418
Autólico mandó seguidamente a sus gloriosos hijos que aparejasen la comida; y, habiendo ellos atendido la exhortación, trajeron un buey de cinco años. Al instante lo desollaron y prepararon, lo partieron todo, lo dividieron con suma habilidad en trocitos, que espetaron en los asadores y asaron cuidadosamente, y acto continuo distribuyeron las raciones.
424
Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su correspondiente porción. Y tan pronto como el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse y el don del sueño recibieron.
428
Así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, los hijos de Autólico y el divino Odiseo se fueron a cazar llevándose los perros. Encamináronse al alto monte Parnaso, cubierto de bosque, y pronto llegaron a sus ventosos collados. Ya el sol hería con sus rayos los campos, saliendo de la plácida y profunda corriente del Océano, cuando los cazadores penetraron en un valle: iban al frente los perros, que rastreaban la caza; detrás, los hijos de Autólico, y con éstos, pero a poca distancia de los canes, el divino Odiseo, blandiendo ingente lanza. En aquel sitio estaba echado un enorme jabalí, en medio de una espesura tan densa que ni el húmedo soplo de los vientos la atravesaba, ni la herían los rayos del resplandeciente sol, ni la lluvia la penetraba del todo, ¡tan densa era!, habiendo en la misma abundante seroja amontonada.
444
El ruido de los pasos de los hombres y de los canes, que se acercaban cazando, llegó hasta el jabalí; y éste dejó el soto, fue a su encuentro con las crines del cuerpo erizadas y los ojos echando fuego, y se detuvo muy cerca de ellos. Odiseo, que fue el primero en acometerle, levantó con su mano robusta la luenga lanza, deseando herirle; pero adelantándosele el jabalí, le dio un golpe sobre la rodilla y, como arremetiera al sesgo, desgarró con su diente mucha carne sin llegar al hueso. Entonces Odiseo le acertó en la espalda derecha, se la atravesó con la punta de la luciente lanza y el animal quedó tendido en el polvo y perdió la vida.
455
Los caros hijos de Autólico reuniéronse en torno del intachable Odiseo, igual a un dios, para socorrerle; vendáronle hábilmente la herida, restañaron la negrusca sangre con un ensalmo, y volvieron todos a la casa paterna. Autólico y sus hijos, después de curarle bien, le hicieron espléndidos regalos, y pronto lo enviaron alegre a su patria. El padre y la veneranda madre de Odiseo holgáronse de su vuelta y le preguntaron muchas cosas y qué le había ocurrido que llevaba aquella cicatriz; y él refirióles por menor cómo, habiendo ido al Parnaso a cazar con los hijos de Autólico, hirióle un jabalí con su blanco diente.
467
Al tocar la vieja con la palma de la mano esta cicatriz, reconocióla y soltó el pie de Odiseo; dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, inclinóse la vasija hacia atrás, y el agua se derramó por tierra.
471
El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el corazón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz sonora se le cortó. Mas luego tomó a Odiseo de la barba y hablóle así:
474
—Tú eres ciertamente Odiseo, hijo querido; y yo no te conocí hasta que pude tocar todo mi señor con estas manos.
476
Dijo; y volvió los ojos a Penelopea, queriendo indicarle que tenía dentro de la casa a su marido. Mas ella no pudo notarlo ni advertirlo desde la parte opuesta, porque Atenea le distrajo el pensamiento. Odiseo, tomando del pescuezo la anciana con la mano derecha, con la otra le atrajo a sí y le dijo:
482
—¡Ama! ¿Por qué quieres perderme? Sí, tú me criaste a tus pechos, y ahora, después de pasar muchas fatigas, he llegado en el vigésimo año a la patria tierra.
485
Mas, ya que lo entendiste y un dios lo sugirió a tu mente, calla y nadie lo sepa en el palacio. Lo que voy a decir llevaráse a efecto. Si un dios hiciese sucumbir a mis manos los ilustres pretendientes, no te perdonará a ti, a pesar de que fuiste mi ama, cuando mate a las demás esclavas en el palacio.
491
Contestóle la prudente Euriclea:
492
—¡Hijo mío! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! Bien sabes que mi ánimo es firme e indomable, y guardaré el secreto como una sólida piedra o como el hierro.
495
Otra cosa quiero manifestarte que pondrás en tu corazón: Si un dios hace sucumbir a tus manos los ilustres pretendientes, te diré cuáles mujeres no te honran en el palacio y cuáles están sin culpa.
499
Respondióle el ingenioso Odiseo:
500
—¡Ama! ¿A qué nombrarlas? Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Yo mismo las observaré para conocerlas una por una. Guarda silencio y confía en los dioses.
503
Así dijo; y la vieja se fue por el palacio a buscar agua para lavarle los pies porque la primera se había derramado toda. Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, Odiseo acercó nuevamente la silla al fuego, para calentarse, y cubrióse la cicatriz con los andrajos.
508
Entonces rompió el silencio la discreta Penelopea, hablando de este modo:
509
—¡Forastero! Aún te haré algunas preguntas, muy pocas; que presto será hora de dormir plácidamente, para quien logre conciliar el dulce sueño aunque esté afligido. A mí me ha dado algún dios un pesar inmenso, pues durante el día me complazco en llorar, gemir y ver mis labores y las de las siervas de la casa; pero, así que viene la noche y todos se acuestan, yazgo en mi lecho y fuertes y punzantes inquietudes me asedian el oprimido corazón y me excitan los sollozos.
518
Como cuando la hija de Pandáreo, la pardusca Aedón, canta hermosamente al comenzar la primavera, posada en el tupido follaje de los árboles, y deja oír su voz de variados sones que muda a cada momento, llorando a Itilo, el vástago que tuvo del rey Zeto y mató con el bronce por imprudencia: de semejante manera está mi ánimo, vacilando entre dos partidos, pues no sé si seguir viviendo con mi hijo y guardar y mantener en pie todas las cosas —mis posesiones, mis esclavas y esta casa grande y de elevada techumbre— por atención al tálamo conyugal y temor del dicho de la gente; o irme ya con quien sea el mejor de los aqueos que me pretenden en el palacio y me haga muchísimas donaciones nupciales. Mi hijo, mientras fue incipiente muchacho, no quiso que me casara y me fuera de esta mansión de mi esposo; mas ahora, que ya es adulto, por haber llegado a la flor de la juventud, desea que desampare el palacio, viendo con indignación que sus bienes son devorados por los aqueos.
535
Pero, ea, oye y declárame este sueño. Hay en la casa veinte gansos que comen trigo remojado en agua y yo me huelgo de contemplarlos, mas hete aquí que bajó del monte un aguilón de corvo pico, y, rompiéndoles el cuello, los mató a todos; quedaron éstos tendidos en montón y subióse él al divino éter. Yo aunque entre sueños, lloré y di gritos; y las aqueas, de hermosas trenzas, fueron juntándose a mi alrededor, mientras me lamentaba tanto de que el aguilón hubiese matado mis gansos, que movía a compasión.
544
Entonces el aguilón tornó a venir, se posó en el borde de la techumbre, y me calmó diciendo con voz humana:
546
«¡Cobra ánimo hija del celebérrimo Icario!, pues no es sueño, sino visión veraz que ha de cumplirse. Los gansos son los pretendientes y yo, que era el aguilón, soy tu esposo, que he llegado y daré a todos los pretendientes ignominiosa muerte.» Así dijo. Ausentóse de mí el dulce sueño y mirando en derredor, vi los gansos en el palacio, junto al pesebre que comían trigo como antes.
554
Respondióle el ingenioso Odiseo:
555
—¡Oh mujer! No es posible declarar el sueño de otra manera, ya que el propio Odiseo te manifestó cómo lo llevará al cabo: aparece clara la perdición de todos los pretendientes y ninguno escapará de la muerte y de las Parcas.
559
Contestóle la discreta Penelopea:
560
—¡Forastero! Hay sueños inescrutables y de lenguaje obscuro, y no se cumple todo lo que anuncian los hombres. Hay dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno; y otra, de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil nos engañan, trayéndonos palabras sin efecto; y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian, al mortal que los ve, cosas que realmente han de verificarse. Mas no me figuro yo que mi terrible sueño haya salido por el último, que nos fuera muy grato a mí y a mi hijo.
570
Otra cosa voy a decirte que pondrás en tu corazón. No tardará en lucir la infausta la Aurora que ha de alejarme de la casa de Odiseo, pues ya quiero ofrecer a los pretendientes un certamen: las segures, que aquél fijaba en línea recta y en número de doce, dentro de su palacio, cual si fuesen los puntales de un navío en construcción, y desde muy lejos hacía pasar una flecha por los anillos. Ahora, pues, los invitaré a esta lucha, y aquél que más fácilmente maneje el arco, lo arme y haga pasar una flecha por el ojo de las doce segures, será con quien yo me vaya, dejando esta casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de la cual imagino que habré de acordarme aun entre sueños.
582
Respondióle el ingenioso Odiseo:
583
—¡Oh veneranda mujer de Odiseo Laertíada! No difieras por más tiempo ese certamen que ha de efectuarse en el palacio, pues el ingenioso Odiseo vendrá antes que ellos, manejando el pulido arco, logren tirar de la cuerda y consigan que la flecha traspase el hierro.
588
Díjole entonces la discreta Penelopea:
589
—¡Forastero! Si quisieras deleitarme con tus dichos, sentado junto a mí, en esta sala, no caería ciertamente el sueño en mis ojos; mas no es posible que los hombres estén sin dormir, porque los inmortales han ordenado que los mortales de la fértil tierra empleen una parte del tiempo en cada cosa.
594
Voyme a la estancia superior y me acostaré en mi lecho tan luctuoso, que siempre está regado de lágrimas desde que Odiseo partió para ver aquella Ilión perniciosa y nefanda.
598
Allí descansaré. Acuéstate tú en el interior del palacio, tendiendo algo por el suelo, o que te hagan una cama.
600
Diciendo así, subió a la espléndida habitación superior no yendo sola, pues la acompañaban las esclavas. Y en llegando con ellas a lo alto de la casa, echóse a llorar por Odiseo, su caro marido, hasta que Atenea, la de ojos de lechuza, le difundió en los párpados el dulce sueño.
1
Acostóse a su vez el divinal Odiseo en el vestíbulo de la casa: tendió la piel cruda de buey, echó encima otras muchas pieles de ovejas sacrificadas por los aqueos, y, tan pronto como se tendió, cobijóle Eurínome con un manto. Mientras Odiseo estaba echado en vela, y discurría males contra los pretendientes, salieron del palacio, riendo y bromeando unas con otras, las mujeres que con ellos solían juntarse. El héroe sintió conmovérsele el ánimo en el pecho, y revolvió muchas cosas en su mente y en su corazón, pues se hallaba indeciso entre arremeter a las criadas y matarlas o dejar que por la última y postrera vez se uniesen con los orgullosos pretendientes; y en tanto el corazón desde dentro le ladraba. Como la perra que anda alrededor de sus tiernos cachorrillos ladra y desea acometer cuando ve a un hombre a quien no conoce, así, al presenciar con indignación aquellas malas acciones, ladraba interiormente el corazón de Odiseo. Y éste, dándose de golpes en el pecho, reprendiólo con semejantes palabras:
18
—¡Aguanta corazón, que algo más vergonzoso hubiste de soportar aquel día en que el Ciclope de fuerza indómita, me devoraba los esforzados compañeros; y tú lo toleraste, hasta que mi astucia nos sacó del antro donde nos dábamos por muertos!
22
Así dijo, increpando en su pecho al corazón sufrido y obediente; más Odiseo revolvíase ya a un lado ya al opuesto. Así como, cuando un hombre asa a un grande y encendido fuego un vientre repleto de gordura y de sangre, le da vueltas acá y acullá con el propósito de acabar pronto; así se revolvía Odiseo a una y otra parte, mientras pensaba de qué manera conseguiría poner las manos en los desvergonzados pretendientes, hallándose solo contra tantos. Pero acercósele Atenea, que había descendido del cielo; y, transfigurándose en mujer, se detuvo sobre su cabeza y le habló diciendo:
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—¿Por qué velas todavía, oh desdichado sobre todos los varones? Esta es tu casa y tienes dentro a tu mujer y a tu hijo, que es tal como todos desearan que fuese el suyo.
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Respondióle el ingenioso Odiseo:
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—Sí, muy oportuno es, oh diosa, cuanto acabas de decir; pero mi ánimo me hace pensar cómo lograré poner las manos en los desvergonzados pretendientes, hallándome solo, mientras que ellos están siempre reunidos en el palacio. Considero también otra cosa aún más importante: si logro matarlos, por la voluntad de Zeus y la tuya, ¿adónde me podré refugiar? Yo te invito a que me lo declares.
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Díjole entonces Atenea, la deidad de ojos de lechuza:
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—¡Desdichado! Se tiene confianza en un compañero peor, que es mortal y no sabe dar tantos consejos, y yo soy una diosa que te guarda en todos tus trabajos. Te hablaré más claramente. Aunque nos rodearan cincuenta compañías de hombres de voz articulada, ansiosos de acabar con nosotros por medio de Ares, te sería posible llevarte sus bueyes y pingües ovejas. Pero ríndete al sueño, que es gran molestia pasar la noche sin dormir y vigilando; y ya en breve saldrás de estos males.
54
Así le habló; y, apenas hubo infundido el sueño en los párpados de Odiseo, la divina entre las diosas volvió al Olimpo.
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Cuando al héroe le vencía el sueño, que deja el ánimo libre de inquietudes y relaja los miembros, despertaba su honesta esposa, la cual rompió en llanto, sentándose en la mullida cama. Y así que su ánimo se cansó de sollozar, la divina entre las mujeres elevó a Artemis la siguiente súplica.
61
—¡Artemis, venerable diosa hija de Zeus! ¡Ojalá que, tirándome una saeta al pecho, ahora mismo me quitaras la vida; o que una tempestad me arrebatara, conduciéndome hacia las sombrías sendas, y me dejara caer en los confines del refluente Océano! Como las borrascas se llevaron las hijas de Pandáreo, pues los númenes les mataron los padres y ellas se quedaron huérfanas en el palacio y entonces criólas la diosa Afrodita con queso, dulce miel y suave vino; dotólas Hera de hermosura y prudencia sobre las mujeres; dióles la casta Artemis buena estatura, y adiestrólas Atenea en labores eximias pero, mientras la diosa Afrodita se encaminaba al vasto Olimpo a pedirle a Zeus, que se huelga con el rayo, florecientes nupcias para las doncellas (pues aquel dios lo sabe todo y conoce el destino favorable o adverso de los mortales), arrebatáronlas las Harpías y se las dieron a las odiosas Erinies como esclavas: de igual suerte háganme desaparecer a mí los que viven en olímpicos palacios o mátame Artemis, la de lindas trenzas, para que yo penetre en la odiosa tierra teniendo ante mis ojos a Odiseo, y no haya de alegrar el ánimo de ningún hombre inferior. Cualquier mal es sufridero, aunque pasemos el día llorando y con el corazón muy triste, si por la noche viene el sueño, que nos trae el olvido de todas las cosas, buenas y malas, al cerrarnos los ojos. Pero a mí me envía algún dios funestas pesadillas. Esta misma noche acostóse a mi lado un fantasma muy semejante a él, tal como era Odiseo cuando partió con el ejército; y mi corazón se alegraba, figurándose que no era sueño, sino veras.