aseguro que a las mujeres del palacio ninguna bellaquería les dije ni les hice jamás; antes bien, contenía a los pretendientes que de tal suerte se portaban. Mas no me obedecieron en términos que sus manos se abstuviesen de las malas obras; y por eso se han atraído con sus iniquidades una deplorable muerte. Y yo, que era su arúspice y ninguna maldad cometí, yaceré con ellos; pues ningún agradecimiento se siente hacia los bienhechores.
320
Mirándole con torva faz, exclamó el ingenioso Odiseo:
321
—Si te jactas de haber sido su arúspice, debiste de rogar muchas veces en el palacio que se alejara el dulce instante de mi regreso, y se fuera mi esposa contigo, y te diese hijos; por tanto, no escaparás tampoco de la cruel muerte.
326
Diciendo así, tomó con la robusta mano la espada que Agelao, al morir, arrojó al suelo, y le dio tal golpe en medio de la cerviz, que la cabeza rodó por el polvo mientras Leodes hablaba todavía.
330
Pero libróse de la negra Parca el aedo Femio Terpíada; el cual, obligado por la necesidad, cantaba ante los pretendientes. Hallábase de pie junto al postigo, con la sonora cítara en la mano, y revolvía en su corazón dos resoluciones: o salir de la habitación y sentarse junto al bien construido altar del gran Zeus protector del recinto, donde Laertes y Odiseo habían quemado tantos muslos de buey; o correr hacia Odiseo, abrazarle las rodillas, y dirigirle súplicas. Considerándolo bien, parecióle mejor tocarle las rodillas a Odiseo Laertíada. Y dejando en el suelo la cóncava cítara entre la cratera y la silla de clavazón de plata, corrió hacia Odiseo, abrazóle las rodillas y comenzó a suplicarle con estas aladas palabras:
344
—Te lo ruego abrazado a tus rodillas, Odiseo: respétame y apiádate de mí. A ti mismo te pesará más adelante haber quitado la vida a un aedo como yo, que canto a los dioses y a los hombres. Yo de mío me he enseñado, que un dios me inspiró en la mente canciones de toda especie y soy capaz de entonarlas en tu presencia como si fueses una deidad: no quieras, pues degollarme. Telémaco, tu caro hijo te podrá decir que no entraba yo en esta casa de propio impulso, ni obligado por la penuria, a cantar después de los festines de los pretendientes; sino que éstos, que eran muchos y me aventajaban en poder forzábanme a que viniera.
354
Así habló; y, al oírlo el vigoroso y divinal Telémaco, dijo a su padre, que estaba cerca:
356
—Tente y no hieras con el bronce a ese inculpado. Y salvaremos asimismo al heraldo Medonte, que siempre me cuidaba en esta casa mientras fui niño; si ya no le han muerto Filetio o el porquerizo, ni se encontró contigo cuando arremetías por la sala.
361
Así dijo; y oyólo el discreto Medonte, que se hallaba acurrucado debajo de una silla, tapándose con un cuero reciente de buey para evitar la negra Parca. Salió en seguida de debajo de la silla, apartó la piel de buey, y corriendo hacia Telémaco, le abrazó las rodillas y comenzó a suplicarle con estas aladas palabras:
367
—¡Oh, amigo! Ese soy yo. Detente y di a tu padre que no me cause daño con el agudo bronce, braveando con su fuerza, irritado como está contra los pretendientes que agotaban sus bienes en el palacio, y a ti, los muy necios, no te honraban en lo mas mínimo.
371
Díjole sonriendo el ingenioso Odiseo:
372
—Tranquilízate, ya que éste te libró y salvó para que conozca en tu ánimo y puedas decir a los demás cuánta ventaja llevan las buenas acciones a las malas. Pero salid de la habitación tú y el aedo tan afamado y tomad asiento en el patio, fuera de este lugar de matanza, mientras doy fin a lo que debo hacer en mi morada.
378
Así les habló; y ambos salieron de la sala y se sentaron junto al altar del gran Zeus, mirando a todas partes y temiendo recibir la muerte a cada paso.
381
Odiseo registraba con los ojos toda la estancia por si hubiese quedado vivo alguno de aquellos hombres, librándose de la negra Parca. Pero los vio, a tantos como eran, caídos todos entre la sangre y el polvo. Como los peces que los pescadores sacan del espumoso mar a la corva orilla de una red de infinidad de mallas, yacen amontonados en la arena, anhelantes de las olas, y el resplandeciente sol les arrebata la vida: de esa manera estaban tendidos los pretendientes los unos contra los otros.
390
Entonces el ingenioso Odiseo dijo a Telémaco:
391
—¡Telémaco! Ve y llámame al ama Euriclea para que sepa lo que tengo pensado.
393
Así se expresó. Telémaco obedeció a su padre y moviendo la puerta, hablóle de este modo al ama Euriclea:
395
—¡Levántate y ven, añosa vieja que cuidas de vigilar las esclavas en nuestro palacio! Te llama mi padre para decirte algo.
398
Así dijo; y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, la cual abrió las puertas de las cómodas habitaciones, echó a andar, precedida por Telémaco, y halló a Odiseo entre los cadáveres de aquellos a quienes acababa de matar, todo manchado de sangre y polvo. Así como un león que acaba de devorar a un buey montés se presenta con el pecho y ambos lados de las mandíbulas teñidas en sangre, e infunde horror a los que lo ven: de igual manera tenía manchados Odiseo los pies y las manos.
407
Cuando ella vio los cadáveres y aquella inmensidad de sangre, empezó a romper en exclamaciones de alegría porque contemplaba una grandiosa hazaña; pero Odiseo se lo estorbó y contuvo su afán de clamoreo, dirigiéndole estas aladas palabras:
411
—¡Anciana! Regocíjate en tu corazón, pero conténte y no profieras exclamaciones de alegría; que no es piadoso alborozarse por la muerte de estos varones. Diéronles muerte la Parca de los dioses y sus obras perversas, pues no respetaban a ningún hombre de la tierra, malo o bueno, que a ellos se llegase; por esta causa, con sus iniquidades se han atraído una deplorable muerte. Mas, ea, cuéntame ahora qué mujeres me hacen poco honor en el palacio y quiénes están sin culpa.
419
Contestóle Euriclea, su ama querida:
420
—Yo te diré, oh hijo, la verdad. Cincuenta esclavas tienes en el palacio, a las cuales enseñé a hacer labores, a cardar lana y a soportar la servidumbre; de ellas doce se entregaron a la impudencia, no respetándome a mí ni a la propia Penelopea. Telémaco ha muy poco que llegó a la juventud, y su madre no le dejaba tener mando en las mujeres. Mas, ea, voy a subir a la espléndida habitación superior para enterar de lo que ocurre a tu esposa, a la cual debe de haberle enviado alguna deidad el sueño en que está sumida.
430
Respondióle el ingenioso Odiseo:
431
—No la despiertes aún; pero di que vengan cuantas mujeres cometieron acciones indignas.
433
Así le habló; y la vieja se fue por el palacio a decirlo a las mujeres y mandarles que se presentaran. Entonces llamó el héroe a Telémaco, al boyero y al porquerizo, y les dijo estas aladas palabras:
437
Proceded primeramente a la traslación de los cadáveres, que ordenaréis a las mujeres; y seguidamente limpien éstas con agua y esponjas de muchos ojos las magníficas sillas y las mesas. Y cuando hubiereis puesto en orden toda la estancia, llevaos las esclavas afuera del sólido palacio, y allá, entre la rotonda y la bella cerca del patio, heridlas a todas con la espada de larga punta hasta que les arranquéis el alma y se olviden de Afrodita, de cuyos placeres disfrutaban uniéndose en secreto con los pretendientes.
446
Así se lo encargó. Llegaron todas las mujeres juntas, las cuales suspiraban gravemente y derramaban abundantes lágrimas. Comenzaron sacando los cadáveres de los muertos, y apoyándose las unas en las otras, los colocaron debajo del pórtico, en el bien cercado patio; Odiseo se lo ordenó, dándoles prisa, y ellas se vieron obligadas a transportarlos. Después limpiaron con agua y esponjas de muchos ojos las magníficas sillas y las mesas. Telémaco, el boyero y el porquerizo pasaron la rasqueta por el pavimento de la sala sólidamente construida y las esclavas se llevaron las raeduras y las echaron afuera.
457
Cuando hubieron puesto en orden toda la estancia, sacaron aquellos las esclavas de palacio a un lugar angosto, entre la rotonda y la bella cerca del patio de donde no era posible que escaparan.
461
Y el prudente Telémaco dijo a los otros:
462
No quiero privar de la vida con muerte honrosa a estas esclavas que derramaron el oprobio sobre mi cabeza y sobre mi madre, durmiendo con los pretendientes.
465
Así habló; y, atando a excelsa columna la soga de una nave de azulada proa, cercó con ella la rotonda, tendiéndola en lo alto para que ninguna de las esclavas llegase con sus pies al suelo. Así como los tordos de anchas alas o las palomas que, al entrar en un seto, dan con una red tendida ante un matorral, encuentran en ella odioso lecho; así las esclavas tenían las cabezas en línea y sendos lazos alrededor de sus cuellos, para que muriesen del modo más deplorable. Tan solamente agitaron los pies por un breve espacio de tiempo, que no fue de larga duración.
474
Después sacaron a Melantio al vestíbulo y al patio; le cortaron con el cruel bronce las narices y las orejas, le arrancaron las partes verendas, para que los perros las despedazaran crudas; y amputáronle las manos y los pies con ánimo irritado.
478
Tras esto, laváronse las manos y los pies, y volvieron a penetrar en la casa de Odiseo; pues la obra estaba consumada. Entonces dijo el héroe a su ama Euriclea:
481
—¡Anciana! Trae azufre, medicina contra lo malo, y trae también fuego, para azufrar la casa. E invitarás a Penelopea a venir acá con sus criadas, y mandarás asimismo que se presenten todas las esclavas del palacio.
485
Respondióle su ama Euriclea:
486
—Sí, hijo mío, es muy oportuno lo que acabas de decir. Mas ea, voy a traerte un manto y una túnica para que te vistas y no andes por tu palacio con los anchos hombros cubiertos de andrajos; que esto fuera reprensible.
490
Contestóle el ingenioso Odiseo:
491
—Ante todas cosas enciéndase fuego en esta sala.
492
Así dijo; y no le desobedeció su ama Euriclea, pues le trajo fuego y azufre. Acto seguido azufró Odiseo la sala, las demás habitaciones y el patio.
495
La vieja se fue por la hermosa mansión de Odiseo a llamar a las mujeres y mandarles que se presentaran. Pronto salieron del palacio con hachas encendidas, rodearon a Odiseo y le saludaron y abrazaron, besándole la cabeza, los hombros y las manos, que le tomaban con las suyas; y un dulce deseo de llorar y de suspirar se apoderó del héroe, pues en su alma las reconoció a todas.
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Muy alegre se encaminó la vieja a la estancia superior para decirle a su señora que tenía dentro de la casa al amado esposo. Apenas llegó, moviendo firmemente las rodillas y dando saltos con sus pies, inclinóse sobre la cabeza de Penelopea y le dijo estas palabras: