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Authors: Margaret George

Tags: #Histórico

La seducción de Marco Antonio (33 page)

BOOK: La seducción de Marco Antonio
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Tengo el placer de anunciar a Egipto, Aliado y Amigo del Pueblo Romano, que se ha sellado un Tratado de Brundisium por acuerdo entre el imperator César Divi Filius y el imperator Marco Antonio, ambos tresviri rei publicae constituendae. Triunviros del Reordenamiento de la República Romana. Para asegurar la paz entre todos los grupos y alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto en todo el mundo, juntamente con nuestros fieles aliados, deberán cumplirse las siguientes condiciones: Primera, el imperator César estará al mando de las legiones de la Galia y el imperator Antonio las abandonará y se pondrá al frente de las legiones estacionadas al este de Macedonia. El imperator Lépido mandará las legiones de África. El imperator César emprenderá la guerra contra Sexto Pompeyo, y el imperator Antonio la emprenderá contra los partos. Ha nombrado los siguientes gobernadores para las provincias orientales: Domicio Enobarbo, Bitinia; Munacio Planco, Asia; Asinio Polión, Macedonia. El general Ventidio Baso mandará las campañas iniciales para expulsar a los partos de Siria.
Para celebrar el pacto y en prenda de mutua confianza, el imperator Marco Antonio ha tomado por esposa a la hermana del imperator César Divi Filius.
Como leal Amiga y Aliada del Pueblo Romano, deseamos informarte de dichos acuerdos.
Imperator Marco Antonio, Triunviro.
Bien. Sostenía en mi mano el relato de lo ocurrido en Brundisium, su orgullosa descripción de los acuerdos, unos acuerdos que, tal como pude ver inmediatamente, aumentaban el poder de Octavio a costa del de Antonio. ¡Le había cedido las legiones de la Galia! ¡Había perdido por completo el Occidente sin un combate tan siquiera! ¡Y aquel indiferente anuncio de la boda, envuelto en lenguaje oficial, refiriéndose a sí mismo casi como si fuera otra persona…! Y llamando «César» a Octavio… en una carta dirigida a mí. Me puse a temblar de rabia.
El romano permanecía de pie con una sonrisa en los labios, a la espera de que yo hiciera algún comentario intrascendente. Una de las criaturas se movió en el hueco de mi brazo.
- Te agradezco la veloz travesía para transmitirme estas nuevas -le dije. No cabía duda de que Antonio lo había enviado en el barco más rápido para que me comunicara la noticia de sus andanzas, pero no había contado con la casual llegada de otro mensajero más veloz. Ocurre a menudo-. Puedes decirle al triunviro Marco Antonio que he recibido la noticia y que le felicito por su boda. Puedes decirle también que le acabo de dar dos hijos… un niño y una niña.
Extendí los brazos y los sostuve en alto para que los viera.
El hombre parpadeó con asombro. No había ninguna fórmula oficial para responder a semejante anuncio. Al final me preguntó:
- ¿No deseas enviarle una carta? Puedo esperar todo el tiempo que tú quieras.
Me incorporé.
- No. No hay carta. Simplemente las dos frases que seguramente podrás recordar. No es demasiado difícil.
Muy pronto empezaría el invierno y los mares quedarían cerrados a la navegación. Pero antes de que ello ocurriera, llegó otro barco de Roma que había zarpado en el último momento. Traía una carta de Antonio, y esta vez la leí en privado. Era un poco inconexa y casi parecía que la hubieran regado unas lágrimas. Me imaginaba a Antonio levantado hasta altas horas de la noche, entregado al vino y a los recuerdos mientras la escribía para poder enviarla a toda prisa sin repasarla.
Mi dulce amor, ¿cómo me has podido hacer eso? El mensajero me anunció -pues los vio- que tenemos unos hijos. ¿Cómo pudiste ocultármelo y permitir que me fuera sin saberlo? Si lo hubiera sabido, jamás hubiera contraído esta boda a la que me he visto obligado, hubiera tenido un pretexto para negarme… ¿Por qué me has traicionado? Si me hubieras querido, no lo hubieras hecho…
He estado viviendo en el infierno desde entonces… Ahora no puedo confiar en nadie, ni siquiera en ti. Dicen que la paz ha sido posible gracias a este pacto, pero se ha alcanzado a un precio muy alto.
Pasaré el invierno en Roma. Se produjeron disturbios a causa de la comida y Octavio fue atacado por el populacho, que lo hubiera matado durante la celebración de las carreras de no haber sido por mi intervención. Quedan muchas cosas por hacer.
¿Qué nombre les has puesto? Háblales de mí, de su padre. No me olvides. Reza a los dioses por mí, consérvame en tu corazón tal como yo te conservo a ti.
Te envío esta carta a toda prisa.
Casi me dio pena de él, justo lo que él pretendía. Pero ¿qué clase de hombre era que necesitaba una excusa para rechazar a Octavia y casarse conmigo? No hubiera tenido que necesitar ninguna excusa y, caso de haberla necesitado, un embarazo no hubiera sido la más apropiada para el triunviro. Tal vez lo hubiera sido para un pastor o un maestro, pero no para el amo del mundo ¿Y qué quería decir con eso de que yo lo había traicionado? Era él quien había preferido a Octavio y Octavia por encima de mí. ¡Qué pena que no pudiera confiar en nadie! ¡Qué lástima! Ya se lo había dicho, y también le había dicho, ¡guárdate de Octavio! Y sin embargo él había acudido en su ayuda. ¿Por qué no había permitido que el populacho acabara con él de una vez por todas?
En cuanto a los niños, no sabía lo que les iba a explicar sobre Antonio. En el caso de Cesarión había sido más fácil, porque su padre había muerto y había sido declarado dios. En cambio un Antonio vivo era una cuestión más delicada. Y en cualquier caso, aún faltaba mucho tiempo para que a los niños se les pudiera explicar nada. Primero tendrían que aprender a hablar.
50
Durante todas las semanas en que permanecimos aislados del resto del mundo tuve largas horas para pensar, para pensar y para recuperarme. Poco a poco fui adelgazando mientras los niños engordaban, como si la fuente de la vida se fuera transmitiendo de mí a ellos. Recobré las fuerzas e incluso me desaparecieron los dolores.
- La juventud lo cura todo -dijo Olimpo tras anunciarme que ya estaba completamente restablecida.
- No, yo creo que han sido tus cuidados -le dije-. Sabes muy bien que mueren muchos jóvenes.
Se me ocurrió pensar que las dos personas del mundo que mejor te conocen son tu médico -que está al corriente de todos los detalles de tu cuerpo- y tu asesor económico, que conoce todos los secretos de tu hacienda. Entre los dos tienen una imagen completa de ti.
- La suerte también jugó su papel -dijo Olimpo-. Y tu fortaleza innata.
- Es posible, pero sólo hasta cierto punto. -Esperé un momento antes de plantearle la cuestión más importante. No iba a ser fácil.
»Olimpo, tus conocimientos sobre las heridas y la curación son muy notables… para ser un griego.
Olimpo enarcó las cejas y me miró con recelo, como una gacela que presiente la cercanía de un león.
- ¿Para ser un griego?
- Cierto que las enseñanzas que se imparten en nuestro Museion de aquí siguen siendo las mejores del mundo -dije-. Eres el heredero del gran Herófilo y de sus estudios de anatomía; las operaciones de las piedras y los abscesos fueron un gran avance en su época. Y las teorías eran muy ingeniosas. ¡Qué interesantes las hipótesis de Praxágoras sobre los vasos sanguíneos, o las ideas de Dioscóridos sobre la peste! Pero…
- Pero qué.
Olimpo se había puesto en guardia.
- Pero aquellas ideas no eran más que teorías. Ahora que ya me he recuperado, creo que tendrías que irte a estudiar a Roma -dije.
- ¡Ya lo sabía! -Olimpo sacudió la cabeza-. ¿Puedo preguntarte por qué tengo que ir a Roma, aparte la misión de espiar a Antonio?
Hice caso omiso de la segunda parte de la pregunta.
- Porque aprecio el talento que tienes para sanar, pero los tiempos han avanzado y hay nuevas técnicas en el mundo de la medicina…
- Sobre las cuales tú estás muy bien informada, porque también eres médico -dijo soltando un resoplido.
- Sé que los romanos han aprendido muchas cosas sobre el tratamiento de las heridas y las laceraciones. Ellos tienen conocimientos prácticos, no simples teorías. Y eso se debe a que han combatido en muchas guerras a lo largo de los últimos cien años y que han tenido muchos soldados con los que practicar. Vamos, Olimpo, no seas tan arrogante. Los griegos también pueden aprender ciertas cosas de los romanos.
- ¿Como tú?
Opté por no responder al mordaz comentario.
- He oído decir que saben operar los ojos para eliminar las cataratas y que cosen las heridas de tal manera que no se infectan. Y que han inventado unos instrumentos que cierran los vasos sanguíneos y otros que mantienen las heridas abiertas para que se puedan extraer las flechas.
- Todo eso ya lo sé -me replicó-. ¿Piensas acaso que no estoy al día?
- Pero ¿no te gustaría ir para aprenderlas directamente? ¿O acaso tus prejuicios contra los romanos son tan grandes que incluso afectan a la eficacia de tu trabajo?
Me miró con cierta turbación.
- Tardaría demasiado… tengo ciertos deberes que cumplir aquí.
- Tienes unos ayudantes y unos alumnos muy capacitados. Y no tendrías que permanecer allí más de seis meses. Podrías ir cuando se vuelva a abrir la estación de la navegación en marzo y quedarte allí hasta otoño. ¡En seis meses se pueden aprender muchas cosas! Y no habrá ninguna dificultad en tu ausencia, no habrá nada que tu ayudante no pueda resolver.
- Te conozco -dijo Olimpo-. En seis meses puedes tropezar con muchas dificultades.
- Bueno, pero yo te prometo que no ocurrirá nada.
Me miró medio complacido. Quizá necesitaba un cambio; su innata curiosidad disfrutaría con el reto de una nueva disciplina.
Ahora que ya contaba con su colaboración, era el momento de pasar a la segunda parte.
- Y además hay ciertos asuntos de tipo personal que me gustaría…
- No, no quiero ir a ver a Antonio. Sabes que aborrezco a este hombre.
Me sorprendió su tajante afirmación. No supe qué decir. Era evidente que no podía defender a Antonio ante él. Al fin y al cabo, algunas veces yo también lo odiaba.
- No pretendo que te reúnas con él -le dije por fin-. Pero quiero que te lleves a uno de mis astrólogos a quien Antonio jamás ha visto y que encontrará la manera de introducirse en su círculo.
Olimpo soltó un gruñido.
- ¿O sea que quieres que acompañe a Roma a uno de tus espías? ¿Quieres colocar ojos y oídos en la casa de Antonio?
- No -contesté-. Los ojos y los oídos no me importan. Quiero utilizar su boca. Quiero que aconseje a Antonio que se vaya de Roma.
- ¿Por qué? ¿Por qué tiene que irse de Roma? ¿Para volver aquí?
- No. No espero que vuelva aquí. No quiero que vuelva.
Siendo el marido de Octavia y el humilde servidor de Octavio, pensé.
- Me cuesta creerlo.
- Es la verdad. Tiene que apartarse de la sombra de Octavio. A su lado ni siquiera puede pensar con claridad. Es como si Octavio corrompiera su mente y la dejara incapacitada.
- Te dije hace tiempo que se apropia de la naturaleza más fuerte que tiene más cerca. Por eso no se puede confiar en él. Te lo advertí.
- Tenías razón, es cierto. Por eso tiene que apartarse de Octavio.
- Vuelvo a preguntar por qué.
- ¡Quiero que actúe por su cuenta!
- No has contestado a mi pregunta. -Olimpo era implacable-. ¿Qué te importa a ti todo eso?
Estaba empeñado en obligarme a contestar: «Porque lo amo. Porque no deseo su ruina», pero me limité a decir:
- Porque la misión de Antonio es administrar Oriente y conquistar la Partia. Si permanece demasiado tiempo en Roma perderá la oportunidad de hacerlo. Y eso sería perjudicial para todos nosotros en Oriente.
Olimpo soltó un gruñido.
- Y supongo que querrás que te escriba largos informes sobre Roma y los chismorrees que circulan por allí -dijo.
- Sí, claro -contesté-. Han transcurrido cinco años desde que me fui y habrán cambiado muchas cosas. Siento curiosidad. Hazme este favor. Te pagaré el viaje y el alojamiento, y espero que te busques el mejor.
Sabía que eso sería un anzuelo irresistible para él. Era una de esas personas frugales que sienten el secreto deseo de malgastar. El hecho de poder hacerlo a expensas de otra persona le permitiría satisfacer sus dos necesidades.
Mi querida amiga y
Reina:
Tras una terrible travesía por mar y un recorrido no menos desagradable por el Tíber en una pequeña embarcación, soportando los malos olores del embarcadero, puedo atestiguar que estamos efectivamente en Roma. ¡Nunca he apreciado Alejandría tanto como ahora que he visto Roma!
Me he buscado una casa muy lujosa -recuerda que tú me dijiste que lo hiciera-, pero uno de los horrores de Roma es que los pobres y los ricos viven los unos al lado de los otros, y por este motivo la casa de al lado está ocupada por unos moradores tremendamente desagradables. Estoy seguro de que aquí tendría ocasión de practicar una medicina de lo más insólita, ¡pero no, gracias! No tengo el menor interés en contraer enfermedades de la piel y llenarme de piojos.
Tras hacer averiguaciones en el Hospital de Asclepio de la Isla Tiberina, he podido entrar en contacto con un médico militar retirado que es un gran maestro de la nueva ciencia. Todos los que son alguien en esta disciplina han aprendido a su lado. Ha tenido la amabilidad de aceptarme, y traduce del latín al griego con gran soltura. Por consiguiente, tengo que darte las gracias por haber insistido en que viniera, aunque yo no sea más que un apéndice de tus planes y maquinaciones.
En cuanto a eso, puedo comunicarte que tu adivino Hunefer se ha ido a casa de Antonio cumpliendo tus instrucciones. Todo fue muy fácil, pues los egipcios de la ciudad suelen reunirse en las inmediaciones del mercado de verduras y allí se intercambian información sobre el servicio en las casas de Roma. En su calidad de astrólogo alejandrino, no tuvo ninguna dificultad en introducirse en la casa de Antonio. Allí deslizará tus consejos en los oídos de Antonio. Llevo aquí el tiempo suficiente como para haber averiguado que el hecho de que Antonio sea el padre de tus hijos ha sido para él un motivo de vergüenza en Roma, y dicen que Octavio estuvo a punto de sufrir un ataque. Tal vez para compensarlo corren rumores de que Octavia está embarazada. Ya me despido. No olvides el brebaje de cerafolio. Ya sabes que fortalece la sangre.
BOOK: La seducción de Marco Antonio
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