La vida perra de Juanita Narboni (6 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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Esto está de lo peor: hasta los topes. Y, ahora, cuando por fin hemos alcanzado la barra, este imbécil pide dos chocolates, cuando a mí lo que se me apetece es un portofino. Claro, el niño no es alcohólico: maricón a secas. Así estás, táviro, te caiga un mal. Y, para colmo de males, eres un roñoso de tomo y lomo. Un chocolatito y la piñata a punto de estallar. Eso es, también mis nervios están a punto de estallar. Maldito, sacúdete la gola y lléname el chocolate de confetis. Si es que eres lo que eres, un mariconazo. Si lo sabré yo. Por algo te has puesto así —tengo una vista—, te has fijado en ese jial
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que acaba de entrar disfrazado de El Zorro y te has puesto nerviosito perdido, que a mí no me la das, mascarita, que te conozco. Me he puesto nerviosa yo, que soy más mujer que tú. ¿De dónde habrá salido esa maravilla? Con antifaz y sin antifaz, no adivino quién pueda ser. ¿De quién será hijo? De su madre, por supuesto. Y está... de lo mejor. Un hombre así es lo que me está haciendo a mí falta y no esto que tengo delante, que es la cabecita de un cojín. Están a punto de dar las doce y el chocolate con lo que quema se lo va a beber tu padre. Si yo pudiera decir todas estas cosas en voz alta... ¡No puedo más! Salgo huyendo, como una heroína, ¡huye, Juanita, huye! ¡Corre, heroína de mierda! Ese hombre te sigue, no vuelvas la cara por lo que más quieras, Juanita, corre, empuja, avanza, ¡qué sofoco! ¡Cómo me late el corazón! Colombina perseguida por El Zorro. ¿Llevará un látigo? ¿Me cruzará la cara a latigazos? Tal vez lleve una espada, no me he fijado bien. Estaría de ver que tú, Juanita Narboni, la niña buena de la familia, te vieras marcada por El Zorro un domingo de piñata en pleno Teatro Cervantes. No puedo creerlo, ¡qué imaginación! He de huir escaleras abajo, ni siquiera sé dónde estoy. ¿En qué piso? ¿Cómo he venido a parar hasta aquí? Tropezaré con la alfombra, caeré muerta, descabezada contra aquel tiesto de aspidistras. ¡Huir, huir, como la heroína de
La noche del sábado!
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.
La orquesta se ha callado, todo el mundo cone hacia el salón. ¡La piñata, va a empezar la piñata! Me la perderé. Esperar toda una noche para esto... Tengo un temblor de piernas. ¿Cómo puedes pensar que esa prenda de hombre iba a seguir a una Colombina de mierda como tú? ¿Lo ves? ¿Te has convencido? Nadie. Imaginaciones, espejismos... lo he perdido. ¡Adiós, hijo! Ya lo sé, nunca volveremos a vernos. Somos como trenes en una estación llena de niebla, no volveremos a vernos nunca, ya lo sé. Y si vieras la pena que siento por dentro, un estúpido amargor de boca y una sensación imbécil de desperdicio. Lo he desperdiciado todo: el tiempo, las palabras, y siempre por lo mismo, porque nunca me he atrevido a decir lo que siento. Es culpa mía. Pero cada uno es como es. Te quiero, mira lo que te digo, te quiero y te quené siempre, pero tú nunca lo sabrás, ni te enterarás. Es lo mío. Viviré constantemente de tu recuerdo. Tú, Zorrito, serás mi recuerdo de esta noche. Colombina de mierda, Colombina ajada, y como siempre acabaré convirtiéndome en un personaje ridículo. Uno más de esta ciudad. Como la señorita Rochi, que dicen que duerme con un muñeco de tamaño natural, vestido de apache, o como Miss Tuty, que en vez de ponerse violetas en el ojal de su traje sastre, se pone un manojo de verduras para la sopa. Un personaje ridículo, mamá. Tengo ganas de llorar. Que no me busque ese imbécil porque esta noche le abofeteo. Me he vuelto loca. Baja esas escaleras de una vez, Juani. Menos mal. Voy a retocarme un poco frente a este espejo. ¿Se me notará lo alterada que estoy? Adelante. Menos mal. Una sonrisa. Eso es. He llegado justo a tiempo. ¿Dónde estará mi Pierrot? Pienotito, Pierrotito mío, cómo te odio. Ojalá se le haya derramado el chocolate ardiendo por toda la gola. Quemaduras de tercer grado. ¡Deja ya de disparatar! No alborotes, Juanita. Ya sé yo lo que es esto. ¿Cómo es posible que no lo haya adivinado antes? La primavera está al caer ¿seré tonta?

Ya están ahí las señoritas elegidas, las piñateras, con sus cintitas en las manos, preciosas. ¡Ojalá se les caiga la piñata en la cabeza! Siempre me hechizó esa bola brillante que en cuanto estalla produce una lluvia de regalos y parece como si estuviera nevando en colores. La estúpida de mi hermana estaba como loca porque este año la eligieran. Mañana dirá
El Porvenir
en su sección «Tules-Ecos de sociedad»: «Fueron elegidas doce virginales señoritas.» Llevan años siendo virginales, son siempre las mismas. Lo que es mi hermana, de virginal nada, en todo caso, vaginal. ¡Así que te aguantas! ¿Dónde estará? Sí, sí, ya nos apartamos. Mira tú a quién han elegido maestro de ceremonias, éste es más maricón que mi novio. Mamá y el Monje inclinadas peligrosamente en el palco. No veo a ése por ninguna parte, ¿dónde estará? Ya apareció la Libélula. Vienes pisoteada, maldita, ¿qué habrás estado haciendo? Te aplastaron con el pie, asquerosa Libélula. Ya están las virginales señoritas colocadas. Un poco de música, maestro. Discursos, palabras y palabras. ¿Para cuándo? ¡Ya! ¡Una, dos y... tres! Se rompió la virginidad de las señoritas. ¡Qué emoción! ¡Llueven los regalos! Cieno los ojos. Empieza la tarantela. Todo el mundo a gatas, arrastrándose por los suelos, para recoger los obsequios. ¡Qué asco de gente! ¡Qué poca educación! ¡Qué metedura de mano! No, yo no me rebajo. Yo cierro los ojos y expreso un deseo. ¿Qué deseo? Zorrito, bésame. ¡Abajo los antifaces! ¡Qué algarabía! ¡Qué alborozo! ¡Qué lluvia de serpentinas, bombones y confetis! Sin empujar. La quadrille. Vamos a bailar... ¡La Virgen del Perpetuo Socorro se haga cargo de mi alma! ¿Qué es esto que tengo delante? ¡¡el zorro... en persona!! ¡Sin antifaz! Y ahora que lo tengo delante ¿de qué va? ¿De Zorro o de Fra Diávolo? ¡Qué más da! Me mira y me sonríe, el cabrón. ¡Me muero viva! ¿Qué me das? ¿Qué me tiendes? ¿No será un lazo? ¿Un mensaje? ¿Qué me está ofreciendo este loco? Es duro. Envuelto en papel de seda rosa, made in Gibraltar. Soy la mujer marcada. ¿Pero qué es esto? No puedo desenvolverlo... ¡Qué nervios! ¡Un rábano de azúcar cande! Se te caiga el masaj... ¿qué pretendes decirme con esto? Más claro no me lo puedes decir —no te vayas, mi vida—, no huyas, ¡qué animal más huraño! ¡Cómo estoy, madre! Estoy de lo peor. Un rabanito de azúcar. Juani, ¿te acuerdas del lenguaje de las flores? Claro, esto es una verdurita. Te parta un rayo. ¿Quieres decirme que te importo un rábano... o tal vez, sí —¿por qué no?: hay que coger el rábano por las hojas...—. ¿Qué rábano? ¡Indecente! ¿Dónde estás? ¡Qué misterio! Mira quién aparece ahora. ¡Qué poco dura lo bueno! Le temps d'un soupir. Bicho malo nunca muere. ¡Y cómo vienes! Claro que tú no eres malo, ni tampoco un bicho, en todo caso un bichito inofensivo: una mariquita. Prudencia. Hazlo por mamá, Juani. Sonríe. No frunzas el hociquito, lo siento. No quería perderme la piñata. ¿Te has enfadado, mi vida? Se ha enfadado. ¡Huy, qué desplante! Me ha vuelto la espalda, y con violencia. Con esos ojos tan grandes y esa boquita de fresón. ¡Que te zurzan! Yo tengo ya en el bote a El Zorro. Una mierda. Lo que yo tengo es una indignación y una rabia y unas ganas de matar a quien se me ponga por delante. ¡Lo bien que nos vendría ahora un terremoto, así acabaríamos todos de una vez! Me voy. Me vuelvo al palco. ¡Maldita sea la hora! Me refugiaré en ese palco. ¿Para qué hablaré tan mal de las personas, si al final no tengo más remedio que recurrir a ellas? ¿Qué hago con este rabanito? ¿Lo chupo o no lo chupo? Estoy llorando. Lo chupo. Está dulce. Mezclado con el amargor de mis lagrimas. Como en
Episodio
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,
destrozada, camino de ese palco. Pero aquella novela tenía su encanto y yo maldito el encanto que tengo, chupando un rábano como un conejito descangallado. Al final, caigo siempre en la misma trampa, el pobre conejo se enciena en su cajón. ¿Qué es esto? Este rábano se destiñe. Me estoy poniendo perdida. Se me ha manchado el pecho de rojo. Colombina ensangrentada, marcada por El Zono. ¡El susto que se va a llevar mamá! Esto va a terminar como un cuento de pena gorda. No puedo remediarlo, estas manchas que parecen de sangre me excitan. Eso es. Eso es. Violada por El Zono. ¡Qué mentira! Sí, mamá... Ya estoy aquí. Hola, Punta, ¿cómo estás? ¿Quién? ¡Ah, sí, tu hijo! No lo sé. Ni me importa. Violada por El Zo... no. ¡Hecha la puñeta, como siempre! ¿Cuándo nos vamos a casa, mamá? Estoy muy cansada.

Ya descansó
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. No tengo fuerzas ni para llorar. Tampoco esa pena que se ha puesto mi hermanita es normal, como viuda. La estaba viendo venir. A mamá, nunca le gustaron esas cosas. Una corona de claveles rojos y blancos: «Tus hijas no te olvidan.» Y otra de rosas blancas: «¡Qué solo me dejas, tu Ricardo!» Papá está loco. Esos ojos hinchados y ese entontecimiento no es sólo dolor. Es más «White Horse» que lo otro. Te conozco. No se puede poner en una corona eso que tú has puesto. Nunca hemos contado nosotras para ti, ya lo sé. Y, ahora, que no está la bendita, nos harás de sufrir a las dos todo cuanto gustes. Por supuesto, la pena más larga del año en cuanto se harte... Me la conozco. Y seré yo la mártir. La que tendré que estar al pie del cañón. Mamá, para mí es que te has ido de viaje, muy lejos. Ya hablaremos, mamá. ¡Cómo me hubiera gustado que estuvieras en estos momentos aquí, no «ahí»! No te puedes hacer una idea de lo bonito que está Bubana en esta época del año. ¡Quién me iba a decir a mí cuando vinimos a ver los primeros aviones que tú habrías de reposar al pie de esta colina! Lo que yo no quiero, mamá, es volver a casa. No esta tarde. Ha venido lo mejorcito de cada colonia: tus amigas hebreas, tus amigas francesas, Miss Bentley, haciendo juego con papá en lo que a bonachera se refiere. Bella Pinto nos ha invitado a comer y a pasar la tarde con ella. Nos ha traído las mejores dalias y los mejores crisantemos y dice que tiene su jardín precioso. Como ha llovido tanto esta primavera ha sido una eclosión. Yo no tengo ganas de comer, pero ella dice que nos conviene tomar el aire y cambiar de ambiente. Esa sí que te ha llorado de verdad. Ella sí que te ha echado en falta. Aquí es donde se ven las amigas auténticas. Sí, hija, sí. Ahí tienes a tu niña mimada. Como de costumbre, con el teatro de siempre, abrazada a Oreste Duppo con furor. ¡Que Dios me perdone!, pero nunca he visto una forma más descarada de meterse mano. El dolor. Y a eso le llama ella el dolor, y aquí, en este recinto sagrado. Vergüenza nunca la tuvo. ¿Sabe ella acaso lo que es eso? Eso es, palomita, apoya ahora la cabeza en su regazo. Ese abrigo de pelo de camello le sienta a él muy bien. Es muy guapo el niño. Y, claro, ¿qué va a hacer un hombre? Yo no encuentro regazo donde ocultar mi pena, mamá. Sí, Bella, mi reina. Nos comprendemos, mi vida. ¿A qué hablar? Está dando la nota. Si la pobre de mamá levantara la cabeza en estos momentos... No me digas nada, Bella, nos comprendemos. Están tan abrazados y ella lo agarra con tantísima fuerza que han estado a punto de caer en la fosa. Me hubiera alegrado. No por él. Por ella. Porque las habrá putas, pero como tú, ninguna. No tengo la cabeza en mi sitio. Se me va la cabeza. Bella, mi amor, abrázame. Te necesito. Sé cuánto quisiste a mamá en vida. Se nos fue lo mejor. Ya ves lo que quedó de los Narboni, incluyéndome a mí. ¿Cómo están tus niños? Estudiando en Inglaterra. Que Dios te los conserve, mi reina. En cuanto lleguemos a tu casa, me tomaré una aspirina. Le temo al regreso. Sí, ya lo sé, tendremos que pintar la casa, darle un aire nuevo, cambiar las habitaciones... ya lo sé. Pero en estos momentos no estoy de humor para nada. Un escarabajito me está acariciando la punta del zapato. Eso era lo que me faltaba: la madre de mi ex novio. Tendrías que haber venido disfrazada de monje, le décor te va. Sí, hija, ya lo sé. Te beso, porque, al fin y al cabo, tú no tienes la culpa de nada y has tenido el detalle. Un huevo y huero. Se acabó. Ya se acabó. Eso es, papá, vienes a mí. ¿Por qué no a mi hermana? Porque sabes que yo estoy aquí para eso, para soportarte, mientras esa pena —¿la estás viendo, mamá?, sigue agarrada a Oreste—. Vamos. Ya acabó todo. No quiero volver la cara. ¡Mira cómo crecen aquí las hortensias, mamá! En casa nunca se dieron tan bien. Muchas hortensias, mamá, no te preocupes. Yo cuidaré de ti. ¡Tendré que volver tantas veces! Charlaremos. Yo cuidaré de todo. Tú no fuiste feliz con papá. No te preocupes por él, conozco todas sus manías. No, mamá, no mientas, tú no fuiste feliz con él ¿a qué negarlo? Te hizo de sufrir, pero basta que tú lo perdones para que yo haga lo que tú me digas. Por favor, papá, maître Saurín quiere hablarte. Alegrina, mi vida, perdona, no te había visto. Ha venido tanta gente. Mamá siempre se alegró de verte, y yo también. Dame un beso. Estás muy graciosa con ese sombrerito. ¡Cuánto me alegro de verte! Perdóname. No te he hecho ningún caso. Ya sé que lo sientes, y lo sientes de verdad porque tú de mentira no has sentido nunca nada. Sí, ya ves. ¿La estás viendo? Ocupada. Sólo atiende a Oreste. No le hagas caso. Ya sabemos todos cómo es. Sí, hija, ven por casa un día de éstos. Perdona, voy a saludar a Rosario, se pasó toda la santa noche vistiendo a mamá, hasta dejarla como a una novia. Rosario, se me hace un nudo en la garganta, no puedo remediarlo. El vestido que te encargué el mes pasado tendré que teñirlo y me gustaba tanto ese estampado... Muchos besos, mi vida. Teñir ese vestido de negro, para una vez que me gusta algo... Pero ¿qué es la vida? Espérame, Bella... Mercedes, ¿para qué has venido? No hacía falta, mujer. Tú siempre estás cumplida. Y ahora tendrás que coger un taxi porque no habrá nadie que quiera llevarte. Sí, Bella, sí, ya voy. ¿Qué le habrá dicho maître Saurin a papá? Adiós, Alegrina, mi vida. ¡Adiós, Mercedes! ¡Que Dios os bendiga! ¡Sí, mañana, mañana rezaremos todas el Santo Rosario! En casa. Hoy no estoy para nada. ¿Adonde va ésa? ¿Es que no sabe que estamos invitados a casa de Bella? El niño tiene un Balilla descapotable. No cabemos todos en tu Packard, sí, ya lo sé, Bella. Pero no me digas que la cosa no es boyante. ¡Ah!, ¿pero también has invitado a Oreste? Bella, ¿por qué has hecho eso? ¡Anda, papá, sube de una vez! Gracias, Manolo. Gracias, hijo. Los años que llevas de chófer con esta familia. Gracias, hijo. Y no conas mucho, estoy como mareada. Sí, eso es, papá, ve tú delante con Manolo que yo iré detrás con Bella. ¿Has visto a mi hermana? ¡Qué bonito está el campo en esta época del año! No, no, gualo majandishi
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, no queremos lirios, ni mimosas. ¡Demasiadas flores para un solo día! Ten, ten, morito, toma diez francos. Eso es. Ya está. ¡Qué pesados! Por fin, ya anancamos. ¿Te importa que entorne los ojos? Mamá, a estas horas yo pienso que estás en otro sitio. ¿Cómo te diría yo? No puedo explicarlo. En un sitio donde ya has dejado de sufrir. Como en una ciudad toda blanca, con tía Carmen, con todas tus amigas y conocidas que se fueron antes que tú. Y que eres feliz. Descansada. Porque tú nunca has hecho daño a nadie. Ni siquiera con la lengua. Porque nunca dijiste mal de nadie. Te imagino charlando con tía Carmen, con Esther, con Nena Madison, con el doctor Cenano, con tantas y tantas gentes que se fueron. Mamá, para mí es como si no hubiera ocurrido nada, que te has ido. Y estás allí. Y yo estoy como dormida. Ahora se abre una verja, como en las películas, y el Packard hace un ruidito como si estuviera pisando almendras, y yo me siento tan cómoda..., yo que siempre me he dejado llevar. ¡Cómo tienes el jardín, Bella! Esa buganvilla es una gloria, y los pascueros en esta época del año... El dinero no lo es todo, hija. La clase. Y ésa la tienes tú desde que naciste. En silencio, sin molestar, que es lo bonito. Mira León, tu marido, cómo abraza a papá. ¿Y esa malograda de mi hermana, cómo es posible que no haya llegado todavía? No quiero pensar lo peor. Ya empezamos, con el cuerpo caliente todavía. No tienes reparos. Gracias, León, ¡cuánto os agradecemos todo! Papá ni se da cuenta, y la otra estúpida creerá que se lo merece, que es por su bella cara. Y todo esto se lo debemos a mamá. Ella fue la primera que entabló amistad con Bella, cuando niñas. Sí, mi reina, voy contigo, donde tú me lleves, donde quieras. Sí, ya sé, papá hablando en inglés con León. Yo estoy contigo. ¿Y esa pena? A chacun son destín. ¿Dónde me llevas? Sí, ya lo sé, León se ha quedado con papá. Donde quieras, mi vida. ¡Qué casa! ¡Qué esplendor! Ya han llegado ésos. Oreste dándole al claxon, muy moderno. Te sigo, mi reina. A tu dormitorio. Pero... ¿es que duermes sola? Sí, ya lo sé, costumbre americana. Los hombres son insoportables, pero yo no dormiría sola por nada del mundo sabiendo que tengo un hombre en casa. Bella, no me digas, como cuando éramos niñas, ¡qué maravilla! ¿todavía tienes la casa de muñecas? Bella, Bella, mi bien, ¡cómo vives! Mi hermana es de las que usan el tenedor y el cuchillo para comer tortilla. ¡Qué bochorno estoy pasando! La descansada de mamá cuánto se preocupó porque nos comportáramos como unas señoritas, para nada. Creerá ella que es fina. Eres fina para otras cosas. Para darle con el pie a Oreste por debajo de la mesa. Ya vi que ni siquiera usaste la cuchara para el consomé, a sorbos, como Hamruch cuando come jarira
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. Muy moderna en el vestir, y muy cateta para comportarte. ¡Esa risa! Esa risotada en estos momentos... ¡No tienes vergüenza! Hasta papá te mira. Hay cosas que no se pueden hacer. Desde pequeña lo aprendí, porque mamá nos lo explicó muy bien: las cosas que se pueden hacer y las cosas que no se pueden hacer. Mamá lo aprendió muy bien e intentó inculcárnoslo. Ya sé que no es fácil, te puedes equivocar, pero no tanto. Es elemental. En estos momentos lo siento por León, aparte de que me gusta, es tu marido Bella. ¿Qué pensará? Que somos españolas. Y lo somos, lo somos por mamá aunque tengamos pasaporte inglés. Pero ser española no quiere decir meter la pata, hay una categoría, hija. Y también lo siento por Oreste. ¿Qué pensará? Al fin y al cabo es un muchacho bien educado. Por supuesto que él, en viendo unas faldas, estará ya más que acostumbrado a tratar con pendonas de toda clase. Se me está apeteciendo un poco más de mousse, pero no me atrevo a pedirla, no es de rigor. ¡Qué servicio, qué maravilla, cómo está montado! Sí, Bella, mi reina, daremos un paseíto por tu jardín mientras los hombres toman el café y la copa en el salón. Lo estoy presintiendo, ya me lo veía venir: la mujer moderna se va con los hombres. Tú también tomarás café, copa y puro. Asquerosa. Tú hablando de política, cuando lo único que te interesa de la política es lo que yo me sé. Los republicanos... ¿qué sabrás tú de republicanos? El Negus..., pero si eso ya pasó. Ahora que me acuerdo, tenemos que mandarle un paquete a Sagrario Montero. Azúcar de cortadillo, café, leche condensada y ciganillos. Ella siempre fumó. Creo que en Madrid lo están pasando fatal. Bella, tendré que pedirte un favor. León, en su coche, valija diplomática, no tengo más remedio que pedir ese favor. Con lo buena que fue Sagrario con nosotras en un momento difícil, pobrecita, esta misma noche le escribo una carta contándoselo todo. Irse a Madrid a pasar una temporada y quedarse tres años. ¡Pobrecita mía! ¡Qué guapa era Sagrario! Bella, ¿te acuerdas? Se vestía como Rosita Díaz Jimeno. ¿Qué me vas a decir? La violaron los milicianos. ¿Quién fue la pena que me dijo, o me insinuó, que no estaba tan destrozada como era de parecer? La mala lengua de Sonia Montijano. Para ella es que la cosa le gustó. Envidia. Mierda para su boca. Eso hubiera querido ella, que vinieran ahora mismo los milicianos y le partieran la cara. ¿Cuándo ha dicho León que iba a Madrid? Tengo que enterarme. Habla, habla y suelta por esa boca todas las estupideces del mundo. Como dice el padre Ambrosio: No hay peor pecado que el de las lecturas mal digeridas. ¿Qué sabrá ésa de todo eso? Mira lo que te digo, la idea de hacer algo por Sagrario, de mandarle un paquete me tranquiliza. Es como si de pronto tú, mamá, me hubieras dado un beso. Tengo como repeluco, estoy como destemplada sentada en este banco de piedra, eso es lo que tiene esta maldita ciudad, mucha humedad, y no me atrevo a ponerme un pañuelito debajo por no ofender a Bella. El panorama desde aquí es increíble. Dicen que esta ciudad, como Roma, descansa sobre siete colinas. Altibajos. Ahora comprendo la ruina de las grandes familias. Estoy disparatando, pero me encanta disparatar. ¡Qué panorama más bonito! Las casas esparcidas, y ese ciprés invadido de geranios, y el olor de la tiena y la noche que he pasado, para mí se quede. De esto ha tenido la culpa la pobre de Rosario, en ese empeño suyo por cuidar de los muertos. Tengo el olor a cera, todavía, metido en las narices. Un olor que nunca olvidaré. Y los rezos. Las amigas de mamá serán muy buenas y muy santas, pero ¡qué pesadas! A mí me gustaría ser como mi hermana pero de otra forma, no sé cómo explicarlo. Mejor que no lo explique, quedaría de lo peor, como cada vez que intento explicar algo. Estoy muy bien aquí, ¿Y sabes lo que se me apetece? Un vasito de té moruno. Estoy destrozada. Eso es lo que estoy. Y no como Sagrario Montero, eso quisiera yo. Eso, estoy disparatando, mientras esa condenada estará disparatando en voz alta más que yo. Yo pensando en imposibles y ella hablando de política. ¿Por dónde irá ahora? Me la dejé con el Negus... Pretextos, hablar por hablar, cuando a ella lo que le interesa en estos momentos son los labios de Oreste, como si no la conociera. Bella, mi reina, ¡qué noche he pasado! Automática. Dando la mano a todo el mundo. Que no han parado de venir: todo el consulado inglés por papá, la legación de España por mamá, que hasta han venido las hijas del canciller, muy modositas y muy educadas. Me enternecieron. ¡Qué conectas! Marmita Medina con una de las vendedoras, tan nerviosa estaba que ni siquiera le pregunté por el niño, mamá lo quería mucho, tengo que hacerle un regalito. Y Germaine Laroc con su madre cuando lo que yo hubiera preferido es que hubiera venido con su hermano. Bella, tú me mandaste los mejores crisantemos del mundo, y me llamaste por teléfono. Y a última, última hora, Otilia, Lucila y Mercedes. No vino Celia porque a esas horas no había autobús desde el Zoco de los Bueyes, pero me llamó Ángeles. Y hoy habéis estado casi todos en Bubana, que nunca lo podré olvidar, que se me saltaron las lágrimas de emoción y de agradecimiento, porque todas, todas, conocíais a mamá. Y yo mirando de reojo a mamá, cómo reposaba, más bonita que nunca, con la belleza de la muerte, esa serenidad que ya no es de este mundo. Dos veces fui a la cocina y me eché unos lingotazos de coñac. Como una ordinaria. Al final acabé entontada, leyendo el
ABC;
me enteré que la atleta catalana María Tonemadé cambió de sexo
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. Tenía en su poder varios records nacionales. El padre de la muchacha, del muchacho, o de lo que sea, solicitó el cambio de nombre en el registro civil. Alelada me quedé, parece mentira que esas cosas puedan ocurrir en el mundo. Lo que te quedará que ver, Juani, y por muchos años, mira tú que si de pronto a esa marrana de mi hermanita se le ocurriera cambiar de sexo, sería de lo peor, convertida en macho: un mariconazo, el escándalo de la familia, porque ella por tal de dar la nota, haría lo que fuese, a lo mejor se liaba con Adolfito. Juani, deja las cosas como están. Yo me quedo como extasiada cuando leo esas cosas. No, no, por favor, Bella, te lo agradezco en el alma, pero no me gusta que corten las flores delante mía. Para mí las flores están bien donde están, y cuando era pequeña y veía cómo alguien desgajaba una rosa, era como si cayera la cabeza de María Estuardo. Comprendo que en el cuarto que tenemos un vaso de cristal de Bohemia, que no sé de dónde salió, me impresionan, pero me entristecen, es como si tuviera las cabecitas de unas muertas. Y comprendo que al lado de una buena fotografía de mamá

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