La pesadilla del lobo (15 page)

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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Bienvenida, Cala.

»Retrocedí y me convertí en humana, de pronto sentí frío y asco. Stuart, muerto, seguía sonriendo pese a la dentellada que le perforaba el cuello. Alguien me rozó el hombro. Me giré y me enfrenté a una mujer. Su sonrisa era como la del muerto, benévola, cordial. Sus cabellos de un oscuro color caoba le cubrían la espalda y en el iris color carbón de sus ojos había brillos plateados. Me contempló con mirada resplandecida y alborozada y entreabrió los labios.

»—Cala. —Murmuró mi nombre como quien entorna una oración ferviente y esperanzada. Bajó la vista y seguí su mirada. En sus brazos dormía un niño muy pequeño y su rostro pacífico me atrajo. Cuando lo contemplé, abrió los ojos: el cielo nocturno salpicado de estrellas titilantes. Los mismos ojos de su madre.

»—Ren.

»Me contemplaba. De sus labios surgió una risa exuberante y batió las palmas, celebrando el encuentro. Una llama hogareña ardió en mi pecho. Miré a Corrine Laroche y su sonrisa se borró. A sus espaldas surgió una sombra, una tormentosa nube de destrucción. Mis labios se abrieron, dispuestos a soltar un grito de advertencia, pero no lograba respirar. Traslúcidas zarzas de tinta se derramaron por encima de su cuello y sus hombros. Las zarzas serpentearon alrededor de sus brazos. Empezó a gritar, Ren cayó de sus brazos y soltó un chillido aterrado. Me lancé hacia delante para cogerlo, pero otro par de brazos musculosos lo aferraron. Corrine soltó un alarido cuando el espectro la envolvió en ondulantes cuerdas negras que latían y se retorcían acompañando su agonía.

»Caí de rodillas, presa del horror. Oí una risita y desvié la vista de la mujer atormentada. Emile Laroche dirigió una mirada fulminante a su compañera, sus ojos color azul acuarela destilaban desprecio. Echó un vistazo al niño lloroso que sostenía en brazos. Agitó los hombros y sacudió la cabeza; sus sucios cabellos rubios cayeron hacia delante, rozaron su mentón, ensombrecieron sus rasgos y transformaron su rosto puntiagudo en una máscara diabólica y cruel. Ren chilló y la boca de Emile adoptó una expresión de repugnancia. Aferró al niño con violencia mayor y, lanzando una última mirada desdeñosa al cuerpo convulso de Corrine, le dio la espalda y se alejó. Los gritos aterrados de Ren resonaban en mis oídos y, unidos a los gritos de su madre, formaban un espantoso coro.

»No podía moverme. No podía despegar la vista del sufrimiento de Corrine. A mi lado surgió una figura y me volví. Ren contemplaba a la mujer sujetada por el espectro. Ya no era un niño, se había convertido en un joven, el que sería mi compañero. Los ojos color carbón que habían brillado como una galaxia ahora eran opacos y huecos. El sudor le pegoteaba los cabellos oscuros contra la frente y cuello. Un mosaico de cardenales violetas, amarillos, verdes y negros le cubría el torso. Verdugones rojos y cicatrices de quemaduras creaban un grotesco motivo en sus brazos y su espalda. Lentamente, dirigió la mirada a su madre. Frunció el ceño, como si la horrorosa escena careciera de sentido. Sacudió la cabeza y suspiró.

»—Dios mío, Ren. —Traté de tocarlo, pero mi mano pasó a través de su cuerpo.

»Él mantenía la vista clavada en la mujer que gritaba. No me miró, pero movió los labios.

»—¿Dónde estás, Lirio? —Agitó la muñeca y vi un destello azul: era mi anillo colgado de la punta de su dedo, balanceándose como un péndulo, marcando un tiempo del que no disponíamos.

»Sus hombros se cubrieron de heridas, la piel se desgarró, la sangre se derramó y un torrente rojo empapó su cuerpo. Líquidas cintas rojas le envolvieron los brazos, las muñecas y los dedos. Ren cayó de rodillas, con la cabeza gacha. Corrine y yo gritamos al unísono.»

Abrí los ojos, jadeando, aún presa de la pesadilla. Los gritos se habían convertido en aullidos que resonaban en mis oídos. Procuré dejar de debatirme en la cama y tranquilizarme. Una profunda tristeza reemplazó al terror que me había despertado.

Los latidos de mi corazón se ralentizaron y el mundo volvió a ser el de siempre. La pesadilla me había quitado el sueño; aún estaba cansada y supuse que no había dormido más de una hora. Todavía medio dormida, aferré el anillo que Ren me había dado la noche de nuestra unión. Brillaba, incluso en medio de la oscuridad, y reflejaba la tenue luz de las estrellas que penetraba a través del techo de cristal. Me tendí de lado y cerré los ojos, pero en cuanto lo hice volví a ver a Ren cubierto de sangre. Dormir no era una opción… al menos no de momento.

Abandoné la habitación sin saber adónde iría. Lo único que me impulsó a levantarme de la cama era la idea de que recorrer los pasillos de la Academia, me haría olvidar el horror de aquel sueño. Eché un vistazo a la puerta anexa; en parte quería ir con Shay, pedirle disculpas y buscar consuelo entre sus brazos. Pero este lugar —y la lucha con Emilie— todavía me resultaban demasiado inquietantes. Había demasiados aspectos de esa batalla que me consternaban y me llenaban de dudas. No sólo la muerte de Lydia, también mi propia elección. No había matado a Sasha, no quería matarla. ¿Acaso yo les resultaría útil a los Buscadores durante la batalla?

Al caminar hacía girar el anillo en el dedo, recordando cómo brillaba en mi sueño. ¿Qué significaba que hubiera aceptado esta prenda de amor de Ren, y sin embargo lo había abandonado ante el altar? ¿Me convertía en una traidora o sólo en una cobarde?

Un aroma agradable interrumpió mis pensamientos sombríos. Un olor familiar y seductor me condujo hasta una escalera. Inspiré profundamente y empecé a bajar. Dos plantas más abajo entré en una habitación larga y amplia llena de mesas, iluminada por la luz suave de algunas lámparas.

Pronto descubrí el origen de aquel aroma delicioso: encima de una de las mesas reposaban varias cafeteras de cristal. El vapor ascendía de las tazas de café que sorbían los Buscadores sentados ante las mesas y hablando en voz baja. Monroe vertió café en la taza de Tess. Ahora no lloraba, pero el dolor le crispaba el rostro. Adne los acompañaba, llevaba una guitarra apoyada en el regazo. También estaba Connor, parecía un tanto demacrado. Me sorprendí al ver a Silas sentado al lado de Monroe.

La atmósfera prevaleciente dejaba claro que los Buscadores se habían reunido para llorar a sus muertos. Por más seductor que fuera el aroma del café, no quería interrumpirlos. Me disponía a marcharme cuando oí que me llamaban.

Miré por encima del hombro y vi a Monroe indicándome que me acercara.

—¿Necesitas algo? —preguntó el Guía.

—No —contesté, incómoda al comprobar que todos me miraban—. No podía conciliar el sueño y olí el café.

—¿Desde arriba? —preguntó Connor.

Asentí, removiendo los pies.

—Un buen truco. —Connor sonrió, cogió una petaca del cinturón y vertió el contenido en su café. Supuse que era whisky, dado el intenso aroma a turba que desprendía el líquido ambarino.

—No quería molestaros —dije.

—No lo haces. —Tess me indicó que tomara asiento, me sirvió café y dejó la taza delante de la silla vacía junto a ella—. Acompáñanos, por favor.

—Estamos compartiendo historias —dijo Adne, rasgueando las cuerdas de la guitarra—. Sobre Lydia y Grant.

—¿Por qué no nos cuentas una? —dijo Monroe—. Es el modo en que honramos a los muertos y conservamos su memoria.

—Quién, ¿yo? —Fruncí el ceño, pero me senté y rodeé la taza de café caliente con las manos.

—Tú frecuentaste a Grant más que nosotros. —Silas había abierto un cuaderno, pero alzó la vista—. Debes conocer alguna historia que puedas compartir.

Pensé en el señor Selby. ¿Qué podía decir de él? Había sido un buen profesor, pero de algún modo «Las Grandes Ideas eran mi clase favorita» sonaba un tanto pobre.

—Lo siento —dije en voz baja—. Me parece que no.

—No te preocupes —dijo Connor, y bebió un trago del café con whisky—. Creo que esta noche ya no soporto más historias tristes.

—No seas bruto —refunfuñó Silas y siguió escribiendo—. Un poco de respeto.

—Lydia era una luchadora —dijo Connor—. Consideraría que somos unos tontos si nos deprimiéramos por su muerte.

—Connor —lo regañó Monroe, mirando a Tess. Pero ella sacudió la cabeza.

—Tiene razón. —Tess sonrió—. Me parece que ahora mismo todos suponemos una gran desilusión para ella.

—Tú jamás podrías desilusionarla. —Adne le acarició la mejilla.

Los ojos de Tess se llenaron de lágrimas, pero no dejó de sonreír.

Adne también sonreía, pero no miraba a Tess.

—Eh, dormilón, ¿nunca has oído hablar de un peine?

Me giré y vi a Shay, que se apresuraba a peinarse el pelo con los dedos, pero sus suaves rizos seguían alborotados. Se había puesto tejanos y una camiseta, pero era evidente que acababa de levantarse de la cama.

—Lo siento —dijo—. Tuve unas pesadillas y no podía volver a dormir. Después olí el café…

—Como dos gotas de agua… —dijo Connor.

Eché un vistazo a Shay y me pregunté si seguiría enfadado. Se sentó en una silla entre Adne y yo. Cuando me lanzó una tímida sonrisa comprendí que lamentaba que nos hubiéramos peleado. Yo también lo lamentaba, y le di un beso en la mejilla.

—Yo tampoco podía dormir.

Shay me rodeó los hombros con el brazo.

Silas nos observaba.

—¿Qué pasa? —pregunté, molesta.

—He estado sospesado teorías opuestas acerca del Vástago —contestó—. No logro decidir si el hecho de que lo hayas convertido en lobo ha aumentado sus dotes o las ha reducido.

—¿Qué dotes? —preguntó Shay.

—Posees un poder innato —prosiguió Silas—. Debido a tu herencia.

—¿Mi herencia? —Shay fruncía el ceño—. ¿Te refieres a todas esas historias de caballeros y demonios de las que hablabas hace un rato?

—Me refiero a tu padre, obviamente. —Silas ladeó la cabeza y ojeó a Shay antes de volver a escribir en el cuaderno.

—¿Estás tomando apuntes sobre él? —pregunté.

—Claro. —Silas no alzó la cabeza.

—¡Pues deja de hacerlo! —exclamé, y le quité el lapicero de un manotón.

Silas me miró, boquiabierto.

—¿Sabes qué? —Connor me sonrió—. Creo que te amo.

—Sólo documentaba mis observaciones —dijo Silas, cogiendo el lapicero—. Ésta es una oportunidad única.

—No soy una oportunidad —farfulló Shay—. Soy una persona.

—Eres el Vástago —replicó Silas—. Es imprescindible que comprendamos tu potencial antes de emprender la próxima misión. Anika me ha encargado que evalúe tu capacidad de llevar a cabo las tareas necesarias.

Monroe suspiró.

—No creo que pretendiera que apuntaras todas tus interacciones con Shay, Silas.

—Sí. —Connor bebió más café y volvió a llenar su taza—. ¿Por qué siempre has de ser un bicho raro?

—Tú eres un monigote. —Silas se sentó y le lanzó una mirada furibunda—. Prefiero ser como soy.

—Todavía no entiendo a qué te refieres con eso de mi herencia —dijo Shay, sirviéndose más café—. No recuerdo a mi padre. Murió cuando yo tenía tres años.

Silas lo miró arrugando la frente.

—Durante los últimos dieciséis años Bosque Mar me arrastró por todo el planeta —dijo Shay—. Hace unas horas lo llamaste el Precursor. Es evidente que no es mi tío. ¿Qué eso tan importante acerca de mi padre?

Cuando Shay pronunció el nombre del Guarda, era como si la habitación se volviera más fría y hasta Silas se puso pálido.

—Sí, es verdad, Bosque Mar no es tu tío —dijo Monroe—. Pero tu padre era uno de los Guardas.

—Gracias por recordármelo. —Shay palideció.

—Eso no es lo importante, Shay —dijo Monroe—. Lo que importa es que eres el Vástago.

—¿Significa que no soy humano? —La taza que sostenía en la mano empezó a temblar y me lanzó una mirada suplicante.

—Eres humano… o al menos lo eras hasta que te convertí en lobo. —Me apresuré a tranquilizarlo y luego le lancé una mirada furibunda a Monroe—. Soy capaz de diferenciar entre los mortales y nosotros. Shay no es un Guarda.

—¿Así que ahora eres la experta en Vástagos? —soltó Silas.

—Tranquilo, Silas —dijo Monroe—. Para los Guardas era necesario que Shay ignorara su herencia. Y también hubieran evitado que los Vigilantes supieran quién era —añadió, dirigiéndose a mí—. Además, es importante que comprendas que los propios Guardas son humanos, Cala. Como nosotros.

De pronto me quedé sin aliento y se me retorcieron las tripas.

—Así que mentían —dijo Shay—. No son unos Antiguos míticos.

—Mentir es lo que mejor se les da —dijo Tess.

—Pero ¿cómo pueden ser humanos? —grazné—. No huelen como los humanos y, por otra parte, vosotros tampoco. ¿Y qué hay de todos sus poderes?

—Lo que percibes es la magia en acción, Cala, el aroma persiste de ese poder. Tanto los Buscadores como los Guardas aprovechamos algo exterior a nosotros, pero no dejamos de ser humanos. Hubo una época en la que los humanos estaban más próximos a la tierra y sus poderes inherentes —dijo Monroe—. Las comunidades distinguían a aquellos cuyo vínculo con las magias elementales y la capacidad de ponerlas en práctica era más poderoso. Eran sanadores, hombres y mujeres sabios.

—Pero no pueden ser humanos —protesté—. Son inmortales.

—No, no lo son —dijo Monroe—. Querían que creyerais que lo eran, debido al modo en el que utilizan sus poderes, uno que nosotros no estamos dispuestos a utilizar, como acaba de decir Tess.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Shay.

—Que nosotros respetamos la tierra, el poder natural inherente a la creación y sus ciclos —contestó Connor con una sonrisa irónica.

—Los Buscadores crees que, más que algo a evitar, el hecho de ser mortal es algo positivo. —Silas hizo caso omiso de Connor y empezó a discursear—. Envejecemos y morimos. La muerte forma parte del ciclo natural. Los Guardas usan sus poderes para prolongar su vida de modo prodigioso. Al entrar en contacto con el averno modificaron su propia esencia, pero empezaron siendo humanos y lo siguen siendo completamente. También prolongan la vida de sus Vigilantes. Por eso rara vez se crean nuevas manadas, sólo les exigen que tengan hijos cuando lo consideran necesario. Nuestros archivos demuestran que no hubo nuevos cachorros de lobo relacionados con Haldis hasta hace un par de generaciones. En aquel entonces, al parecer los Guardas sintieron un interés renovado por volver a establecer vínculos familiares más estrechos entre sus manadas.

Shay me miró; estaba cada vez más espantado y asentí para confirmar las palabras de Silas.

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