Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Cuando sus labios me rozaron el cuello me invadió una oleada de calor. Me apoyé contra él presa del alivio y me relajé. Estábamos a solas, los Buscadores ya no nos vigilaban, pero pese a darnos la bienvenida no dejaban de inquietarme. Aunque esta nueva situación no me resultaba muy cómoda, al menos aun seguía con vida, Shay también, y comprendí que ahora estábamos a salvo.
Cuando sus manos recorrieron mi cuerpo cerré los ojos; percibía la calidez de su piel, incluso a través de la ropa. Era una sensación increíblemente tranquilizadora.
—Bien, ¿qué opinas de los Buscadores? —preguntó—. Me parece que son los buenos.
—Así es —dije—. Es curioso: de algún modo me recuerdan a los Vigilantes.
—Es lógico, ambos sois guerreros, Y la guerra os obliga a hacer sacrificios. —Apartó el cuello de mi camisa y sus labios me rozaron el hombro.
—Sacrificios. —El suave roce de sus labios en mi piel hizo que me estremeciera y de repente pensé en Lydia, en el señor Selby. Habían sacrificado su vida, ¿sabrían para qué? Había tantas cosas que todavía ignoraba acerca de los Buscadores…
—Son luchadores increíbles —dije, recordando la batalla en la ladera oriental—. Aunque no sean lobos.
—A veces ser humano tiene sus ventajas —dijo Shay.
—¿Cómo cuando?
—Como ahora: si ambos fuéramos lobos, solo podría lamerte.
Reí y traté de volverme, pero Shay me sujetó y me besó la parte inferior de la mandíbula.
—¿Lo ves? Mucho mejor que un lametazo. —Los apresurados latidos de mi corazón y la oleada de calor me dijeron que era mucho, mucho mejor.
Sus labios volvieron a rozarme la oreja al tiempo que deslizaba las manos por encima de mis caderas y me ceñía contra él.
—Seguro que se nos ocurrirán otras cosas que también serían mejores.
Me di la vuelta antes de que lograra impedirlo y alcé la cara, ansiaba que sus labios rozaran los míos. Cuando me besó era como si una flecha ardiente me perforara. Shay me besaba con suavidad y la caricia de su boca encendía mi pasión. Hundí los dedos en sus rizos y lo besé más profundamente. Le mordí el labio inferior y Shay soltó un gruñido de placer. Me presionó la cintura con una mano y deslizó la otra por debajo de mi camisa, acariciándome, explorando.
—Te eché de menos —susurró, volviendo a besarme—. Mucho.
—Yo también —dije, y casi solté un grito ahogado cuando sus labios me acariciaron la mandíbula. Cada roce de sus dedos era eléctrico.
Shay rio. Logré tomar aliento y preguntar:
—¿Te parece divertido?
—No —murmuró—. Sólo que lo que llevas puesto es mucho menos engorroso que esa especie de cinturón de castidad que llevabas la última vez que nos besamos.
Cuando sus dedos hicieron hincapié en sus palabras, me estremecí.
—¿Te refieres a mi vestido de novia? —pregunté, procurando decir algo coherente—. Esto es más confortable, pero llevar la ropa de mis enemigos es un tanto extraño.
—Ya no son tus enemigos. Y te sienta muy bien. —Shay sonrió—. Especialmente esos ceñidos pantalones de cuero. —Volvió a tocarme y casi se me doblan las rodillas.
—¿Quieres que retomemos lo que iniciamos en mi habitación? —preguntó—. ¿Antes de que tuviéramos que correr como alma que lleva el diablo, quiero decir?
«¿Lo amas?» Las palabras de Ren me zumbaban en los oídos y cerré los ojos, luchando contra la ráfaga de sentimientos que me embargó.
«—Sólo se trata del amor.»
La voz profunda de Ren sonaba tan próxima, tan real… Abrí los ojos y casi esperé ver al alfa: cabellos color café, brillantes ojos negros como el carbón, sonrisa irónica, labios entreabiertos dispuestos a saludarme.
«Hola, Lirio.»
Pero lo único que vi fueron las altas ventanas emplomadas de la pared exterior de la habitación.
Me zafé del abrazo de Shay de mala gana. «¿Por qué sigue ocurriendo esto?» No lograba escapar del recuerdo de Ren, sólo se volvía más intenso.
—Me parece que no debiéramos hacerlo. —Tenía la voz ronca y me temblaban las piernas, pero no sabía si a causa de las caricias de Shay o a la inesperada imagen de Ren que se había interpuesto entre ambos.
Shay suspiró cuando me aparté de él.
—¿Qué pasa?
No quería decírselo, así que recurrí a la otra idea que me inquietaba.
—La lucha de hoy fue dura. Lydia murió para que yo pudiera escapar. Murió por mí. Que los Buscadores no me detesten resulta difícil de creer.
—Creo que Ethan te detesta —dijo Shay, haciendo una mueca.
—El sentimiento es mutuo. —Sonreí, arrepentida—. Me refería a los demás. Monroe es reservado, pero nunca se enfada y Connor es bastante genial.
—Comprendo. —Shay hizo rechinar los dientes.
—No en ese sentido —dije en voz baja—. Es gracioso y simpático, ya sabes, como Adne —añadí en tono áspero. Yo también podía jugar a estar celosa, pero o bien no lo notó o lo pasó por alto.
—Sí, es estupenda, he pasado toda la semana con ella.
—¿Haciendo qué? —dije reprimiendo un gruñido.
—Eres mona cuando te pones celosa. —Me acarició la mejilla y retiró los dedos cuando le lancé una dentellada juguetona—. Sabes que sólo tengo ojos para ti.
—Bien. —Reí, perlo la risa incluía un gruñido.
—En serio. —La calidez de su tono hizo que lo mirara. Cuando me besó la punta de la nariz me derretí: sabía que hablaba en serio.
—Adne sólo me mostró la Academia —dijo—. Nos entrenamos un poco. Aquí se lo toman muy en serio.
—¿Qué clase de entrenamiento? —Deslicé los dedos a lo largo de su hombro y su brazo, palpando los músculos tensos.
—De combate —respondió, apretando las mandíbulas. Percibí que flexionaba el bíceps.
—Oh —exclamé—. ¿En qué consiste?
—Supongo que aprendí a luchar mejor —dijo.
—Antes ya lo hacías bastante bien.
—Deberías verme ahora, nena. —Shay sonrió.
—No vuelvas a llamarme así —dije—. O tendrás que luchar aún mejor.
—Vale —dijo, y alzó las manos fingiendo rendirse—. Nada de apodos denigrantes. He aprendido cómo funciona la Academia y cómo se entrenan los Buscadores, pero aún lo ignoro todo acerca del futuro o de lo que se supone que he de hacer.
—¿Por qué no les mostraste Haldis hasta hoy, Shay? —Algo de aquel secreto me inquietaba, pero no sabía qué.
—No quería decirles nada hasta saber que podía confiar en ellos. Hasta que tú regresaras —dijo, y me invadió otra oleada de calor—. Creo que ahora, sí.
—¿Así que tú y los Buscadores prácticamente no hablabais?
—Sí, casi. Quería estar seguro de que hablaban en serio cuando mencionaron la alianza con los Vigilantes y de que no te harían daño una vez que despertaras.
—Gracias —dije, pero que los hubiera engañado aún me sorprendía—. Sabías que trataríamos de encontrar a mi manada, Shay. ¿Por qué no lo impediste?
—Tú querías ir —protestó, pero me di cuenta de que esquivaba la pregunta.
—Sólo podía pensar en reunirme con ellos —dije—. Ni siquiera se me ocurrió que habrían dejado de patrullar… no hasta que no logramos encontrarlos.
Shay no logró disimular su sonrisa.
—Lo sabías —gruñí—. Sabías que no los encontraríamos.
—No lo sabía —dijo—. Lo adiviné.
—¿Por qué no dijiste nada? —Mi sorpresa se trocó en furia. Dos personas habían muerto—. Mi instinto de alfa entró en funcionamiento cuando traté de encontrar a Ansel y a los demás. Yo no podía pensar en otra cosa, tú deberías haberlo hecho.
—Quería que estuvieras a salvo —contestó; noté que se ponía tenso—. Creí que lograrías demostrarle tu valía a los Buscadores sin meterte en problemas.
—Nos metimos en muchos problemas —gruñí, furiosa ante la idea de que creyera que podía protegerme y que intentara hacerlo mediante una mentira—. Murió gente, buena gente.
—Lo sé —dijo Shay, y vi que se estaba enfadando tanto como yo—. Y lo siento, Cala. No dije nada porque creí que no habría lobos cerca de Haldis. ¿Cómo iba a saber que os estaban persiguiendo?
«Porque eso es lo que mejor se nos da.» Me mordí la lengua, no quería seguir peleando. Tenía lágrimas en los ojos y el cansancio me hacía doler los huesos. Me dirigí a la cama y me senté. No sólo me sentía afectada por la pérdida de los Buscadores; la desilusión me oprimía el pecho dolorosamente. Me había lanzado a esa misión porque esperaba reunirme con mi manada y ahora no sabía qué sucedería, cómo volvería a encontrarla.
Me tendí en el colchón y apoyé la cabeza en las almohadas, derramé unas lágrimas y cerré los ojos. El colchón se hundió cuando Shay se tendió a mi lado. Sus labios me rozaron la nuca pero yo ya no estaba allí con él, estaba en Vail, con mi manada. El encuentro con Emile no sólo me había demostrado a qué me enfrentaba, también me había recordado lo perdido. Despreciaba al alfa Bane, pero no odiaba a su hijo.
«¿Has venido a pedir disculpas? Me parece que es demasiado tarde.»
Escapar había supuesto la libertad, pero Ren aún estaba en Vail, y mintió para ayudarnos a huir. ¿Cuál había sido la reacción de Emile frente a esa traición? ¿Acaso los Guardas perdonarían a Ren? ¿Aún estaría vivo?
Shay deslizó la mano por encima de mis caderas y me atrajo hacia sí.
—No lo hagas, Shay. —La voz me temblaba y me aparté de él—. No… puedo.
Lo deseaba, pero las emociones que me invadían me angustiaban y me incomodaban.
—¿Por qué? —preguntó, y me rodeó la cintura con el brazo.
—Sabes por qué —respondí después de un momento.
Shay soltó un gruñido.
—Él no está aquí. Vuestra unión, todo ese asunto de los alfas… se ha acabado. Deja de comportarte como si él siguiera dominándote. Sólo me gustaría que…
Shay ignoraba hasta qué punto se equivocaba. Ren estaba aquí; de algún modo todavía estaba a mi lado, rondando cada uno de mis movimientos. Aunque la unión no se había celebrado, como éramos alfas el vínculo que nos unía era muy fuerte. Siempre había existido, a partir del día que lo conocí y que anunciaron nuestra unión. Ese vínculo, esa lealtad aún me unía a Vail, y a él. El único motivo por el que me cuestionaba si Ren y yo deberíamos estar juntos era este muchacho tendido a mi lado. Y no estaba segura de lo que eso significaba.
Shay callaba, pero sentí su mirada furibunda clavada en la nuca.
—No comprendo —dijo—, ahora eres libre, Cal. Esto es lo que quieres.
Tenía razón: era lo que quería, pero mis propios deseos no eran lo único que me comprometía.
—No, no soy libre. No realmente. —Suspiré y me giré—. Lo siento, pero hasta no saber que mi manada está a salvo, no quiero optar por nada que me haga sentir que los he abandonado.
En cuanto pronuncié esas palabras, comprendí que eran la verdad. No sólo Ren me obsesionaba, también me obsesionaba lo que había elegido.
Shay apretó los labios.
—¿Así que amarme supone traicionar a tu manada? ¿Incluso tras todo lo ocurrido, aún piensas en convertirte en la compañera de Ren en bien de ellos?
—No… no lo sé. —Comprendí que en realidad no sabía qué haría y traté de hablar en tono persuasivo—. Dado todo lo que está ocurriendo, ¿no crees que sería mejor que no compliquemos las cosas? Hemos de encarar temas más importantes que tú y yo y Ren, ¿no?
Mientras hablaba, tanteé el anillo de Ren con los dedos.
La mirada de los ojos verde pálido de Shay se volvió dura como las ágatas.
—¿Temas más importantes?
—Como salvar el mundo, por ejemplo. Como esta guerra que se supone que hemos de ganar en beneficio de los Buscadores. A mí me parece importante. —Procuré reír, pero no lo logré.
Shay tampoco reía.
—Son temas completamente separados.
—Lo sé. —Ya no podía sostenerle la mirada—. Sólo que… Vale, esto no te gustará.
—Da igual —dijo—, sólo quiero que me digas la verdad.
«¿Y si no la sé? ¿Y si cada vez que intento definir mis sentimientos éstos se escurren entre mis dedos como el agua?»
—No se ha acabado —susurré.
—¿Qué es lo que no se ha acabado?
—Lo mío con Ren.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó—. ¿Y con qué estás jugueteando? ¿Qué es eso?
Cuando clavó la mirada en mi mano se me heló el corazón.
—Nada. —Traté de meter la mano debajo de la almohada, pero él la cogió y contempló el metal brillante y el zafiro azul oscuro.
—Cala —dijo lentamente—, ¿qué es esto?
Carraspeé y traté de tranquilizarme.
—Es un anillo.
—Un anillo. —Cuando tocó el anillo de oro blanco trenzado retiré la mano bruscamente.
—Te lo dio él —gruñó, y todo su cuerpo se pudo rígido—. ¿Verdad?
Asentí. Durante un momento creí que se convertiría en lobo y me mordería.
—¿Cuándo? —preguntó, con la misma mirada dura de antes.
—La noche de la unión.
—Quítatelo.
—¿Qué? —exclamé y me protegí con una almohada como si fuera un escudo.
—Quítatelo —repitió—. ¿Por qué sigues llevando un anillo que él te dio?
—Yo no… —Las palabras se me atragantaron—. Si me lo quito, quizá lo pierda.
—¿Y qué?
No contesté y bajé la vista.
—Así que cuando dices que las cosas entre tú y Ren no se han acabado, eso significa que aún estás comprometida con él, ¿no? ¿Por eso llevas su anillo? —Hablaba en tono calmado, pero sabía que no lo estaba. Olía el torbellino de emociones que lo embargaban. Su ira se arremolinó entre ambos, densa como el humo, y por debajo había algo más. Reconocí el aroma agridulce del dolor: a polvo y a rosas marchitas, y se me encogió el pecho.
—No es eso… pero no puedo estar contigo, no de esta manera. —La voz me temblaba—. Puesto que él está allí y Dios sabe qué le está ocurriendo. A todos ellos. Los abandonamos, Shay. Pensar en otra cosa es imposible. No puedo, no puedo y punto.
—Pero eso no significa…
—No.
—A la mierda con esto. —Shay se levantó de la cama—. Duérmete, Cala. Esta noche no volveré a molestarte.
Cuando Shay se alejó se me hizo un nudo en el estómago. Luché contra el deseo de correr tras él y una vez de eso me tendí de espaldas, con la mirada clavada en las estrellas titilantes que veía a través del techo de cristal, con la esperanza de que en algún momento el cansancio haría que me durmiera.
«Huí de Vail y puede que eso lo haya cambiado todo, pero aún no sé cuál es mi lugar.»
«Mis caninos se cerraron alrededor de su garganta y le aplastaron la tráquea. La sangre, caliente y salada, me llenó la boca, se derramó en mi garganta. Su corazón latía más despacio y unas pausas prolongadas y horrendas puntuaban los latidos. Nuestras miradas se cruzaron, sus labios esbozaron una sonrisa y oí su voz en mi cabeza.»