La tregua de Bakura (33 page)

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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
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Una maniobra de Han revolvió su estómago.

—Mal asunto —gritó él—. Son aparatos militares último modelo.

Algo brillante y ruidoso, un rayo energético de cañón láser, pasó por el lado de estribor.

Han picó hacia las copas de los árboles.

—Cuando diga «salta», salta. Escóndete detrás de unas rocas o…

—¡Han! —exclamó—. ¡Refuerzos!

Un par de siluetas diminutas en forma de X se materializaron en el nublado cielo azul. Los cazas especiales X poseían el doble de velocidad y potencia de fuego de aquellos aparatos…

Han elevó al instante el vehículo y ganó altura.

—En cuanto los localicen…

Los imperiales se dispersaron.

—Ojalá tuviéramos un comunicador —murmuró Leia—. Se comportan como si alguien les hubiera enviado. ¿Tal vez Luke?

—No me sorprendería —dijo Han.

Se desvió hacia el ancho río. Dos cazas X les escoltaron.

Leia saludó. Dentro de la cabina, una mano enguantada de negro le devolvió el gesto.

La escolta parecía ridicula, tan cerca de una superficie planetaria verde. Leia recordó Yavin, y la base rebelde oculta donde había esperado el ataque de la primera Estrella de la Muerte.

Donde el río se curvaba hacia el sudeste, justo al norte de Salis D'aar, los dos cazas se alejaron hacia el espacio.

—No quieren que les vean tan cerca de la ciudad —observó Leia—. Alarmaría a los bakuranos.

—Me alegro de que alguien piense —contestó Han.

Gracias, Luke
. Sólo era una suposición, pero Leia le creía a pies juntillas.

—La ruta más corta al
Halcón
es por el centro de la ciudad —observó Han—. Si los guardias intentan detenernos por violar el toque de queda, lo pasarán muy mal.

Las rutas terrestres de Salis D'aar incluían un puente alto que conectaba el risco blanco con la orilla occidental del río ancho, y la utilizaban vehículos lentos, seguramente familias que trasladaban sus bienes a las montañas del norte, desafiando el toque de queda. Leia deseó por un momento detenerse junto al complejo. Odiaba dejar el brazalete de los ewoks, pero no valía la pena arriesgar su vida.

Encontraron escaso tráfico aéreo.

—Todos los que han podido huir ya lo han hecho —comentó Han.

—¿Dónde están los androides?

—Erredós debe seguir en el despacho de Captison.

A continuación, explicó lo que había hecho con Cetrespeó.

Leia rió cuando imaginó su llegada al
Halcón
.

—Sólo espero que Chewie no le haya desintegrado antes de que se identificara.

—Tiene mi comunicador. Estoy seguro de que sabrá cuidarse.

Jirones de humo polvoriento cubrían el espaciopuerto, procedentes de cientos de despegues. Han maniobró en la oscuridad y aterrizó prácticamente sobre el
Halcón
. No estaba custodiado, salvo por el solitario wookie.

—¿Dónde está Cetrespeó? —exclamó Leia.

Chewbacca rugió y bramó.

—¿Qué? —contestó Han—. ¡Chewie, hemos de introducir ese programa del habla de los Flautas en el ordenador del
Halcón
!

Chewbacca aulló, en tono de disculpa.

—Sí, debería haberlo hecho. Bien, repáralo.

Chewbacca lo había averiado. Demasiado tarde para arrepentirse. Leia subió por la rampa detrás de Chewbacca.

—Confío en que haya combustible —exclamó, mientras se dejaba caer en su asiento de respaldo alto.

Chewbacca bramó.

—Hasta los topes y preparado para viajar hasta el Núcleo —tradujo Han, mientras entraba en la cabina—. Haz lo que puedas por Cetrespeó, Chewie. Leia, sujétate.

El asiento de Leia empezó a vibrar. El rugido de los motores aumentó de intensidad.

—¡Espera, Chewie! ¿Alguna nueva modificación? —gritó Han.

Su amigo gruñó desde detrás de Leia.

—Ah —dijo Han, en tono satisfecho—. Puede que nos resulte útil. ¿Dónde lo has encajado?

Chewie reapareció en el pasillo, alzó los ojos hacia los paneles del techo y respondió.

—¿Qué cortaste qué?

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Leia.

—Ah, consiguió que un técnico bakurano nos proporcionara más energía para los escudos, pero eso aumentó el multiplicador de hiperpropulsión. En cuanto salgamos de aquí —insistió Han, mientras movía un dedo en dirección a Chewie—, mis especialistas se harán cargo. Mis especialistas.

Lo único que deseaba ahora Leia era partir a toda prisa.

—El
Halcón
va a elevarse —anunció—. Vámonos.

Capítulo 17


A
hora, la pierna izquierda.

Gaeriel, obediente, movió los dedos de los pies.

El médico imperial frunció el ceño, echó la cabeza de Gaeri hacia atrás con inexorable suavidad profesional y volvió a examinar la leve quemadura de su garganta.

—Alguna clase de ionización del sistema nervioso, supongo. Es lo que escribiré en el informe.

La joven tosió.

—¿Puedo irme?

—Lo siento. Nos han pedido que la retengamos un rato, bajo observación.

—¿Qué sucede? He oído una sirena.

—Han atacado la estación orbital.

Entonces, ya había empezado. Paseó la vista por la desnuda habitación. Cuatro paredes blancas y un techo lejano, ninguna ventana, una puerta. La patrulla de emergencia la había trasladado al complejo en una camilla repulsora. Antes de eso, su más vivido recuerdo consistía en Luke avanzando hacia cuatro milicianos. Después la alarma de la defensa civil. Luego el androide la había arrastrado hacia un lugar seguro, donde permaneció tendida durante un larguísimo rato, hasta que la patrulla de emergencia llegó a la cantina. Para entonces, Skywalker y los ssi-ruuk habían desaparecido en la lanzadera imperial, y ella empezaba a poder moverse.

Pero todo había terminado, y la humanidad estaba condenada. Habían capturado a Luke. Era inconcebible imaginar que un Jedi, por poderoso que fuera, pudiera oponer resistencia a los invasores. ¿Intentarían convertirle en un superandroide? Tal vez fracasarían.

Pero aunque no fuera así, Gaeriel prefería morir en Bakura que como prisionera de los ssi-ruuk. Su depresión dio paso a una firme resolución. Ahora, nada ni nadie podía amenazarla.

El médico salió. Gaeri bajó de la cama y cojeó hasta la puerta. Al parecer, todos sus músculos volvían a funcionar, pero sus movimientos aún eran torpes. Tocó el panel sensor de la puerta.

Clausurado.

No pensarían dejarla en aquella habitación mucho rato. Ni siquiera tenía… Deseó no haber pensado en comodidades. Imaginó a Eppie, dirigiendo una revolución desde el teclado de su humilde apartamento. ¿Tendría tiempo? El complejo Bakur ocupaba el corazón de Salis D'aar, y contaba con docenas de entradas. ¿Cómo pensaba controlarlo? Sólo necesitaba controlar a Wilek Nereus. El comandante Thanas y las fuerzas espaciales ya habían salido del planeta, para defender Bakura…

Su cadena de razonamientos llegó a un brusco final. No había defensa posible contra los ssi-ruuk.

La puerta se abrió. Dos milicianos navales entraron.

—Acompáñenos —ordenó uno.

Gaeriel les siguió por un pasillo. No tardó en comprender a dónde la llevaban, y resistió la tentación de dar media vuelta. Siempre había conseguido esquivar el despacho privado del gobernador Nereus. Había oído rumores inquietantes, por no mencionar las nada sutiles intenciones de Nereus…

El primer miliciano abrió la puerta del gobernador e indicó con un gesto que entrara. Gaeriel lo hizo con calma. Mejor morir en Bakura, pero morir luchando.

El gobernador Nereus estaba sentado ante un escritorio de bruñida superficie blanca. Tenues vetas parduscas dibujaban círculos concéntricos, como tres anillos, pero no parecía madera. Señaló en silencio una silla y esperó a que los milicianos se fueran.

Un marco tridimensional en la pared más próxima llamó la atención de Gaeri: un enorme carnívoro rugiente. Sus cuatro largos colmillos blancos tenían un aspecto escalofriantemente real.

—El Ketrann —dijo Nereus—. De Alk'lellish III.

—¿Los colmillos son… reales?

—Sí. Mire a su alrededor.

Encima y debajo colgaban otras imágenes tridimensionales como aquélla, con dentaduras diseminadas.

—¿Ésa es su colección?

—Especies depredadoras. Tengo de diecisiete planetas, incluyendo el Cratsch bakurano. —Palmeó un cubo transparente que descansaba sobre una esquina de su escritorio—. En aquella pared —señaló otro conjunto de imágenes tridimensionales, a la izquierda—. Alienígenas inteligentes. —Gaeri pensó en los enormes caninos del wookie Chewbacca y frunció el ceño—. Y el depredador más peligroso.

Tiró a Gaeriel un cristal multifacetado. En su interior brillaban dos pares de incisivos humanos.

La joven quiso arrojárselo, pero resistió la tentación. Podría provocar consecuencias incalculables.

—Espero que pronto pueda añadir una dentadura ssi-ruuk —replicó con frialdad.

—Sí, es interesante que tengan picos dentados. —Carraspeó—. Prefiero capturar especímenes de individuos que yo he cazado, por supuesto. Por lo visto, la princesa rebelde ha renunciado a mi hospitalidad momentáneamente. Ha de ser castigada por desobedecer las órdenes. Mi especialista dental no es amable.

«Monstruo», pensó la joven. Le seguiría la corriente, de momento, pero Wilek Nereus pagaría por sus crímenes. Tragó saliva para ahogar una tos. Era el momento menos apropiado para pillar un virus. Nereus abrió la mano, y ella le devolvió el cristal.

—Una diplomacia admirable, senadora. Reserva extraordinaria bajo presión. ¿Vio bien el arma con que le dispararon?

Gaeriel la describió, mientras Nereus se pasaba el cristal de una mano a otra. Cuando ella terminó, volvió a pensar en Eppie Belden. Si el ataque de los ssi-ruuk fracasaba, Eppie necesitaría otra oportunidad.

—Gobernador, le ruego que autorice un funeral público por el senador Belden. Bakura necesita…

—No necesita más reuniones públicas. No. El toque de queda continúa.

La miró fijamente. De repente, Gaeriel tuvo la impresión de que estaba esperando algo.

—¿Qué hizo el Imperio a la señora Belden? —preguntó para distraerle.

El hombre arqueó una poblada ceja.

—¿El Imperio le hizo algo? Permita que consulte mis registros.

—Sus dedos se movieron sobre un teclado empotrado en el escritorio. Gaeri se inclinó hacia adelante. —¿Qué opina de mi escritorio? Un solo bloque de un colmillo de marfil.

¿Aquello era un colmillo? De un metro y medio de diámetro, implicaba una boca monstruosa.

—¿Un ser marino? —preguntó.

Cada vez tenía más ganas de toser.

Nereus asintió.

—Ya extinto. Aquí está. Ah. —Sonrió lentamente—. La señora Belden fue condenada a muerte. Su marido accedió a una incapacitación permanente como precio de seguir en su compañía.

Gaeriel apretó los puños. ¿Orn Belden había… accedido… a que el Imperio…? No podía creerlo. Dio gracias de que Orn Belden hubiera muerto, porque no podría preguntarle si era cierto.

—Y ella se prestó a protegerle. Oh, sí —añadió, mientras estudiaba la pantalla—. Había olvidado los detalles. Utilizamos un diminuto ser del sector de Jospro, que infecta el neocórtex del cerebro. Socava la región y destruye la memoria lejana hasta unos límites moderados. Sencillo e indoloro de inocular, su marido y ella pudieron seguir juntos. Una pareja muy enamorada para su edad. Tosa, querida. Su frente está enrojeciendo.

—No lo necesito.

Tragó saliva.

Nereus enlazó las manos sobre el escritorio de marfil.

—¿Comió mucho cuando cenó con el comandante Skywalker?

Gaeriel sintió un nudo en el estómago. Aquella cena…

—¿Qué quiere decir?

Nereus movió una mano, un gesto desenvuelto y calculador en apariencia, pero sus dedos temblaron.

—Cuando los guardias apostados ante el apartamento de Skywalker informaron que usted había entrado, empecé a seguir el rastro de las señales que en teoría pertenecían a su número de identidad. Intercepté su petición de que enviaran una cena a sus aposentos… Estupenda treta, querida, pero no salió bien. Ordené que inocularan el plato principal de la cocina. Sus acciones, al igual que sus preguntas, la señalan como una colaboradora de los rebeldes.

¿Qué había hecho Nereus? ¿Iba a morir? ¿Y Luke? Si sólo pretendía asesinarla, no le habría contado lo que había hecho.

—¿Qué era? ¿Otro parásito? —preguntó, cuando recobró la calma.

Nereus sonrió.

—El tricoide olabriano pone vainas de tres huevos en la fruta madura. Las larvas se depositan en el estómago del anfitrión, y después emigran a los pulmones mientras el anfitrión duerme. Permanece en ellos uno o dos días, mientras crecen y se desarrollan las partes de la boca. Después empiezan a deslizarse hacia el corazón. Eso les cuesta un tiempo que varía según el tamaño y estado físico del anfitrión. Pasan al estado de pupas en un confortable charco de sangre, que poco a poco se coagula… Está pálida, querida. ¿Quiere descansar la cabeza?

Gaeri experimentó la sensación de que algo crecía en su interior.

—No se preocupe. La larva es extremadamente susceptible al oxígeno puro. Podrá curarse casi al instante… durante la siguiente hora. —Pulsó una tecla de su escritorio—. Doctor, traiga el botiquín CD 12.

—¿Lo ingerí en lugar de Skywalker?

Al menos, a Luke le quedaba una oportunidad.

—No. Recuerde, tres huevos en cada vaina. El es portador de dos. Estaba intrigado por el tercero. Puede estar orgullosa de su amigo, Gaeriel. Gracias a él, la flota ssi-ruuk se contagiará. Casi puedo garantizarle que ningún depredador natural de los tricoides olabrianos viaja con los ssi-ruuvi. Si conseguimos contenerles durante un día, venceremos.

La puerta se abrió. El médico entró a toda prisa, equipado con una mascarilla respiratoria, un frasco y un tarro de muestras.

—Sólo será un momento, Gaeriel. —Nereus enlazó las manos sobre el escritorio—. Colabore con el doctor.

La joven contempló el frasco y se preguntó qué contenía, además de oxígeno.

—Sólo si usted aspira antes.

Nereus se encogió de hombros.

—Tomaré un poco, si no le importa —dijo el médico. Aspiró dos veces y sonrió, exhibiendo la dentadura—. Su turno, Gaeriel.

Ella esperó hasta que el médico esterilizó la mascarilla, antes de apretarla contra su cara. El gas era inodoro. Inhaló de nuevo y luego miró a los ojos del médico.

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