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Authors: Arnaldur Indridason

Las Marismas (24 page)

BOOK: Las Marismas
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—¿Qué?

—El que lo enterró. Es una medida inteligente si se quiere conservar un cadáver. Por lo del olor. Se habrá ido secando poco a poco dentro del plástico. Muy bien conservado, por así decirlo.

—¿Puedes adivinar la causa de la muerte?

—Tenía una bolsa de plástico sobre la cabeza, lo que parece indicar que murió ahogado, pero necesito examinarlo mejor. Te diré algo más adelante, todo requiere su tiempo. ¿Sabes de quién se trata? Parece poquita cosa, el pobre.

—Tengo ciertas sospechas —dijo Erlendur.

—¿Hablaste con la catedrática?

—Una mujer muy agradable.

—Sí, ¿verdad?

Cuando Erlendur llegó a su oficina, Sigurdur Óli le esperaba para decirle que iba camino del departamento técnico. Al parecer habían conseguido ampliar algunos trozos de las películas fotográficas que se encontraron en el sótano de Holberg. Erlendur le explicó lo esencial de la conversación con Katrín.

Ragnar, el jefe del departamento técnico, aguardaba en su despacho con algunos negativos y vanas fotografías ampliadas sobre la mesa. Miraron detenidamente las fotografías que les mostró.

—Sólo pudimos sacar estas tres —dijo el jefe—, pero no logro distinguir lo que muestran. Había siete rollos de veinticuatro fotos de la casa Kodak. Tres estaban totalmente velados y no sabemos si habían sido impresos, pero de otro pudimos ampliar eso que veis. ¿Reconocéis algo?

Erlendur y Sigurdur Óli miraron las fotos con atención. Todas eran en blanco y negro. Dos de ellas tenían una mitad negra, como si el objetivo no se hubiera abierto del todo, el motivo estaba desenfocado y tan poco claro que no lograron ver lo que era. La tercera estaba entera y mostraba de forma bastante nítida a un hombre haciéndose una foto a sí mismo, delante de un espejo. La cámara era pequeña y de forma plana con un cubito de flash de cuatro bombillas en la parte superior. El fogonazo iluminaba al hombre del espejo. Vestía tejanos y camisa y una cazadora de verano.

—¿Os acordáis de los cubitos de flash? —preguntó Erlendur con un deje de nostalgia en la voz—. ¡Qué revolución!

—Sí, los recuerdo bien —contestó Ragnar, que tenía una edad parecida a la de Erlendur.

Sigurdur Óli los miraba sacudiendo la cabeza.

—¿Llamarías tú a esto un autorretrato? —dijo Erlendur.

—Es difícil verle la cara debido a la cámara, pero ¿no os parece probable que sea Grétar? —sugirió Sigurdur Óli.

—¿Reconocéis los alrededores, o lo poco que se ve? —preguntó el jefe.

En la foto-reflejo se veía detrás del fotógrafo una parte de lo que parecía ser un salón. Erlendur identificó el respaldo de una silla e incluso una mesa de comedor, una alfombra en el suelo y algo que podían ser unas cortinas que llegaban hasta el suelo. Todo lo demás estaba borroso. La iluminación más fuerte caía sobre la figura del hombre del espejo, pero iba disminuyendo hacia los lados hasta desaparecer totalmente.

Se quedaron mirando la fotografía un buen rato. Finalmente a Erlendur le pareció distinguir algo en la oscuridad, a la izquierda del fotógrafo. Podría ser la forma de un objeto o incluso el perfil de alguien. Unas cejas y una nariz. Sólo era una sensación, pero se percibía una desigualdad en la oscuridad, unas pequeñas sombras que despertaron la imaginación de Erlendur.

—¿Podemos aumentar esta zona? —le preguntó a Ragnar, que miraba la misma imagen sin distinguir nada.

Sigurdur Óli cogió la foto y la miró detenidamente, pero tampoco vio nada de lo que Erlendur creía haber distinguido.

—Lo hacemos en un momento —dijo Ragnar.

Le siguieron hasta la sala de los técnicos.

—¿Hay huellas digitales en los negativos? —preguntó Sigurdur Óli.

—Sí —respondio Ragnar—, hay dos. Las mismas que había en la fotografía del cementerio. Las de Grétar y Holberg.

Pasaron la fotografía por un escáner y la imagen apareció en una pantalla grande de ordenador. Ampliaron la zona en cuestión. Lo que inicialmente parecía una sombra desigual se convirtió en innumerables puntos que ocuparon toda la pantalla. No podían distinguir nada de la fotografía, incluso Erlendur ya no veía lo que creía haber visto antes. El técnico seguía trabajando con el teclado mientras la imagen se reducía y comprimía. Los puntos iban juntándose hasta que poco a poco se fue formando una cara de hombre. Era muy poco definida, pero Erlendur creyó reconocer la cara de Holberg.

—¿No es éste el animal? —exclamó Sigurdur Óli.

—Se puede ajustar algo más —dijo el técnico, definiendo mejor la imagen.

Pronto se distinguieron unas ondas que hicieron pensar a Erlendur en una melena femenina, y luego apareció otro perfil muy débil. Erlendur miró la imagen fijamente hasta que de pronto se imaginó ver a Holberg hablando con una mujer. En ese momento tuvo una extraña alucinación. Sintió ganas de advertir a gritos a la mujer que saliese de inmediato de esa casa, pero a la vez comprendió que era demasiado tarde. Habían pasado muchos años.

Entonces sonó un teléfono, pero nadie se movió. Erlendur pensó que era el teléfono del escritorio.

—Es el tuyo —le dijo Sigurdur Óli.

Erlendur tardó un rato en encontrar su móvil, pero finalmente lo sacó del fondo de uno de sus bolsillos.

Era Elinborg.

—¿Qué haces, holgazán? —dijo ella cuando por fin contestó.

—Ve al grano —repuso Erlendur.

—¿Al grano? ¿Qué pasa, estás estresado?

—¿Por qué no me dices de una vez para qué llamas?

—Es acerca de los chicos de Katrín, o de sus hombres, porque ya son todos adultos —dijo Elinborg.

—¿Qué pasa con ellos?

—Seguramente son todos unas personas estupendas, si bien uno de ellos trabaja en un sitio muy, pero que muy especial. Pensé que deberías saberlo cuanto antes; aunque si estás tan estresado y tan tremendamente ocupado y no tienes ganas de hablar, llamaré a Sigurdur Óli.

—Elinborg.

—¿Qué, cariño mío?

—¡Por Dios, mujer! ¿Me vas a decir de una vez lo que ibas a decirme? —gritó Erlendur mirando a Sigurdur Óli.

—Uno de los hijos trabaja para el Centro de Secuenciación Genética —dijo Elinborg.

—¿Secuenciación? ¿Qué hijo?

—El pequeño. Trabaja con una nueva base de datos. Árboles genealógicos y enfermedades, familias islandesas y enfermedades hereditarias. El hombre es especialista en enfermedades hereditarias islandesas.

Capítulo 35

Erlendur llegó muy tarde a casa. Decidió que por la mañana temprano iría a hablar con Katrín y le expondría sus sospechas. Confiaba en encontrar pronto al hijo. En caso de que la búsqueda se alargase, se corría el peligro de que la prensa se enterase, y Erlendur quería evitar eso a toda costa.

Eva Lind no estaba en casa. La cocina estaba recogida y Erlendur metió en el microondas una de las dos raciones de comida que había comprado y apretó el START. El gesto le recordó la noche que Eva Lind llegó a casa y le encontró precisamente manipulando el microondas. Fue cuando le contó que esperaba un hijo. Tenía la impresión de que había pasado por lo menos un año desde que ella se sentara frente a frente y le pidiera dinero a la vez que esquivaba sus preguntas. Sin embargo, sólo habían pasado unos pocos días. Antes no solía soñar, pero ahora tenía pesadillas por las noches. Cuando se despertaba sólo se acordaba de pequeños fragmentos de sus sueños, si bien no se libraba de una sensación desagradable. Tampoco mejoraba mucho las cosas el dolor en el pecho, que le molestaba cada vez con más frecuencia, un dolor que no desaparecía por mucho que se frotara.

Pensó en Eva Lind y el niño, pensó en Kolbrún y Audur, en Elín, en Katrín y sus hijos, en Holberg, Grétar, y Ellidi en la cárcel. También pensó en la novia de Gardabaer y su padre, pensó en sí mismo y en sus hijos, en su hijo Sindri Snaer, al que casi nunca veía, y en Eva, que recurría a él con sus problemas y a la que abrumaba a broncas cuando no le gustaba su comportamiento. Ella tenía razón: ¿con qué derecho la regañaba?

Pensó en las madres y las hijas, padres e hijos, madres e hijos, padres e hijas y en los niños que nacían y a los que nadie quería y en los niños que se morían en esta pequeña comunidad, Islandia, donde de alguna manera todo el mundo parecía estar relacionado.

Si Holberg era el padre del hijo pequeño de Katrín, ¿habría éste matado a su padre? ¿Sabía que Holberg era su padre? ¿Cómo lo había descubierto? ¿Se lo habría dicho Katrín? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Lo había sabido siempre? ¿Sabía lo de la violación? ¿Le había contado Katrín que había sido concebido durante la violación de Holberg? ¿Qué clase de sentimiento le causaría eso? ¿Qué se siente al enterarse uno de que no es quien creía ser, de que el padre de uno no es el padre de uno y que uno no es hijo de su padre, sino de un hombre que no sabía que existía, de un hombre que empleó la fuerza y violó?

«¿Cómo debe de ser eso? —pensó Erlendur—. ¿Cómo se asume algo así? ¿Se va en busca del padre para matarlo? ¿Y luego se deja una nota que dice: yo soy él?»

Si Katrín no le contó a su hijo lo de Holberg, ¿cómo descubrió la verdad? Erlendur le dio vueltas a esta pregunta una y otra vez. Cuanto más pensaba en ello, más le venía a la cabeza el árbol de los mensajes de Gardabaer. Sólo había una manera de que el hijo se enterara de la verdad y Erlendur tenía la intención de investigarla al día siguiente.

¿Y qué fue lo que vio Grétar? ¿Por qué tuvo que morir? ¿Estaba chantajeando a Holberg? ¿Sabía lo de las violaciones e iba a contarlo? ¿Hizo fotos de Holberg? ¿Quién era la mujer que estaba con Holberg en la foto? ¿Cuándo se tomó esa foto? Grétar desapareció en el verano de la fiesta de la República, así que la foto fue tomada antes. Erlendur se preguntaba si habría otras víctimas de Holberg que nunca se habían dado a conocer.

Oyó una llave en la cerradura de la puerta y se levantó. Eva Lind llegaba a casa.

—Me encontré con la novia y la acompañé a Gardabaer —explicó cuando Erlendur salió de la cocina—. Le dijo al sinvergüenza de su padre que lo iba a denunciar por todos los años que estuvo abusando de ella. Su madre sufrió una crisis nerviosa. Luego nos marchamos.

—¿A casa del marido?

—Sí, al pequeño y precioso apartamento que tienen —dijo Eva Lind quitándose los zapatos—. Parecía que se iba a enfadar, pero al oír la explicación se tranquilizó.

—¿Se lo tomó bien? —preguntó Erlendur.

—Es un buen tío. Cuando me marché se estaba preparando para ir a Gardabaer a hablar con el viejo.

—¿Ah, sí?

—¿Tú crees que servirá de algo denunciar al bicho ese? —preguntó Eva Lind.

—Es un asunto complicado. Los hombres siempre lo niegan todo y suelen salirse con la suya. Puede que dependa de lo que diga la madre. Tal vez debería ir a un centro de asistencia a la mujer. Y tú, ¿qué? ¿Qué me cuentas de ti?

—Todo bien —dijo Eva Lind.

—¿Has pensado en hacerte una resonancia magnética, o cómo se llame? —preguntó Erlendur—. Podría acompañarte.

—Cuando llegue el momento —contestó ella.

—¿Sí?

—Sí.

—Bien —dijo Erlendur.

—¿Qué has estado trajinando? —preguntó Eva Lind, y metió su porción de comida en el microondas.

—Últimamente sólo pienso en niños —repuso Erlendur—. Y en árboles de mensajes, que son como una especie de árbol familiar; guardan toda clase de sorpresas, sólo que hace falta saber qué tenemos que buscar. También pienso en la manía de coleccionar cosas. ¿Te acuerdas de cómo es la
Canción del presente
?

Eva Lind miró a su padre. Él sabía que ella estaba al día en cuanto a música.

—¿Quieres decir aquella que dice: «El presente es una jaca…»? —respondió Eva.

— … de cabezón revuelto —continuó Erlendur.

—Un corazón escarchado…

—… y un cerebro que anda suelto —terminó Erlendur.

Se puso el sombrero y dijo que no tardaría mucho en volver

Capítulo 36

El médico estaba esperando la visita de Erlendur esa noche, ya que Hanna le había avisado. Vivía en una casa señorial en el centro del cercano pueblo de Hafnarfjordur y recibió a Erlendur en la puerta. Un hombre agradable y cortés, de unos sesenta años, bajo, totalmente calvo, algo gordo y de mejillas sonrosadas. Llevaba una bata de estar por casa. «Un hombre hedonista», pensó Erlendur.

Erlendur entró en el salón de la casa, se sentó en un gran sofá de cuero, de color granate, y declinó la oferta de una bebida alcohólica. El médico se sentó frente a él en un sillón, esperando que le explicara la razón de su visita. Erlendur miró a su alrededor y dejó vagar la vista por el espacioso salón lleno de cuadros y objetos de arte. Quería saber si aquel hombre vivía solo. Se lo preguntó.

—Siempre he vivido solo —dijo el médico—. Estoy a gusto así y siempre lo he estado. Dicen que los hombres, cuando llegan a mi edad, suelen arrepentirse de no haber formado una familia y no haber tenido hijos. Mis colegas agitan las fotografías de sus nietos adultos delante de todo el mundo, pero a mí nunca me interesó formar una familia. Nunca me han gustado los niños.

Era la cordialidad en persona, hablador y amable como si fuera un amigo íntimo. Parecía sentirse orgulloso de su propia simpatía. A Erlendur le dejó indiferente.

—Pero te interesan los órganos vitales dentro de un tarro —dijo bruscamente. El médico no se alteró lo más mínimo.

—Hanna me contó que estabas algo irritado —repuso—. No entiendo por qué tienes que enfadarte. No estoy haciendo nada ilegal. Sí, tengo una pequeña colección de órganos. La mayoría están guardados en frascos con formalina. Los tengo aquí en casa. Los iban a destruir, así que los cogí y me los traje aquí. También guardo algunas muestras de tejidos.

El médico se calló.

—Supongo que querrás saber por qué —siguió después de un momento de silencio.

Erlendur sacudió la cabeza negativamente.

—Lo que quería preguntarte es muy simple: ¿cuántos órganos has robado? Pero a eso llegaremos enseguida.

—No he robado ningún órgano —dijo el médico frotándose la calvicie con suavidad—. No entiendo tu antipatía. ¿Te importa si me sirvo una copita de jerez?

Erlendur esperó mientras el médico se servía el jerez y tomaba un sorbo con cara de satisfacción. El médico se dirigió a un pequeño mueble bar y se sirvió una copita, le ofreció otra a él, pero Erlendur declinó la oferta y esperó mientras el médico tomaba con sus gruesos labios un pequeño sorbo y su cara dejaba traslucir su satisfacción.

—Generalmente, la gente no piensa en esas cosas, como es normal. En nuestro mundo, todo lo que está muerto es inútil, y un cuerpo humano muerto también lo es. Mostrar algún tipo de sentimentalismo es innecesario. El alma ya no está. Sólo queda la cáscara, y la cáscara no es nada. Tienes que verlo desde el punto de vista médico. El cuerpo no es nada, ¿entiendes?

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