La Odisea (43 page)

Read La Odisea Online

Authors: Homero

Tags: #Poema épico

BOOK: La Odisea
9.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

8
Dijo, y enderezó la amarga saeta hacia Antínoo. Levantaba éste una bella copa de oro, de doble asa, y teníala ya en las manos para beber el vino, sin que el pensamiento de la muerte embargara su ánimo: ¿quién pensara que entre tantos convidados, un sólo hombre, por valiente que fuera, había de darle tan mala muerte y negro hado?

15
Pues Odiseo, acertándole en la garganta, hirióle con la flecha y la punta asomó por la tierna cerviz. Desplomóse hacia atrás Antínoo, al recibir la herida, cayósele la copa de las manos, y brotó de sus narices un espeso chorro de humana sangre. Seguidamente empujó la mesa, dándole con el pie, y esparció las viandas por el suelo, donde el pan y la carne asada se mancharon. Al verle caído, los pretendientes levantaron un gran tumulto dentro del palacio; dejaron las sillas y, moviéndose por la sala, recorrieron con los ojos las bien labradas paredes; pero no había ni un escudo siquiera, ni una fuerte lanza de qué echar mano. E increparon a Odiseo con airadas voces:

27
—¡Oh, forastero! Mal haces en disparar el arco contra los hombres. Pero ya no te hallarás en otros certámenes: ahora te aguarda una terrible muerte. Quitaste la vida a un varón que era el más señalado de los jóvenes de Ítaca, y por ello te comerán aquí mismo los buitres.

31
Así hablaban, figurándose que había muerto a aquel hombre involuntariamente. No pensaban los muy simples que la ruina pendía sobre ellos. Pero, encarándoles la torva faz, les dijo el ingenioso Odiseo:

35
—¡Ah, perros! No creías que volviese del pueblo troyanos a mi morada y me arruinabais la casa, forzabais las mujeres esclavas y, estando yo vivo, pretendíais a mi esposa; sin temer a los dioses que habitan el vasto cielo, ni recelar venganza alguna de parte de los hombres. Ya pende la ruina sobre vosotros todos.

42
Así se expresó. Todos se sintieron poseídos del pálido temor y cada uno buscaba por dónde huir para librarse de una muerte espantosa. Y Eurímaco fue el único que le contestó diciendo:

45
—Si eres en verdad Odiseo itacense, que has vuelto, te asiste la razón al hablar de este modo de cuanto solían hacer los aqueos; pues se han cometido muchas iniquidades en el palacio y en el campo. Pero yace en tierra quien fue el culpable de todas estas cosas, Antínoo; el cual promovió dichas acciones, no porque tuviera necesidad o deseo de casarse, sino por haber concebido otros designios que el Cronión no llevó al cabo, es a saber, para reinar sobre el pueblo de la bien construida Ítaca, matando a tu hijo con asechanzas.

54
Ya lo ha pagado con su vida, como era justo; mas tú perdona a tus conciudadanos, que nosotros, para aplacarte públicamente, te resarciremos de cuanto se ha comido y bebido en el palacio, estimándolo en el valor de veinte bueyes por cabeza, y te daremos bronce y oro hasta que tu corazón se satisfaga, pues antes no se te puede echar en cara que estés irritado.

60
Mirándole con torva faz, le contestó el ingenioso Odiseo:

61
—¡Eurímaco! Aunque todos me dierais vuestro peculiar patrimonio, añadiendo a cuanto tengáis otros bienes de distinta procedencia, ni aun así se abstendrían mis manos de matar hasta que los pretendientes hayáis pagado todas las demasías. Ahora se os ofrece la ocasión de combatir conmigo o de huir, si alguno puede evitar la muerte y las Parcas; mas no creo que nadie se libre de un fin desastroso.

68
Así dijo; y todos sintieron desfallecer sus rodillas y su corazón. Pero Eurímaco habló otra vez para decirles:

70
—¡Amigos! No contendrá este hombre sus manos indómitas: habiendo tomado el pulido arco y la aljaba, disparará desde el liso umbral hasta que a todos nos mate. Pensemos, pues en combatir. Sacad las espadas, poned las mesas por reparo a la saetas, que causan rápida muerte, y acometámosle juntos por si logramos apartarle del umbral y de la puerta e irnos por la ciudad, donde se promovería gran alboroto. Y quizás disparara el arco por la vez postrera.

79
Diciendo así, desenvainó la espada de bronce, aguda y de doble filo, y arremetió contra aquél, gritando de un modo horrible. Pero en el mismo punto tiróle el divino Odiseo una saeta y, acertándole en el pecho junto a la tetilla, le clavó en el hígado la veloz flecha. Cayó en el suelo la espada que empuñaba Eurímaco y éste tambaleándose y dando vueltas, vino a dar encima de la mesa y derribó los manjares y la copa de doble asa; después, angustiado en su espíritu, hirió con la frente el suelo y golpeó con los pies la silla; y por fin obscura nube se extendió sobre sus ojos.

89
También Anfínomo se fue derecho hacia el glorioso Odiseo, con la espada desenvainada, para ver si habría medio de echarlo de la puerta. Mas Telémaco le previno con arrojarle la broncínea lanza, la cual se le hundió en la espalda, entre los hombros, y le atravesó el pecho; y aquél cayó ruidosamente y dio de cara contra el suelo.

95
Retiróse Telémaco con prontitud, dejando la luenga pica clavada en Anfínomo; pues temió que, mientras la arrancase, le hiriera alguno de los aqueos con la punta o con el filo de la espada. Fue corriendo, llegó en seguida adonde se hallaba su padre y, parándose cerca de él díjole estas aladas palabras:

101
—¡Oh padre! Voy a traerte un escudo, dos lanzas, y un casco de bronce que se ajuste a tus sienes; y de camino me pondré también las armas y daré otras al porquerizo y al boyero; porque es mejor estar armados.

105
Respondióle el ingenioso Odiseo:

106
—Tráelo corriendo, mientras tengo saetas para rechazarlos: no sea que, por estar solo, me lancen de la puerta.

108
Así le dijo. Telémaco obedeció a su padre, y se fue al aposento donde estaban las magníficas armas. Tomó cuatro escudos, ocho lanzas y cuatro yelmos de bronce adornados con espesas crines de caballo; y, llevándoselo todo, volvió presto adonde se hallaba su padre. Primeramente protegió Telémaco su cuerpo con el bronce; los dos esclavos vistieron asimismo hermosas armaduras, y luego colocáronse todos junto al prudente y sagaz Odiseo.

116
Mientras el héroe tuvo flechas para defenderse, fue apuntando e hiriendo sin interrupción en su propia casa a los pretendientes, los cuales caían unos en pos de otros. Mas, en el momento en que se le acabaron las saetas al rey, que las tiraba, arrimó el arco a un poste de la sala sólidamente construida, apoyándolo contra el lustroso muro; echóse al hombro un escudo de cuatro pieles, cubrió la robusta cabeza con un labrado yelmo cuyo penacho de crines de caballo ondeaba terriblemente en la cimera, y asió dos fuertes lanzas de broncínea punta.

126
Había en la bien labrada pared un postigo con su umbral mucho más alto que el pavimento de la sala sólidamente construida, que daba paso a una callejuela y lo cerraban unas tablas perfectamente ajustadas. Odiseo mandó que lo custodiara el divinal porquero, quedándose de pie junto al mismo, por ser aquélla la única salida. Y Agelao hablóles a todos con estas palabras:

132
—¡Oh amigos! ¿No podría alguno subir al postigo, hablarle a la gente y levantar muy pronto un clamoreo? Haciéndolo así, quizás este hombre disparara el arco por la vez postrera.

135
Mas el cabrero Melantio le replicó:

136
—No es posible, oh Agelao, alumno de Zeus. Hállase el postigo muy próximo a la hermosa puerta que conduce al patio, la salida al callejón es difícil y un solo hombre que fuese esforzado bastaría para detenernos a todos. Mas, ea, para que os arméis traeré armas del aposento en el cual me figuro que las colocaron —y no será seguramente en otra parte— Odiseo con su preclaro hijo.

142
Diciendo de esta suerte, el cabrero Melantio subió a la estancia de Odiseo por la escalera del palacio. Tomó doce escudos, igual número de lanzas y otros tantos broncíneos yelmos guarnecidos de espesas crines de caballo; y, llevándoselo todo, lo puso en las manos de los pretendientes.

147
Desfallecieron las rodillas y el corazón de Odiseo cuando les vio coger las armas y blandear las luengas picas; porque era grande el trabajo que se le presentaba. Y al momento dirigió a Telémaco estas aladas palabras:

151
—¡Telémaco! Alguna de las mujeres del palacio, o Melantio, enciende contra nosotros el funesto combate.

153
Respondióle el prudente Telémaco:

154
—¡Oh, padre! Yo tuve la culpa y no otro alguno, pues dejé sin cerrar la puerta sólidamente encajada del aposento. Su espía ha sido más hábil. Ve tú, divinal Eumeo a cerrar la puerta y averigua si quien hace tales cosas es una mujer o Melantio, el hijo de Dolio, como yo presumo.

160
Así éstos conversaban, cuando el cabrero Melantio volvió a la estancia para sacar otras magníficas armas. Advirtiólo el divinal porquerizo y al punto dijo a Odiseo, que estaba a su lado:

164
—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Aquel hombre pernicioso de quien sospechábamos vuelve al aposento. Dime claramente si lo he de matar, caso de ser yo el más fuerte, o traértelo aquí, para que pague las muchas bellaquerías que cometió en tu casa.

170
Respondióle el ingenioso Odiseo:

171
—Yo y Telémaco resistiremos en esta sala a los ilustres pretendientes aunque están muy enardecidos; y vosotros id, retorcedle hacia atrás los pies y las manos, echadle en el aposento y, cerrando la puerta, atadle una soga bien torcida y levantadlo a la parte superior de una columna, junto a las vigas, para que viva y padezca fuertes dolores por largo tiempo.

178
Así habló; y ellos le escucharon y obedecieron, encaminándose a la cámara sin que lo advirtiese aquél, que ya estaba metido en ella. Halláronle ocupado en buscar armas en lo más hondo de la habitación y pusiéronse respectivamente a derecha e izquierda de la entrada, delante de las jambas.

182
Y apenas el cabrero Melantio iba a pasar el umbral con un hermoso yelmo en una mano y en la otra un escudo grande, muy antiguo, cubierto de moho que el héroe Laertes solía llevar en su juventud y que se hallaba deshechado y con las correas descosidas, ellos se le echaron encima, lo asieron y lo llevaron adentro, arrastrándolo por la cabellera; en seguida derribáronlo en tierra, angustiado en su corazón, y, retorciéndole hacia atrás los pies y las manos, sujetáronselos juntamente con un penoso lazo, conforme a lo dispuesto por el hijo de Laertes, por el paciente divino Odiseo; atáronle luego una soga bien torcida y levantáronle a la parte superior de una columna, junto a las vigas. Entonces fue cuando, haciendo burla de él, le dijiste así, porquerizo Eumeo:

195
—Ya, oh Melantio, velarás toda la noche, acostado en esa blanda cama cual te mereces; y no te pasará inadvertida la Aurora de áureo trono, hija de la mañana, cuando salga de las corrientes del Océano a la hora en que sueles traerles las cabras a los pretendientes para aparejar su almuerzo.

200
Así se quedó, suspendido del funesto lazo; y ellos se armaron en seguida, cerraron la espléndida puerta y fuéronse hacia el prudente y sagaz Odiseo. Allí se detuvieron, respirando valor. Eran, pues, cuatro los del umbral, y muchos y fuertes los de dentro de la sala.

205
Poco tardó en acercárseles Atenea, hija de Zeus, que había tomado el aspecto y la voz de Méntor. Odiseo se alegró de verla y le dijo estas palabras:

208
—¡Méntor! Aparta de nosotros el infortunio y acuérdate del compañero amado que tanto bien solía hacerte; pues eres coetáneo mío.

210
Así habló, sin embargo de haber reconocido a Atenea, que enardece a los guerreros. Por su parte zaheríanla los pretendientes en la sala, comenzando por Agelao Damastórida, que le habló diciendo:

213
—¡Méntor! No te persuada Odiseo con sus palabras a que le auxilies, luchando contra los pretendientes, pues me figuro que se llevará al cabo nuestro intento de la siguiente manera: así que los matemos a entrambos, al padre y al hijo, también tú perecerás por las cosas que quieres hacer en el palacio y que has de expiar con tu cabeza. Y cuando el bronce haya dado fin a vuestra violencia, juntaremos a los de Odiseo todos los bienes de que disfrutas dentro y fuera de la población, y no permitiremos ni que tus hijos e hijas habiten en tu palacio ni que tu casta esposa ande por la ciudad de Ítaca.

224
Así dijo. Acrecentósele a Atenea el enojo que sentía en su corazón y abochornó a Odiseo con airadas voces:

226
—Ya no hay en ti, Odiseo, aquel vigor ni aquella fortaleza con que durante nueve años luchaste continuamente contra los teucros por Helena, la de níveos brazos, hija de nobles padres; y diste muerte a muchos varones en la terrible pelea; y por tu consejo fue tomada la ciudad de Príamo, la de anchas calles. ¿Cómo, pues, llegado a tu casa y a tus posesiones, no te atreves a ser esforzado contra los pretendientes? Mas, ea, ven acá, amigo, colócate junto a mí, contempla mi obra y sabrás cómo Méntor Alcímida se porta con tus enemigos para devolverte los favores que le hiciste.

236
Dijo; mas no le dio cabalmente la indecisa victoria, porque deseaba probar la fuerza y el valor de Odiseo y de su hijo glorioso. Y, tomando el aspecto de una golondrina, cogió el vuelo y fue a posarse en una de las vigas de la espléndida sala.

241
En esto concitaban a los demás pretendientes Agelao Damastórida, Eurínomo, Anfimedonte, Demoptólemo, Pisandro Polictórida y el valeroso Pólibo, que eran los más señalados por su bravura entre los que aún vivían y peleaban por conservar sus personas; pues a los restantes habíanlos derribado las numerosas flechas por el arco arrojadas.

247
Y Agelao hablóles a todos con estas aladas palabras:

248
—¡Oh, amigos! Ya este hombre contendrá sus manos indómitas; pues Méntor se le fue, después de proferir inútiles baladronadas, y vuelven a estar solos en el umbral de la puerta. Por tanto, no arrojéis todos a una la luenga pica; ea, tírenla primeramente estos seis, por si Zeus nos concede herir a Odiseo y alcanzar gloria. Que ningún cuidado nos darían los otros, si él cayese.

255
Así les habló; arrojaron sus lanzas con gran ímpetu aquellos a quienes se lo había ordenado, e hizo Atenea que todos los tiros dieran en vacío. Uno acertó a dar en la columna de la habitación sólidamente construida, otro en la puerta fuertemente ajustada, y otro hirió el muro con la lanza de fresno que el bronce hacía ponderosa.

Other books

Heart of Palm by Laura Lee Smith
Rise of the Dead Prince by Brian A. Hurd
Diary of a 6th Grade Girl by Claudia Lamadre
Amish Circle Letters by Sarah Price
Miami Noir by Les Standiford
The Healer by Antti Tuomainen
Zombie Bums from Uranus by Andy Griffiths
The Fire Night Ball by Anne Carlisle