Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
Me dormí. ¿Eres tú, Hamruch? Me duele la cabeza. ¿Ya te estás poniendo el jaique? ¿Qué hora es? ¡Las seis! ¡Espérame, nos vamos juntas! Te acompañaré hasta el Zoco Grande. Toma, toma, mi bueno, para el autobús. Voy a arreglarme un poco. Gles, gles, chuai, chuai, shad el bab
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. Te entró el picor de la impaciencia. Espérame. No quiero subir la cuesta sola. Marinita me hará bien, me cambiará las ideas. ¿Qué vestido me pongo? ¡Qué mala cara tengo! Te veas como yo me veo, perra traidora que prefieres los brazos de un forastero al amor de un padre y una hermana. ¡Ojalá pudiera hacer yo lo mismo! ¿Estás ahí, Hamruch? No te oigo ni respirar. ¡Ea, ya estoy lista! Vamos bendita, sabe Dios a qué hora volverá ese desgraciado de papá, no parece sino que se lo estuviera imaginando. ¿Eché la llave, Hamruch? ¿Le di dos vueltas? Tengo la cabeza de lo peor. Mañana, si Dios quiere, le vas a pasar una manita de agua a esta entrada. ¡Está de guarra! Los perritos y los gatitos de la vecindad, ¡se cagaran en las bocas de sus dueños! ¡Qué harta, qué harta estoy, Señor! ¡Vamos, no te pares, no mires a nadie, agacha la cabeza, como yo, de vergüenza que tengo! ¡Shuma, shuma!
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Marinita, un beso. Perdona. No, no tengo prisa, atiende a esta señora. Anita, ¿quién es? ¡Ah, ya, la mujer del cónsul de Bélgica, Madame Cléron! Pachucha, gracias, mi reina, por preguntar por mi salud, muy mala cara debo de tener yo cuando tú me ofreces una silla. Si tú supieras... No es feo ese sombrero, le está bien, cuánto me alegro, ¿es de las que te pagan al contado? ¡Qué crisantemos, son una maravilla!
¿Ah, si? Además de pagarte al contado te trae crisantemos de su jardín. Te lo mereces todo. ¿Y el niño? ¿Castigado? ¡Pobrecito! Lo tienen encerrado en la Villa Perché copiando los verbos irregulares franceses. Au revoir, Madame. Sí, muy cansada. ¿No ha venido por aquí ninguna? ¡Se han olvidado de mí! ¿Mi hermana? Bien, bien, de lo mejor. Está en Port-Lyautey. Sí, se casa el hijo de un primo nuestro. El hijo de Willy. No, yo no, yo tengo que cuidar de papá. Ya sabes, yo soy la víctima. Pues no lo sé... Ya sabes cómo es ella. Sí, es muy guapa, muy moderna y muy joven. Puta, eso es lo que es. ¡Y que yo me tenga que tragar todo esto! Ya está aquí Mercedes. ¿No han abierto todavía? Cada vez abren más tarde, algún día no abrirán nunca. ¿Te das cuenta, Marinita? Te das cuenta de todo. Miente y sonríe, Juani. Todas nos refugiamos como gallinitas al frescor de la Purísima. ¡Ya abren, ya abren! Ya está Mohamed abriendo las puertas. Estoy por cantar eso que está de moda: «Se llevó mi corazón, oh dulce amor, oh dulce amor»
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. Sonríe, Juani. ¡Claro que tengo mala cara! Besitos. No, no, pobrecita. Cansada. En Port-Lyauteay. Se casa un hijo de Willy, de nuestro primo. Ella lo necesitaba más que yo. No. No, eso fue, ¿cómo se dice? Un flirt. Muy guapo, eso dicen. Yo no lo conocí. Nunca lo conocí. Estoy muy contenta, contentísima, se os caiga el massaj. Si, sí, iré una tarde de éstas. Adiós, Marinita, mi reina, reza por mí que yo rezaré por ti. Que no sea nada lo de Andresito. Castigar a ese niño... Ya me dirás qué te parecen las redecillas. Un poco torponas. Peor las lleva Estrellita Castro. A lo mejor paso luego, tengo que hablar con el padre Isauro, el padre que nos comprende a todas, y se me hará muy tarde. Tal vez no pueda pasarme luego, no quiero dejarme a papá solo. Para mí se quede. Vamos, vamos, Mercedes. Ya está ahí Conchita, guós por el velo que se puso esta tarde, parece una tapadera de carne picada. Estará de moda. Color burdeos, nunca lo vi. Anita, gracias, mi bien, por la silla. Adiós, adiós. ¿Qué tendrás tú que contar, hija, si ya lo has contado todo? Vamos, vamos...
San Antonio, que salga con bien, que salga con bien de todo esto. A ti te lo pido, ya sabes la fe y la devoción que a ti te tengo, acuérdate cuando aquel maldito monaguillo nos dijo a Mercedes y a mí que detrás de tu hábito había descubierto un nido de pájaros, y aunque durante algún tiempo te estuve rezando con reparos, no por nada, tú ya lo sabes, ahora no me importaría que todo eso fuera verdad, aunque fueran cuervos o lechuzas, que ya sabes el miedo que me dan, te prometo que lo soportaría, lo soportaría todo. Si saliera ahora mismo una bandada de pájaros y empezaran a picotearme por lo mala que soy y me rozaran con sus alas como abofeteándome, yo cenaría los ojos. Preferiría palomas, como Juana de Arco, pero si no puede ser... ya sabes que el contacto con las plumas me horroriza, pero todo lo soportaría por ti, mi bueno, que eres un jial, todo el mundo lo dice. Haz que salga con bien de todo esto, que esa alocada vuelva a casa, no vaya a ser que acabe en un mercado de Tiznit, como en
Mercado de mujeres
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. Seguiré mintiendo, le mentiré a papá... hasta que llegue la hora de la verdad. Más no puedo hacer. Después cuando esté todo aneglado, porque no hay mal que cien años dure, contaré la verdad. Me confesaré de todas las mentiras. Pero haz, mi rey, que yo esta tarde vuelva tranquilizada a casa. Virgen del Carmen —de mujer a mujer a ti te lo pido—, no sé cómo decírselo a Daddy, si vuelve a casa muy... como tú sabes, ni se enterará, tendré que repetírselo a la hora del desayuno. ¿Crees que debo mentir? Una mentira piadosa. Es que si no... Tendré que volvérselo a decir a la mañana siguiente. Siempre, siempre, será una mentira piadosa, no quiero hacerle daño. Ya sé que está feo decirlo, pero nunca le quise. Ahora me da pena. ¿Qué me ocurre ahora, Virgencita mía, que me dan pena los demás? ¡Ayúdame! Ya sabes la devoción que por ti sentía mamá, que hasta que no llegaba tu día no nos dejaba tomar los baños, y antes nos purgaba con aceite de ricino, una cosa que después, como sabes, se ha puesto de moda, políticamente de moda. ¡Qué honor! No creerás que estoy disparatando, ¿verdad, mi reina? Y tú, Virgen de los Dolores, con tus siete puñales —te falta uno porque aquel monaguillo rojo te lo anancó... pero para mí serán siempre los siete puñales—, tú que sabes del dolor más que nadie, ¿me ayudarás? Tengo miedo. No quiero salir de aquí. Me gustaría quedarme aquí sentada toda la noche, ¡con vosotros me siento tan a l'aise! Pero tengo que enfrentarme con la realidad. Lo sé, tengo que luchar. Y cuento con vosotros. No. No voy a consultar con el padre Isauro, es como un actor de cine barato. Perdonadme pero yo a veces me lo imagino mejor en un casino. Y no quiero enfrentarme con mi confesor, el padre Alfonso, porque cuando se enfada pone una voz que parece la voz de ultratumba. No iré. Lo malo es que no sé cómo salir, todas éstas me mirarán extrañadas. Entre las amigas de mi hermana y las amigas de mamá, nunca he sabido con quiénes quedarme. Unas por mucho, y otras por poco... Lo haré disimuladamente. ¿Sí? ¿Eres tú, Mercedes? Perdona, salgo un momento, voy a tomar el aire, me siento muy mal. No, no me acompañes, no es nada, un mareíto, vuelvo en seguida. Ya está la de Tovar dándole patadas a esa pobre mujer porque quiere ocupar ella sola el primer banco. Ño, no, salgo un momentito, vuelvo en seguida. ¡Cristo bendito, apiádate de mí! ¡Uf, qué mal me encontraba ahí dentro! No me digas que está lloviendo, vaya un veranito que tenemos. Cono, corro... Siaghins arriba, ¿o calle Siaghins abajo? Corto más por la Tenería, malos barrios y mala hora es, la salida del cine American. ¡Ay, eres tú, Moolchand! ¡Qué susto me has dado! No, no, gracias, no puedo ver nada ahora. Mañana, mañana pasaré. Tengo mucha prisa. Marinita Medina tiene la tienda llena. No me ha visto. Mejor, no puedo detenerme. ¡Cuánto marinero! ¿Qué pasa? ¡Ay! ¿eres tú, Sananes? Buenas noches, mi vida. ¿Qué pasa? ¡Jaleo, jaleo! Un barco italiano y otro francés, los dos en la bahía. En el Café Central y en el Fuentes se están tirando las mesas a la cabeza
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. ¿No puedo pasar? ¿Por dónde? ¿Por la calle de los Plateros? No puedo. Llegaré tardísimo. Gracias, gracias, mi rey. No, no paso. No me importa. Que me den un botellazo. Ojalá acabe estrellada contra el asfalto del Zoco Chico. Buen final para una desgraciada como yo. Corro, corro, adiós, adiós. Por los callejones, por los callejones...
«Madame, c'est interdit.»
Soy «mademoiselle», pero no está el horno para explicaciones. Eso es, atraviesa ahora toda la calle del pecado. Lo que me faltaba. Meterme por los callejones. Todas las casas malas y todos los portalillos saludarán a Juanita Narboni con una inclinación de cabeza. Tengo que llegar... tengo que correr, tengo que llegar a tiempo. Corre, corre, Juani. Huele a pinchitos. Tengo hambre. Huele a sardinas, sardinas asadas, a especias. ¡Corre Juani, corre! ¡Mira qué bizcochos de plantilla más buenos tiene La Española! ¡Para eso estoy yo! ¿Pero qué clase de ciudad es ésta? ¿Por qué no dejan que vengan primero los italianos y después los franceses? Una escuadra. Borrachos. ¡Cuánto pecado! ¡Dios Santo, cuánto pecado! Nadie se fija en mí, menos mal. Una pelea. Me apoyaré contra este muro. Gracias, hijo. ¿Quién eres? El hijo de Freja. ¡Que Dios te bendiga! Te sigo, mi bien. ¿Por dónde? ¿Pero qué pasa esta noche que parece que está el demonio desatado? Mira, lo bueno, te doy cinco franquitos si me acompañas hasta casa. Gracias, ¡corriendo, corriendo sin parar! Ya llegué. Gracias, farajmá, toma. Ahora no doy con la llave. No hay luz. No ha llegado ése todavía. ¿Qué habrá sido de él? ¡Daddy, daddy! Tengo los ojos mojados... y ha dejado de llover. Son lágrimas... Pero si son lagrimas.
Nunca tuve nada de qué arrepentirme, porque mi vida ha sido una vida en blanco, clarita y cernida como la arena de esta playa, fabricada grano a grano con el sufrimiento. No tuve marido que matar, ni perrito que alimentar. Y conste, Giannella, que no te guardo rencor, porque hoy te has portado muy bien conmigo. ¡Lo que es no conocer a las personas! Las juzgamos al tuntún y cuando nos queremos dar cuenta resulta que son unos animalitos que llevan algo dentro. Indudablemente, la soledad nos une. ¿Y quién sabe? Tal vez tú estés pasando lo tuyo. Yo soy como una muñequita, conmigo resulta siempre fácil dialogar, invito a la confidencia, lo descubrí siendo pequeña. Y, ahora, a través del tiempo, tengo que confesar que lo mío es una especie de chantaje; no es un chantaje dañino, porque jamás sería capaz de utilizarlo para hacerle daño a nadie, pero es un chantaje silencioso y perverso, una especie de gota a gota al que, a la larga, se le saca partido. Amainó el levante. Está llegando gente. Me alegro. Lo importante es que yo haya contribuido en un momento difícil a paliar tu dolor, tu aburrimiento, tal vez tu desesperanza. No te quiere nadie. Eres cruel, antipática, y mira lo que te digo, para mí eres otra cosa. Tendré una visión distinta de ti. La invención de lo que eres por dentro. Lo otro, lo de fuera, no es más que una defensa. Miedo me da volver a casa. Mi invención... La invención de mí misma es algo así como si yo me viera a través de un espejo: una tontona. Y por dentro... ¡Si supierais cómo soy por dentro! ¡Y la importancia que para mí tienen las pequeñas cosas y todo aquello que ha quedado atrás! ¡Qué chusmerío! Es la hora del chusmerío. Aparecen al atardecer, como los murciélagos. Y esto se está llenando de hombres casados con sus queridas. El marido de Julita —hace como que no me ve—. Giannella, me voy, te dejo. No quiero ser indiscreta. Sí, mi reina, volveré un día de éstos. Estoy despellajada, me duele la cabeza y no he probado el mar. Voy a vestirme. ¿Dónde he dejado el bolso? El vestido está frío, es como si acabara de ponerme un sudario
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. Eso, música de ambiente, lo que faltaba. ¿Quién será ésa que está con el marido de Julita? Una pelandusca, una de esas polacas, seguro. Pero ¿cómo no me habré dado cuenta antes? Lo que tiene montado ésta en el balneario es un negocio. ¡Qué inocente soy! Ha convertido el balneario en un portalillo. Por las mañanas: Estrella, Alegría, los Panadés, Ana María, los niños, Luna Josán, Rupert, y por las tardes el pecado. Cuando en la radio sólo se oyen programas de música romántica. ¡Bueno está el romanticismo! El cachondeo padre. Haces bien, hija, mira lo que te digo, no te guardo rencor. La tonta he sido yo, y no por prejuicios, sino por miedo. Miedo al qué dirán. ¿Quiénes han salido ganando? Esa perra que huyó de casa y de la que no tengo noticias, y la Marinetti. Sigue, sigue, Juani, por el caminito recto, que ya verás lo que te espera. Ya lo estoy viendo, lo peor. ¿Y a quién hablo yo de esto? ¡Mercedes está tan torpona! A Esther, a ésa, como siempre; ella es un pozo de saber. Mañana podríamos ir al cine juntas.
Perfidia
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, sólo el título me da escalofríos. Iremos juntas, compraremos pipas antes de entrar y charlaremos. Te lo contaré todo, mi vida, tengo muchas cosas que contarte. Merendaremos antes en La Española, como siempre, como en los tiempos que pasaron, los tiempos de mamá. ¿Te acuerdas? ¡Cómo le gustaba a la descansada de mamá merendar en La Española! El tiempo que se fue, y lo que está de mí, el tiempo que se irá. Nos iremos todos. ¡Lástima no saber cuándo! Porque si lo supiera, otro gallo me cantara, otra conducta. Un beso, mi bueno.
Gracias, gracias por todo. Sí, ya lo sé. Yo siempre le traigo suerte a los demás, pero lo que es para mí no queda nada. Salgo por aquí, no quiero que me vean. No, no me acompañes, mi reina, tienes muchas cosas que hacer. ¿Qué habrá sido de esa prenda de niño? Hijo, cuando le escribas a tu madre a Algeciras, mándale recuerdos míos. Adiós, cabrón, no sonrías que me pones enferma. Estoy floja de las piernas. La playa cansa mucho. No sé si tomar un taxi, por no pasar por la Avenida, ahora estará todo el mundo sentado en las terrazas, Los Montorio, que tienen una lengua callada, que para mí se quede. En marcha, Juani, sin miedo. El mundo es tuyo. ¡Qué mierda de mundo, mierda y todo pero mío! ¡En avant! Ése es mi lema. Y la cabeza alta. Eso siempre inspira respeto. Estoy llegando a una edad en la que ya sólo me veo rodeada de muertos: tía Carmen, mamá, daddy, Bella, en aquel estúpido accidente, de vuelta de Madrid. Hablo con vosotros, os tengo a vosotros y a esa perra que para mí es como si hubiera muerto, que muchas veces pienso si no la llevarían a Tiznit, o a Tafraout con los legionarios como en
Bajo dos banderas
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¿Quién es ésa? Su cara no me es desconocida. Me haré la tonta. ¿Jash el chumbo, fatma? Me está mirando como para saludarme, pero no me atrevo a mirarla... ¡mete una tantas veces la pata! ¿Me mira o no me mira? Sí, hija, sí, ahora pasa de largo. Chumbitos voy a comprar por culpa tuya. Pues mira lo que te digo, ésa es Amanda, claro, una de las amigas de quien tú sabes, mamá, que siempre desfilan ante mis ojos como visiones de un pasado acusador. Desde que ocurrió aquello, nunca quisieron saber nada de mí. Mamá, ¿por qué siempre he de sentirme culpable de los pecados de los otros? ¿Qué mal hice? ¡Si supieras cómo sufro! Y, ahora, se me manchará la bolsa con los malditos chumbos, chuai, chuai —compraré tejeringos a ver si el churrero me da un papel—. Ahora te pago, mi bueno. ¿Crees que soy una surraca? J'chuma. Vergüenza, mujer. Buenas tardes, Prudencio... ¿le quedan tejeringos? ¿Churritos madrileños? Bueno está, deme cinco pesetas. Mucho viento. Ahora calmó. De lo peor, hijo, todo está de lo peor, el aceite, la harina y el pan. No sé adonde iremos a parar. Mira, mi rey, quiero pedirte un favor (me pongo colorada, igualito que si le estuviera pidiendo veinte duros), mira, bendito, ¿no tendrías un papel para envolver unos chumbos que he comprado? Eso, sí, no importa, me sirve. Gracias, ¿cómo está tu mujer? Hace tiempo que no la veo. En el hospital, ¡pobrecita! ¿Nada grave? Hidropesía... Que se mejore, cuánto lo siento... Adiós. ¿Calentitos? Me da igual. Me los he de comer fríos y mojados en lágrimas. No sé si me quedará café, y a estas horas no voy a El Chiquet. Churros con té no pegan. ¡A cualquiera que se le diga! Y sin luz diner aux chan-delles. ¡Ay, todo esto me recuerda a la descansada de Cornelia, que iba a comprar carbón con guantes negros de terciopelo y un sombrero negro de fieltro, y todo el mundo creía que iba a un cóctel! Para no mancharse la bendita. El sombrero negro lo usaba de espuerta, y los guantes para no mancharse. Todos estamos manchados, hija, si tú supieras, tú, que tocabas el piano y cantabas cuando yo era una muchachita. ¡De buena te has librado! Tenías una piel tan blanca que tus sombrillas eran siempre las más grandes. ¡Cómo le temías al sol! Ahora hay que ponerse negra, es lo que está de moda, negra estoy yo. Por dentro y por fuera. Mientras más tostadas, mejor, se disimulan los años, mi vida, y las patas de gallo. Ahora hay remedio para todo, menos para lo que no tiene remedio. Y lo mío no lo tiene, se mire por donde se mire; no, no lo tiene. Y habla que te habla, habla con los muertos, hija, que con los vivos preta contestación: la callada por respuesta, menos cuando no te sueltan una coz que te dejan tambaleándote. A callar, Juanita, a callar, que el viento está empezando de nuevo a hacer de las suyas y se te nota el chianti, mi amor. Subiré la cuesta como la que está bailando la Carioca
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. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas mamá, cuando impacientes fuimos a verla al cine Kursaal? Estuvimos ensayando toda la noche los pasos de baile. ¿Cómo eran? La bailamos juntas y hasta daddy tuvo que reírse, él, que era un hombre que no se reía por nada. ¿Cómo era? Primero, un paso de fox, te deslizas sobre un pie golpeando sobre el tacón y como si hubiera desaparecido todo el levante del mundo. ¡Mécete, Juani, mécete rítmicamente con las piernas de un lado para otro! ¡Dios bendito, cómo subo la cuesta! Y todo el mundo creerá que es el viento. La doble vuelta es demasiado evidente, la bailaré luego en casa para ti sola, mamá, a la luz de las velas. Tendré que torcer completamente el talle, mañana lumbago, seguro. Extenderé los brazos en un movimiento de vaivén, lo peor será juntar las frentes. ¿Contra quién? Mamá, ¿contra quién? ¿Acaso contra la de aquel novio que me buscaste vestidito de Pierrot? Porque ésa, mami, te la guardo. ¿O tal vez contra la de aquel maldito Zorro flagelador que yo me inventé? Al menos eso es lo que me parece a mí a estas alturas, aunque no esté muy convencida, aquella noche de un domingo de piñata de hace ya tantos años... ¡Imágenes, todo son imágenes, como en la oscuridad de un cine, esa pálida oscuridad! No me negarás que por inventar, que no quede. Todo en mi vida han sido invenciones. Una doble vuelta y se colocan los cuerpos separados —me lo sé de memoria—, separados hacia un lado, de modo que el hombro derecho del caballero toque el izquierdo de la dama. «Aprende a bailar la Carioca, que en todo el mundo hoy se toca...» Ya están esas malditas con las cabezas de tortuga espiando detrás de las persianas. No tienen otra cosa que hacer. A picar piedras a Cuesta Colorada las mandaba yo. Y esa mala lengua de Benita, no te retires del mirador, víbora, que te he conocido. Te conozco a cien millas de distancia. Has ido por ahí diciendo a todo el mundo que mi hermana era una puta. ¡Pobrecita mía, una alocada es lo que fue! Pero siempre una señorita, cosa que tú no lo has sido en la vida, hija de alpargateros. Merecías que te pusieran en la cabeza uno de aquellos cascos de ondular radiactivos que aparecieron antes de la guerra; a Lolita Quijano se le rizó el pelo de maravilla, pero se le cayeron las pestañas. ¡Se te caiga a ti la lengua y el massaj! Una faja de caucholina necesitaría yo en estos momentos, me ibais a ver. «En el país de mis amores, país de ensueños y de flores, la gente habla de amor, con un candor angelical. Allá el amante se estremece cuando galante nos ofrece toda una vida de pasión, con ilusión y candidez. Carioca, no me seas esquiva, Carioca, tuyo es mi corazón, Carioca, quiero darte mi vida, Carioca, si tú quieres darme con fe tu amor.» Pues lo siento, mezquinas, pero os vais a quedar con la duda de si estoy borracha o no. Porque no me digáis que este levantazo es normal... Vamos a tener una noche que ojalá todas las malas lenguas queden arrancadas de cuajo como las raíces de los árboles. ¿Qué habrá sido de mis macetas? El viento siempre viene de los jardines de Eugenia... ¡Que a Hamruch la haya iluminado el Señor y me las haya apartado hacia la puerta del lavadero! Esa maldita, de vez en cuando, tiene intuiciones. Tengo que darme prisa. No llegaré nunca. ¡Anda, ahora están las de la mercería en la puerta! ¿Qué harán esas dos mujeres tomando el viento? Son muy buenas, inocentonas, pero les tengo un miedo... porque lo cuentan todo. Mira cómo vengo, Alberta, apoyándome en las paredes, no hay un mal, ¿tú has visto algo parecido? Hola, Flores, ¿qué hacéis aquí? ¿Cómo podéis estar en la puerta con este viento? Bochorno, dentro hace bochorno. (Bochorno el mío.) No, no paso. Bueno, pasaré un momentito. Me arreglaré este pelo. ¿Cómo va el negocio? Redecillas, ahora sólo se venden redecillas, se han puesto de moda, hijas. Tirando, claro. Pues mira, ya que estoy aquí, me llevaré un paquete de horquillas. No, no sé nada. ¡No me digas! ¿Y con quién? ¿Esta mañana? Con un escocés... ¡Para que luego digan! Sí, hijas, si no parece sino que mi hermana fue la única. No, no quiero saber nada. Ya lo sé. Estuve en la playa todo el día, se ahoga una en la casa, qué me vas a decir. Y vosotras, al fin y al cabo sois dos. Mareada, sí, hija, con este viento... y el sol que he tomado. Sí, gracias, me sentaré, un ratito nada más pues estoy preocupada, me he dejado las macetas mal colocadas y no sé qué habrá sido de mis tiestos. No, Hamruch, como siempre, desde vida de mamá. Más vale bueno conocido, perdona, eso más vale malo conocido que bueno por conocer. Muy vieja, la pobre. ¿Un abaniquito de propaganda? Gracias, mi bien. ¡Qué bonito! «Cadum, el jabón que refresca desde la primera pastilla.»