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Authors: Morton Rhue

La ola (13 page)

BOOK: La ola
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Robert, que estaba con él, parecía cada vez más indignado con el artículo de Laurie.

—Todo esto son mentiras —refunfuñó—. No se le puede permitir que diga estas cosas.

—No le des tanta importancia —observó David—. ¿A quién le importa lo que escriba Laurie o lo que tenga que decir?

—Pero, ¿qué dices? —exclamó Robert—. Cualquiera que lea esto va a hacerse una idea completamente equivocada sobre La Ola.

—Yo ya le dije que no lo publicara —comentó Amy.

—Bueno, calma —dijo David—. No hay ninguna ley que diga que la gente tiene que creer en lo que estamos tratando de hacer. Pero si conseguimos que La Ola siga funcionando, ya lo verán. Verán todas las cosas buenas que se pueden conseguir.

—Sí, pero si no nos andamos con cuidado, esta gente lo echará todo a perder —intervino Eric—. ¿Habéis oído lo que andan diciendo por ahí hoy? Me han dicho que hay padres, profesores y toda clase de personas quejándose en el despacho de Owens. ¿Qué os parece? A este paso, nadie tendrá ocasión de ver lo que se puede conseguir con La Ola.

—Laurie Saunders es una amenaza —afirmó Robert con contundencia—. Hay que detenerla.

A David no le gustó el tono siniestro de la voz de Robert.

—Un momento...

Pero Brian no le dejó continuar.

—No te preocupes, Robert. David y yo podemos encargarnos de Laurie. ¿Verdad, Dave?

Antes de que pudiera decir nada, David sintió que Brian le ponía la mano en el hombro y le apartaba del resto del grupo. Robert asintió.

—Escucha, hombre —susurró Brian—. Si alguien puede parar a Laurie, eres tú.

—Sí, pero no me gusta la actitud de Robert —musitó David—. Es como si tuviéramos que borrar del mapa a todo el que se nos oponga. Y esto es justo lo contrario de lo que tendríamos que hacer.

—Escucha, Dave. Lo que pasa es que Robert a veces se entusiasma demasiado. Pero debes admitir que tiene algo de razón. Si Laurie sigue escribiendo cosas así, La Ola no va a tener ninguna posibilidad de continuar. Lo único que tienes que hacer es decirle que se lo tome con más calma, Dave. Te escuchará.

—No lo sé, Brian.

—Mira, la esperaremos esta noche a la salida del
insti
. Y luego hablas con ella, ¿eh?

—Vale... —asintió David a regañadientes.

15

Aquella tarde, Christy Ross estaba deseando llegar a casa después de la clase de canto. Ben había desaparecido del instituto durante el día y tenía la impresión de que sabía por qué. Al llegar a casa, encontró a su marido enfrascado en la lectura de un libro sobre las juventudes nazis.

—¿Qué ha sido hoy de ti?

—Me marché pronto. No me encontraba bien —contestó Ben malhumorado, sin levantar la cabeza del libro—. Pero necesito estar solo, Chris. Tengo que prepararme para mañana.

—Pero es que necesito hablar contigo, cariño —imploró Christy.

—¿Y no puede esperar? —protestó Ben enfadado—. Tengo que terminar esto antes de la clase de mañana.

—No —insistió Christy—. Precisamente de esto quiero hablarte. De La Ola esta dichosa. ¿Tienes idea de lo que está pasando en el instituto, Ben? Y no hablemos de que la mitad de mi clase se fuga todos los días para ir a la tuya. ¿Te das cuenta de que esta Ola tuya ha trastornado todo el instituto? Hoy me han parado por lo menos tres profesores para preguntarme qué te propones. Y también se están quejando al director.

—Ya lo sé, ya lo sé. Pero es porque no entienden lo que estoy intentando conseguir —contestó Ben.

—¿Hablas en serio, Ben? ¿Sabías que los orientadores educativos del instituto han empezado a entrevistar a los alumnos de tu clase? ¿Estás seguro de
saber
lo que estás haciendo? Porque la verdad es que no hay nadie más en el instituto que lo crea.

—¿Te crees que no lo sé? Ya sé lo que dicen de mí. Que me he vuelto loco por el poder... y que estoy endiosado.

—¿Y no se te ha ocurrido pensar que quizá tengan razón? —preguntó Christy—. A ver, recuerda lo que te proponías al principio. ¿Es lo mismo que te propones ahora?

Ben se pasó la mano por el pelo. Ya tenía bastantes problemas con La Ola.

—Christy, creía que estabas de mi parte —dijo, aunque sabía que su mujer tenía razón.

—Estoy de tu parte, Ben. Pero estos últimos días estás irreconocible. Estás tan implicado interpretando este nuevo papel en el instituto que estás empezando a interpretarlo también en casa. No es la primera vez que te obsesionas así con algo, Ben. Pero ahora deberías dejarlo, cariño.

—Ya lo sé. Seguro que te parece que he llegado demasiado lejos. Pero ahora no puedo dejarlo —explicó, moviendo la cabeza—. Todavía no.

—Entonces, ¿cuándo? —preguntó Christy enfadada—. ¿Cuando tú o alguno de tus chicos hayáis hecho algo de lo que tengáis que lamentaros?

—¿Crees que no soy consciente de eso? ¿Crees que no me preocupa? Pero yo creé este experimento y ellos me siguieron. Si ahora lo doy por terminado, los dejaré colgados. Estarán confundidos y no habrán aprendido nada.

—Bueno, pues déjales confundidos —dijo Christy.

Ben se puso en pie de un salto, furioso y frustrado.

—¡No! ¡No voy a hacerlo! ¡No puedo hacerlo! —gritó—. Soy su profesor. Soy el responsable de haberles metido en esto. Reconozco que quizá haya permitido que dure demasiado. Pero han llegado muy lejos para dejarlo ahora sin más. Tengo que seguir hasta que lo entiendan. ¡Quizá sea la lección más importante de su vida!

Christy no se dejó impresionar.

—Pues esperemos que el director opine lo mismo, Ben. Porque hoy me pilló cuando iba a salir y me dijo que llevaba todo el día buscándote. Quiere que vayas a verle mañana a primera hora.

La redacción de
El cotilleo
se quedó en el instituto hasta tarde aquel día para celebrar la victoria. El número dedicado a La Ola había tenido tanto éxito que era prácticamente imposible encontrar un solo ejemplar. Y no sólo eso. Los profesores, bedeles e incluso algunos alumnos les habían dado las gracias por haber revelado «el otro lado» de La Ola. Ya habían oído decir que algunos habían decidido alejarse del movimiento.

Todos en la redacción comprendían que un solo número no era suficiente para detener un movimiento que había cobrado tanta fuerza en sólo una semana. Pero, por lo menos, le habían dado un buen batacazo. Carl decía que ponía en duda que hubiera más amenazas contra los que no formaban parte de La Ola... o más peleas.

Laurie, como siempre, fue la última en salir de la sala de publicaciones. Los miembros de
El cotilleo
tenían esta característica: eran un grupo estupendo para organizar una fiesta, pero cuando llegaba la hora de recoger, desaparecían todos. Ya antes, ese mismo año, Laurie se había sorprendido al ver lo que significaba realmente ser la directora del periódico: tener que hacer todas las tareas estúpidas que no querían hacer los demás. Y aquella noche esto quería decir quedarse allí a limpiar cuando los demás ya se habían ido a su casa.

Cuando terminó, se percató de que ya había oscurecido y de que estaba prácticamente sola en el instituto. Al cerrar la puerta y apagar las luces de la sala de
El cotilleo
, la inquietud que había sentido durante toda la semana volvió a emerger. Sin duda, La Ola aún se resentía de las heridas que le había infligido
El cotilleo
, pero todavía tenía mucha fuerza en el Instituto Gordon y Laurie era consciente de que ella, como directora del periódico... No, se dijo a sí misma, no saques las cosas de quicio. La Ola no era nada serio; era un simple experimento escolar que se había desmadrado un poco. No tenía por qué tener miedo.

Los pasillos estaban oscuros cuando Laurie se dirigió a su taquilla para dejar un libro que no iba a leer aquella noche. El silencio del instituto vacío era escalofriante. Empezó a oír ruidos en los que nunca se había fijado: el zumbido de la corriente eléctrica que recorría los cables de las alarmas y los detectores de humo; un borboteo que salía del laboratorio, donde debían de haber dejado algún experimento preparándose para el día siguiente; incluso el ruido de sus pasos, fuerte y hueco, que resonaban al andar por el suelo duro del pasillo.

Al llegar casi a su destino, Laurie se quedó helada. En la puerta de su taquilla, con letras rojas, estaba escrita la palabra «enemiga». En aquel momento, el ruido más fuerte que se oía en el pasillo era el del latido rápido e insistente de su propio corazón. Intentó calmarse y pensar que sólo estaban tratando de asustarla. Hizo un esfuerzo por sobreponerse y se concentró en la combinación para abrir el armario. Pero no pudo terminar. ¿Había oído algo? ¿Pasos?

Se apartó de la taquilla despacio, perdiendo gradualmente la batalla contra su creciente miedo. Se dio la vuelta y echó a andar por el pasillo en busca de la salida. El sonido de las pisadas parecía hacerse más fuerte y Laurie apretó el paso. Se oían cada vez más cerca y, de repente, las luces del fondo del pasillo se apagaron. Laurie, aterrada, se dio la vuelta e intentó ver algo en la oscuridad. ¿Había alguien allí? ¿Había alguien al fondo del pasillo?

Luego, empezó a correr por el pasillo hacia las puertas de salida que estaban al final. El pasillo se le hizo eterno y cuando por fin llegó a las puertas metálicas y dio un golpe con las caderas contra una para abrirla, ¡vio que estaba cerrada!

Horrorizada, Laurie se lanzó sobre la otra puerta. Se abrió, milagrosamente, y salió propulsada hacia fuera, donde sintió el aire fresco de la noche mientras corría y corría sin parar.

Después de correr durante lo que le pareció mucho rato, Laurie se quedó sin aliento y redujo la velocidad; abrazaba los libros contra el pecho y respiraba con dificultad. Ahora se sentía más segura.

David estaba sentado en el asiento del pasajero de la furgoneta de Brian. Habían aparcado cerca de las pistas de tenis que estaban abiertas toda la noche; David sabía que cuando Laurie volvía tarde a casa siempre iba por este camino porque, al estar muy iluminado por las potentes luces de las pistas, se sentía más segura. Llevaban casi una hora esperando en la furgoneta. Brian estaba en el asiento del conductor, vigilando por el retrovisor exterior si aparecía Laurie, y silbando una canción de manera tan desafinada que era imposible adivinar cuál era. David miraba a los jugadores de tenis y escuchaba el sonido monótono de las pelotas que iban de un lado a otro.

—Brian, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo David al cabo de un rato.

—Dime.

—¿Qué estás silbando?

Brian parecía sorprendido.


Take me out to the ball game
.

Se puso a silbar unos cuantos compases más. La canción que provenía de sus labios era casi irreconocible.

—¿La reconoces ahora?

—Sí, Brian, sí —contestó David, volviendo a mirar a los jugadores.

Un momento después, Brian se incorporó en el asiento.

—Ahí viene.

David miró en dirección hacia una manzana de casas que había detrás de ellos. Laurie avanzaba rápido por la acera. Se dispuso a abrir la portezuela de la furgoneta.

—Deja que me encargue yo solo.

—Bueno, pero que lo entienda, ¿eh? —dijo Brian—. Que no hemos venido a pasar el rato.

—Vale, Brian —contestó David, mientras bajaba de la furgoneta.

Brian estaba empezando a hablar como Robert.

David empezó a correr para alcanzarla. No sabía muy bien cómo debía enfocar la situación. Lo único que sabía era que sería mejor que no lo hiciese Brian. Al llegar junto a ella, Laurie no quiso pararse y David tuvo que acelerar el paso para no quedarse atrás.

—Laurie, ¿no puedes esperar un momento? Tengo que hablar contigo. Es muy importante.

Laurie empezó a andar un poco más despacio y miró hacia atrás.

—No te preocupes; no hay nadie más —le aseguró David.

Laurie se paró. David vio que respiraba con dificultad y que apretaba los libros contra el pecho.

—Vaya, David. No estoy acostumbrada a verte solo. ¿Dónde están tus tropas?

David sabía que tenía que intentar razonar con ella, tratando de ignorar sus comentarios hostiles.

—Venga, Laurie. ¿Quieres hacer el favor de escucharme un momento?

Pero Laurie no parecía dispuesta a ceder.

—David, ya nos dijimos todo lo que teníamos que decimos el otro día No tengo ganas de repetirlo otra vez, así que déjame en paz.

Aunque no quería, David empezó a enfadarse mucho. Laurie no le quería ni escuchar.

—Laurie, tienes que dejar de escribir esas cosas sobre La Ola. Estás causando muchos problemas.

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