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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (6 page)

BOOK: La tía Mame
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En mi último día en la escuela de Ralph, habíamos estado jugando a Familias de Peces casi media hora. Natalie y las niñas estaban en el linóleo y Ralph empezaba a dirigir a los chicos entre el banco de peces hembra.

—¡Como si nadarais, como si nadarais! ¡Vamos! ¡Esparcid el esperma, esparcid el esperma! No olvidéis a esa mamá pez de ahí, ahí, Patrick, esparce el esperma, esparce el…

Se oyó un sonido atragantado.

—¡Dios mío! —balbució una voz familiar.

Todos nos volvimos y allí, vestido de pies a cabeza y con el aspecto de un tiburón enfadado estaba el señor Babcock, mi fideicomisario. Con un hábil movimiento me sacó del grupo.

—¡Maldita sea! ¡Ve ahora mismo a vestirte! ¡Voy a hablar con esa tía chiflada que tienes, y quiero que estés presente! —Me arrastró hasta los vestuarios—. ¡En cuanto a usted, pervertido —le gritó a Ralph—, le aseguro que volverá a tener noticias mías!

Antes de que pudiera abrocharme los botones, me arrastró escaleras abajo y me llevó a casa de la tía Mame.

La suerte quiso que la tía Mame, vestida con uno de sus atuendos más exóticos, estuviese tomando
stingers
con un distinguido rabino lituano y dos bailarines de reparto de
Blackbirds
cuando el señor Babcock y yo irrumpimos en el salón.

—¡Por Dios —chilló—, tendría que haberlo sabido! ¡Es usted tan apta para criar a un hijo como Jezabel! ¿Qué clase de loca es usted?

Con cierto esfuerzo, la tía Mame se puso en pie.

—Señor Babbitt, ¿se puede saber a qué viene esto? —dijo con fingida altivez.

—Sabe usted muy bien a qué viene. Hace dos semanas llamé a Buckley para preguntar si este mocoso quería acompañarnos al rodeo a mi hijo y a mí, y llevo buscándolo desde entonces en todas las puñeteras escuelas de medio pelo para débiles mentales de Nueva York. Pero hoy, hoy, lo he encontrado en la peor de todas; desnudo como su madre lo trajo al mundo y con ese tipejo pervertido esparciendo el… ¡Oh, Dios, no puedo repetirlo! —La tía Mame avanzó hacia él con dignidad y tomó aliento profundamente como hacía siempre antes de iniciar sus mejores discursos, pero no tendría que haberse tomado la molestia—. Mañana —chilló el señor Babcock—, de hecho, esta noche, ahora mismo, yo, personalmente, llevaré a este niño a un internado. Tendría que haber imaginado que trataría usted de engañarme así, pero nunca más… Lo matricularé en la Academia de San Bonifacio y ahí se quedará. El único momento en que podrá ponerle sus depravadas manos encima será en Navidades y en verano, y ojalá tuviera modo de impedirlo. Vamos, muchacho.

—Tía Mame —grité y traté de correr hacia ella, pero él me sujetó con fuerza.

—Vuelve aquí, pequeño demonio, te voy a llevar a la San Bonifacio y te convertiré en un cristiano temeroso de Dios, aunque tenga que romperte hasta el último hueso del cuerpo. Vamos, salgamos de este… fumadero de opio.

Otro tirón y me encontré camino de la Academia de San Bonifacio.

Al día siguiente, la policía llevó a cabo una redada en la escuela de Ralph, y los periódicos sensacionalistas, sorprendidos en un momento en que escaseaban los asesinatos a hachazos, no se mostraron demasiado piadosos con la educación progresista. Imprimieron titulares como
«REDADA EN ESCUELA SEXUAL»
, sobre fotos delicadamente retocadas de Ralph, Natalie y sus alumnos, con artículos de munícipes y clérigos escandalizados que parecían empezar todos con la misma pregunta: «Madres, ¿qué les están enseñando a vuestros hijos?».

El día siguiente fue el 29 de octubre de 1929. Los mercados se hundieron y los periódicos encontraron asuntos más interesantes sobre los cuales escribir. Pero para entonces yo ya estaba encarcelado en la Academia de San Bonifacio y desde allí la voz estridente de mi tía Mame no era más que un susurro en mitad de aquella jungla académica.

III.
LA TÍA MAME EN EL TEMPLO DE MAMMÓN

Una nube sombría se cierne sobre la encantadora solterona del Digest. Acostumbrada a vivir desahogadamente y a disfrutar de cierta comodidad con el niño y su gato, de pronto quiebra el banco local y los ahorros de la pobre señora desaparecen. Sólo cuenta con una mísera pensión para vivir y las cosas pintan muy mal. Pero, en lugar de acobardarse, descubre que tiene un auténtico don para los negocios.

En primer lugar, empieza a cocer pan y bollos y pasteles lady Baltimore, y, cuando quiere darse cuenta, ya posee una próspera panadería y tiene más pedidos de los que puede atender. Luego, recupera su afición infantil de pintar porcelana y sus diseños de nomeolvides causan furor —el artículo del
Digest
no especifica entre quiénes—. Por fin, aquella enérgica señora se pone a hacer tapetes de ganchillo, salvamanteles y colchas de
patchwork
, y el dinero le llega a espuertas.

No me impresiona lo más mínimo. La tía Mame siempre dijo que ella también tenía un don para los negocios. Cuando la Depresión se ensañó particularmente con ella, inició muchas más carreras que el personaje inolvidable, y, de un modo u otro, nos salvó también a nosotros.

Septiembre de 1930 fue un mes particularmente caluroso, y el día que escogió mi tía Mame para su penosa entrevista en el banco hacía un calor abrasador. Llegó a casa, dejó sus pieles de zorro en el centro del salón, pidió que le sirvieran una bebida fuerte y se tumbó mustia y trágica en su nuevo sofá «modernista».

—Patrick —dijo con voz hueca—, tu tía Mame es pobre. ¡Estoy arruinada, arruinada, arruinada! —Miró conmovida a la calle y trató de hacer brotar unas lágrimas—. Soy —añadió con dramatismo—, poco menos que una indigente.

La tía Mame tuvo que dejar su costoso dúplex y se instaló en una antigua cochera muy limpia y bonita en Murray Hill. Amuebló el lugar, compró ropa nueva y más larga y ofreció un par de fiestas para inaugurar la casa y reunir a lo que quedaba de su antiguo grupo de amigos. Luego empezó a darse cuenta de que vivir cuesta dinero…, incluso en 1930, cuando todo estaba más barato. Pero, en general, el dinero escaseaba, y en el caso particular de la tía Mame, escaseaba todavía más.

Entonces quedó meridianamente claro que, después de su violento coqueteo con la Bolsa y sus gastos babilónicos, disponía exactamente de cuatro mil dólares en metálico y de la nada exigua cantidad de doscientos dólares al mes.

—¡Oh, y pensar que tengo que cargar con el yugo de la pobreza, después de ahorrar y economizar todos estos años!

—Qué fechoría, tía —dije conteniendo una risita porque rimaba.

Me miró con frialdad.

—Eso, ríete, no eres más que un mocoso de apenas once años y ya posees una enorme herencia tan bien invertida que nadie puede privarte de ella, en cambio tu tía Mame está con un pie en el Albergue Peabody. Pero ¿cómo vamos a vivir sólo con doscientos malditos dólares al mes? —En 1930, doscientos dólares eran una fortuna para, literalmente, millones de personas. Y lo cierto es que, economizando un poco, habría podido vivir muy bien—. En fin —prosiguió con un doloroso suspiro—. Supongo que ya sabrás lo que esto significa. Tendré que ponerme a trabajar sólo para que puedas seguir asistiendo a esa dichosa escuela de San Bonifacio. —Yo sabía que la Trust Company pagaba mi matrícula, pero me pareció más inteligente no decírselo—. En fin, Dios sabe que llevo toda la vida trabajando como una esclava, así que debería estar acostumbrada. —Eso tampoco era del todo exacto. Mi tía Mame había bailado casi seis semanas como corista en una compañía ambulante que interpretaba
Chu Chin Chow
hasta que mi padre se enteró y las presiones familiares se lo impidieron. Desde entonces no había vuelto a mover un dedo más que para preparar sus famosos
gin-tonics
caseros—. Sí, ésa es la respuesta. Tu pobre tía Mame tendrá que volver a trabajar, trataré de encontrar un empleo, ahora que hay millones de personas sin trabajo, para poder seguir pagándonos la ropa y que no tengamos que pasar penurias. Pero no te preocupes, cariño, la tía Mame sabrá salir de ésta, aunque tenga que ponerse a fregar suelos.

Esa tarde se acostó temprano con la sección de anuncios clasificados del
New York Times
.

Al día siguiente, la tía Mame mantuvo conmigo su habitual charla matutina de la una en punto. Estaba rodeada de cuadernos de papel amarillo en los que había escrito listas de nombres.

—¿Vas a dar una fiesta? —pregunté.

—¡Desde luego que no! —me espetó la tía Mame—. Bueno, tal vez cuando empiece a ir bien el negocio, tengamos una pequeña celebración, esta gente son contactos valiosos…, amigos míos bien situados. —Tamborileó los dedos con desprecio sobre el
New York Times
—. Esos trabajos de la sección de demandas no son nada interesantes: camareras, vendedoras, obreras, taquígrafas, nada a lo que me apetezca hincarle el diente. No, cariño, en esta ciudad lo importante no es lo que sabes hacer, sino a quién conoces. Y Dios sabe que yo tengo buenos contactos. Caramba —prosiguió—, probablemente haya cientos de organizaciones en Nueva York que estarían encantadas de contar con mis servicios, si supiesen que estoy buscando trabajo. Así que he hecho una lista de amigos influyentes y les haré saber que estoy interesada.

Ese día la tía Mame hizo un montón de largas y animadas llamadas telefónicas. Primero a su antiguo corredor de bolsa, Florian McDermott. Le explicó toda la historia de su ruina financiera, pese a que pareciese innecesario proporcionar tantos detalles al hombre que era en gran parte responsable de la misma. Preguntó a Florian si en su agencia podrían estar interesados en una mujer de negocios acostumbrada a manejar grandes sumas de dinero. Sin embargo, él respondió a toda prisa que estaban recortando gastos y se las arregló para venderle un par de cientos de acciones de un valor «a prueba de bomba». Dos meses después, Florian compartía celda con un ilustre corredor de bolsa a quien jamás había pensado que llegaría a conocer.

Todos sus amigos financieros también estaban recortando gastos y la tía Mame decidió que su futuro estaba en el mundo del arte.

Al día siguiente, almorzó con Frank Crowninshield y volvió a casa exultante con un trabajo de redactora publicitaria en
Vanity Fair
. El salario era de cuarenta dólares a la semana —exactamente lo mismo que pagaba a Norah y a Ito—, pero ella estaba convencida de que no tardaría en ascender. Encargó un montón de elegantes trajes de chaqueta de aspecto formal y unos cuantos sombreros nuevos para lucirlos en las oficinas de la revista. Me envió a la Academia de San Bonifacio y la tía Mame inició su carrera en el mundo de los negocios.

Durante el otoño de 1930, dispuse sólo de las cartas de la tía Mame para hacerme una idea vívida, aunque un tanto tendenciosa, de sus diversos proyectos profesionales. El empleo en
Vanity Fair
le duró un mes. Luego el señor Crowninshield y el señor Nast volvieron a invitarla a almorzar y le dijeron que sus textos eran inexactos, aunque inspirados, y que estaban reduciendo personal. Como premio de consolación, publicaron una fotografía de ella a toda página con un vestido de fiesta Jeanne Lanvin de trescientos dólares, comprado con lo que le dieron por el finiquito y un dinero que había ganado apostando por un caballo en las carreras. El señor Crowninshield afirmó que era una mujer demasiado atractiva para estar soltera y que debía casarse y sentar la cabeza.

Su siguiente empleo también fue literario, aunque no le duró tanto. Se convirtió en lectora de la editorial de Horace Liveright. El señor Liveright era un viejo conocido, y aunque él y la tía Mame habían tenido pequeñas diferencias, ambos se respetaban mutuamente. No obstante, la tía Mame salió una noche a divertirse llevando el único ejemplar de un emocionante manuscrito que apestaba a grasa de ballena y que había escrito un explorador danés. En algún sitio entre el bar de Jack Delaney y el Cotton Club el manuscrito se perdió. El señor Liveright interpuso un pleito y él y la tía Mame intercambiaron palabras muy duras. Un año después, una editorial muy próspera publicó el libro reescrito, que vendió más de cien mil ejemplares y llegó a convertirse en un serio y exitoso documental. Después de eso, la tía Mame siempre dijo que tenía olfato para los
best sellers
.

Sin desanimarse lo más mínimo, la tía Mame probó suerte en otra rama de las artes: la decoración de interiores. Nadie podía negar que tenía buen gusto, aunque a veces fuese un poco excéntrica. No obstante, la tía Mame poseía ciertas cualidades que son importantes en la decoración comercial: era encantadora, tenía estilo y originalidad, y conocía a un montón de gente influyente. Así que era lógico que la tía Mame acabara recalando en el taller rococó de Elsie de Wolfe y sus simpáticos colaboradores.

Gracias a lo que ella denominó «sus admiradores» y a un montón de cháchara sobre el estilo Regencia y el estilo Directorio, consiguió un empleo con el que no sólo ganaba un buen salario, sino también generosas comisiones. Pero, por mucho que hablase de las artes decorativas francesas, el corazón de la tía Mame se inclinaba más por la Bauhaus de Múnich que por la
rocaille
y
coquaille
versallescas.

No obstante, durante un tiempo se las arregló para contener sus impulsos modernos y bailar al son del personal de Elsie de Wolfe y parlotear con mucha gracia sobre los apliques de pan de oro de las paredes y los imprecisos relojes con angelotes. Bajo la atenta mirada de un supervisor, la tía Mame decoró un vestíbulo de la Quinta Avenida, un comedor en Oyster Bay y un tocador en Gracie Square, todos al estilo Luis XV. Luego, por su cuenta, decoró la
suite
de su amiga Vera en el Algonquin
[3]
al estilo de Prud'hon, con un montón de cachivaches estilo Imperio que encontró en la Avenida A. Las habitaciones y su ocupante aparecieron convenientemente fotografiadas en
Home Beautiful
, la señorita de Wolfe escribió a la tía Mame una carta deslumbrante, y sus habitaciones estilo Imperio empezaron a estar muy solicitadas entre los contrabandistas de licor, que eran los únicos que podían permitirse pagar muebles caros y antiguos. Al principio, aquel éxito tan vertiginoso pareció aturdirla un poco, pero, después de decorar tres o cuatro apartamentos napoleónicos, en Central Park West, la tía Mame se aburrió de tantas columnas y cariátides y volvió a dejarse llevar por el prurito moderno. Estéticamente fue un avance, pero económicamente un desastre.

La gran oportunidad de la tía Mame llegó en otoño, cuando llamó la atención de una tal señora Riemenschneider de Milwaukee, cuyo difunto marido se había forrado con el negocio de la cerveza sin alcohol. Milwaukee se le había quedado pequeño a la señora Riemenschneider, que había decidido instalarse en Nueva York para disfrutar de una posición social que sólo el dinero y todo lo que lo acompaña durante tres o cuatro generaciones puede conseguir. No obstante, la señora Riemenschneider no estaba dispuesta a esperar tres o cuatro generaciones. En 1930 el mercado favorecía a los compradores y ella tenía dinero de sobra para abrirse camino. Apenas se quedó en Nueva York unas pocas horas para comprar una elegante casita en la Calle 60 Este y darle a la tía Mame un cheque contante y sonante por valor de cien mil dólares para que la decorase estilo «Fontenebló». Luego se marchó a París a comprar ropa, tras arrancarle a la tía Mame la promesa de que la casa estaría lista en Navidad.

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