Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
Aquí me tienes. No he podido venir antes. Ya has visto la lluvia de estos quince días. Mira cómo está ese geranio. Y lo verde que se ha puesto el campo de repente. He venido con ésta. Hamruch, mi reina, di algo. Salama likum, eso. Me la he traído para que vaya por el agua. No he encontrado otras flores, te he traído lirios y mimosas. ¿Sabes qué me pedía Monsieur Mollo por un manojo de rosas? ¡Un dineral! Y a ti, como a mí, nunca nos han gustado las rosas, ni los claveles. Ya lo sabes. Papá, bien, se jubiló en el peor momento. El despacho le ha quedado de dar gritos. Los Licudi le vendieron el tresillo Morris, parece un despacho del Consulado. Se acostumbró al lit du camp. Y como de un tiempo a esta parte sólo fuma en pipa... No, no. Yo tampoco, mi reina. Los puros no los puedo soportar. Él se retiene. Enrique Coronado le regaló una caja de «Romeo y Julieta», pero él se retiene. Ha envejecido. Pero ya sabes, mamá, que él siempre fue viejo. Sí, está bien. ¿Ella? Con sus locuras de siempre. Empeñada en que me vista Apolinar. Ya has visto cómo he venido. Perro que ladra no muerde, pero a ti nunca te gustó el luto. Esto me parece bastante discretito. Negro. Y los lunares ¡son tan pequeños! Rosario quería que le pusiera un cuellecito de piqué blanco, al final me lo he hecho de quita y pon. Para más adelante. Ella no, ella ha escogido el gris, y ha sido muy discreta. Ya sabes cómo es. En fin, mamá, qué quieres que te cuente. Acabamos de salir de una guena y parece que nos metemos en otra. La ciudad se está llenando de polacos. Judíos. Aquí los llaman polacos, pero son de todas partes de Europa. Han abierto tiendas. Una al lado de casa, que se llama La Buena Estrella. De comestibles. Y los más ricos han puesto oficinas. Tengo muchas cosas que contarte. Parece mentira que en tan poco tiempo hayan ocurrido tantas cosas. Oreste ha empleado a la memloca en su fábrica de pastas, perdona, mi bien, yo la quiero mucho, pero no la tolero. Está como de cajera en uno de los almacenes. Ella dice que de secretaria, bueno está, la dejaremos. Ya sabes que Oreste, al final, se casa con una italiana. La vi el otro día en la misa de once de la Purísima. Es muy delgada. Rubia. No es guapa, pero tiene algo. ¿Qué esperaba esa idiota? Iba del brazo de mamá la condesa, por lo visto el pobre de Oreste tiene que marcharse. A la guena. ¿Cuántas guerras llevamos ya, mamá? En el café Central hay una orquesta de mujeres y se ha puesto de moda una cosa que llaman el «Lambeth Walk». Todas las niñitas judías y españolas lo bailan por la calle Nueva. «Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis...» ¡Mira tú qué novedad! La tela es de Benchimol, baratita, un saldo. Y la buena de Rosario se ha portado muy bien. No quiero decirte las facturas que pasa Apolinar. Sí, mi bien. Me quedé con el anillo de platino y los brillantes, y aquellos pendientes de esmeralda. Anteayer los llevé al Crédit Mobilier. No los he empeñado del todo, pero he pedido un crédito. Con lo de papá sólo no podemos. Duermo en tu alcoba. Discretita, ¡qué remedio! Se empeñó... ¡No me pidas que te cuente! Yo creo que se lo ha gastado todo. Se ha comprado una cama laqueada en el Palais du Mobilier. Y un armario. Y a Bella le compró un tocadiscos —ahora se llaman así porque son eléctricos— que su marido se trajo de Estados Unidos. No, azul. La alfombra azul, y un diván con cojines azules... Mira lo que te digo, hace bonito. Y ha enmarcado todas sus fotografías. Muy cinematográfico todo. Pero no está mal. Ya la conoces, no para en casa. Prometió venir, pero ya sabes cómo es. No. El dinero se le va todo en trapos. Marinita Medina me ha sugerido que haga redecillas. Mercedes me está enseñando. Se han puesto de moda. Marinita ha tenido que añadir un escaparate con cositas. ¿Te acuerdas de aquellos sombreros que le llegaban de Checoslovaquia? Nada, se acabó. Y ella es muy buena para los aneglitos. La hermana de Esther le está haciendo mañanitas. Y la de Castagnone le lleva gafas de sol. ¿De dónde las sacará? Oreste botones e hilo... Entre todos nos ayudamos. Es un momento difícil. Ya te contaré. No acabamos de una para empezar en otra. No. Despacio. Mira, éste es el escarabajito de siempre. ¿Vienes a saludarme, mi rey? Estos zapatos son los tuyos, mamá. Me están bien. Un poco grandes. ¡Pero son tan cómodos! ¡Y tan buenos! Es como si anduviera con tus pies. Momentos difíciles. Papá, encenado con la radio todo el día, oyendo las últimas noticias de la BBC, que por desgracia nunca son las últimas. Hamruch sale a primera hora a comprarle los periódicos. No, no da mucho que hacer. Toda la lucha ha caído sobre mí. Madeleine Cornillaud me ha regalado una agenda «Peugeot» y en ella apunto los gastos. No quieras saber cómo se ha puesto todo, de lo peor. Ahora te hablaré. No, no, verduras y carnes hay, pero pan, azúcar, petróleo, carbón... Hoy ha atracado en la bahía una escuadra. No, no lo sé. Inglesa. Mira, ya sabes que yo nunca me entero muy bien, pero con la cara de papá tengo bastante. ¿Quiénes son ésas? El pescado, como siempre, de lo mejor. Salidito de la mar, gracias a Dios. Hamruch, mi reina, ¿quieres anancar de ahí esa yerba? Que Dios te lo pague. Odio las ortigas. Bueno, pues como te iba diciendo, no fui a la novena de San Antonio porque me encontraba muy cansada. Ya sabes tú lo que es una casa, lo hemos cambiado todo. El pasado día doce, a las once de la mañana, entraron las tropas españolas y ocuparon la ciudad
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. Yo estaba limpiando un pargo en la cocina ayudada por esta loca de Hamruch, cuando oímos los tambores y los clarines y las dos salimos corriendo al balcón de tu dormitorio. A Elena le pilló en la tenaza del Bretagne con Amanda y su grupo. Cuando yo oí lo de «soy el novio de la muerte»...
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se me pusieron los vellos de punta. Me acordé de ti, porque sé lo que a ti te gustan esas cosas. Todo fue muy rápido, y no sabíamos si reír o llorar. Papá no estaba en casa, había ido a cobrar. Y Hamruch, como una niña chica, aplaudía y gritaba —ya sabes cómo gritan ellas—. Yo, la verdad, te lo digo, tuve un presentimiento. (¿Quién será ésa? ¿Dónde he visto yo esa cara?) Mira, mamá, tengo muchas cosas que contarte, pero me he dejado puestas en el agua unas lentejas y temiendo estoy... Ya conoces a tu hija y a tu marido. Sí, mi reina, ¡claro que les eché bicarbonato! Bueno, pues ahora están deteniendo a todo el mundo. Al hermano de Marinita Medina, que se pasó toda la guerra española con la camisa azul y el brazo en alto, lo han llevado a El Hacho
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porque dicen que antes de la República era anarquista y que no tenía bautizado a los hijos. El marido de Magda se está hinchando a fuerza de delatar gente. En Tetuán, las puertas de las casas de los masones las marcan, como en Alí Baba, y por las mañanas se llevan a los hombres y los fusilan. A la hermana de la Momi, a la Quemada, la han fusilado por espía. Los españoles que han llegado denuncian a los judíos soi-disant que están en el Servicio Secreto y se los entregan a los alemanes. Dido Zanaf, advertido por Noli Guenero, no fue a las nogas el viernes y pudo refugiarse en el Consulado Británico, donde pusieron una lancha a su disposición y en medio del Estrecho alcanzó a su familia que huía para Inglaterra en un cargo. ¿Qué clase de juego es éste? A Caridad la han pelado y le han dado aceite de ricino. Todo este ambiente de tenor mezclado con el joqueo de siempre: de la Embajada americana nos han mandado unas invitaciones para ver esa película de una novela americana que tú leíste en francés, una que tenía algo que ver con el viento y que te gustó mucho
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. Eugenia no hace más que llamarme por teléfono para ver si le consigo invitaciones. Y tu hijita menor está como alterada con la dichosa peliculita. Eso, al mismo tiempo que sale con un militar valenciano y se pasean por el bulevar; todas andan como enloquecidas. Al Roma Park ha llegado una orquesta de refugiados, la «Walter Do-Re-Mi», que está haciendo furor. Los falangistas fichan a todos los españoles que van al Kursaal y hay que andar con un ten con ten que para mí se quede. Estado de terror. Ya te puedes imaginar cómo tengo los nervios... Aurelia, que fue siempre como rojona, y era de las que tocaban hierro cuando veía pasar a un franciscano, ahora es la primera que levanta el brazo y todos sus hijos llevan boinas rojas. Tenemos que andar con un sigilo... Papá nos reunió anoche en su despacho y nos recomendó prudencia, nosotras estamos protegidas por la bandera inglesa, pero dime tú, pedirle pmdencia a quien tú sabes, que siempre fue la mujer más imprudente del mundo. Hamruch, mi vida, llena ese jarrón de agua, ¿quieres? A ésa la conozco yo de algo. ¡Lástima que estés donde estás porque también están dando
Cumbres borrascosas
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en el Kursaal, esa novela que a ti te gustó tanto! Escarabajeo, ¿quieres dejarme en paz? No, no es nada, es el escarabajito de siempre. ¡De buena te has librado, mamá... no te puedes hacer idea de lo que es esto! Colas para todo. Menos mal que del Consulado nos mandan té, galletas crackers y mermelada. Lo peor es el carbón, el aceite y el petróleo. Nos han dado unas cartillas, como si estuviéramos en la infancia... y han nombrado gobernador a quien tú sabes
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. Las hijas y la mamá nos han quitado el saludo, mira tú qué pena, son unas pavas. ¿Qué será de nosotras, mamá? Frente a casa han abierto una sastrería, sus dueños son polacos. Papá fue a que le arreglaran el traje negro de alpaca que tenía y nos contó que la mujer del polaco está marcada a fuego con la Estrella de David. ¡Qué honor! ¡Las cosas que el hombre contó...! Toda la familia se ha quedado allí, en unos campos de concentración. Y ellos están pálidos y asustados; a mí me dan mucha pena. Pero no quieren hablar con nadie. Los judíos de aquí parecen no enterarse de nada. Desde luego, traen el terror marcado en la cara. ¡Ah, se me olvidaba!: se ha refugiado en la ciudad el todo Gibraltar. Anoche me llamó Sonia Cavilla, y cuando se enteró que estabas aquí, la pobre, ha quedado en venir a verte conmigo un día de éstos. ¡Qué desbarajuste, mamá! ¡Claro, ya sé quién es ésa! Me mira. Yo también te miro, hija... Nos conocemos de algo. ¿Sabes quién es, mamá?
La que mató al taxista, tú la conoces... aquel crimen... Lo tiró al mar por el espigón. Me miras. ¡No agaches la cabeza, mujer! Te sonrío. Eres muy guapa, hija. ¿Cómo estás? ¿A quién tienes aquí? A tu madre. Sí, sí, ¡claro que te conozco! No llores, mujer. No la has matado tú. A tu madre no la has matado tú. La han matado las circunstancias. Eso se olvidó. Conque eres bordadora y remendadora, pues mira, estoy por decirte que vengas un día a casa, tenemos trabajo para ti. ¡Claro, hija, ¿qué me vas a decir a mí de la colonia española?, mucha caridad y mucho cuento, pero a la hora de la verdad... Claro, todas las familias judías y extranjeras de la ciudad. Tolerantes. ¡Ah, conque Marinita Medina también te está ayudando? Pañuelitos de crochet. Pues como no me dé prisa... No, hija, aquello fue un mal paso. Los hombres son unos canallas. Unos porque son demasiado hombres y otros porque son unas muñequitas de biscuit... Te engañó, claro que te engañó, eso lo supo todo el mundo. No exageres, nadie tiene nada contra ti, unas cuantas mezquinas, se les caiga el massaj... Por supuesto, tu cuñada, la familia, ya se sabe, y los trastos viejos, mejor cuanto más lejos, todo se arreglará, mi reina, todo se aneglará. ¿Verdad, mamá? Sí, ya sé que tú estás de acuerdo conmigo, y ahora, con tantos militares en la ciudad... Eres muy guapa. Bueno, lo siento, hija. Te acompaño en el sentimiento. Sí, eso es, a final de semana. Ya sabes dónde tienes tu casa, te esperamos, no te preocupes. ¡Pobrecilla, cómo me lo agradece, se lo noto en los ojos! Parece mentira que haya tanta gente sin corazón. ¿Has visto, mamá? Hamruch, recógelo bien todo, que nos vamos. Bueno, mamá, no te digo más, hasta pronto, mi cielo, un beso. ¡Qué beso más frió es el de esta lápida de mármol! Ha quedado muy bonito el sepulcro. Padre Nuestro que estás en los Cielos... Una abeja. ¡Hamruch, espántame esa abeja! Dile adiós a la señora. Eso es. ¡Vamos, vamos, que si nos descuidamos las lentejas se habrán convertido en puré! No, nada de autobús, un taxi. ¡Gualo, gualo majandushi! Perdone, hermano... —te conozco, de aquí te vas a Los Claveles y te lo gastas todo en vino...—. ¡Mira, Hamruch, un taxi! ¡Páralo! Menos mal. ¿Cómo te llamas? Esperanza, ya, ¿esperas el autobús? ¿Hacia dónde vas? No, mujer, si no me cuesta ningún trabajo, te dejaré en el Zoco Grande. Anda, sube, Hamruch, pasa delante, mujer. Y tú no sufras, mira tú lo que se me da a mí que me vean contigo. Anda, sube de una vez. El dolor y la desgracia nos une. Sí, sija, sí, el negro es molestísimo cuando aprieta el calor. Yo no llevo luto riguroso, discretito. A mamá no le gustó nunca. Sí, sija, sí, se ha puesto todo de lo peor. ¿Y hace mucho tiempo de lo de tu madre? Ya, cuando saliste de la cárcel. Calla, no hables de eso. Olvídalo. Ya verás cómo dentro de un par de meses no te acuerdas de nada. El tiempo lo cura todo. ¡Si lo sabré yo!
¿Qué te entró, mi rey? ¡Ésta es la locura del siglo! Semejante despilfano nunca vi. Si estuviera con vida la descansada de mamá, seguro que no hubieras hecho nada de esto. Ten cuidado con lo que pides, lo bueno, porque aquí debe de costar todo un dineral. No, no lo niego, es muy bonito, y al aire libre. Ya has visto cómo la malvada de tu hija predilecta se ha negado a venir. Eso te ha dolido, no lo puedes negar. Está como enloquecida con ese hombre. ¿Qué la dio? Ya no quiere nada con nosotros. Eso es, cambia de tema. No te interesa el asunto. Si hubiera sido yo, ya estarías soltando por esa boca. Más vale caer en gracia que ser gracioso, y la que te rondaré, morena, no será la última. No te preocupes. Tú no la conoces como yo la conozco, ni siquiera has puesto un pie en su alcoba, que si vieras lo que yo llevo visto, visto y callado, su cuarto parece una leonera, es el camerino de una tanguista barata. Sólo Dios, Hamruch y yo lo sabemos, en una mañana, la de hoy, entre Hamruch y yo hemos contado diecisiete sostenes. En eso se le van los dineros. No quisiera ser pájaro de mal agüero, pero al final, a la única que tendrás a tu lado será la que tú sabes: a la aquí presente. Algo de eso te estás oliendo tú cuando te muestras esta mañana tan comunicativa conmigo. Le vas teniendo miedo a la soledad. Ya era hora. Desde que nací, me sentí sola. Ya estoy acostumbrada. Ya era hora de que supieras lo que eso duele, no lo sabes tú bien. Nunca me has hecho caso, ni a mamá ni a mí. Ahora que te tengo enfrente, al aire libre, y me doy cuenta de lo feísimo que eres —que Dios me perdone—, es cuando entiendo menos que mamá pudiera casarse contigo. Claro que de joven no eras así; hay una fotografía en el álbum de cuando pretendías a mi reina bendita, a la descansada de mi alma, en la que no estabas mal. Te la hizo Bruzon en Gibraltar. ¡Qué de cosas feas no habréis tenido que hacer los hombres para cambiar de ese modo! Mamá lo decía: los hombres son todos unos viciosos. ¡Qué asco! A veces me entran ganas de hacer lo que hacía Carmencita Mondeño, que en cuanto le daba la mano a un hombre, iba corriendo a lavársela. ¡A bueno está de pensar locuras! Y pensar que conociste a mamá en el Terraplén un Mardi-Gras, cuando ella pasaba en una carroza metidita en una cesta, disfrazada de pensamiento... Siempre dijeron que era una flor que traía mala pata, y algo de verdad hay en ello, porque de aquel encuentro y aquella flor, mira ahora los frutos: una desdichada como yo y una puta como la otra, ésos fueron los resultados. Con razón le tengo yo tanta manía al carnaval, menos mal que lo suprimieron, no quiero acordarme del último al que fui con la descansada de mamá. Ya habrás visto que esa memloca vuelve cada noche más tarde; ésa heredó la cabeza loca de los Narboni. Salió a tía Nelly, a tu hermana, de la que por lo visto nunca nos habéis querido hablar, mira tú qué imbecilidad, buena es tu hija Elena para no averiguarlo. Lo sabemos todo, hijito. Delante de mamá, prometimos no decir palabra para no acongojarla, pero ahora, deja que se presente la ocasión, que tengo unas ganas de soltártelo... ¿Crees que no sabemos que se escapó con un tenor la noche que estrenaron en Gibraltar
La canción del olvido?
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¿Y que cuando pidió la separación ante los tribunales de Su Majestad tuvo que enseñar la espalda llena de cardenales delante de Mis Honour? ¿Que fue la comidilla de toda la calle Real? Muchas lenguas perversas aseguraron que aquéllos no eran cardenales y que ella misma se había producido aquellas manchas aplicándose los parches de Sor Virginia... Todo se sabe, mi rey, todo. Pronto no quedará en esta ciudad quien no sepa quién es la gran puta de hija predilecta que tienes, porque, al fin y al cabo, tía Nelly ingresó en el convento de Nuestra Señora de Loreto, pero ésta, ésta acabará sus días en El Gato Negro
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. Tú piensas que yo soy una débil, pero lo que no sabes es que los débiles, cuando queremos, tenemos mucha fuerza. Me das pena, no me mires así. Il est gaga le pauvre! Yo he tenido siempre mejor cutis que ella, me he lavado la cara con agua fría y jabón, no he necesitado nunca de tanto potingue. Y mis piernas son bonitas, no creas. Es lo más bonito que tengo, lo que pasa es que soy una señorita decente y no las enseño. Deja de mirarme con esa cara. No sé lo que quieres decirme. Me miras con perversidad. Lo que me faltaba, eso es, di ahora que de perfil me parezco más cada día a mamá... No te doy un par de bofetadas porque eres mi padre. Me estás bailando el agua, ¿no es eso, bandido? No quieres quedarte solo, presientes que se te escapa la favorita y que yo... Bueno ¿y por qué no? Porque yo, el día menos pensado... ¿crees que no puedo coger el petate y escaparme? Sí, lo sabes, estás demasiado seguro de tu juego. Sabes muy bien que sería incapaz de escaparme sola... Si yo encontrara un hombre, uno de esos hombres que te cuidan cuando estás enferma, como Spencer Tracy, o te salvan cuando te vas a tirar por un puente y te estrujan a besos para luego darte un par de bofetadas como Clark Gable... ¡Mierda de cine, el daño que le ha hecho a una! Por lo que más quieras, no me cojas las manos, no me cojas las manos que grito... Mira que grito... ¿quién me iba a decir que a mis años me iba a convertir yo en
La Malquerida
?
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. Nos están viendo. ¿Quieres dejar esa mano de sapo de una vez? Que no pueda yo abrir la boca porque eres mi padre... Sí, sí, garçon, una tortilla de champiñón para mí. Tú escoges los vinos, daddy dear, te caiga un mal. ¿Para después? Lo pensaré. Gracias, guapo. No está mal el camarero, y además me ha salvado. Ha salvado a Esmeralda cuando Quasimodo intentaba sobarla desde lo alto del campanario. ¡Qué desgraciada soy! ¡Señor, Señor, dame la paciencia necesaria para soportar todo esto! El cuarto: honrar padre y madre. Mamá, mamaíta, tú que estás en los cielos protégeme contra el cerdo libidinoso de tu marido, que dicen que es mi padre... ¡Perdona, mamá, perdona mi bien, no quise decir eso! Pero es que estoy harta. Y mira lo que te digo: no puedo más, y tú ya me conoces, y el día que se me calienten los sesos, no quiero ni pensarlo, estallaré, huiré, me meteré a monja y lo dejaré agonizando, anastrándose como una babosa por toda la casa. Tienes razón, mamá, ahora comprendo cuánto has debido sufrir en esta vida tenena, ¡cuánto, pobrecita mía! De buena te has librado. Iré a verte, te lo prometo, mañana mismo iré a verte, pero por lo que más quieras, haz algo, porque tú no sabes cómo está hoy daddy, no, no creo que haya bebido, está sentimental... y, mira, perdona lo que te voy a decir, es un mal pensamiento y prometo confesarlo al padre Alfonso en cuanto pueda, yo creo que también está cachondo. No me regañes, mamá. Ya sé que ésa no es la palabra más apropiada para los labios de una señorita, pero es la más indicada. ¡Mamá, haz algo! Eso espero, mi reina, que Dios te bendiga. Ya sé que estás conmigo, te siento, te presiento. Ya pasó. Me secaré las lágrimas con disimulo. Te lo juro, ya pasó todo. Mira, me río, ¿lo ves? Mira cómo me río, mamá. Sí, daddy dear, se me ha metido un mosquito en un ojo o una mota, no, gracias, con tu pañuelo no... Mamá, por lo que más quieras que no saque su pañuelo... Otra vez este hombre. Merci, garçón, cette omelette a l'air délicieux. ¡Langostinos con mayonesa! Eso es, yo prudente, para que no gastes, pido tortilla y él, el muy..., pide langostinos con mayonesa. Se me van los ojos detrás de ellos. Agacharé la vista. Mamá, por Dios te lo pido, por lo que más quieras, haz que no me los ofrezca, que no me los pele con esas manos, que no les ananque las cabecitas y los sopee en la mayonesa para ofrecérmelos, porque te juro que los vomito aquí mismo. Gracias, mamá, mi vida. ¿Te das cuenta? Ni se le pasa por la mente, se los está comiendo con la mayor glotonería y ni siquiera se le ocune... Siempre lo dijiste: es el hombre más egoísta del mundo. ¡Mira cómo le chorrea la barbilla, qué vergüenza me da verlo! Límpiate con la servilleta, por favor... No ha tenido ni siquiera el detalle. Eso es, ahora échame vino en la copa, «Diamante» blanco bien frappé, claro... Pretenderás embonacharme. ¡Qué hombre más retorcido! ¿Habráse visto grosería mayor en el mundo? Corriendo la otra se iba a aguantar como yo me aguanto. Pero te juro por lo más sagrado que aunque me ofrecieras el plato entero lo rechazaría. ¡Por éstas! ¿Pensarás que yo me vendo por un plato de langostinos con mayonesa? ¿Qué se habrá creído el tío éste? ¿Cómo has podido aguantar, mamá, todo esto durante tantos años? No lo comprendo. Por prudencia, como yo, y por no hacernos de sufrir. Si estuviera aquí la otra... pero la otra está con eso que le salió, que maldita sea la hora en que llegaron las tropas, que están todas como dislocadas. No paran. No quería decírtelo, pero ya va a los bailes, para que te enteres, que esta mañana no me he echado a llorar por no llamar la atención, pero encima de su cama había billetes de una tómbola, una que han dado en Villa Harris a beneficio de los soldados italianos... ¡Traidora, si eso lo supieran en el Consulado inglés! Se llevó el vestido de noche en una bolsita de lana y se ha vestido en casa de Amandita. El teléfono estuvo ayer repicando, que no paraban las llamadas. Y todo en contraseñas, como siempre, para que yo no me enterara, pero tú sabes que yo me entero de todo. Esta tortilla me está sentando como el veneno de los Borgia. Te juro por éstas, mamá, que lo que yo estoy pasando para mí se quede... que todo lo hago por ti, bien lo sabe Dios, pero si es verdad como dicen, que en el cielo hay una recompensa, hazme una señal, porque yo lo soportaré todo. Pero mira tú que si, encima de lo que estoy pasando, al final voy al infierno, para mí se quede, es que no hay justicia en el mundo, ni divina ni humana. Sigue, hijo, sigue sorbiendo langostinos, que por no soportar el mido... Y la otra de kermesses. Manana, que parece que la estoy viendo. Claro, hija, de Apolinar, ¿de quién iba a ser el vestido? Se lo hizo en secreto. Deja que yo me lo tropiece, nos vamos a moñear. Claro, lo que te digo, como si la estuviera viendo, con esas entradas suyas, exigiendo focos, ya sé dónde te van a poner a ti ese foco, será un foco de infección. Dios quiera que no vuelvas un día a casa mal enfocada. Te digo, mamá, que estoy pasando las de Caín... Non, merci. Un tournedos pas trop grillé. Gracias, mi vida, que Dios te bendiga. Lleva anillo de casado, el cabrón, para mí se queden esos ojos... El de los sorbidos sigue en completo estado nirvanático, Dios quiera que le dure. Merci, merci. «Ay Beni, ay Beni, ay Beni Bujafara, el cielo de Mahoma lo llevas en la cara...»
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. Oui, oui, mon cher, vraiment exquise... ¡Ay, mira tú quién llegó! Esto era lo que me quedaba de sufrir. No, papá, tú no la conoces. Me saluda porque la conozco, desgraciadamente. La conozco de vista. No lo sé. De origen griego. Una mujer muy rara. ¡Y tan rara! Siempre que la he visto me ha traído una suerte preta. Dos días antes de que se fuera mamá para siempre me la encontré en Galeries Lafayette. No, daddy, dear, no es amiga de la memloca. Son de esas gentes que vinieron por aquí después de la primera guerra, el padre tenía una tiendecita de especias a las puertas de la calle Senmarín. ¿Qué es lo que me espera ahora, mi vida? ¿Qué nuevas cajarás
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me esperan? Para unos minutos de felicidad que tiene una, lo caro que tiene una que pagarlos. ¿Qué cuervos negros revolotean ahora sobre mi futuro? ¡Jamsa, jamsa
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, se lleve el mal! No lo sé, papá. Tampoco es normal el interés de este monstruo por esa desconocida. Hoy está desconocido el preto. Nerviosita perdida estoy. No doy con el pañuelito. ¡Ea, se me cayó el monedero y la polvera! Merci, merci, chéri... ¡Quel beauté! Santa Rita de Casia, Dios bendito quiera que no se me haya roto el espejito que llevo dentro...