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Authors: Arnaldur Indridason

Las Marismas (28 page)

BOOK: Las Marismas
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—¿Qué?

—¡Se parece tanto a su padre! Es como una copia de Holberg y no puede vivir con eso. No puede. No después de enterarse de lo que Holberg le hizo a su madre. Dijo sentirse como encerrado en el cuerpo de su padre. Dice que por sus venas corre la sangre de Holberg y que no lo puede soportar.

—¿De qué estás hablando?

—Es como si se odiara a sí mismo —explicó Elín—. Dice que ya no es el mismo de antes, que ahora es otra persona y se siente culpable por lo que ha pasado. No quiso escuchar lo que yo le decía.

Erlendur bajó la vista para mirar el álbum de fotos y la imagen de la niña del hospital.

—¿Por qué quería hablar contigo?

—Quería conocer la historia de Audur. Quería saberlo todo. Qué clase de niña era. Cómo murió. Dijo que yo era su nueva familia. ¿Te imaginas?

—¿Dónde habrá ido? —se preguntó Erlendur mirando su reloj.

—Por amor de Dios, procura encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.

—Haremos lo que podamos —dijo Erlendur.

Iba a despedirse, pero notó cierta indecisión en la voz de Elín.

—¿Qué ocurre? ¿Hay algo más?

—Vio cómo desenterrabais a Audur —dijo Elín.

—¿Lo vio?

—Me había encontrado a mí y le bastó con seguirme hasta el cementerio para ver cómo sacabais el ataúd de la tierra.

Capítulo 41

Erlendur hizo que intensificasen la búsqueda de Einar. Se distribuyeron fotografías suyas por todas las comisarías de Reikiavik y de los alrededores, así como por los pueblos más importantes del país; se enviaron comunicados a la prensa y a la televisión. Erlendur dio instrucciones de no molestar al hombre; en caso de detectar su paradero debían limitarse a avisarle a él, sin hacer nada más. Erlendur habló brevemente con Katrín, quien le dijo que no sabía nada de su hijo. Los dos hijos mayores estaban con ella. Les había contado la verdad. Ellos tampoco sabían nada de su hermano. Albert seguía en su habitación del Hotel Esja, no había salido de allí en todo el día. Hizo dos llamadas, las dos a su empresa.

—Qué drama —murmuraba Erlendur, camino de su despacho.

No habían encontrado nada en la vivienda de Einar que pudiera indicarles dónde estaba.

Iba pasando el día e iban repartiéndose los trabajos. Elinborg y Sigurdur Óli hablaron con la ex esposa de Einar y Erlendur se fue al Centro de Secuenciación Genética, situado en un gran edificio nuevo de cinco plantas, dotado de una rigurosa vigilancia en la entrada. Dos agentes de seguridad privada recibieron a Erlendur en un espléndido vestíbulo. Había anunciado su llegada de antemano y el director de la empresa se había visto obligado a recibirle y dedicarle algunos minutos.

El director era uno de los propietarios de la empresa. En realidad era una directora, una genealogista islandesa, educada en Gran Bretaña y Estados Unidos, que había sido quien sugirió la idea de Islandia como país adecuado para estudios genealógicos con fines farmacéuticos. Con la ayuda de la base de datos se podían reunir todos los informes médicos del país en un mismo lugar y sacar de ahí información sanitaria, que podía ser útil en la búsqueda de genes defectuosos.

La directora recibió a Erlendur en su despacho. Se llamaba Karitas, era una mujer de unos cincuenta años, delgada, con el pelo negro corto y una sonrisa agradable. Era más baja de lo que parecía cuando salía en los programas de televisión. No entendía el porqué de la visita de la policía a la empresa. Invitó a Erlendur a sentarse.

Mientras observaba los cuadros contemporáneos islandeses que colgaban de las paredes, Erlendur le dijo que había razones para pensar que alguien se había introducido ilegalmente en la base de datos y había extraído cierta información relacionada con los individuos afectados. Él mismo no entendía exactamente lo que estaba diciendo, pero Karitas pareció entenderlo. Erlendur se sintió aliviado cuando ella le respondió sin entretenerse en dar vueltas al asunto. Había esperado encontrar más resistencia. La ley del silencio.

—Este tema es muy delicado por tratarse de información sobre personas —dijo ella en cuanto Erlendur terminó su historia—. Por lo tanto, tengo que pedirte que todo lo que te diga quede entre nosotros. Hace algún tiempo que sabemos que la base de datos ha sido forzada. Hemos abierto una investigación interna en la empresa. Todo parece indicar que el responsable fue uno de los biólogos, pero no hemos podido hablar con él todavía porque ha desaparecido de la faz de la tierra.

—¿Einar?

—Sí, Einar. Aún estamos creando la base de datos, por decirlo de alguna manera, pero evidentemente no queremos que se sepa que es posible descifrar el código secreto y sacar información. ¿Me entiendes? Aunque en este caso el problema no sea el código secreto.

—¿Por qué no habéis avisado a la policía?

—Como te he dicho, hemos intentado solucionarlo desde dentro. Para nosotros es un asunto espinoso. La gente confía en que toda la información de la base esté a salvo, segura, que no vaya a ser utilizada para propósitos dudosos, ni mucho menos quedar expuesta a robos. Como debes saber, la población está muy sensibilizada con relación a esta base de datos y queríamos evitar una reacción adversa en masa.

—¿En masa?

—A veces parece que toda la nación está en contra de lo que hacemos.

—¿Pudo alguien descifrar el código? ¿Por qué dices que en este caso el código no es el problema?

—Estás haciendo que esto parezca una novela de suspense. Lo hizo sin tener que descifrar ningún código. Utilizó otros medios.

—¿Qué hizo?

—Improvisó un trabajo de investigación que no estaba aprobado. Falsificó firmas, entre ellas la mía. Hizo ver que la empresa estaba investigando una enfermedad hereditaria que se había identificado en algunas familias de aquí. Engañó al Consejo de Informática, que es una especie de guardián de la base de datos. Engañó al Consejo de Ética Científica. Nos engañó a todos.

Se calló un momento y miró su reloj. Se levantó y fue hasta su escritorio, desde el que habló con su secretaria. Dio órdenes de retrasar una reunión unos diez minutos y volvió a sentarse con Erlendur.

—Ése ha sido el procedimiento hasta ahora —dijo.

—¿El procedimiento? —preguntó Erlendur.

Karitas le miró pensativa. El móvil empezó a sonar en el bolsillo de Erlendur, éste se disculpó y contestó. Era Sigurdur Óli.

—El departamento técnico está revisando la vivienda de Einar —dijo—. Les he llamado y me dicen que no han encontrado gran cosa, sólo un permiso de armas que Einar consiguió hace unos dos años.

—¿Permiso de armas? —repitió Erlendur.

—Lo tenemos registrado. Pero eso no es todo. Tiene una escopeta y han encontrado el cañón recortado debajo de su cama.

—¿Cañón?

—Ha recortado el cañón.

—¿Quieres decir…?

—Lo hacen a veces. Así es más fácil acertar.

—¿Piensas que puede ser peligroso?

—Cuando le encontremos tendremos que acercarnos con cautela. Es imposible saber qué piensa hacer con una escopeta —dijo Sigurdur Óli.

—No creo que vaya a matar a nadie con ella —repuso Erlendur, que se había levantado y daba la espalda a Karitas expresamente.

—¿Por qué no?

—Porque en ese caso ya la habría utilizado —contestó Erlendur suavemente—. Por ejemplo con Holberg. ¿No crees?

—Yo no sé nada.

—Nos vemos —se despidio Erlendur, apagó el móvil y volvió a disculparse antes de sentarse.

—Hasta ahora, ése ha sido el procedimiento —siguió Karitas como si no hubiera habido interrupción—. Solicitamos permiso a esos consejos para emprender cualquier investigación científica, tal como hizo Einar, en este caso para investigar la posible herencia de una enfermedad concreta. Recibimos una lista codificada con los nombres cifrados de las personas que sufren esa enfermedad o que son posibles portadores y esa lista se compara con una base genealógica codificada. De ahí sale un árbol genealógico asimismo codificado.

—Como un árbol de mensajes —dijo Erlendur.

—¿Cómo?

—Nada, sigue.

—El Consejo de Informática descifra los códigos de los nombres que queremos investigar, que forman el llamado «grupo muestra», tanto los de los enfermos como los de sus familiares, y luego prepara otra lista de los participantes con sus números de DNI. ¿Entiendes?

—Así que Einar tenía en sus manos una lista con los nombres y los números de DNI de todas las personas que habían padecido la enfermedad.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Y todo pasa por el Consejo de Informática?

—No sé hasta dónde te interesa profundizar. Colaboramos con médicos de varias instituciones. Ellos entregan nombres de enfermos al Consejo de Informática, el Consejo codifica los nombres y los números de DNI y los envía al Centro de Secuenciación Genética. Aquí tenemos un programa genealógico especial que clasifica a los enfermos en grupos según el parentesco. Con este programa podemos seleccionar a los enfermos que presentan más información estadística en cuanto a la búsqueda de genes dañados. Luego se les pide a los individuos de ese grupo que participen en la investigación. La validez de la genealogía depende de si la enfermedad es hereditaria o no. Se elige un buen grupo de investigadores y la genealogía resulta una ayuda poderosa para encontrar genes dañados.

—Lo único que necesitaba hacer Einar era simular que formaba parte de un grupo investigador para conseguir descifrar la codificación de los nombres, todo con la ayuda del Consejo de Informática.

—Mintió, engañó y defraudó, y así lo consiguió.

—Entiendo que todo esto os podría poner en una situación comprometida.

—Einar es uno de los altos mandos y también uno de nuestros mejores científicos. Un buen hombre. ¿Por qué hizo eso? —preguntó Karitas.

—Perdió a su hija —dijo Erlendur—. ¿No lo sabías?

—No —contestó ella, mirando sorprendida a Erlendur.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí?

—Dos años.

—Sucedió antes.

—¿Cómo perdió a su hija?

—Murió de una enfermedad neurológica hereditaria. Él es portador, pero la enfermedad no aparecía en su familia.

—¿Paternidad inexacta?

Erlendur no respondió. Pensó que ya había dicho bastante.

—Ése es uno de los problemas que surgen cuando se crea una base genealógica de este tipo —informó ella—. Las enfermedades tienden a desplazarse del árbol genealógico y luego vuelven a aparecer por donde menos se espera.

Erlendur se levantó.

—Y vosotros guardáis todos esos secretos aquí —dijo—. Viejos secretos de familia. Dramas, sufrimientos y muerte, todo bien clasificado en los ordenadores. Historias de familias e historias de individuos. Historias tuyas y mías. Guardáis todos los secretos y luego podéis hacerlos aparecer cuando queráis. Ciudad de Tarros para toda la nación.

—No te entiendo —dijo Karitas—. ¿Ciudad de Tarros?

—No, claro que no —respondio Erlendur, y se despidió.

Capítulo 42

Cuando Erlendur llegó a su casa esa noche aún no se sabía nada sobre el paradero de Einar. Su familia estaba reunida en la casa de los padres. Albert había dejado el hotel e ido a casa, después de tener una dolorosa conversación telefónica con Katrín. Allí estaban sus dos hijos mayores con sus esposas y pronto se añadio al grupo la ex mujer de Einar. Elinborg y Sigurdur Óli habían hablado con ella unas horas antes y les dijo que no tenía ni idea de dónde podría estar Einar. No había tenido ningún contacto con él desde hacía medio año.

Eva Lind llegó a casa un poco más tarde y Erlendur le explicó las novedades de la investigación. Algunas de las huellas dactilares encontradas en la vivienda de Holberg coincidían con las de Einar, recogidas en su casa.

Finalmente, Einar había ido a ver a su padre y todo indicaba que le había matado.

Erlendur también le contó a Eva Lind lo de Grétar. La teoría más verosímil acerca de su desaparición y muerte era que Grétar chantajeaba a Holberg, tal vez con fotografías. No estaba claro qué era exactamente lo que había fotografiado Grétar pero, por lo que habían podido ver, Erlendur consideraba muy probable que Grétar hubiera fotografiado algunas situaciones comprometedoras para Holberg, incluso violaciones que ellos no conocían y que difícilmente iban a descubrir ahora. La fotografía de la lápida de Audur indicaba que Grétar estaba enterado de lo que había pasado, por tanto existía el riesgo de que pudiera testificar en un momento dado. Quizás utilizaba esta información para intentar sacarle dinero a Holberg.

Se quedaron hablando del tema hasta entrada la noche, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y silbaba el viento otoñal. Ella le preguntó por qué se frotaba el pecho continuamente. Erlendur le contó lo del dolor que sentía desde hacía algún tiempo. Culpó al viejo colchón de su cama, pero Eva Lind se inquietó y le conminó a que visitara a un médico. Erlendur se mostró reticente.

—¿Qué es eso de que no quieres ir al médico? —dijo Eva, y Erlendur se arrepintió inmediatamente de haberle contado lo del dolor.

—No será nada —dijo él.

—¿Cuántos cigarrillos has fumado hoy?

—¿Qué?

—Mira, te duele el pecho, fumas como una chimenea, sólo te mueves en coche, te alimentas con una mierda de comidas fritas ¡y no quieres que te vea un médico! Luego eres capaz de echarme a mí unos sermones que me hacen llorar como un niño. ¿Te parece justo? ¿Estás bien de la cabeza?

Eva Lind se había levantado y parecía el mismísimo dios de la tormenta, inmóvil, de pie delante de su padre, que, cabizbajo, miraba al suelo.

«¡Oh, Dios mío!», pensaba para sí.

—Bueno, iré, ¿de acuerdo? —dijo finalmente.

—¡Irás! ¡Y tanto que irás! —gritó Eva Lind—. Tendrías que haberlo hecho hace mucho tiempo. ¡Cobarde!

—Mañana mismo —dijo él, y miró a su hija.

—Más te vale —añadio ella.

Erlendur estaba a punto de dormirse cuando sonó el teléfono. Era Sigurdur Óli, que llamaba para decirle que la policía había recibido el aviso de que alguien había entrado en el tanatorio.

—En el tanatorio… —repitió Sigurdur Óli ante la falta de reacción de Erlendur.

—Mierda —suspiró Erlendur—. ¿Y qué?

—No sé —contestó Sigurdur Óli—. El aviso acaba de llegar. Me llamaron y les dije que te avisaría. No saben por qué habrán entrado en el tanatorio. Ahí no hay nada excepto cadáveres, ¿no?

—Nos encontramos ahí —dijo Erlendur—. Trae al médico forense —añadió, y colgó el teléfono.

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