Authors: Morton Rhue
—La que causa problemas es La Ola, David.
—No es verdad —insistió David—. Escucha, Laurie. Te queremos de nuestra parte, no en contra.
Laurie movió la cabeza.
—Pues no contéis conmigo. Ya te he dicho que lo dejo. Esto ya no es un juego. Hay gente a quien se le ha hecho daño.
Laurie echó a andar, pero David la siguió.
—Fue sólo un accidente. Algunos tíos utilizaron La Ola como excusa para pegar a ese chico. ¿No lo comprendes? La Ola sigue siendo buena para todos. ¿Por qué no lo quieres ver, Laurie? Podría ser un sistema completamente nuevo. Podríamos hacer que funcionase.
—Conmigo no, desde luego.
David sabía que si no la detenía, se iría. No era justo que una sola persona lo echase todo a perder. Tenía que convencerla. ¡Tenía que hacerlo! Casi sin darse cuenta, la agarró del brazo.
—¡Suéltame! —gritó Laurie, intentando escapar.
Pero David la tenía bien agarrada.
—Laurie, tienes que dejar de hacerlo.
No era justo.
—¡David, suéltame!
—Laurie, ¡deja de escribir estos artículos! ¡No vuelvas a hablar de La Ola! ¡Lo estás echando todo a perder!
Laurie no quería darse por vencida.
—¡Seguiré escribiendo y diciendo todo lo que quiera, y tú no podrás impedírmelo!
David, furioso, la agarró por el otro brazo. ¿Por qué tenía que ser tan testaruda? ¿Por qué no comprendía lo buena que podía ser La Ola?
—¡Podemos impedir que lo hagas y lo haremos! —gritó.
Pero Laurie sólo intentaba soltarse aún con más fuerza.
—¡Te odio! ¡Odio La Ola! ¡Os odio a todos!
Para David, estas palabras fueron como una bofetada.
—¡Cállate! —exclamó descontrolado y lanzándola al suelo.
Los libros quedaron esparcidos por la hierba.
David retrocedió, horrorizado al ver lo que había hecho. Laurie seguía en el suelo inmóvil, y él, muerto de miedo, se arrodilló y la rodeó con sus brazos.
—Laurie, ¿estás bien?
Ella asintió, pero no podía hablar porque estaba sollozando.
David la abrazó con fuerza.
—Ostras, lo siento —susurró.
David notó que Laurie estaba temblando y no comprendía cómo podía haber hecho una cosa así. ¿Qué podía haberle impulsado a hacer daño a una chica, a la única chica que seguía queriendo? Laurie se reincorporó y se quedó sentada en la hierba, llorando y sin aliento. David no podía creérselo. Se sentía como si acabara de salir de un trance. ¿Qué le había poseído estos últimos días que le había llevado a comportarse como un estúpido? ¡Acababa de afirmar que La Ola no podía hacer daño a nadie y, a la vez, en nombre de La Ola, acababa de agredir a Laurie, a su propia novia!
Era una locura, pero David comprendía que se había equivocado. Cualquier cosa que le llevara a cometer lo que acababa de hacer tenía que ser una aberración, sin más. Era imposible que no lo fuera.
Mientras los dos estaban allí, la furgoneta de Brian se puso en marcha, pasó despacio por delante de ellos y desapareció en la oscuridad.
Aquella noche, ya tarde, Christy Ross entró en el estudio donde estaba trabajando su marido.
—Ben, siento interrumpirte, pero he estado pensando y tengo que decirte algo importante —intervino con firmeza.
Él se recostó en la silla y miró a su mujer con cierta inquietud.
—Ben, mañana tienes que terminar con esto de La Ola. Ya sé lo que significa para ti y lo importante que crees que es para tus alumnos. Pero te digo que tienes que ponerle fin.
—¿Cómo puedes decir esto?
—Porque estoy convencida de que si tú no lo haces lo va a hacer el director. Y te aseguro que como lo haga él, el experimento va a ser un fracaso. Me he pasado la tarde entera pensando en lo que has estado tratando de conseguir, Ben, y creo que empiezo a entenderlo. ¿Pero no se te ocurrió pensar, cuando empezaste el experimento, lo que podía suceder si salía mal? ¿No se te pasó por la cabeza que estabas jugándote tu reputación como profesor? Si esto sale mal, ¿crees que los padres van a permitir que sus hijos vuelvan a tu clase?
—¿No crees que exageras?
—No. ¿Tampoco se te ocurrió pensar que no era sólo a ti a quien ponías en peligro, sino también a mí? Hay personas que piensan que, porque soy tu mujer, yo también tengo algo que ver con esta estupidez de La Ola. ¿Te parece justo, Ben? Me da mucha pena pensar que, después de dos años en el Instituto Gordon, estás a punto de arruinar tu carrera. Tienes que terminar con esto mañana, Ben. Tienes que ir al despacho de Owens y decirle que se ha acabado.
—Christy, ¿cómo puedes decirme lo que tengo que hacer? ¿Cómo voy a poder acabar con el movimiento en un día y ser justo con mis alumnos?
—Tienes que pensar en algo, Ben —insistió Christy—. Pero se tiene que acabar.
Ben se pasó la mano por la frente y se puso a pensar en la reunión que iba a tener con el director a la mañana siguiente. Owens era un buen hombre, abierto a nuevas ideas y experimentos, pero le estaban presionando muchísimo. Por un lado, padres y profesores estaban todos totalmente en contra de La Ola, y estaban presionando cada vez más a Owens para que interviniera y pusiera fin al experimento. Y por otro lado estaba Ben Ross, que le rogaba que no interviniese y trataba de explicarle que acabar de repente con La Ola podía ser un desastre para los alumnos. Se habían esforzado mucho. Acabar con La Ola, sin más, sería como empezar a leer la primera mitad de una novela y no acabarla. Pero Christy tenía razón. Ben sabía que La Ola tenía que terminar. Y lo importante no era cuándo, sino cómo hacerlo. Los alumnos tenían que acabar con el movimiento por su cuenta y debían entender por qué le ponían fin. Si no se hacía así, la lección, el dolor y todo lo que habían pasado no serviría para nada.
—Christy, ya sé que hay que ponerle fin, pero no sé cómo.
Su mujer suspiró.
—¿Me estás diciendo que mañana vas a ir al despacho de Owens a
decirle
esto? ¿Que sabes que debe terminar, pero que no sabes cómo? Ben, se supone que el líder de La Ola eres tú. Se supone que es a ti a quien siguen ciegamente.
Ben no apreció el sarcasmo que encerraban las palabras de su mujer, pero sabía que tenía razón. Los alumnos de La Ola le habían convertido en más líder de lo que había querido ser. Pero también era verdad que él no se había opuesto. En realidad, tenía que confesar que antes de que el experimento empezara a ir mal, había disfrutado con aquellos fugaces momentos de poder. Una clase abarrotada de alumnos que obedecían sus órdenes, el símbolo de La Ola que él había creado por todo el instituto, incluso un guardaespaldas. Había leído que el poder podía seducir y ahora lo sabía por experiencia. Ben se pasó la mano por el pelo. Los miembros de La Ola no eran los únicos que habían aprendido la lección del poder. Su profesor también la había aprendido.
—Ben...
—Sí, ya lo sé. Estoy pensando.
De hecho, más que pensar, estaba preguntándose qué podía hacer. ¿Y si se pudiera hacer algo al día siguiente? ¿Y si se pudiera tomar alguna medida repentina y definitiva? ¿Le seguirían? De pronto, Ben comprendió lo que tenía que hacer.
—Ya está, Christy. Se me ha ocurrido una idea.
Su mujer le miró con cierta desconfianza.
—¿Y estás seguro de que va a dar resultado?
—No, pero espero que sí.
Christy movió la cabeza y miró el reloj. Era tarde y estaba cansada. Dio un beso a su marido en la frente. Estaba sudado.
—¿Vienes a la cama?
—Sí, enseguida voy.
Después de que Christy se fuera a su cuarto, Ben volvió a repasar mentalmente el plan que se le había ocurrido. Parecía sólido; se levantó, dispuesto a irse a dormir. Estaba apagando las luces, cuando oyó el timbre de la puerta. Se frotó los ojos y se dirigió penosamente hacia la puerta.
—¿Quién es?
—Somos David Collins y Laurie Saunders, señor Ross.
Ben, sorprendido, abrió la puerta.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó—. Es muy tarde.
—Señor Ross, tenemos que hablar con usted —dijo David—. Es muy importante.
—Bueno, pues pasad y sentaos.
Cuando David y Laurie entraron en el comedor, Ben vio que los dos estaban muy nerviosos. ¿Había pasado algo todavía peor por culpa de La Ola? Ojalá no fuera así. Los chicos se sentaron en el sofá. David se inclinó hacia adelante.
—Señor Ross, tiene que ayudamos —imploró con voz temblorosa.
—¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo?
—Es La Ola —explicó David.
—Señor Ross, sabemos lo importante que es para usted, pero ha llegado demasiado lejos —intervino Laurie.
Antes de que Ross tuviera tiempo de contestar, David prosiguió.
—La Ola se ha hecho la dueña de todo, señor Ross. No se puede decir nada que vaya en contra del movimiento. La gente tiene miedo de hacerlo.
—Los chicos del instituto están asustados —añadió Laurie—. Tienen mucho miedo. No sólo de decir algo en contra de La Ola, sino también de lo que podría ocurrirles si no siguen la corriente.
Ben asintió. Hasta cierto punto, lo que le estaban contando aliviaba en parte su preocupación por La Ola. Si hacía lo que le había dicho Christy y pensaba de nuevo en los fines del experimento, los temores de los que hablaban Laurie y David confirmaban que La Ola era un éxito. Después de todo, la había concebido para mostrar a los chicos cómo pudo haber sido la vida en la Alemania nazi. Parecía que, en cuanto al miedo y a la sumisión forzosa, había tenido un éxito impresionante; incluso demasiado.
—Ya no puedes ni tener una conversación sin preguntarte si alguien te estará escuchando —comentó Laurie.
Ben asintió de nuevo. Se acordaba de aquellos alumnos de su clase de historia que habían criticado a los judíos por no haberse tomado en serio la amenaza nazi, y no haber huido de sus casas y sus juderías cuando se enteraron de los primeros rumores sobre las cámaras de gas y los campos de concentración. Claro que, ¿cómo iba a creerse una persona racional una cosa semejante? ¿Y quién se hubiera imaginado que un puñado de alumnos tan majos como los del Instituto Gordon iban a convertirse en un grupo fascista llamado La Ola? ¿Sería una debilidad propia del hombre lo que le hacía ignorar el lado más oscuro de sus semejantes?
David lo sacó de sus pensamientos.
—Esta noche casi le hago daño a Laurie por culpa de La Ola. No sé lo que me ha pasado. Pero sí sé que es lo mismo que les pasa a casi todos los que forman parte de La Ola.
—Tiene que ponerle fin —insistió Laurie.
—Ya lo sé —contestó Ben—. Lo haré.
—¿Qué va a hacer, señor Ross? —preguntó David.
Ben sabía que no podía revelar su plan a David y a Laurie. Era esencial que los miembros de La Ola decidieran por sí mismos; y para que el experimento fuera un verdadero éxito, Ben tenía que ofrecerles pruebas. Si permitía que David y Laurie fueran al día siguiente al instituto y explicaran a los demás que el señor Ross se proponía acabar con La Ola, se produciría una ruptura en falso. Los alumnos podían ponerle fin sin comprender realmente por qué tenía que desaparecer. O, lo que sería aún peor, quizá se enfrentaran a él para tratar de mantenerla viva, a pesar de que su destino estuviera ya sentenciado.
—David, Laurie, vosotros habéis descubierto solos lo que los otros miembros de La Ola todavía no han aprendido. Os prometo que mañana trataré de ayudarles para que ellos también descubran lo que hay que aprender. Pero tengo que hacerlo a mi manera y os pido que confiéis en mí. ¿Puedo contar con vosotros?
David y Laurie asintieron sin mucha convicción, mientras Ben se levantaba y les acompañaba a la puerta.
—Vamos. Es demasiado tarde para que estéis deambulando por la calle.
Cuando ya iban a salir, se le ocurrió otra idea.
—¿Conocéis a algún chico que no haya formado nunca parte de La Ola? ¿Dos alumnos a los que no conozcan los miembros de La Ola y a quienes no echarían de menos?
David se puso a pensar. Por asombroso que pareciera, no conocía a casi nadie que no hubiera entrado en La Ola. Pero Laurie sí tenía a dos personas en mente.
—Alex Cooper y Carl Block —respondió—. Son de la redacción de
El cotilleo.
—Muy bien —señaló Ben—. Ahora quiero que vayáis mañana a clase como si no pasara nada. Haced como si no hubiéramos hablado y no digáis a nadie que habéis estado aquí esta noche ni que hemos hablado. ¿Puedo contar con vosotros?
David dijo que sí, pero Laurie no parecía muy convencida.
—No sé, señor Ross.
Pero Ben se mostró tajante.
—Laurie, es muy importante que nos comportemos de esta manera. Tienes que confiar en mí. ¿De acuerdo?
Laurie asintió a regañadientes. Ben se despidió de ellos y ambos se adentraron en la oscuridad.