La tiranía de la comunicación (18 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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Cuatro conferencias internacionales - Ginebra, 1992; Buenos Aires, 1994; Bruselas, 1995; y Johanesburgo, 1996 - permitieron al presidente William Clinton, y sobre todo a su vicepresidente, Albert Gore, popularizar entre los principales mandatarios políticos del mundo sus tesis sobre la «sociedad de la información global». Por otra parte, durante los debates de clausura de la Ronda Uruguay del GATT en 1994, Washington abrió paso a la idea de que la comunicación debe ser considerada como un simple «servicio» y, en este sentido, regirse por las leyes generales del comercio.

Las telecomunicaciones básicas representan un mercado de 552 mil millones de dólares, constituyen uno de los campos más rentables del comercio mundial y su crecimiento se estima entre un 8 y un 12 por 100 anual. En 1985 el tiempo dedicado a escala mundial por parte de los usuarios de las telecomunicaciones (para hablar, usar el fax o transmitir datos) era de 15 mil millones de minutos; en 1995 alcanzaba los 60 mil millones de minutos; y en el 2000 superará los 95 mil millones de minutos (37). Mejor que cualquier argumentación, estas cifras explican las bazas formidables que entraña la liberalización de las comunicaciones. En noviembre de 1996, Estados Unidos logró por fin en Manila, durante la cuarta cumbre de la APEC (Cooperación Económica Asia-Pacífico) la apertura de los mercados de los países de esta región a las tecnologías de la información con el horizonte del año 2000 (38). En esta misma línea, en diciembre de 1997, la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) recomendaba en Singapur una «completa liberalización del conjunto de los servicios de telecomunicaciones sin ninguna restricción general». Y en marzo de 1997, bajo la jurisdicción de la OMC, 68 países firmaron en Ginebra un acuerdo sobre las telecomunicaciones, que abría los mercados nacionales de decenas de Estados a los grandes operadores estadounidenses, europeos y japoneses.

Por su parte, la Unión Europea ha decidido, a partir del 1 de febrero de 1998, la completa liberalización de los mercados de la telefonía (sin distinción entre los diversos soportes, cable, radio o satélite). Desde esta perspectiva y en previsión de feroces competencias en el seno de cada mercado nacional, han sido desmantelados poco a poco los monopolios y privatiza-dos los operadores públicos. British Telecom, convertida en BT, y Telefónica en España, han sido ya privatizadas. Por su parte, France Télécom situó en el mercado el otoño de 1997 un primer tramo de su capital, reforzando su asociación con el operador público alemán Deutsche Telecom, que también será privatizado antes del año 2000. Por otro lado, los dos operadores están aliados al estadounidense Sprint (del que cada uno posee un 10 por 100 de su capital) y podrían iniciar una aproximación al británico Cable & Wireless, que encara la adquisición del 80 por 100 de Sprint (39).

Una feroz competencia

De esta forma, en un momento en el que se hunden los monopolios nacionales, la carrera por la supervivencia en un mercado planetario se acelera y adquiere tonos críticos, al igual que sucede con la búsqueda de diversificación en todos los sectores de la comunicación. Y todo esto en una atmósfera de feroz competición, en la que todo está permitido: «Cada vez que discuto con los grandes de la telefonía», declaraba Luis Gallois, presidente de la Compañía Nacional de Ferrocarriles (SNCF), «tengo la impresión de entrar en una jaula de fieras» (40).

Entre 1996 y 1997 pudo constatarse en este sentido cómo la llegada de ofertas competidoras de televisión digital provocaba confrontaciones violentas en todos los campos de la comunicación. En España condujo a un enfrentamiento brutal y directo entre el gobierno conservador de José María Aznar, que para mantenerse en el poder trata de constituir un influyente grupo multimedia que le apoye, y el principal grupo de comunicación, Prisa (El País, cadena de radio SER y Canal Plus España) (41).

En Francia, una guerra total opone especialmente a los socios de Televisión por satélite (TPS) con los de Canalsatélite. Entre estos últimos, el movimiento más espectacular se produjo el 6 de febrero de 1997, con la toma del poder por parte de la Genérale des Eaux, de Havas y de Canal Plus, con el objetivo declarado de «reunir en el seno de un único grupo de comunicación todas las competencias necesarias para su desarrollo, especialmente en su aspecto internacional», y de crear «un grupo integrado de comunicación de dimensión mundial». Por otra parte, la Genérale consolidó su segundo puesto en la telefonía francesa, convirtiéndose, el 12 de febrero de 1997, en socio de la SNCF, de la que ha conseguido el dominio parcial de su red de 26.000 kilómetros de líneas telefónicas por medio de su filial Cégétel (aliada a British Telecom), 8.600 de los cuales son de fibra óptica.

Convergencia de las telecomunicaciones y del multimedia

¿Por qué cambió repentinamente de opinión el presidente de la Genérale des Eaux, Jean-Marie Messier, cuando hasta muy poco tiempo antes no se planteaba ningún tipo de aproximación a Havas? «Había subestimado», respondía, «la rapidez de la convergencia entre las industrias de telecomunicaciones y las de la comunicación. Pronto existirá en cada casa un único punto de entrada para la imagen, la voz, el multimedia y el acceso a Internet. Esta evolución está ya en camino: en un período de entre doce y dieciocho años, será una realidad comercial. Esta aceleración me llevó a concluir que para conservar la rentabilidad hay que ser capaz de dominar toda la cadena: contenidos, producción, difusión y conexión con el abonado» (42).

«Dominar toda la cadena», esta es la ambición de los nuevos colosos de las industrias de la información. Para llegar a este objetivo siguen multiplicando las fusiones, las adquisiciones y las concentraciones. Para ellos, la comunicación es, ante todo, una mercancía que hay que tratar de producir en grandes cantidades, predominando la cantidad sobre la calidad.

El mundo ha producido en 30 años más informaciones que en el transcurso de los 5.000 años precedentes. .. Un solo ejemplar de la edición dominical del New York Times contiene más información que la que durante toda su vida podía adquirir una persona del siglo XVII. Por poner un ejemplo, cada día, alrededor de 20 millones de palabras de información técnica se imprimen en diversos soportes (revistas, libros, informes, disquetes, CD-Rom). Un lector capaz de leer 1.000 palabras por minuto, ocho horas cada día, emplearía un mes y medio en leer la producción de una sola jornada, y al final de ese tiempo habría acumulado un retraso de cinco años y medio de lectura...

El proyecto humanista de leerlo todo y saberlo todo se ha convertido en ilusorio y vano. Un nuevo Pico della Mirándola moriría asfixiado bajo el peso de las informaciones disponibles. La información, durante mucho tiempo difícil y costosa, se ha tornado en prolífica y pululante. Junto con el agua y el aire, se trata indudablemente del elemento que más abunda en el planeta. Cada vez menos cara, en la medida en que aumenta su caudal, pero como sucede con el aire y el agua, cada vez más contaminada.

La decepción hacia los media

Se trata de un cambio cualitativo de importancia capital: la decepción de los ciudadanos respecto a los media se incrementa, tal como prueban todas las encuestas recientes (43). En Estados Unidos el 55 por 100 de los ciudadanos estima que los medios de comunicación escritos publican informaciones «con frecuencia inexactas» (44), distanciándose asimismo de los telediarios que ya sólo son seguidos con regularidad por un 42 por 100 de los norteamericanos (frente al 60 por 100 en 1993). En Europa, si bien el 87,9 por 100 de la población se informa principalmente por medio de los telediarios, la desconfianza sigue siendo amplia.

El reproche central es el de la espectacularización, la búsqueda del sensacionalismo a toda costa, que pueden conducir a aberraciones (como las ya citadas de Timisoara o de la guerra del Golfo) y a situaciones ridículas. En Francia, «el ejemplo más célebre fue el reportaje propuesto por Jean Bertolino en el magazine "52 sur la Une", en el que Denis Vicenti hizo rodar a figurantes en una cantera de Meudon, pretendiendo presentar así a noctámbulos que frecuentaban las catacumbas de París (...). El mismo tipo de polémica se produjo en enero de 1992, con el reportaje en el que Regís Faucon y Patrick Poivre d'Arvor simulaban una entrevista con Fidel Castro, grabando extractos de una conferencia de prensa en la que el líder cubano respondía a otras preguntas y otros periodistas» (45)

Un ejemplo más reciente, sucedido en Alemania, acabó con la condena a cuatro años de prisión a un periodista, Michael Born, de treinta y ocho años, reconocido culpable de haber falsificado total o parcialmente treinta y dos reportajes. Este falsario, sabiendo que las cadenas de televisión demandan imágenes sensacionalistas, filmó, con la ayuda de actores y cómplices, cortos «documentales» sobre una pretendida sección alemana del Ku Klux Klan, sobre tráfico de cocaína, sobre neonazis autores de cartas-bomba, sobre el trabajo de los niños explotados en el Tercer Mundo, sobre organizadores para el paso de inmigrantes árabes clandestinos... Comprados por cadenas poco escrupulosas, en particular por Stern TV (filial televisiva del semanario Stern que antes publicara los seudodiarios íntimos de Hitler...), los falsos reportajes, con frecuencia incitadores al odio, fueron vistos por más de cuatro millones de telespectadores y produjeron una cuantiosa facturación de publicidad (46).

Publicitarios y anunciantes ejercen así una influencia innegable y perversa en el propio contenido de la información. Como pudo constatarse en 1995, en Estados Unidos, cuando los productores de la emisión de información considerada como «la más seria», «60 minutos», de la red CBS, realizaron documentales para denunciar a las compañías tabaqueras, demostrando que éstas engañaban sobre el índice de nicotina inscrito en los paquetes de cigarrillos, favoreciendo así la mayor adicción de los fumadores. La cadena CBS censuró la emisión. Como se supo al final, lo hizo por dos razones: en primer lugar, para no meterse en un proceso que habría hecho bajar sus acciones en la Bolsa, en vísperas de su fusión con el grupo Westinghouse; luego, porque una de sus filiales, Loews Corporation, posee una sociedad, Lorillard, productora también de cigarrillos... En ambos casos, los intereses del capital y de las empresas se situaron por encima del interés que podía merecer la salud del público.

Tres meses antes, la cadena ABC experimentó un contratiempo similar. Habiendo acusado, en el programa «Day One,» a Philip Morris de manipular los índices de nicotina, la emisora fue amenazada por el fabricante de tabaco con un proceso por daños y perjuicios e intereses por valor de 15 mil millones de dólares. La ABC se encontraba también en trámites de ser absorbida por Disney, y el proceso hubiera entrañado una bajada sensible de su valor en Bolsa. La cadena optó entonces por una rectificación pública que, aun faltando a la verdad, salvaba la imagen del fabricante de cualquier sospecha.

Cuando las absorciones, las tomas de participación y las fusiones entre grandes grupos de comunicación se multiplican, en una atmósfera de feroz competencia, ¿cómo podemos estar seguros de que la información aportada por un medio no estará orientada a defender, directa o indirectamente, los intereses de su grupo, antes que los del ciudadano? En un mundo pilotado cada vez más por empresas colosales que obedecen únicamente a la lógica comercial fijada por la Organización Mundial del Comercio (OMC), y en el que los gobiernos parecen un tanto desbordados por las mutaciones en marcha, ¿se puede estar seguro de que la democracia será preservada, proyectada? En semejante contexto de guerra mediática encarnizada, a la que se libran gigantes que pesan miles de millones de dólares, ¿cómo podrá sobrevivir una prensa independiente?

Notas

(1) El anglicismo media, incorporado ya a diversas lenguas como denominación abreviada de «medios de comunicación de masas», (mass-media), se usará a lo largo de todo el libro ante la ausencia de una expresión adecuada en español que incluya, en una sola palabra, prensa, radio, televisión, cine... (N. del T.)

(2) Periodista «estrella» de la CNN, que cubrió los hechos para esta cadena, la única que estuvo presente en la capital de Irak durante los bombardeos «aliados» en la guerra del Golfo. (N, del T.)

(3) Léase Ignacio Ramonet, Un mundo sin rumbo, Debate, Madrid, 1997, págs. 87 y sgs.

(4) Ignacio Ramonet, op. cit.

(5) Le Fígaro, 30 de enero de 1990.

(6) Como se sabe ya, el número de muertos, incluidos los partidarios de Ceaucescu, no superó los 700. En Timisoara la cifra fue inferior a los 100. (Le Monde, 14 de febrero de 1990.)

(7) Se trataba, de hecho, del cadáver de un desconocido, encontrado en una cloaca y que los bomberos tuvieron que enganchar por los pies para poder izarlo.

(8) El País, Madrid, 29 de diciembre de 1989.

(9) Le Nouvel Observateur, 28 de diciembre de 1989.

(10) Liberation, 27 de diciembre de 1989.

(11) Le Nouvel Observateur, 11 de enero de 1990.

(12) Ibíd.

(13) Léase a este respecto Colette Braeckman, «Je n'ai rien vu á Timisoara», Le Soir, Bruselas, 27 de enero de 1990.

(14) Cahiers du cinema, febrero de 1990.

(15) Le Journal des medias, 5 de febrero de 1990.

(16) Le Nouvel Observateur, 28 de diciembre de 1990.

(17) Raoul Girardet, Mithes et mithologies politiques, Seuil, París, 1986.

(18) Ibíd.

(19) Ibíd.

(20) Walter Cronkite, Memorias de un reportero, El País-Aguilar, Madrid, 1997, págs. 234 y 235.

(21) En su libro de memorias, Walter Cronkite cuenta cómo la palabra anchorman fue creada por el presidente de la CBS Televisión News, Sig Mickelson: «De hecho, probablemente fuera él el primero en utilizar la palabra anchorman, que venía a significar presentador o gancho. Desde luego fue él, o fue nuestro productor para las conversaciones, Paul Levitan. Cada uno tiene sus partidarios. Recuerdo que oí a Paul explicar el término por vez primera. Hacía referencia a la persona de un equipo de relevos que lleva el testigo en el último tramo. Entonces Sig dijo que hacía referencia al ancla fija que mantiene un bote en su sitio. En todo caso, su significado ha quedado alterado para siempre, y yo fui el primero en ostentar el nombre». Ibíd, págs. 230 y 231.

(22) En España, los telediarios de las cadenas privadas Antena 3 y Tele 5, así como de las emisoras autonómicas, son también interrumpidos por la publicidad. (N. del T.) (23) Título de uno de los programas más populares de la televisión francesa. (TV. del T.) Página 103 de 105

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