La ola (12 page)

Read La ola Online

Authors: Morton Rhue

BOOK: La ola
12.44Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Espera!

Laurie se paró y vio que Brad se dirigía hacia ella.

—Hola, Laurie. No te había reconocido por detrás —dijo él, haciendo el saludo de La Ola.

Laurie se quedó de pie sin moverse. Brad frunció el ceño.

—Venga, Laurie. Haz el saludo y entonces podrás subir.

—Pero, ¿de qué estás hablando, Brad?

—Sí, el saludo de La Ola...

—¿Quieres decir que no puedo subir a las gradas si no hago el saludo de La Ola?

Brad miró avergonzado a su alrededor.

—Sí, esto es lo que han decidido, Laurie.

—¿Quién lo ha decidido?

—La Ola, Laurie. Ya sabes...

—Brad, yo creía que

eras de La Ola. Estás en la clase del señor Ross.

Brad se encogió de hombros.

—Ya lo sé. Pero, mira, total lo único que tienes que hacer es el saludo y así luego podrás subir.

Laurie miró las gradas llenas de gente.

—¿Me estás diciendo que todos los que están en las gradas han hecho el saludo para subir?

—Los que están en esta parte de las gradas, sí.

—Bueno, pues yo quiero subir, pero no quiero hacer el saludo de La Ola —contestó Laurie furiosa.

—Pues no puedes subir.

—¿Quién dice que no puedo? —gritó Laurie.

Varios chicos que estaban cerca miraron en esa dirección. Brad se ruborizó.

—Va, Laurie. Haz de una vez el dichoso saludo —susurró.

Laurie se mostró inflexible.

—Esto es ridículo. Y tú lo sabes.

Brad estaba avergonzado. Se volvió con disimulo y miró a su alrededor.

—Bueno, pues no hagas el saludo y tira para arriba. Creo que nadie nos está mirando.

Pero Laurie ya no tenía ganas de unirse a los que estaban en las gradas. No tenía ninguna intención de subir a escondidas para estar con los de La Ola. Todo aquello era demencial. Incluso algunos de los miembros de La Ola, como Brad, sabían que era un disparate.

—Brad, ¿por qué haces esto si sabes que es una estupidez? ¿Por qué formas parte de La Ola?

—Mira, Laurie. Ahora no puedo hablar —contestó Brad—. Va a empezar el partido. Se supone que estoy aquí para controlar a la gente que pasa a las gradas. Tengo mucho que hacer.

—¿Tienes miedo? —preguntó Laurie—. ¿Tienes miedo de lo que pueden hacer los otros miembros de La Ola si no estás de acuerdo con ellos?

Brad abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero tardó un poco en hablar.

—Yo no tengo miedo de nadie, Laurie. Y más te vale cerrar el pico. Ya hay mucha gente que ayer se percató de que no fuiste al encuentro.

—¿Sí? ¿Y qué?

—Nada, yo no digo nada. Sólo te aviso.

Laurie se quedó helada. Quería saber qué estaba intentando decirle Brad, pero el partido ya había empezado. Brad se dio la vuelta y las palabras de Laurie se perdieron entre los gritos de la multitud.

El domingo por la tarde, Laurie y algunos miembros de
El cotilleo
convirtieron el comedor de los Saunders en sala de redacción, para poder preparar el número especial dedicado casi enteramente a La Ola. Faltaban varias personas y, cuando Laurie preguntó por qué no habían venido, los miembros del periódico parecían no querer contestar.

—Me huele a que algunos de nuestros camaradas han preferido no provocar la cólera de La Ola.

Laurie miró a los demás y vio que todos estaban de acuerdo con lo que acababa de decir Carl.

—¡Amebas quejicas y blandengues! —gritó Alex poniéndose en pie de un salto y con el puño levantado en el aire—. Prometo luchar contra La Ola hasta el fin. ¡Libertad o acné!

Al ver la cara de confusión de los demás, prefirió aclarar su afirmación.

—Es que he pensado que el acné era peor que la muerte.

—Siéntate, Alex —dijo alguien.

Alex se sentó y el grupo volvió a concentrarse en el periódico. Pero Laurie se dio cuenta de que todos eran muy conscientes de los miembros que no habían acudido.

La edición especial sobre La Ola incluiría la carta del joven autor anónimo y un artículo que había escrito Carl sobre el chico de quince años a quien habían pegado.

Resultó que no le habían hecho mucho daño, pero sí le habían pegado. Lo habían hecho un par de gamberros. No quedaba claro si se habían peleado por culpa de La Ola o si La Ola sólo les había servido de pretexto para empezar la pelea. Lo que sí se sabía era que uno de los gamberros había llamado al chico «judío de mierda». Los padres del muchacho le dijeron a Carl que habían sacado a su hijo del instituto y que pensaban ir a hablar con Owens, el director, el lunes por la mañana.

Había varias entrevistas con otros padres y profesores preocupados por el asunto. Pero el artículo más crítico era el editorial escrito por Laurie. Se había pasado casi todo el sábado escribiéndolo. Condenaba La Ola y la describía como un movimiento peligroso y sin sentido que reprimía la libertad de expresión y de pensamiento, y que iba en contra de todos los principios del país. Decía que La Ola había causado ya más mal que bien (incluso con La Ola, los del Clarkstown habían derrotado a los Gladiadores del Instituto Gordon por 42 a 6) y advertía de que si no se le ponía fin, las cosas podían llegar a ser mucho peores.

Carl y Alex dijeron que llevarían el periódico a la imprenta al día siguiente a primera hora. A la hora de la comida lo repartirían.

14

Laurie tenía que hacer algo antes de que saliera el periódico. El lunes por la mañana quería ver a Amy y explicárselo todo. Todavía albergaba la esperanza de que en cuanto Amy leyera el artículo comprendería lo que era La Ola y cambiaría de opinión. Laurie quería avisarla con anticipación para que pudiera alejarse de La Ola, por si se armaba algún jaleo.

Encontró a Amy en la biblioteca y le dio el editorial para que lo leyese. A medida que iba leyendo, Amy abría más y más la boca. Por fin levantó la cabeza y miró a Laurie.

—¿Qué vas a hacer con esto?

—Voy a publicarlo en el periódico.

—Pero no puedes decir estas cosas de La Ola.

—¿Por qué no? Son verdad. Amy, La Ola se ha convertido en una obsesión para todo el mundo. Ya nadie es capaz de pensar por sí mismo.

—Venga, Laurie —exclamó Amy—. Lo único que te pasa es que estás disgustada. Te está afectando tu riña con David.

Laurie movió la cabeza.

—Que no, Amy. Hablo en serio. La Ola está haciendo daño a la gente. Y todos siguen el movimiento como un rebaño de ovejas. No puedo creerme que después de haber leído esto quieras seguir formando parte de La Ola. ¿No te das cuenta de lo que es? Hace que todo el mundo se olvide de quién es. Es algo así como
La noche de los muertos vivientes
. ¿Por qué quieres formar parte de esto?

—Porque significa que, por fin, no hay nadie que sea mejor que los demás. Porque, desde que somos amigas, no he hecho más que competir contigo y tratar de estar a tu altura. Pero ahora ya no siento que tenga que tener un novio que juega al fútbol americano como tú. Y si no me apetece, tampoco tengo que sacar las mismas notas que tú, Laurie. Por primera vez en tres años tengo la impresión de que no me hace falta estar a la altura de Laurie Saunders para gustar a los demás.

Laurie sintió un escalofrío por el cuerpo.

—Bueno, yo... Siempre he sabido que te sentías así. Y siempre había tenido ganas de hablar contigo sobre este tema.

—¿Acaso no sabes que a la mitad de los padres de este
insti
dicen a sus hijos: «¿por qué no puedes ser como Laurie Saunders»? Venga, Laurie. La única razón por la que estás en contra de La Ola es porque con este movimiento ya no eres la princesa.

Laurie estaba aturdida. Incluso su mejor amiga, una persona tan inteligente como Amy, se volvía contra ella por culpa de La Ola. Eso la puso furiosa.

—Pues voy a publicarlo.

—No lo hagas, Laurie —dijo Amy, mirándola.

—Ya lo he hecho. Yo sé muy bien lo que tengo que hacer.

De repente, Amy reaccionó como si se hubiera convertido en una extraña.

—Tengo que irme —señaló, mirando el reloj.

Amy se fue y dejó a Laurie sola en la biblioteca.

Las copias de
El cotilleo
no se habían agotado nunca tan deprisa como aquel día. El instituto entero comentaba las noticias. Eran muy pocos los que conocían la historia del chico al que habían pegado y nadie sabía nada de la carta escrita por el alumno anónimo. Pero en cuanto todas estas historias aparecieron en el periódico, empezó a circular más información. Se hablaba de amenazas e insultos dirigidos a chicos que, por una u otra razón, se habían enfrentado a La Ola.

También corrían rumores de que durante toda la mañana había habido un desfile de padres y profesores que habían ido a quejarse al despacho de Owens, el director, y de que los orientadores educativos del instituto habían empezado a entrevistar a los alumnos. Se respiraba cierto malestar en los pasillos y en las clases.

En la sala de profesores, Ben Ross dejó su ejemplar de
El cotilleo
y se frotó las sienes con los dedos. De repente, le había entrado un terrible dolor de cabeza. Algo había salido mal y algo le hacía sospechar que él tenía la culpa. Que hubieran pegado a ese chico era espantoso, increíble. ¿Cómo podía justificar un experimento con semejantes resultados?

También le extrañaba ver que le había molestado la penosa derrota del equipo de fútbol americano del instituto en el partido contra el Clarkstown. Le parecía raro que, aunque no le importaran lo más mínimo los deportes escolares, esta derrota le hubiera contrariado tanto. ¿Sería por culpa de La Ola? Durante la última semana había empezado a creer que un buen resultado en el partido sería un buen argumento a la hora de explicar el éxito de La Ola.

Pero, ¿desde cuándo quería él que La Ola fuera un éxito? El éxito o el fracaso de La Ola no era el fin del experimento. Se suponía que lo que le interesaba era lo que los alumnos pudieran aprender de La Ola, no La Ola en sí misma.

Había un botiquín en la sala de profesores provisto de todos los remedios y marcas de medicamentos disponibles en el mercado contra el dolor de cabeza. Un amigo suyo le había comentado una vez que si los médicos eran el colectivo con la tasa de suicidio más alta, los profesores seguro que tenían la tasa más alta de dolores de cabeza. Ben sacó tres comprimidos de un frasco y se dirigió hacia la puerta para ir a buscar un poco de agua.

Pero cuando ya estaba en la puerta de la sala de profesores, se detuvo. Se oían voces en el pasillo. Eran Norm Schiller y otra voz masculina que no reconocía. Alguien debía de haber parado a Norm justo cuando iba a entrar en la sala y ahora estaban hablando al otro lado de la puerta. Ben podía oír lo que decían desde dentro.

—Nada, no sirvió para nada —decía Schiller—. Sí, sirvió para animarles y para hacerles creer que podían ganar. Pero en cuanto salieron al campo, no dieron una. Todas las olas del mundo no sirven de nada al lado de un buen quarterback. No hay nada que pueda sustituir el aprendizaje de las malditas jugadas.

—La verdad es que me parece que Ross les ha hecho un lavado de cerebro a estos chicos —explicó la voz masculina sin identificar—. No sé qué demonios se propone, pero no me gusta. Y tampoco les gusta a los otros profesores con los que he hablado. Pero, ¿qué se habrá creído?

—Y yo qué sé —respondió Schiller.

La puerta de la sala de profesores empezó a abrirse y Ben retrocedió a toda prisa y se metió en el pequeño cuarto de baño que había al lado de la sala. El corazón le latía con fuerza y la cabeza le dolía más que nunca. Se tomó las tres pastillas y no quiso mirarse al espejo. ¿Acaso tenía miedo de lo que vería reflejado? ¿Un profesor de historia de instituto que, sin querer, había asumido el papel de dictador?

David Collins seguía sin entenderlo. Para él no tenía sentido que hubiera gente que no quisiera formar parte de La Ola. Así no se habrían armado todos estos jaleos. Todos habrían podido actuar como iguales, como compañeros de equipo. Ahora se reían y decían que La Ola no les había servido de nada en el partido del sábado. Pero, ¿qué esperaba la gente? La Ola no era un bálsamo milagroso. El equipo se había enterado de que existía La Ola cinco días antes del partido. Lo que había cambiado era la actitud y el espíritu del equipo.

David estaba fuera, en el césped del jardín del instituto, con Robert Billings y un grupo de chicos de la clase del señor Ross, leyendo
El cotilleo
. El artículo de Laurie le había puesto de mal humor. Él no sabía nada de que alguien hubiera amenazado o pegado a nadie y, en su opinión, ella y los del periódico se lo habían inventado todo. Una carta sin firmar y una historia sobre un chico de quince años del que no había oído hablar en su vida. No le gustaba que Laurie no hubiera querido formar parte de La Ola Pero, ¿por qué ella y los demás no dejaban en paz a La Ola? ¿Por qué tenían que atacarla?

Other books

The Wolf Ring by Meg Harris
For Sale Or Swap by Alyssa Brugman
The Heike Story by Eiji Yoshikawa
Gingham Mountain by Mary Connealy
The List of My Desires by Gregoire Delacourt
The Bungalow by Jio, Sarah
Celebrant by Cisco, Michael
The Moonstone by Wilkie Collins
Linda Needham by A Scandal to Remember