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Authors: Arnaldur Indridason

Las Marismas (26 page)

BOOK: Las Marismas
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—No —respondio Katrín.

—¿Sólo lo de la violación?

—¡Sólo! —repitió Katrín—. ¡Sólo! Como si no bastara con eso. Como si no le bastara con oír que me violaron y que nunca se lo dije. ¿No es suficiente?

No dijeron nada.

—¿Así que no le contaste nada acerca de vuestro hijo pequeño? —preguntó Erlendur finalmente.

Katrín le miró y de pronto se puso en guardia.

—¿Qué pasa con nuestro hijo pequeño? —murmuró.

—Le pusiste el nombre de Einar —dijo Erlendur, que había leído la información sobre la familia recabada por Elinborg el día anterior.

—¿Y qué pasa con Einar?

Erlendur la miró.

—¿Qué pasa con Einar? —repitió Katrín.

—Es tu hijo —dijo Erlendur—. Pero no es hijo de su padre.

—¿Qué dices? ¿No es hijo de su padre? ¡Claro que es hijo de su padre! ¿Quién no es hijo de su padre?

—Perdona. No me he explicado bien. No es hijo del padre que pensaba que el hijo era suyo —dijo Erlendur tranquilamente—. Es hijo de tu violador. Es hijo de Holberg. ¿Se lo contaste a tu marido? ¿Fue por eso por lo que se marchó?

Katrín no dijo nada.

—¿Le dijiste toda la verdad?

Katrín miró a Erlendur. Él pensaba que aún se resistiría a hablar. Pasaron un buen rato en silencio y entonces Erlendur vio cómo ella empezaba a rendirse. Bajó los hombros, cerró los ojos, hundió el cuerpo en el sofá y rompió a llorar. Elinborg miró a Erlendur con enfado, pero éste seguía observando a Katrín, esperando a que se recuperara un poco.

—¿Le contaste lo de Einar? —preguntó finalmente cuando le pareció que se había tranquilizado.

—No podía creérselo —dijo ella—. No quería creer que Einar no fuera hijo suyo. Siempre han tenido una relación especial. Desde que Einar nació, Albert quiere a sus otros dos hijos, por supuesto, pero Einar es su favorito. Desde que nació. Es el hijo pequeño y Albert siempre lo ha mimado.

Katrín se quedó callada.

—Tal vez por eso nunca le dije nada —añadio luego—. Sabía que Albert no lo soportaría. Pasaron los años y yo hice como si nada hubiera ocurrido. Me iba bien. Holberg me había herido y tenía que esperar a que esa herida cicatrizara y se fuera curando poco a poco. ¿Por qué iba a dejar que Holberg destruyera nuestra vida matrimonial? Ésa era mi manera de superar el horror.

—¿Sabías a ciencia cierta que Einar era hijo de Holberg? —preguntó Elinborg.

—Podía ser hijo de Albert —repuso Katrín.

—Reconocías el parecido —dijo Erlendur.

Katrín le dirigió una mirada.

—¿Cómo es que lo sabes todo? —preguntó.

—Se parece mucho a Holberg, ¿no es así? —dijo Erlendur—. A Holberg cuando era joven. Una mujer vio a Einar en Keflavík y pensó que se trataba del mismo Holberg.

—Hay un cierto parecido, sí.

—Si nunca dijiste nada a tu hijo y tu marido no sabía nada, ¿por qué de repente ahora se produce esa confrontación entre Albert y tú? ¿Qué fue lo que la inició?

—¿Qué mujer en Keflavík? —dijo Katrín—. ¿Qué mujer de Keflavík conocía a Holberg? ¿Holberg vivía allí con una mujer?

—No —respondio Erlendur, mientras pensaba en si debía contarle la historia de Kolbrún y Audur.

Sabía que Katrín se enteraría de lo sucedido antes o después y en realidad no vio ninguna razón para no decírselo ahora. Anteriormente ya le había explicado lo de la violación en Keflavík, por eso le dijo el nombre de la víctima de Holberg y también le informó del nacimiento de Audur y que la niña había muerto, de una grave enfermedad. Le dijo cómo y dónde habían encontrado la fotografía de la lápida y cómo les había llevado hasta Keflavík y luego hasta Einar. También le contó el trato que recibió Kolbrún cuando decidio a denunciar a su agresor.

Katrín escuchó el relato con mucha atención. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando Erlendur explicó lo de la muerte de Audur. Además le habló de Grétar, el hombre de la cámara de fotos que ella había visto en compañía de Holberg, y de cómo había desaparecido sin dejar rastro hacía muchos años, hasta ser encontrado debajo del hormigón del suelo, en el sótano de Holberg.

—¿De ahí el revuelo en Las Marismas que han comentado en las noticias? —preguntó Katrín.

Erlendur asintió con la cabeza.

—No sabía que Holberg había violado a otras mujeres —dijo Katrín—. Pensaba que yo era la única.

—Sólo conocemos dos casos —declaró Erlendur—. Podría haber más. Posiblemente nunca se sepa.

—Entonces Audur era hermanastra de Einar —comentó Katrín pensativa—. Pobrecita.

—¿Seguro que no habías oído hablar de Audur? —preguntó Erlendur.

—Sí, seguro —respondio ella—. No tenía ni idea.

—Einar sabe lo de Audur. Encontró a Elín en Keflavík —dijo Erlendur.

Katrín no contestó. Erlendur decidio repetir la pregunta.

—Si tu hijo no sabía nada y nunca le dijiste nada a tu marido, ¿cómo es que tu hijo ha descubierto la verdad?

—No lo sé —insistió Katrín—. Espera, dime una cosa. ¿Cómo murió la pobre niña?

—¿Sabes que se sospecha que tu hijo es culpable del asesinato de Holberg? —dijo Erlendur sin contestar su pregunta.

Había procurado utilizar las palabras adecuadas para expresar lo que tenía que decir de la manera más suave. Vio a Katrín muy tranquila, como si no la hubiera sorprendido el hecho de que su hijo fuera sospechoso de asesinato.

—Mi hijo no es ningún asesino —dijo ella con calma—. No sería capaz de matar a nadie.

—Es muy probable que golpeara a Holberg en la cabeza con un cenicero. Quizá sin intención de matarlo. Probablemente lo hizo en un ataque de ira. Nos dejó un mensaje en el que ponía: «Yo soy él». ¿Entiendes lo que eso significa?

Katrín no dijo nada.

—¿Sabía que Holberg era su padre? ¿Sabía lo que Holberg te había hecho? ¿Fue a buscar a su padre? ¿Conocía a Audur y a Elín? ¿Cómo?

Katrín había bajado la mirada.

—¿Dónde está tu hijo ahora? —preguntó Elinborg.

—No lo sé —dijo Katrín en voz baja—. No sé nada de él desde hace unos días.

Miró a Erlendur.

—De repente descubrió lo de Holberg. Era consciente de que había algo que no encajaba. Se enteró en la empresa donde trabajaba. Dijo que ya no se podían esconder los secretos. Dijo que todo estaba en la base de datos.

Capítulo 38

Erlendur miró a Katrín.

—¿Así es como se enteró de quién era su verdadero padre? —preguntó.

—Descubrió que no podía ser hijo de su padre —dijo Katrín.

—¿Cómo? —inquirió Erlendur—. ¿Qué era lo que buscaba? ¿Por qué se investigaba a sí mismo en la base de datos? ¿Fue por casualidad?

—No, no fue por ninguna casualidad —respondio Katrín.

Elinborg ya había escuchado bastante. Quería terminar el interrogatorio y dejar a Katrín tranquila. Se levantó diciendo que iba a por un vaso de agua y le indicó a Erlendur que la siguiera. Él fue con ella hasta la cocina. Una vez allí, Elinborg le hizo ver que todo aquello era un calvario para la mujer y que deberían dejarla tranquila por ahora. También le dijo que su obligación era comunicarle que tenía derecho a un abogado antes de que les confesase nada más. De momento deberían interrumpir el interrogatorio para retomarlo más tarde, y tendrían que hablar con algún familiar para pedirle que enviase a alguien que hiciera compañía a la mujer. Erlendur le contestó que Katrín no estaba arrestada, que no era sospechosa de nada y que eso no era un interrogatorio formal sino sólo unas cuantas preguntas para obtener información. Que Katrín estaba muy dispuesta a colaborar en ese momento y que por lo tanto deberían continuar.

Elinborg sacudió negativamente la cabeza.

—Hay que martillear el hierro mientras está ardiendo —dijo Erlendur.

—¡Pero qué dices! —susurró Elinborg.

Katrín apareció en la puerta preguntando si no iban a seguir hablando. Estaba dispuesta a decirles la verdad y a no esconder nada.

—Quiero que todo esto termine de una vez —dijo.

Elinborg le preguntó si quería llamar a un abogado, pero Katrín declinó la oferta.

Dijo no conocer a ninguno, que nunca había necesitado un abogado y que no sabría cómo encontrar uno ahora.

Erlendur le dijo a Katrín que, si le parecía bien, continuarían ahora. Elinborg le dirigió una mirada asesina. Cuando todos se hubieron sentado, Katrín se frotó las manos y empezó a hablar.

Albert se fue de viaje por la mañana. Se habían levantado muy temprano. Ella preparó el café. Una vez más hablaron de que deberían vender la casa y comprarse una vivienda más pequeña. Lo habían hablado muchas veces, pero hasta ahora no habían hecho nada al respecto. Quizá porque era un paso importante y quizá también porque eso les hacía recordar que ya se iban haciendo mayores. No se sentían viejos pero les parecía prudente mudarse a una vivienda más pequeña. Albert dijo que hablaría con una inmobiliaria cuando volviese de su viaje. Luego se marchó en su jeep.

Ella volvió a echarse en la cama. Le quedaban dos horas para ir a trabajar, pero no pudo dormir. Dio vueltas en la cama hasta que dieron las ocho y tuvo que levantarse. Estaba en la cocina cuando oyó que Einar entraba en la casa. Tenía llaves.

Enseguida notó que estaba algo trastornado, pero no sabía por qué. Él le dijo que no había dormido en toda la noche. Había estado paseando arriba y abajo por la casa sin sentarse ni un momento para tomarse un respiro.

—Sabía que algo no cuadraba —dijo él mirando con enfado a su madre— ¡Siempre lo he sabido!

Ella no comprendía el motivo de su enfado.

—Sabía que había algo en este maldito asunto que no encajaba —repuso Einar, casi gritando.

—¿De qué hablas, cariño? —Katrín no sabía todavía por qué estaba tan alterado—. ¿Qué es lo que no cuadra?

—Abrí el código —dijo Einar—. Me salté las normas y abrí el código. Quería ver si la enfermedad es hereditaria y, efectivamente, es hereditaria, para que lo sepas. Está presente en algunas familias, pero no en la nuestra. No está en la familia de papá ni en la tuya. Por eso había algo que no cuadraba. ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que te digo?

El móvil de Erlendur sonó impaciente en el bolsillo de su abrigo. Le pidió a Katrín que lo disculpara. Se fue a la cocina y contestó. Era Sigurdur Óli.

—La vieja de Keflavík te anda buscando —le dijo sin preámbulos.

—¿La vieja? ¿Te refieres a Elín?

—Sí, a Elín.

—¿Has hablado con ella?

—Sí —contestó Sigurdur Óli—. Dijo que necesitaba hablar contigo sin demora.

—¿Sabes qué quiere?

—No me lo quiso decir. ¿Cómo os va?

—¿Le diste el número de mi móvil?

—No.

—Si vuelve a llamar, dale mi número —dijo Erlendur, y colgó. Katrín y Elinborg le esperaban en el salón—. Disculpa —le dijo a Katrín.

Ella siguió con su relato.

Einar paseaba inquieto por el salón. Katrín intentó tranquilizarle y entender por qué estaba tan excitado. Se sentó y le pidio que tomara asiento a su lado, pero él no la escuchó. Seguía paseando sin parar, pasando una y otra vez por delante de ella. Katrín sabía que últimamente Einar había atravesado una temporada difícil, sobre todo a causa de su divorcio. Su mujer lo había dejado, decía que quería empezar una nueva vida.

—Dime qué es lo que te pasa —dijo ella.

—Muchas cosas, mamá, muchas cosas.

Luego vino la pregunta que ella había temido tantos años.

—¿Quién es mi padre? —preguntó su hijo, deteniéndose delante de ella—. ¿Quién es mi verdadero padre?

Ella le miró fijamente.

—No más secretos, mamá —le dijo.

—¿Qué has descubierto? —preguntó ella—. ¿Qué has estado haciendo?

—Sé quién no es mi padre —contestó él. Soltó una carcajada—. ¿Me escuchas? ¡Mi padre no es mi padre! Y si él no es mi padre, entonces ¿quién soy yo? ¿De dónde vengo? Mis hermanos de repente son hermanastros. ¿Por qué nunca me has contado nada? ¿Por qué me has mentido todo este tiempo? ¿Por qué?

Katrín le miró fijamente con lágrimas en los ojos.

—¿Engañaste a papá? —preguntó él—. Me lo puedes decir. No se lo diré a nadie. ¿Tuviste una aventura? Quedará entre nosotros dos, pero necesito oír la verdad. Tienes que decírmelo. ¿De dónde vengo?

Se quedó callado.

—¿Soy un hijo adoptivo? ¿Un huérfano? ¿Quién soy? ¿Mamá?

Katrín comenzó a llorar, sollozando hondamente. Einar se quedó mirando cómo lloraba y de repente se dio cuenta de lo que había hecho. Algo más tranquilo, se sentó a su lado y la abrazó. Se quedaron así un rato, en silencio, hasta que ella empezó a contarle lo de la fatídica noche en Húsavík, cuando su padre estaba de viaje y ella salió con sus amigas. Le contó lo de esos hombres que conocieron y que uno de ellos, Holberg, había entrado a la fuerza en su casa.

Einar la escuchó sin decir palabra.

Le contó cómo Holberg la había violado, cómo la había amenazado y cómo ella tomó la decisión de tener al hijo sin que nadie se enterara de lo que había pasado. Había decidido no decirles nada ni a él ni a su padre. Y no había habido ningún problema. Habían vivido felices. No había dejado que Holberg le robara la felicidad. No había dejado que Holberg destruyera a su familia.

Le contó que ella siempre había sabido que él era hijo del hombre que, hacía ya bastante tiempo, la había violado. Sin embargo, eso nunca había influido en el amor que sentía por él y al mismo tiempo le confortaba saber que Albert sentía algo especial por él. Por lo tanto, Einar nunca había tenido que sufrir por lo que Holberg le había hecho a ella. Nunca.

Pasaron unos minutos mientras él digería lo que ella acababa de decirle.

—Perdona —dijo por fin—. No era mi intención enfadarme contigo. Es que pensaba que habrías tenido un amante y que yo era el fruto de esa relación. No se me ocurrió pensar que te habían violado.

—Claro que no se te ocurrió. ¿Cómo ibas a pensar en eso? No se lo había contado a nadie hasta ahora.

—También tendría que haber pensado en esa posibilidad —dijo él—. Pero no lo pensé. Perdóname. Seguro que has sufrido terriblemente todos estos años.

—No debes pensar en ello —repuso ella—. Tú no tienes por qué sufrir por lo que hizo Holberg.

—Ya he sufrido, mamá —dijo él—. He sufrido un dolor insoportable. Y no sólo yo. ¿Por qué no abortaste? ¿Qué te detuvo?

—Dios mío, no digas eso, Einar. No hables así.

Katrín dejó de hablar.

—¿Nunca pensaste en abortar? —preguntó Elinborg.

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