La Odisea (40 page)

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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

BOOK: La Odisea
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91
Así dijo; y al punto llegó la Aurora de áureo trono. Odiseo oyó las voces que Penelopea daba en su llanto, meditó luego y le pareció como si la tuviese junto a su cabeza por haberle reconocido. Al punto recogió el manto y las pieles en que estaba echado y lo puso todo en una silla del palacio, sacó fuera la piel de buey y, alzando las manos, dirigió a Zeus esta súplica:

98
—¡Padre Zeus! Si vosotros los dioses me habéis traído de buen grado, por tierra y por mar, a mi patrio suelo, después de enviarme multitud de infortunios, haz que diga algún presagio cualquiera de los que en el interior despiertan y muéstrese en el exterior otro prodigio tuyo.

102
Así dijo rogando. Oyóle el próvido Zeus y en el acto mandó un trueno desde el resplandeciente Olimpo, desde lo alto de las nubes, que le causó a Odiseo profunda alegría.

105
El presagio dióselo en la casa una mujer que molía el grano cerca de él, donde estaban las muelas del pastor de hombres. Doce eran las que allí trabajaban solícitamente, fabricando harinas de cebada y de trigo, que son alimento de los hombres; pero todas descansaban ya, por haber molido su parte correspondiente de trigo, a excepción de una que aún no había terminado porque era muy débil. Esta, pues, paró la muela y dijo las siguientes palabras, que fueron una señal para su amo:

112
—¡Padre Zeus que imperas sobre los dioses y sobre los hombres! Has enviado un fuerte trueno desde el cielo estrellado y no hay nube alguna; indudablemente es una señal que haces a alguien. Cúmplame ahora también a mi, a esta mísera, lo que te voy a pedir: tomen hoy los pretendientes por última y postrera vez la agradable comida en el palacio de Odiseo; y, ya que hicieron flaquear mis rodillas con el penoso trabajo de fabricarles harina, sea también esta la última vez que cenen.

120
Así se expresó; y holgóse el divinal Odiseo con el presagio y el trueno enviado por Zeus, pues creyó que podía castigar a los culpables.

122
Las demás esclavas, juntándose en la bella mansión de Odiseo, encendían en el hogar el fuego infatigable. Telémaco, varón igual a un dios, se levantó de la cama, vistióse, colgó del hombro la aguda espada ató a sus nítidos pies hermosas sandalias y asió la fuerte lanza de broncínea punta.

128
Salió luego y, parándose en el umbral, dijo a Euriclea:

129
—¡Ama querida! ¿Honrasteis al huésped dentro de la casa, dándole lecho y cena, o yace por ahí sin que nadie le cuide? Pues mi madre es tal, aunque discreción no le falta, que suele honrar inconsideradamente al peor de los hombres de voz articulada y despedir sin honra alguna al que más vale.

134
Respondióle la prudente Euriclea:

135
No la acuses ahora hijo mío, que no es culpable. El huésped estuvo sentado y bebiendo vino hasta que le plugo; y en cuanto a comer, manifestó que ya no tenía más gana, y fue ella misma quien le hizo la pregunta. Tan luego como decidió acostarse para dormir, ordenó tu madre a las esclavas que le aderezasen la cama pero, como es tan mísero y desventurado, no quiso descansar en lecho ni entre colchas y se tendió en el vestíbulo sobre una piel cruda de buey y otras de ovejas. Y nosotros le cubrimos con un manto.

144
Así le dijo. Telémaco salió del palacio con su lanza en la mano y dos perros de ágiles pies que le seguían; y fuese al ágora a juntarse con los aqueos de hermosas grebas.

147
Entonces la divina entre las mujeres, Euriclea, hija de Ops Pisenórida, comenzó a mandar de este modo a las esclavas:

149
—Ea, algunas de vosotras barran el palacio diligentemente riéguenlo y pongan tapetes purpúreos en las labradas sillas; pasen otras la esponja por las mesas y limpien las crateras y las copas de doble asa, artísticamente fabricadas; y vayan las demás por agua a la fuente y tráiganla presto. Pues los pretendientes no han de tardar en venir al palacio; antes acudirán muy de mañana, que hoy es día de fiesta para todos.

157
Así les habló; y ellas en seguida la escucharon y obedecieron. Veinte esclavas se encaminaron a la fuente de aguas profundas y las otras se pusieron a trabajar hábilmente allí mismo, dentro de la casa.

160
Presentáronse poco después los bravos sirvientes y cortaron leña con gran pericia; volvieron de la fuente las esclavas; e inmediatamente llegó el porquerizo, con tres cerdos, los mejores de cuantos tenía a su cuidado. Eumeo dejó que pacieran en el hermoso cercado y hablóle a Odiseo con dulces palabras:

166
—¡Forastero! ¿Te ven los aqueos con mejores ojos, o siguen ultrajándote en el palacio como anteriormente?

168
Respondióle el ingenioso Odiseo:

169
—¡Ojalá castiguen los dioses, oh Eumeo, los ultrajes que con tal descaro infieren, maquinando inicuas acciones en la casa de otro, sin tener ni pizca de vergüenza!

172
De tal suerte conversaban. Acercóseles el cabrero Melantio, que traía las mejores cabras de sus rebaños para la comida de los pretendientes, y le acompañaban dos pastores y, atándolas debajo del sonoro pórtico, le dijo a Odiseo estas mordaces palabras:

178
—¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía en esta casa, con pedir limosna a los varones? ¿Por ventura no saldrás de aquí? Ya me figuro que no nos separaremos hasta haber probado la fuerza de nuestros brazos; porque tú no mendigas como se debe, que hay otros convites de los aqueos.

183
Así se expresó. El ingenioso Odiseo no le dio respuesta pero meneó la cabeza silenciosamente, agitando en lo íntimo de su alma siniestros ardides.

185
Fue el tercero en llegar Filetio, mayoral de los pastores que traía una vaca no paridera y pingües cabras. Los barqueros, que conducen a cuantos hombres se les presentan, los habían transportado. Y, atando aquél las reses debajo del sonoro pórtico paróse junto al porquerizo y le interrogó de esta manera:

191
—¡Porquerizo! ¿Quién es ese forastero recién llegado a nuestra casa? ¿A qué hombres se gloria de pertenecer? ¿Dónde se hallan su familia y su patria tierra? ¡Infeliz! Parece, por su cuerpo, un rey soberano; mas los dioses anegan en males a los hombres que han vagado mucho cuando hasta a los reyes les destinan infortunios.

197
Dijo; y, parándose junto a Odiseo, le saludó con la diestra y le habló con estas aladas palabras:

199
—¡Salve, padre huésped! Sé dichoso en lo sucesivo, ya que ahora te abruman tantos males. ¡Oh, padre Zeus! No hay dios más funesto que tú; pues, sin compadecerte de los hombres, a pesar de haberlos criado, los entregas al infortunio y a los tristes dolores. Desde que te vi, empecé a sudar y se me arrasaron los ojos de lágrimas, acordándome de Odiseo, porque me figuro que aquél vaga entre los hombres, cubierto con unos andrajos semejantes, si aún vive y goza de la lumbre del sol. Y si ha muerto y está en la morada de Hades, ¡ay de mi, a quien, desde niño, puso el intachable Odiseo al frente de sus vacadas en el país de los cefalenos! Hoy las vacas son innumerables y a ningún hombre podría crecerle más el ganado vacuno de ancha frente, pero unos extraños me ordenan que les traiga vacas para comérselas, y no se cuidan del hijo de la casa, ni temen la venganza de las deidades, pues ya desean repartirse las posesiones del rey cuya ausencia se hace tan larga. Muy a menudo mi ánimo revuelve en el pecho estas ideas: muy malo es que en vida del hijo me vaya a otro pueblo, emigrando con las vacas hacia los hombres de un país extraño; pero se me hace más duro quedarme, guardando las vacas para otros y sufriendo pesares. Y mucho ha que me habría ido a refugiarme cerca de alguno de los prepotentes reyes, porque lo de acá ya no es tolerable; pero aguardo aún a aquel infeliz, por si, viniendo de algún sitio, dispersa a los pretendientes que están en el palacio.

226
Respondióle el ingenioso Odiseo:

227
—¡Boyero! Como no me pareces ni vil ni insensato, y conozco que la prudencia rige tu espíritu, voy a decirte una cosa que afirmaré con solemne juramento: «Sean testigos primeramente Zeus entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del intachable Odiseo a que he llegado, de que Odiseo vendrá a su casa estando tú en ella; y podrás ver con tus ojos, si quieres, la matanza de los pretendientes que hoy señorean en el palacio.»

235
Díjole entonces el boyero:

236
—¡Forastero! Ojalá el Cronión llevara a cumplimiento cuanto dices, que no tardarías en conocer cual es mi fuerza y de qué brazos dispongo.

238
Eumeo suplicó asimismo a todos los dioses que el prudente Odiseo volviera a su casa.

240
Así éstos conversaban. Los pretendientes maquinaban contra Telémaco la muerte y el destino, cuando de súbito apareció una ave a su izquierda, un águila altanera, con una tímida paloma entre las garras. Y Anfínomo les arengó diciendo:

245
—¡Oh, amigos! Esta trama —la muerte de Telémaco— no tendrá buen éxito para nosotros; pero pensemos ya en la comida.

247
Así se expresó Anfínomo, y a todos les plugo lo que dijo. Volviendo, pues, al palacio del divinal Odiseo, dejaron sus mantos en sillas y sillones; sacrificaron ovejas muy crecidas, pingües cabras, puercos gordos y una gregal vaca; pusieron al fuego y distribuyeron más tarde las asaduras, mezclaron el vino en las crateras; y el porquerizo les sirvió las copas. Filetio, mayoral de los pastores, repartióles el pan en hermosos canastillos; y Melantio les escanciaba el vino. Y todos metieron mano en las viandas que tenían delante.

257
Telémaco, con astuta intención, hizo sentar a Odiseo dentro de la sólida casa, junto al umbral de piedra, donde le había colocado una pobre silla y una mesa pequeña; sirvióle parte de las asaduras, escancióle vino en una copa de oro y le habló de esta manera:

262
—Siéntate aquí, entre estos varones, y bebe vino. Yo te libraré de las injurias y de las manos de todos los pretendientes; pues esta casa no es pública, sino de Odiseo, que la adquirió para mí. Y vosotros, oh pretendientes, reprimid el ánimo y absteneos de las amenazas y de los golpes, para que no se arme disputa ni altercado alguno.

268
Así se expresó, y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.

270
Entonces Antínoo, hijo de Eupites, dijo de esta suerte:

271
—¡Aqueos! Cumplamos, aunque es dura, la orden de Telémaco, que con tono tan amenazador acaba de hablarnos. No lo ha querido Zeus Cronión; pues, de otra suerte, ya le habríamos hecho callar en el palacio, aunque sea arengador sonoro.

275
Así habló Antínoo; pero Telémaco no hizo caso de sus palabras. En esto, ya los heraldos conducían por la ciudad la sacra hecatombe de las deidades; y los melenudos aqueos se juntaban en el bosque consagrado a Apolo, el que hiere de lejos.

279
No bien los pretendientes hubieron asado los cuartos delanteros, retiráronlos de la lumbre dividiéndolos en partes, y celebraron un gran banquete. A Odiseo sirviéronle los que en esto se ocupaban, una parte tan cumplida como la que a ellos mismos les cupo en suerte; pues así lo ordenó Telémaco, el hijo amado del divino Odiseo.

284
Tampoco dejó entonces Atenea que los ilustres pretendientes se abstuvieran totalmente de la dolorosa injuria, a fin de que el pesar atormentara aun más el corazón de Odiseo Laertíada. Hallábase entre ellos un hombre de ánimo perverso, llamado Ctesipo, que tenía su morada en Same, y, confiando en sus posesiones inmensas, solicitaba a la esposa de Odiseo ausente a la sazón desde largo tiempo.

291
Este tal dijo a los ensoberbecidos pretendientes:

292
—¡Oíd, ilustres pretendientes, lo que os voy a decir! Rato ha que el forastero tiene su parte igual a la nuestra, como es debido; que no fuera decoroso ni justo privar del festín a los huéspedes de Telémaco, sean cuales fueren los que vengan a este palacio. Mas, ea, también yo voy a ofrecerle el don de la hospitalidad, para que él a su vez haga un presente al bañero o a algún otro de los esclavos que viven en la casa del divinal Odiseo.

299
Habiendo hablado así, tiróle con fuerte mano una pata de buey, que tomó de un canastillo; Odiseo evitó el golpe, inclinando ligeramente la cabeza, y en seguida se sonrió con risa sardonia; y la pata fue a dar en el bien construido muro.

303
Acto continuo reprendió Telémaco a Ctesipo con estas palabras:

304
—¡Ctesipo! Mucho mejor ha sido para ti no acertar al forastero, porque éste evitó el golpe; que yo te traspasara con mi aguda lanza y tu padre te hiciera acá los funerales en vez de celebrar tu casamiento. Por tanto, nadie se porte insolentemente dentro de la casa, que ya conozco y entiendo muchas cosas, buenas y malas, aunque antes fuese niño. Y si toleramos lo que vemos —que sean degolladas las ovejas, y se beba el vino y se consuma el pan—, es por la dificultad de que uno solo refrene a muchos. Mas, ea, no me causéis más daño, siéndome malévolos; y si deseáis matarme con el bronce, yo quisiera que lo lleváseis a cumplimiento, pues más valdría morir que ver de continuo esas inicuas acciones: maltratados los huéspedes y forzadas indignamente las siervas en las hermosas estancias.

320
Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Mas al fin les dijo Agelao Damastórida:

322
—¡Oh, amigos! Nadie se irrite, oponiendo contrarias razones al dicho justo de Telémaco; y no maltratéis al huésped, ni a ningún esclavo de los que moran en la casa del divinal Odiseo. A Telémaco y a su madre les diría yo unas suaves palabras, si fuere grato al corazón de entrambos. Mientras en vuestro pecho esperaba el ánimo que el prudente Odiseo volviese, no podíamos indignarnos por la demora, ni porque se entretuviera en la casa a los pretendientes; y aun habría sido lo mejor, si Odiseo viniera y tornara a su palacio. Pero ahora ya es evidente que no volverá.

334
Mas, ea, siéntate al lado de tu madre y dile que tome por esposo al varón más eximio y que más donaciones le haga para que tu sigas en posesión de los bienes de tu padre, comiendo y bebiendo de los mismos, y ella cuide la casa de otro.

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