Las hormigas (13 page)

Read Las hormigas Online

Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

BOOK: Las hormigas
3.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Y entonces, ¿se convirtió en viento?

—Sí. Se convierte en viento y sopla por todo el mundo. Forma tempestades, borrascas, tifones. Pero de repente se da cuenta de que una pared cierra el paso. Es una pared muy alta y muy dura. Es una montaña. «¿De qué me sirve ser viento si una simple montaña puede detenerme? Ella es la más fuerte», dijo.

—¡Y se convierte en montaña!

—Eso es. Y en ese momento siente algo que le golpea. Algo más fuerte que él, que le agujerea… Es…, un pequeño cantero…

—¡Aaaah!

—¿Te ha gustado el cuento?

—¡Sí, mucho, mamá!

—¿Estás seguro de no haber visto otros más bonitos en la televisión?

—No, no, mamá.

Ella rió y le estrechó entre sus brazos.

—Di, mamá, ¿crees que papá está perforando también?

—Quizá, ¿quién sabe? En cualquier caso parece pensar que se va a transformar en otra cosa a fuerza de bajar a la bodega.

—¿Es que no está bien aquí?

—No, hijo; le da vergüenza ser un parado. Cree que es mejor ser sol. Un sol subterráneo.

—Papá cree que es el rey de las hormigas.

Lucie sonrió.

—Ya se le pasará. ¿Sabes? Él también es un niño. Y a los niños siempre les fascinan los hormigueros. ¿Tú nunca has jugado con las hormigas?

—Sí, mamá.

Lucie le ahuecó la almohada y le dio un beso.

—Ahora tienes que dormir. Buenas noches.

—Buenas noches, mamá.

Lucie vio las cerillas en la mesita de noche. Debía de haber estado intentando formar los cuatro triángulos. Lucie volvió a la sala y volvió a coger el libro de arquitectura que hablaba de la historia de la casa.

Muchos científicos habían vivido en ella. Sobre todo científicos protestantes. Miguel Servet, por ejemplo, había estado unos años.

Un párrafo le llamó especialmente la atención. Según lo que decía, durante las guerras de religión se había excavado un paso subterráneo para que los protestantes pudieran huir fuera de la ciudad. Un subterráneo de una profundidad y una longitud poco corrientes.

Los tres insectos se instalan formando triángulo para llevar a cabo una CA. Así no hará falta que cuenten sus aventuras, sabrán instantáneamente todo lo que ha ocurrido como si fuesen un solo cuerpo que se hubiese dividido en tres.

Unen las antenas. Los pensamientos empiezan a circular, a fusionarse. Cada cerebro actúa como un transistor que conduce enriqueciéndolo el mensaje eléctrico que él mismo recibe, Tres espíritus hormigas así unidos trascienden las simples sumas de sus talentos.

Pero de repente el encanto se rompe. 103.683 ha sentido un olor parásito. Las paredes tienen antenas. Más concretamente, dos antenas que pasan más allá del orificio de entrada de la estancia de 56. Alguien les está escuchando…

Es medianoche. Hacía ya dos horas que Jonathan no había vuelto a subir. Lucie paseaba nerviosa por la sala. Fue a ver a Nicolás, que dormía profundamente, cuando su mirada se vio atraída por algo. Las cerillas. Tuvo en ese momento la intuición de que podía haber un principio de respuesta para el enigma de la bodega en el enigma de las cerillas. Cuatro triángulos equiláteros formados con seis palitos…

«Hay que pensar de manera diferente, si se piensa como de costumbre no se llega a ninguna parte», decía y repetía Jonathan. Tomó las cerillas y volvió a la sala, donde estuvo jugando con ellas un buen rato. Por fin, agotada por la angustia, fue a acostarse.

Esa noche tuvo un sueño extraño. En primer lugar vio al tío Edmond, o por lo menos un personaje que correspondía a la descripción que de él le había hecho su marido. Estaba en una especie de larga cola que se prolongaba en pleno desierto, entre guijarros. Unos soldados mexicanos estaban junto a la cola y vigilaban que «todo fuese bien». A lo lejos se veía una docena de horcas donde colgaban a la gente. Cuando ya estaban rígidos, los descolgaban y ahorcaban a otros. Y la fila iba avanzando…

Tras Edmond estaban Jonathan, ella misma, y luego un hombre gordo con garitas muy pequeñas. Todos los condenados a muerte conversaban tan tranquilamente, como si no pasase nada.

Cuando por fin les pasaron la cuerda por el cuello y les colgaron, a los cuatro juntos, no hicieron más que esperar tontamente. El tío Edmond se decidió a hablar en primer lugar, con voz ronca —y con motivo.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

—No lo sé… Vivimos. Hemos nacido, de manera que vivimos el mayor tiempo posible. Pero creo que la cosa se está acabando —repuso Jonathan.

—Querido sobrino, eres un pesimista. Es cierto que estamos en la horca y rodeados por soldados mexicanos, pero no es más que un albur de la vida, no un fin, sólo un albur. Además, esta situación tiene por la fuerza arreglo. ¿Estáis bien atados, vosotros, los de ahí atrás?

—Pues no —dijo el hombre grueso. Yo puedo deshacerme de estas ligaduras.

Y lo hizo.

—Bueno, pues liberémonos entonces.

—¿Cómo?

—Colúmpiese hasta que llegue a mis manos.

El hombre se contorsionó y llegó a convertirse en una péndulo viviente. Cuando hubo soltado las ligaduras de Edmond, todos fueron quedando libres, uno tras otro, utilizando la misma técnica.

Luego, el tío dijo:

—Haced lo mismo que yo.

Y dando saltitos fue avanzando de cuerda en cuerda hacia la última horca de la hilera. Los demás le imitaron.

—¡No podemos seguir adelante! Ya no hay nada más después de esta viga y nos descubrirán.

—Mirad, hay un agujerito en la viga. Vamos.

Edmond saltó entonces hacia la viga, se volvió minúsculo y desapareció en el interior. Jonathan y luego el señor gordo hicieron lo mismo. Lucie se dijo que ella no lo conseguiría nunca, y sin embargo se lanzó hacia el tarugo de madera y ¡entró por el agujero!

En el interior, había una escalera de caracol. Subieron por ella de cuatro en cuatro. Ya se oían los gritos de los soldados que se habían dado cuenta de su fuga. «¡Los gringos, los gringos, cuidado». Y ruido de botas y de fusiles. Iban a darles caza.

La escalera desembocaba en una habitación de hotel moderna y con vistas al mar. Entraron y cerraron la puerta. Era la habitación 8. Con el golpe de la puerta al cerrarse, el 8 vertical pasó a ser un 8 horizontal, símbolo del infinito. La habitación era lujosa y en ella se sentían al resguardo de los soldadotes.

Entonces, cuando todo el mundo respiraba con alivio, Lucie saltó de repente a la garganta de su marido.

—¡Hemos de pensar en Nicolás! ¡Hemos de pensar en Nicolás!

Y le dejó sin sentido con un antiguo jarrón en el que aparecía pintado Hércules niño ahogando a la Serpiente. Jonathan cayó en la alfombra, donde se transformó… en un langostino sin caparazón que se retorcía de una manera ridícula.

El tío Edmond se dirigió a ella.

—Lo siente, ¿verdad?

—No le entiendo.

—Pues comprenderá —dijo el hombre, sonriendo. Sígame.

La precedió al balcón, de cara al mar, y chasqueó los dedos. Seis cerillas encendidas bajaron inmediatamente de las nubes y se alinearon en su mano.

—Escúcheme bien —dijo el hombre. Siempre se piensa de la misma manera. Siempre aprendemos el mundo de la misma manera banal. Es como si sólo tomasen fotografías con un gran angular. Eso da una visión de la realidad, pero no es la única. HAY… QUE… PENSAR… DE OTRA… MANERA…

Las cerillas giraron en el espacio un momento y luego se reunieron en el suelo. Se arrastraban, como si estuviesen vivas, para formar…

Al día siguiente, con fiebre, Lucie compraba un soplete. Consiguió por fin acabar con la cerradura. Cuando se disponía a franquear el umbral de la bodega, Nicolás, aún medio dormido, apareció en la cocina.

—¡Mamá! ¡A dónde vas?

—Voy a buscar a tu padre. Se toma por una nube capaz de cruzar las montañas. Voy a ver si no está exagerando un poco. Ya te contaré…

—No, mamá, no te vayas, no te vayas… Me quedaré solo.

—No te preocupes, Nicolás, volveré a subir, no tardaré mucho. Espérame…

Iluminó la abertura de la bodega. El lugar estaba en tinieblas, tan oscuro…

¿Quién hay ahí?

Las dos antenas avanzan, desvelando una cabeza, luego un tórax y un abdomen. Es la pequeña coja con olor a roca.

Quieren echársele encima, pero tras ella se perfilan las mandíbulas de un centenar de soldados armadas para la batalla. Todas huelen a roca.

¡Huyamos por el pasadizo secreto!
dice la hembra 56.

Aparta el cierre y descubre el subterráneo, Luego, batiendo las alas, se eleva hasta rozar el techo, desde donde dispara ácido contra los primeros intrusos. Sus dos compañeros huyen, mientras un mensaje brutal espolea a la tropa de guerreras.

¡Matadlos!

56 se lanza a su vez por el agujero y unos chorros de ácido la marran por poco.
¡De prisa! ¡Atrapadles!
Centenares de patas se lanzan en su persecución. Esas espías son tremendamente numerosas. Se precipitan tumultuosamente por el orificio para atrapar al trío.

Con el vientre arrastrando y las antenas echadas atrás, el macho, la hembra y la soldado se lanzan por el pasadizo, que ya no tiene nada de secreto. Salen así de la zona del gineceo y bajan a los niveles inferiores. El estrecho corredor desemboca en seguida en una encrucijada. A partir de ahí se multiplican las bifurcaciones, pero 327 consigue orientarse y guía a sus compañeras de desventuras.

De repente, en un ángulo de un túnel se encuentran ante un grupo de soldados que se precipitan en su dirección. ¡Es increíble! La coja ya les ha alcanzado. El maquiavélico insecto conoce decididamente todos los atajos.

Los tres fugitivos se baten en retirada. Cuando por fin consiguen descansar un poco, 103.683 dice que preferiría no luchar en el terreno de los otros, que circulan con demasiada facilidad por ese dédalo de pasadizos.

Cuando el enemigo parece más fuerte que tú, actúa de manera que escapes a su comprensión.
Este antiguo aforismo de la primera Madre se aplica perfectamente a esta situación. 56 tiene una idea: propone camuflarse en el interior de un muro.

Antes de que las guerreras con olor a roca les hayan localizado, cavan con todas sus fuerzas en una pared lateral, atacando la tierra y apartándola a mandíbulas llenas. Se cubren de arena hasta los ojos y las antenas. A veces, para ir más de prisa, tragan grandes bocados de tierra. Cuando la cavidad es ya bastante profunda, se apelotonan en ella, rehacen el muro y esperan. Sus perseguidoras llegan, y pasan a toda carrera. Pero no tardan en volver, esta vez bastante más despacio. Hay algo tras ese ligero tabique…

Pero no, no se han dado cuenta de nada. Sin embargo, es imposible quedarse ahí. El enemigo acabará detectando algunas de sus moléculas. Entonces, vuelven a excavar. 103.683, que tiene las mandíbulas más grandes, va delante; los otros dos apartan la arena y la amontonan tras de sí.

Las asesinas han comprendido la maniobra. Sondean las paredes y encuentran su rastro. Se ponen a trabajar frenéticamente. Las tres hormigas toman por una curva descendente. En cualquier caso, en esa melaza negra no es fácil seguir nada ni a nadie. Cada segundo que pasa, nacen tres corredores y dos se cierran. ¡Vaya uno a hacer un mapa de la ciudad que sea digno de confianza en tales condiciones! Las únicas referencias fijas son la cúpula y el tocón.

Las tres hormigas se hunden lentamente en la carne de la Ciudad. A veces tropiezan con una larga liana. En realidad son tallos de hiedra que han plantado las hormigas agriculturas para que la Ciudad no se hunda con las lluvias. Llega un momento en que la tierra se hace más dura y sus mandíbulas tropiezan con piedra. Se impone dar un rodeo.

Las dos hormigas sexuadas no perciben las vibraciones de sus perseguidoras. El trío decide detenerse. Se encuentran en una bolsa de aire en el corazón de Bel-o-kan. Es un lugar impermeable, inodoro, desconocido para todos. Una isla desierta. ¿Quién daría con ellos en esta minúscula caverna? Se sienten aquí como en el óvalo sombrío del abdomen de su madre.

56 tamborilea con el extremo de sus antenas en el cráneo del macho. Es una petición de trofalaxia. 327 pliega las antenas en señal de aceptación y luego pega su boca a la de la hembra. Regurgita un poco del melado que le había entregado la primera guardiana. 56 se siente inmediatamente reanimada. 103.683 tamborilea a su vez en el cráneo de la hembra. Unen los apéndices labiales y 56 hace que suba el alimento que acaba de recibir. A continuación, los tres se acarician y friccionan entre sí. ¡Ah, qué agradable es dar para una hormiga!

Han recuperado fuerzas, pero saben que no pueden quedarse ahí indefinidamente. El oxígeno se agotará, e incluso aunque las hormigas puedan sobrevivir bastante tiempo sin alimento, sin agua, sin aire ni calor, la carencia de esos elementos vitales acaba provocándoles un sueño mortal.

Contacto antenar.

¿Qué hacemos ahora?

La cohorte de treinta guerreras unidas a nuestro proyecto nos espera en una sala del nivel cincuenta del subsuelo.

Vayamos allí.

Vuelven a su trabajo de zapa, orientándose gracias al órgano de Johnston, sensible a los campos magnéticos terrestres. Con toda lógica, creen estar entre los silos de cereales del nivel -18 y los criaderos de setas del nivel -20. Sin embargo, cuanto más bajan más frío hace. Al llegar la noche, la helada penetra el suelo hasta mucha profundidad. Sus gestos se hacen más lentos. Finalmente se inmovilizan en actitud de cavar y se duermen en espera del final.

—¡Jonathan, Jonathan! ¡Soy yo, Lucie!

Cuanto más y más se hundía en aquel universo de tinieblas, sentía que el miedo la iba ganando. Ese interminable descenso a lo largo de la escalera había acabado sumiéndola en un estado en el que le parecía ir hundiéndose más y más profundamente en su propio interior. Sentía ahora un dolor difuso en el vientre, después de haber experimentado una brutal sequedad de la garganta, luego un nudo de angustia en el plexo solar, seguido de intensos pinchazos en el estómago:

Sus rodillas, sus pies, seguían funcionando de forma automática; ¿irían a perder pronto su función, y también ella, y entonces dejaría de bajar?

Aparecieron unas imágenes de su infancia. Su autoritaria madre que siempre la estaba culpando y cometía toda clase de injusticias favoreciendo a sus hermanos mimados… Y su padre, un individuo sin brillo, que temblaba ante su mujer, que se pasaba la vida huyendo de la menor discusión y que decía «amén» a los menores deseos de la reina madre. Su padre, el muy cobarde…

Other books

Shadow of the Silk Road by Colin Thubron
His Brand of Passion by Kate Hewitt
Skinwalker by Faith Hunter
Domesticated by Jettie Woodruff
Forty Rooms by Olga Grushin
Tiranosaurio by Douglas Preston