La tregua de Bakura (15 page)

Read La tregua de Bakura Online

Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
12.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

Giró sobre sus talones y volvió sobre sus pasos. Alto y flaco, proyectaba una seguridad en sí mismo absoluta que puso sobre aviso a Luke de los ojos imperiales que les rodeaban, por si necesitaba algún aviso. Luke contó las armas visibles en el pasillo, mientras guiaba el disco repulsor.

Al final del pasillo, Thanas entró en un despacho, seguido por Luke. Los muebles eran sencillos, salvo por el curioso suelo, que recordaba espeso musgo. Parecía un lugar consagrado a asuntos serios, pero no al placer. Incluso las paredes grises estaban desprovistas de adornos o recuerdos, como si Thanas careciera de pasado. Luke sólo distinguió un teclado empotrado en el sencillo escritorio rectangular.

—Siéntese. —Thanas indicó una silla repulsora. Luke tomó asiento, dejando desconectado a Erredós. Thanas señaló una servounidad—. ¿Le apetece algo de beber? El licor local es asombrosamente bueno.

Luke vaciló. Aunque no estuviera drogado, sería lo bastante fuerte para enturbiar su cabeza. En cualquier caso, no le apetecía.

—No, gracias.

Thanas se sentó sin servirse una copa. Enlazó las manos sobre la mesa.

—Le confesaré, Skywalker, que no esperaba que viniera. Pensaba que me propondría otro lugar de encuentro.

Luke se encogió de hombros.

—Éste me pareció práctico.

Escudriñó el estado de ánimo de Thanas. Vigilante, con una pizca de admiración, suspicaz, pero carente de doblez; confiado de momento, con un fondo bondadoso tangible.

—Es cierto. —Thanas tocó un panel de su escritorio. Antenas proyectoras retráctiles asomaron sobre la superficie. Sobre ellas apareció un globo verdeazulado grande—. ¿Echamos un vistazo a la batalla que ustedes interrumpieron con tanta audacia?

—Me parece excelente. ¿Puedo?

Luke indicó el cepo Propietario de Erredós.

—Se lo ruego.

Luke activó al androide. La cúpula de Erredós giró una vez y luego se detuvo, con el fotorreceptor azul encarado al holograma de Thanas.

La batalla había empezado con un ataque relámpago de toda la línea ssi-ruuvi. Como Luke había intuido, se trataba del empujón final a un adversario debilitado, paso previo a la invasión del planeta. Sus fuerzas habían llegado justo a tiempo.

—¿Puedo verlo de nuevo? —preguntó Luke, cuando los puntos azules imperiales se reagruparon para contraatacar.

Thanas se encogió de hombros y rebobinó unos segundos la grabación.

—¿Es una maniobra normal? —preguntó Luke.

Thanas juntó los dedos.

—Discúlpeme si declino contestar.

Luke asintió y archivó mentalmente la maniobra en el apartado Máxima Seguridad.

—Dígame —habló Thanas—, ¿los analizadores de mis fuerzas se han equivocado, o sus pilotos llegaron a la batalla con un carguero espacial?

Luke sonrió. No iba a revelarle lo que ignoraba acerca del
Halcón
.

—Debo recordarle que gran parte del apoyo que recibe la Alianza procede de los límites de la legalidad.

—¿Contrabandistas?

Luke se encogió de hombros.

—Probablemente modificados más allá de las normas legales.

—El equipo imperial robado se cotiza mucho.

—Sólo después de preguntarle, comprendí las implicaciones de que su nave insignia poseyera equipo holográfico.

Basta de aquel tema.

—¿Es consciente de lo que está en juego? —Luke refirió sus conclusiones sobre las intenciones de los ssi-ruuk—. ¿Por qué se puso en contacto con ellos el emperador?

Thanas se rascó el cuello, aparentando indiferencia, pero las arrugas producidas por la tensión que rodeaban sus ojos se oscurecieron.

—Aunque lo supiera, no podría decírselo.

—Pero no lo sabe.

Thanas se limitó a sostener su mirada. Si la tregua se prolongaba, sería delicada.

—Hemos de hablar sobre la actual situación táctica —sugirió Luke—. Según mis datos, entre ambos bandos contamos con dos cruceros, siete cañoneras de mediano tamaño y unos cuarenta cazas monoplazas, de los cuales, dos tercios están desplegados en la red defensiva, y un tercio sometido a reparaciones. ¿Estoy en lo cierto?

Thanas dedicó a Luke un fruncimiento de labios irónico.

—Excelentes datos. Ustedes también tienen un carguero bastante irregular.

—En efecto. —Luke se removió en la silla—. ¿Han tenido oportunidad de contar las fuerzas de los ssi-ruuk?

Thanas asintió.

—Dentro del sistema, tres cruceros. Dos naves de tamaño mediano que se mantienen rezagadas, de momento, cerca de la órbita del planeta Cuatro; suponemos que se trata de naves de asalto planetarias. Unos quince cazas grandes o pequeñas naves de escolta, justo fuera de la red defensiva. Pero nadie sabe cuántos cazas pequeños tienen, o qué crucero los transporta. Quizá todos van llenos.

En síntesis, la situación era mala.

—¿De dónde sacan la información? —preguntó Luke, intrigado por lo que Thanas podía contarle sobre la inteligencia interna del sistema.

Thanas enarcó una ceja.

—Las fuentes habituales. ¿De dónde la sacan ustedes?

—Manteniendo los ojos abiertos.

El diálogo siguió punteado por más callejones sin salida frustrantes, pero cuando Luke se levantó, dos horas más tarde, se había hecho una idea mejor de la situación táctica, conocía datos precisos sobre las trayectorias orbitales de la red defensiva, y otros detalles diversos almacenados en su mente y en los bancos de memoria de Erredós.

—Comandante Skywalker —dijo Thanas con suavidad—, me pregunto si sería tan amable de hacerme una demostración con esa espada de luz. He oído hablar de ellas.

—Creo que no —respondió con educación Luke—. No quiero alarmar a sus milicianos.

—No se alarmarán. —Thanas tocó otra tecla del escritorio. La puerta se abrió. Dos milicianos provistos de armaduras blancas entraron—. Me gustaría que su androide astromec se quedara aquí. Vosotros dos, lleváoslo.

—Prefiero que Erredós se quede conmigo.

Luke no pensaba que la amenaza de Thanas fuera en serio, pero desenganchó, alzó y activó la espada con un solo movimiento. Pese a su predisposición a hablar, Thanas pensaba como un imperial. Quería una demostración. La tendría.

Los milicianos hicieron fuego milisegundos después. Luke rechazó los rayos. Diminutas llamas se apagaron en los paneles grises de Thanas.

—Alto el fuego. —Thanas levantó una mano—. Marchaos.

Los milicianos salieron.

—No lo entiendo. —Luke estaba alerta y conservaba la espada encendida—. Podía haber perdido a dos de sus hombres.

Thanas contempló la zumbante espada verde.

—Estaba seguro de que no les mataría. Tendría que haberle encarcelado, en ese caso. Me pregunto si habría intentado huir a través de toda la guarnición.

Luke proyectó su foco de control.

—En caso necesario, lo habría hecho.

Percibió un rastro de diversión en el hombre. Tal vez Thanas era hostil más por costumbre profesional que por auténtica fe en el Imperio, pero Luke no confiaba todavía en él. Apagó la espada.

—Necesito examinar los daños que han sufrido las naves de mis fuerzas, comandante.

Thanas asintió.

—Puede irse. Y llévese a su androide.

Luke encajó los pulgares en su cinto.

—Mi lanzadera volvió al complejo Bakur. Le agradecería que me trasladaran a la Plataforma Doce del espaciopuerto.

Thanas vaciló un segundo, y luego sonrió.

—De acuerdo.

Si Thanas pretendía impedir que Luke y su grupo abandonaran Bakura, gozaba de numerosas posibilidades.

Un noncom condujo a Luke en un aparato repulsor. Todas sus preocupaciones habían regresado. El día estaba resultando muy largo, en efecto. Hizo una lista mental de deberes: llamar a Leia e informarla de que había salido de la guarnición sano y salvo, comprobar que el
Halcón
continuara ileso, comprobar que los cazas habían pasado la revisión y los pilotos estaban descansando…

De pronto, Luke se dio cuenta de que no había pensado en aquella fascinante senadora bakurana desde hacía más de una hora. Intentó apartar de nuevo su imagen, y borrar de su recuerdo la forma en que el aura de su Fuerza había activado la suya. Olvidar no era tan fácil, rodeado de imperiales. No eran el momento ni el lugar apropiados para dejar que deseos personales le distrajeran.

Sin embargo, tampoco la primera Estrella de la Muerte había sido el lugar apropiado para el romance, ni tampoco el momento, y su amor desesperado por Leia había desencadenado una cadena imparable de acontecimientos. Si al menos fuera preciso rescatar a Gaeriel Captison…

Poco después de que la lanzadera de Skywalker abandonara la guarnición, Pter Thanas dejó de dar golpecitos sobre su escritorio con una navaja adornada con perlas de Alzoc. Había seguido el rastro del carguero ilegal hasta la Plataforma 12 del espaciopuerto civil. Información importante, pero no vital, todavía.

Desplegó una hoja de la navaja y la balanceó sobre su dedo índice. Jamás habría admitido ante el joven Skywalker lo mucho que ansiaba ver en acción una espada de luz. Cuando Vader y el emperador habían exterminado a los Jedi, había perdido toda esperanza. Era fascinante la manera en que desviaban los rayos láser. Su eficacia en un combate sería limitada, pero su apariencia era muy atractiva.

Al igual que su joven usuario. Ahora, comprendía por qué era tan alta la recompensa por su captura.

Thanas imaginó qué podría hacer con tanto créditos. Había sido transferido a aquella ratonera después de negarse a arrasar una aldea de recalcitrantes mineros esclavos talz en Alzoc III.

No intentaba jugar a ser un héroe… Se había limitado a aumentar la ración alimenticia de sus mineros. La mayoría de los seres sensatos trabajaban más duro cuanto mejor alimentados, y los almacenes estaban llenos. Sin que él lo supiera, los peludos talz de cuatro ojos le consideraban su benefactor. Un día, en una de las minas, se había acercado demasiado al borde de un pozo. Tres talz se lanzaron a salvarle. Les debía la vida.

Seis meses después, un coronel con más codicia que sentido común volvió a reducir la ración alimenticia. El cabecilla talz formuló una cautelosa protesta verbal. El coronel ordenó que su aldea fuera arrasada para dar ejemplo. Thanas hizo caso omiso de la orden. El coronel envió milicianos, y después ordenó a Thanas que subiera a su nave, «pendiente de nuevo destino».

Thanas sonrió con amargura. Le habían dicho que podía considerarse afortunado. Si hubiera actuado de aquella manera delante de lord Vader, habría muerto por asfixia. En cambio, estaba sentado en Bakura, aislado, con una paga miserable y pocas esperanzas de ser trasladado a los planetas del Núcleo.

Pensó de nuevo en aquella recompensa… y en la jubilación anticipada. Acarició el mango de perlas iridiscentes. Podría casarse otra vez y vivir plácidamente en algún planeta no alineado. La recompensa por Skywalker le tentaba, pero si alguien reclamaba en Bakura aquellos créditos, sería el gobernador Wilek Nereus.

Thanas frunció el ceño, dobló la navaja y la dejó caer en su bolsillo. No tendría jubilación anticipada. Había sido incapaz de repeler a los alienígenas invasores sin refuerzos… de la Alianza Rebelde. Jamás abandonaría Bakura.

Leia borró el mensaje de Luke de la pantalla y pasó a los datos siguientes. Le habría sido útil una memoria fotográfica. Tardaría semanas en absorber tantos datos. Ya había averiguado por mediación de Erredós que Bakura poseía tecnología de nivel informático, fabricación y exportación de bobinas repulsoras (gracias a ingentes depósitos minerales en las montañas situadas al norte de Salis D'aar) y árboles namana, una variedad tropical que proporcionaba sorprendentes márgenes de beneficios. Una nueva información consistía en que los descendientes del primer capitán de la nave perteneciente a la Corporación Bakurana siempre habían sido jefes de gobierno. Y también, que el senado, y no el populacho, elegía a los senadores que sustituían a los que fallecían o dimitían.

Ahora, reflexionó, era el órgano que aprobaba la política del gobernador imperial Wilek Nereus. Le habría gustado entrevistar en privado a algunos ciudadanos y averiguar el grado de los sentimientos anti Imperio que los rebeldes podían aprovechar.

Bostezó, extendió los brazos y abatió su silla repulsora. Los pies de Han se veían por la puerta de su dormitorio. La suite tenía cuatro habitaciones privadas, dos con ventanas y dos con murales de tiempo real. Si Han había caído dormido en el suelo, harto de estudiar los datos de Erredós, le daba igual.

Contemplar tan sólo aquella ínfima parte de su cuerpo aumentó su tensión sanguínea. Menuda jeta, insinuar que quería coquetear con un imperial ex alderaaniano. Un renegado, un colaboracionista.

No oía a Chewbacca. Cetrespeó debía seguir donde le había dejado, enchufado en el centro de comunicaciones principal, cerca de la puerta, y Luke…

En cuanto Luke se hubo marchado, recobró un poco la calma. No debía enfurecerse por el hecho de que Vader fuera su padre. Ni siquiera Han había formulado algún comentario irónico cuando ella se tragó la humillación en Endor y le habló de Vader. No había dicho nada, sólo la había abrazado. Pese a todos los problemas que Vader le había causado (enviar a la peor escoria de la galaxia en su persecución, utilizarle como conejillo de Indias para probar una unidad de congelación de carbono, dejar como un colador su amada nave con cañones láser de los cazas TIE), Han no iba a guardar rencor a Leia o Luke. Mientras se mantuviera alejada de cosas y personas que la recordaran a Vader o a la Fuerza, se sentiría bien.

Escasas posibilidades, en este viaje.
Contrólate
, se ordenó.

—¿Ama Leia? —llamó Cetrespeó.

La princesa caminó hacia la puerta del dormitorio.

—¿Qué pasa?

—Un mensaje para usted del primer ministro Captison.

—Pásalo a la terminal de mi dormitorio.

Corrió hacia el equipo tridimensional. La puerta se cerró sobre un canal sin fricción. Jamás había visto tantos minirrepulsores.

Leia se sentó. Habría reconocido la imagen sin necesidad de que Cetrespeó la anunciara. Recobró la compostura y le saludó con respeto.

—Espero que el senado haya votado a favor nuestro, primer ministro.

El hombre sonrió con la triste y autoritaria dignidad que tanto le recordaba a Bail Organa.

—Aún no hemos llegado a ninguna conclusión —contestó—. Espero que usted y su grupo se encuentren cómodos.

Other books

Scandalous by Tilly Bagshawe
Drifting Home by Pierre Berton
Easy Slow Cooker Cookbook by Barbara C. Jones
Finding Fire by Terry Odell
Tumbling by Caela Carter
The Sunken Cathedral by Kate Walbert
Against the Tide by Elizabeth Camden
Deception by A. S. Fenichel
The Trouble with Tulip by Mindy Starns Clark
An Improper Seduction by Quill, Suzanne