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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (46 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
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—A decir verdad, madre, yo lo habría llamado afectación ególatra, mórbida, falsa y quejumbrosa. Pero quizá tu filtro sensorial no lo entienda y lo cambie por algo más cortés.

La versión mayor sólo sonrió con ojos soñadores, como evocando una pena del pasado.

—No fuiste construida para admirarme ni quererme. Nuestra filosofía básica y nuestros valores centrales tienen que ser diferentes. Antitéticos. Lo cual, me temo, no contribuye a nuestra amistad.

—¿Tienen que ser? —preguntó la Dafne menor con asombro—. ¿Con qué propósito?

La Dafne mayor pareció despertar de una ensoñación.

—¿Cómo dices...?

—Sugerías que había un propósito en todo esto. ¿Por qué te ahogaste? ¿Por qué me creaste?

Dafne Prima Radamanto se irguió y se inclinó hacia delante, escrutando los ojos de su versión más joven. Habló con una voz de serena simplicidad.

—Estaba enamorada de Helión.

—¿Qué?

—Es una de las cosas que no añadí a tus recuerdos al crearte. Tú recuerdas la muerte de Sir Fluffbutton.

—Él escapó. Yo tenía nueve años...

—Yo encontré el cuerpo. Estaba junto al arroyo donde yo había caído a través del hielo el año anterior, ¿recuerdas? Y papá vino y me dijo que todo perece. Aun las montañas se desgastan. Aun el Sol envejece y muere, dijo. Un día no habría más Sol, ni más campos brillantes donde jugar, nada.

—¿Excluiste esto de mi memoria? ¿Por qué?

—Conduce a un acontecimiento crucial en la formación de la personalidad. Estabas destinada a tener una personalidad diferente.

—¿Qué ocurrió?

—Yo no le creí. Ya conoces a papá.

—Conozco a papá. Sólo tolera una dosis mínima de verdad. ¡Qué mentiroso fue siempre!

—Así que me escabullí para hablar con Bertram. Bertram se había metido en la línea raíz del sistema mental local.

—¡El bueno de Bertram! ¡Qué ladronzuelo! No sé por qué me sentía tan atraída por él.

Ambas sonrieron cálidamente ante ese recuerdo perdido. Bertram Cero Pericabal había sido la primera relación romántica de Dafne.

—Siempre me gustaron los hombres fuertes. De todos modos, él enchufó el espejo que había cogido en casa de su padre en su línea pirata, y me abrió la biblioteca. La biblioteca dijo que sí, que el Sol con el tiempo moriría, pero mucho antes se hincharía hasta ser una gigante roja, y abrumaría la Tierra con fuego. No puedes imaginarte cuán traicionada me sentí.

—Puedo imaginarlo. Tenía la costumbre de jugar bajo la ventana de la sala mental por la tarde, cuando mis padres dormían bajo sus gorras, y jugaba a que los haces de luz eran pretendientes que venían a rescatarme de esos dos ogros que roncaban. Fingía que el Sol me besaba cuando el calor me tocaba la mejilla. Pensaba que en el Sol vivía un hombre que me observaba cuando yo corría por la hierba alta. ¿Traicionada? Seguro. ¿La fuente de luz y vida de la Tierra matando el planeta en vez de cuidarlo? Entiendo.

La Dafne mayor se inclinó hacia delante y tocó la rodilla de su versión más joven.

—Entonces la biblioteca me dijo que había un hombre que vivía en el Sol. Un hombre que vivía en un palacio de fuego. Que él salvaría al Sol de la vejez.

—Helión. ¿Por eso me convertí en Gris Plata? ¿Para estar cerca de él?

La Dafne mayor se reclinó.

—Sólo ahora, en esta Trascendencia, supe de dónde venía Faetón. No sabía por qué Helión lo había creado. Parecía tan frenético y temerario en comparación con su padre. Y nunca creí que Galatea fuera su verdadera madre; era obviamente una mente parcial emancipada creada por Helión para ayudar a la crianza de Faetón. Pero los estudiaba desde lejos, y ello me alentó a tratar de ser famosa, tan famosa como para pedir una cita con el amo del Sol, y que él me recibiera. Así que escribí, y esculpí caballos, estudié todas las cosas antiguas, los griegos y los romanos, los mitos de Gran Bretaña y el Marte anterior al nuevo Renacimiento, y gané la fama y los segundos que necesitaba; Faetón accedió a ser entrevistado. Mi plan era llegar a conocer al padre seduciendo al hijo.

—¡Qué zorra calculadora! —exclamó alegremente la joven Dafne. La señaló con el dedo—. Te equivocas, creo que podríamos ser buenas amigas, a pesar de todo. ¿Qué salió mal?

—Tú, hermanita. Oh, entonces no eras consciente, y no fue culpa tuya. Y no eras exactamente como yo. Pero cuando te enamoraste de Faetón, y fuiste la seducida en vez de la seductora, ¿qué podía hacer yo? Cuando Faetón regresó a la Tierra, al principio traté de disuadirlo. Pero él... él me abrumaba. Estaba indefensa frente a un hombre así. Él nunca cedía, y era tan... tan... era como si estuviera en llamas. Pero nunca perdía el control de si mismo. Era como un hombre hecho de hielo. Y... él me amaba tanto... Y...

—Y Helión estaba fuera de tu alcance.

Dafne Prima Radamanto se sonrojó. La Dafne menor vio el color de las mejillas y la garganta de su versión mayor y se preguntó si ése era su aspecto al ruborizarse. Era bastante sensual.

—No me agradó Helión cuando lo conocí —dijo la versión mayor—. Tú sabes que dejé esos recuerdos.

—Es un llorón.

—Le interesa preservar lo viejo, no iniciar lo nuevo. Aun salvar el Sol es una especie de preservación, para él. Así que me enamoré de Faetón, tan profundamente que...

—¡Que trataste de arruinarle la vida!

Los ojos de la versión mayor centellearon, una expresión de fuego impaciente, y por un instante ambas mujeres fueron exactamente iguales.

—¡Necia! —exclamó Dafne Prima Radamanto con voz de reina—. ¡Lo amaba tanto como para morir por él! ¿Cómo puedes imaginarlo? ¿Cómo puedes saberlo? ¿Cómo puedes saber qué se siente al verte en el espejo y saber que eres indigna del hombre con quien estás casada? ¡Indigna, pues lo frenas y lo retienes! Y por mucho que te esmeres, terminas por ayudar a la gente que lo odia.

La Dafne mayor se reclinó, furiosa, y acarició al gato con tanta rabia que el animal maulló y se escabulló, cayendo pesadamente al piso. El gato les dedicó una mirada altanera y se alejó grácilmente.

—Ahorré dinero y compré tiempo al sofotec Estrella Vespertina —dijo la Dafne mayor con voz más calma—. No confiaba en Radamanto para esto; él sólo me habría dicho que fuera estoica. Y los Gris Plata no permiten una autoalteración radical en ningún sentido. Estrella Vespertina me examinó, pero pensaba que yo no podía transformarme en la clase de persona que seria buena para Faetón y seguir siendo la misma persona a ojos de la ley. El cambio tendría que ser demasiado grande. De nuevo es una cuestión de valores centrales, una cuestión de diferencias fundamentales. A eso me refería con lo de ayudar a sus enemigos; todo lo que pensaba o decía en público reflejaba una mentalidad más cauta que la de él. Muchas veces lo humillé en público, pues algo que dije, escribí o pensé se publicó en las tertulias para echárselo en cara...

»Y los hijos... ¿Cómo podíamos tener hijos, si él iba a marcharse? Lejos, para morir en la oscuridad y no regresar nunca... Así que nuestro matrimonio nunca se completó.

«Francamente, pensaba que él fracasaría. Pero no quería pensar eso, porque sin mí, sin mi respaldo, podría fracasar, en efecto. Así que tuve que abandonarlo. No podía ir con él; no quiero morir en el frío oscuro del espacio; pero él insistía en que no partiría sin mí. ¿Qué podía hacer yo?

»Tuve que abandonarlo. Hice que me reemplazaras. Tú. La mujer que yo nunca podría llegar a ser. Tal como Faetón es el hombre que Helión nunca podría llegar a ser... Nuestra sociedad evoluciona. Hacemos que nuestras próximas versiones sean más perfectas. Pero los menos perfectos quedamos rezagados.

Ambas mujeres callaron un instante, mirándose profundamente a los ojos. Era una mirada de pena.

Pero la Dafne menor sonrió.

—Piénsalo, hermana mayor. Habrías pillado a Helión si él no se hubiera casado con Lucrecia, o como sea que Unmoiqhotep se llame ahora.

La Dafne mayor se apoyó la barbilla en la palma, curvando los dedos para tocarse los labios con el meñique. Se mordió delicadamente la uña.

—Quizá, hija. Quizá. Pero... ya sabes, es un poco raro. Primero Helión adopta, como hijo, a un hombre que resulta haber sido un guerrero colonial de un drama de la Trascendencia, un asolador de mundos. Luego se casa con la muchacha que intentó, en la vida real, destruir la Ecumene.

¿Cuál es su obsesión secreta con la destrucción? En definitiva, vive en el lugar más peligroso del sistema solar.

—Lamento lo de Lucrecia, por ti. Habría preferido que la extrapolación se cumpliera, y que todos hubiéramos tenido un juicio sensacionalista, con cientos de muchachas plañideras sentenciadas a muerte, y Atkins abatiendo a los agitadores que atacaran el tribunal...

La Dafne mayor sonrió lánguidamente.

—Escribiré esa historia. Los agitadores, sobre todo. Todos Cacófilos, por supuesto, pero en mi relato tendrán la mente envenenada por Jenofonte, y serán meras herramientas del siniestro Imperio Silente. Y en cuanto a mi héroe... —Demostró abatimiento—. Pero no puedo usar de nuevo a alguien como Helión como héroe, ¿verdad? Ni como Faetón. Todos pensarán que te estoy copiando. El mundo onírico que compusiste para el concurso oniromántico...

—¡Ése era tu mundo! —resopló la Dafne menor—. ¡Miré los registros! Todo el trabajo estaba hecho, las tramas, la ambientación, los personajes, las leyes de la naturaleza, todo, años antes del concurso. Aunque yo recordaba haberlo inventado, los recuerdos eran tuyos. ¡La medalla de oro te pertenece a ti!

La Dafne mayor puso una expresión de avidez. Ambas sabían cuánto había ansiado ganar esa medalla. Era la ambición de toda una vida.

La Dafne mayor se levantó y se alejó, con las manos plegadas sobre el vientre, fingiendo que miraba por la ventana.

Dafne Tercia Estrella Vespertina no dijo nada, pues no quería contrariar más a su versión mayor. Dejó transcurrir unos instantes, y luego dijo levemente:

—Ese lago me resulta familiar. ¿Dónde estamos?

—Ah. Esto formó parte de la exposición. Es el lago Destino.

—¿Qué? ¿El lago donde Faetón vio ese espectáculo de los árboles en llamas? ¡Yo lo estaba buscando por aquí! Creí que recordaría hasta la última piedra. Tiene otro aspecto. El nivel del agua es más bajo. Supongo que arrancaron parte de la montaña. Pero... ¿qué son esas luces de color en el agua? Esos puntos que se encienden y se apagan como...

La Dafne mayor miró por encima del hombro y puso una sonrisa críptica.

—Supervivientes. Partes del árbol aún crecen ahí debajo, mucho después del fin del espectáculo. La vida se adaptó a una forma que derrochara menos energía, y los árboles se alteraron y especializaron tanto que ya no están en competencia directa entre sí. Se parecen más a un baniano, con largas raíces bajo el suelo, que conectan las colonias desperdigadas.

Dafne Tercia Estrella Vespertina se levantó y se acercó a su versión mayor.

—Me marcho —murmuró—. Si quieres la medalla de oro, es tuya, te la cambio por las esculturas energéticas. O...

La otra sacudió la cabeza.

—Las tramas, los personajes y el ambiente eran míos. Pero tú inventaste tu propio final. En mi pequeño mundo no iba a haber una revolución industrial. Nunca tuve una subtrama acerca de un joven príncipe decidido a despedazar el cielo. Allí habla tu musa, tus convicciones. Y puso el mundo en Llamas. Todos se enamoraron de esa idea. Y cuando todos recordaron, después, qué se proponía hacer Faetón... Bien. Nadie estaba tan ansioso de detener a Faetón como antes. Incluso algunos Exhortadores parecían más cautos.

—Gracias. No creo que mi pequeño relato haya tenido mucho que ver.

La Dafne mayor sonrió.

—Los relatos marcan la diferencia. Los hechos matan, pero la gente da la vida por los mitos.

—Muchas gracias.

Las dos mujeres se acercaron, sonriendo, y se cogieron las manos, un gesto afectuoso y aniñado.

—¿Cómo terminaba? Nunca vi el final de tu pieza.

—Ah —dijo la Dafne menor—. El joven príncipe rompía el cielo.

—¿El mundo era aplastado por los fragmentos que caían?

—Sólo la gente demasiado estúpida para no mirar arriba, ver lo que pasaba y apartarse.

—¿Y qué había?

—¿Dónde?

—¿Qué había en las regiones de más allá del cielo?

—Allí esperaban los campos radiantes del paraíso, más anchos que el cielo, extendiéndose por doquier sin límites. Sólo esperaban que la mano del hombre llegara para sembrarlos.

Una luz rosada acarició el lago y los árboles. Era el inicio del alba verdadera, y se mezclaba con la luz pálida, rojiza y plateada de Júpiter para formar (tan sólo por un instante) un paisaje de misterio expectante, enmarañadas sombras dobles, fabuloso y familiar al mismo tiempo. El cielo era de un púrpura imperial, y sólo relucían las estrellas más brillantes.

—Es una historia maravillosa —murmuró la mayor—. Me pregunto si alguna vez escribiré una que se le compare.

—Escribe sobre aquello en que crees.

—Pero me has arrebatado al héroe...

La Dafne menor sonrió pícaramente.

—Si las predicciones son correctas, el nuevo Colegio reivindicará las viejas historias de guerra y honor. ¿Qué te parece? ¡Puedes tener a Atkins!

La mayor reflexionó.

—Mmm. ¿Atkins?

Ambas mujeres irguieron la cabeza como si hubieran oído un trompetazo. Pero no había sonido, todo estaba en silencio. Lo que les había llamado la atención era una estrella brillante, más brillante que Venus, que se elevaba sobre las montañas del oeste.

—¡Esa luz... esa luz! —exclamó la mayor con voz maravillada.

—Es mi esposo —dijo la menor—. Viene a buscarme.

—¿Ésa es la
Fénix Exultante?
¡Tan brillante! Pensé que todavía estaba en Júpiter, en reparaciones.

—Tu rival por el afecto de Faetón. Te olvidas de cuán rápidamente vuela. Estaba en Júpiter, en efecto. Hace diez horas. Ahora está en órbita de la Tierra, iniciando su desaceleración. ¡Ven conmigo! Para cuando subamos aquella montaña, donde Faetón y yo convinimos en reunimos, la
Fénix
ya estará arriba.

La mayor se contuvo.

—Pero sin duda serán muchas horas, si la nave sólo ahora comienza a desacelerar.

—¿A noventa gravedades? Sus motores silencian todo ruido de radio en la zona. Faetón quiere que todos sepan que su nave viene aquí. Estará encima de nosotras cuando lleguemos a la cima de la montaña, créeme. ¿Vienes? Sin duda querrá decirte adiós.

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