Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
Bueno, ya estamos todos. Todos no, desgraciadamente. Hamruch, mi reina, ¿traes la comida? Este mantel está muy sucio. ¿Qué dices, papá? Vas a jubilarte definitivamente. Hace tres años que debieras haberte jubilado, pero has esperado este momento, no te interesaba quedarte en casa con mamá, hubieras tenido que sacarla, dar unos paseítos, el jardín de las Ranas, el Marshan, los pocos jardines que hay en esta ciudad, demasiado trabajo para ti. Ahora, tranquilito, tu despacho y tú. Lo arreglaremos, mi vida, dentro de lo que cabe para que tú lo llenes de humo de tabaco, humo dulzón. ¿Qué dicen? Hablan de acciones. En mi vida he visto dos seres con menos sentido de la realidad. Es de familia. Tienes un seguro. ¡De aquí a que te mueras! Lo que haces es agarrarte con promesas para que no te abandonemos. Esta cabrona no se lo cree. Hace bien. Te conoce. Conmigo no contáis para nada, como siempre. ¿De qué vamos a vivir? Os odio. Seguirás pidiendo botellas de whisky y fumando tu dichoso tabaco: «Amsterdamer». De pequeña yo guardaba las latitas de «Príncipe Alberto». ¡Qué perros! No dicen nada, ni el menor comentario, de cómo está la merluza. ¡Pásate toda la mañana en la cocina para esto! Doradita, con sus ajitos y su perejil asada... Ni un comentario, os caiga un mal. Pues como no elogien la salsa de ternera, con sus patatitas, que tuve que repasar porque esa memloca de Hamruch las cortaba a trompicones, ¡me van a oír! Hamruch, mi vida, tú come, come tranquila, no te inquietes, yo retiraré los platos. Y para esta noche tenemos jureles. Ni me oyen. Se están repartiendo los dineros. ¿Dónde has estado esta mañana, mi bueno, te caiga lo que te tenga que caer? Un paseíto por el bulevar. Has comprado unas revistas y te has sentado en el Café de París. Se guro que el marido de Marmita se ha metido contigo, te habrá dicho cosas... ¡Pobre Marinita! Buena propina le habrás dado. Para nada, porque él a su casa lleva lo justo. Marinita... Otra desgraciada como yo con la ventaja de estar casada, que no sé qué clase de ventaja será. ¡Claro, charlando con Anita y con Memé, los taxistas!... Si os conozco. El día que te sueltes del todo, será el día de tisabea
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. Ya sabes que esta tarde vienen Mercedes, Anita, Eugenia, Magda, Leonor, Mari... Sí, papá, ya veo tu cara, te esconderás en tu despacho o volverás a las tantas, te meterás en el Progreso con Juanito Gil para oír sus últimos chistes y sus canciones. Cancionero. Y vendrás hecho una barcaza, dando tumbos... Pero tú, maldita, te quedarás conmigo... ¡Ah, bueno, pensé que ibas a decir que no!
Sí, Mercedes, sí bendita, pero yo no quiero que la lápida la haga Montero. Es un analfabeto; acuérdate, cuando murió Teresita Almagro escribió Almagro con hache y después tuvieron que pagar el doble. Se equivoca de fechas, sobre todo las de nacimiento. Yo quiero que la haga Domper, Domper es un artista y es un hombre leído, un socialista, lo que tu quieras, estuvo en la cárcel pero es un hombre inteligente. Lo que pasa es que a los frailes les ha dado por proteger a Montero —no me miréis así—, que cuando los franciscanos quieren proteger, protegen, porque tienen acciones en todo
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: mira los taxis de Yedra, y las fábricas de pastas... ¿En qué no meten ellos las narices? ¡Misioneros! Ya sabemos todos cuál es la misión de esos misioneros, pero llegará un día... Sí, mi reina, putona, no me mires así, estoy desbarrando, como siempre... pero yo leí en un libro que los misioneros son los que convierten al catolicismo... Nunca vi a los Bendrao convertidos al catolicismo, ni a los Menehbi... ¿A quién han convertido estos misioneros? Me callaré, pero no puedo contenerme. Intrigar, eso es lo que han hecho. Intrigar todo el tiempo. Pero yo soy torpe y no tengo cultura y no entiendo de nada. Y desde pequeña nos asustaron. Que eso sí lo supieron hacer muy bien. Nosotros éramos para ellos los negritos. No me hables, no me hables... Prueba esta tartina, Mercedes, de lo mejor. Esther, ¡cuánto me alegro que hayas venido!, contigo me equilibro, con estas fanáticas es imposible. Eso es lo bueno que tiene vuestra religión, que con las mujeres no cuentan para nada, sí, ya lo sé, en cositas, el baño... Bueno, estará que ver. Pero en la nuestra, hija, es un chantaje constante. Confiésate y verás. Toda mi vida de niña asustada por la idea del pecado, ¡y luego resulta que para pecar necesitas tantas cosas!... Por lo pronto, dinero. Y en cuanto tienes dinero, resulta que no pecas. Los pobres... ¡ésos pecan! El pecado de la pobreza, cualquier cosa que hacen es pecado. Comprendo que se rebelen. Ya te lo dije, Elena, papá, ni aparecer. En el Progreso, viendo cómo come la gallinita hasta que la emborrachen. Y cómo Juanito Gil les cuenta los chismes de la Península. Mercedes, te has comido la fuente entera de torrijas, ¡tienes un estómago! No pruebas nada, Eugenia. Comprendo, demasiado poco para ti. Si lo hubiera sabido hubiera encargado unos marrons glacés. Aquí, cada uno a lo suyo. ¡Cómo hablan! De todo menos de mamá. Y yo ahora, en estos momentos, es cuando más me acuerdo de ella, porque desde la ventana el color de los árboles es distinto, y han empezado a croar las ranas en las charcas del cementerio israelita. No me lo pide el cuerpo, estoy agotada, que me perdone San Antonio, pero no se me apetece para nada salir a la calle. ¡Tengo una tristeza! ¿Tú también te vas, prenda? ¿Adonde irá a estas horas este chocho loco? ¡Adiós, Mercedes, adiós, Eugenio.... Un beso. ¡Adiós, benditas! ¡Bendiciones a todas! Os acompañaré hasta la puerta. Si no hace frío, ya lo sé, bochorno es lo que tengo. ¡Ea, ya se fueron! ¡Menos mal! Sola. Me iré acostumbrando. Más vale sola que mal acompañada. ¡Esther, estás ahí? ¡qué susto me has dado! Perdona, mujer. No, no enciendas la luz. Todavía queda un pedacito de tarde. Abriré un poco la ventana. Huele demasiado a «Tokalón»... ¿De quién será este pañuelito? De Eugenia, seguro. ¿Quieres un poco de té, Esther? ¿Qué es eso? ¡Aguardiente de pasas! ¡Menos mal que no se te ocunió sacar la botella delante de todas! ¿De pasas o de higos? De higos, nunca me acuerdo. ¿Cuándo la trajiste? Gracias, mi vida. ¡Si supieras cómo admiro yo esa prudencia tuya! Siempre me gustó ese aguardiente que preparáis vosotros... La primera vez que lo probé fue la noche de berberisca
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de tu hermana Clarita, con besos y marrachinos
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. Y la descansada de mamá tuvo que quitarme la botella de enmedio... ¿Cómo está Clarita? ¡Qué suerte tuvo de casarse con un forastero! Sí, judío, pero forastero, askenasi... La respetará y la tendrá como a una señora. Viviendo en París... Se lo merece. Todo lo bueno para vosotros. Saca dos copitas, anda, están en el aparador. ¡Deja, deja, no te molestes, no retires nada! Luego lo quitaré yo todo. Vamos a la cocina, es el sitio de la casa que tiene más luz a estas horas. Allí estaremos tranquilas. Tráete las copas. Nos reconfortará. Sí, mi bueno, sí, así es la vida, ya la has visto, parece mentira que hayamos nacido de la misma madre. Loca por echarse a la calle, se ahoga entre estas cuatro paredes. Ahora ha decidido que quiere tener una habitación para ella sola. Independiente. Esta mañana se dejó una faja Scandale encima del bidet del cuarto de baño. Ya sé dónde habrá ido la perra, ¿cómo no lo he adivinado antes? De Apolinar, se ha vuelto loca, ¿no te digo? Encargó antes de que se fuera mamá un vestido evasé... Tengo que hablar yo con Apolinar. Se ha vuelto loca, ¿no te digo? Quiere que yo ocupe la alcoba de mamá. Pensará que me va a dar miedo... Mamá fue siempre muy limpia. Tú la conociste, Esther, la que me da miedo es ella. ¿Papá? A papá le ha mandado a dormir en el despacho, en un lit de camp, como Lafayette. Esto es la Contraneforma. ¿Qué pretenderá? Acabará con todos. No, no quiero discutir, no quiero hacerme mala sangre. Bastante hemos pasado estos meses, la desgraciada de Hamruch y yo. Y lo que me quedará que padecer por culpa de esa farajmá que es un dyin
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en persona. Ya me callo, ya... La colmaré de bendiciones, sí, hija, sí... ¡le caiga un mal! Mira, Esthercita, mi bien, ¿sabes lo que vamos a hacer mañana tú y yo? ¿Querrás acompañarme? Iremos juntas de Chocron y Caro y miraremos una cama niquelada. Estoy harta de camas de madera. Y puesto que yo voy a tener una habitación independiente, creo que tengo derecho a escoger mis muebles. Venderemos el dormitorio. Pondremos un anuncio por palabras en el periódico. Las niqueladas son más fáciles de limpiar. Que quieras que no, y tú sabes lo cuidada que yo soy para esas cosas, siempre hay alguna que otra punaise cuando aprieta el calor. A eso y a las mites, les tengo horror. Alcanfor a todo pasto. ¿Otra copita? ¡Cómo nos estamos poniendo, mi reina! ¡Falta me hacía! ¡Claro que me acuerdo, mujer! Aquella casa de la Huerta Benoliel, éramos niñas... A mí aquella casa no me gustaba nada. Tenía un jardincito delante y un árbol de campánulas blancas que despedían un perfume penetrante... Mi cama tenía un mosquitero. Sí, muchos mosquitos. De la cocina no me acuerdo, la verdad. En casa de Harita Menoliel fue donde me metí por la nariz el capullito de una rosa salvaje y tuvieron que llevarme entre Cara Buno y papá al dispensario para que me la sacaran con unas espinzas. Un día de Purim
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, me acordaré siempre. El disgusto que os di a todos. Y tú, Esther, te pasaste todo el tiempo conmigo, cogiéndome las manos mientras me operaban. Y después, ya en casa, nos acostamos juntas, y tú me contabas y me cantabas cosas, ¿cómo era aquello que me cantabas? Cosas de Aichita la Hebrea
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, ¿te acuerdas? Las cosas que nos ocurrieron de pequeñas no se nos olvidarán nunca, y las que nos ocurrieron hace poco, mejor olvidarlas cuanto antes. «Ni me pesan las caenas, ni tampoco tu querer, es más grande mi condena, cuando no me viene a ver...» Tienes todavía bonita voz... ¡Y una memoria! Deja que recline la cabeza en tu hombro, Esther, como cuando éramos niñas... ¿Mañana ya es viernes? ¡Mi bueno!... ¿De veras que vas a mandarme oriza?
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. ¿Oriza para la reina de la casa? ¿Y qué más? ¿Otra copita? ¿No la estaremos cogiendo? ¡Cappará por mí!
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. ¿Y qué más? Cabezales
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y berenjenitas en dulce. ¿Y qué más? Esto cambia las ideas... Rabos de pasas para olvidar, nunca los vi. «Exploradores, niños mocosos, que con el palo bailáis el oso, la cantimplora y el coneaje, parecéis bunos que van de viaje...»
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. ¡Guós, guós, culchindaja!
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. ¡Me caí de la risa! ¡Basta, Esther, basta, no hagas que se me salten las lágrimas! ¡Ah, bueno está, mujer! Vamos a sentarnos en el patinete, que nos dé un poco el aire. ¡Tengo un bochorno! Tráete la botella, no la dejes a la vista. No, mi vida, estamos resguardadas, no hay moros en la costa. Los pinos, el mar y el cementerio. Desde la casita de los Lorente no nos pueden ver. Como no sea Ricardito que esté con los catalejos en capitanía, ya me contarás. ¡Las bonachas, lo que nos faltaba!... Agua, Agua del Carmen... ¡qué recatada te has vuelto! Tengo que regar los dompedros y la dama de noche. ¡Vamos, ayúdame! Tráete esas butaquitas. Papá y la memloca tienen llave, ninguno de los dos vendrán a estas horas. ¡Qué bendición, qué fresquito! No me digas que aquello que se ve por Malabata son nubes... ¡No quiero ni pensarlo! ¡La chajatáa que va a caer!
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. Mamá, la descansada, siempre dijo que la lluvia de noche era bendita. Refresca los corazones duros. Los nuestros están ya más que mojados. Coge la regadera... Llénala de agua. Allí tienes el grifo. Eso es. ¡Cómo cantas, ladrona! «En un gran avión militar, en la guena, durante la acción —los años que hace que yo no oía eso— se elevó con valiente volar un teniente de la aviación»...
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, ¿quieres pudding, mi reina? Voy a espolvorear los rincones con azufre, me dan miedo las ratas y las cucarachas. ¡Sigue, sigue! Yo te acompaño: «En el campo dejó...» ¡Orugas! Ésas vienen del jardín de Eugenia. ¡Babosas, qué asco! ¡Qué de cosas feas hay en este mundo! Criaturitas de Dios son todas... «Di, mamá, mi papá ¿dónde está?, le pregunta el gentil zagalillo...» ¡Deja, deja, yo regaré! Recoge esa ropita que la mezquina de Hamruch se dejó colgada... ¡Jaffeada se vea, la negra! ¡Mira si no se nos hubiera ocurrido salir al patinillo, a estas horas, ya están cayendo goterones! ¡Date prisa, Esther! ¡Que nos mojamos! Si más pronto lo digo... ¡Cone, cone! Ponte ese mantel por la cabeza. ¡Está la atmósfera como las personas! ¡Déjalo, no hace falta! Agua del cielo para la buganvilla. Voy a sacar una tina. ¡Llévate tú eso para dentro! No hay mejor agua para aclarar la ropa que el agua de lluvia. ¿Tú también haces eso? De tu madre lo aprendimos nosotras. ¡Vamos, vamos para adentro! En cuanto pase esa nube negra volverá a lucir el sol. O las estrellas. Como siempre. Con bien caiga, y con bien venga, que todo lo que viene de arriba, de lo alto, es bueno. Cierra ya. No te molestes. Tú eres como Hamruch, ¡cuando se os mete una cosa en la cabeza! ¡Está bien! Mira, Esther, para que te acuerdes, mira dónde voy a esconder la botella. ¿No nos olerá demasiado el aliento? Listerine ¿o agua de rosas? Ya lo sé. Oye, Esther, mi vida, ¿te ofenderías si te hiciera un regalito? ¡Me da la gana! Un recuerdo de mamá. Lo estoy pasando muy bien contigo, mejor que con todas esas fanáticas egoístas. Nuestra risa es como una oración, vale más que cien misas y funerales de los nuestros... ¡Mamá nos está viendo desde allá arriba, y se ríe con nosotras! Estoy segura de que en estos momentos es feliz. ¡Claro que no dirá nada, y que diga algo! Mira, mira lo que es. ¿Te gusta? El pañuelo portugués. Una prenda. ¡Póntelo! Está limpio. Ella se lo ponía como un chal cuando daban las fiestas del rey en la plaza de los Exploradores. ¡Póntelo! ¿Te gusta? Lo sé, mi bueno. Siempre te gustó. Y es una prenda de las que hoy no hay. ¡Estás de morir de guapa! Mira, ya estoy harta. Harta de ser la tapadera de mi hermana. Guárdalo. Tapadera más destapada nunca vi. Ya es mayorcita, que cada cual haga con su manto un sayo... ¡Una divinidad! Y el color de tu pelo le sienta al pañuelo de morir. Eso, te lo recoges en un moño. ¿Que te lo vas a poner para los teffelines
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de Isaquito Agazuli? Preciosa vas a estar. Como si te estuviera viendo. «Está Rajel lastimosa, lástima que el Dios la dio por ser mujer de quien era, mujer del gobernador, ahuad, ahuad...!
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¿Cómo me acordaré yo de todo eso? Eso es. Envuélvelo. ¿Has traído la bolsita? ¿No quieres llevarte unas pastitas? No te olvides, mi bien, de traerme un poquito de oriza. Que Dios te lo pague. Y ven por aquí. Dile a Luna que venga, tengo muchas ganas de verla. Ella es como tú: un encanto. ¿Se quitó la verruga que tenía en la nariz? Eso la afeaba un poquito, con esos ojos que tiene. Sí, claro, ¿me lo vas a decir a mí? Ya sabemos todos cómo es Mani. ¡Cortársela de un tajo con un alfanje de oro! ¡No te fies! ¡Acuérdate de cuando le recomendó a Messod Bereiro que pompara!... ¡Es un cachondón! Un especialista en Tetuán, las queman, ya lo sé. ¡Ven pronto, lo bueno! ¡Ya sé que te tengo a ti! Nos hemos criado juntas. Besos, parabién a la madre de Isaquito. Y gracias, gracias por todo.