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Authors: Melanie Gideon

Tags: #Romántico

Las mujeres casadas no hablan de amor (18 page)

BOOK: Las mujeres casadas no hablan de amor
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50

Alice Buckle

Hinchada.

Hace 24 minutos

Daniel Barbedian > Linda Barbedian

Publicar en Facebook no es lo mismo que mandar un SMS, mamá. ¿Lo entiendes ahora?

Hace 34 minutos

Bobby Barbedian > Daniel Barbedian

Ya no envío ningún cheque. Díselo a mamá.

Hace 42 minutos

Linda Barbedian > Daniel Barbedian

Envío cheque. No se lo digas a papá.

Hace 48 minutos

Bobby Barbedian > Daniel Barbedian

Estoy harto de financiar tu vida social. Búscate un trabajo.

Hace 1 hora

William Buckle

¿Estará bien lo que aconseja Ina Garten? ¿Poner pasas doradas en el pan de jengibre tradicional?

Ayer

—Ayer vi un ratón —dice Caroline, mientras saca hortalizas de una bolsa de papel—. Se metió corriendo debajo del frigorífico. No quiero asustarte, Alice, pero es el segundo que veo esta semana. Quizá deberíamos traer un gato.

—No necesitamos ningún gato. Tenemos a Zoé, que es una cazadora de ratones experta —digo yo.

—Por desgracia, hoy estará todo el día en la escuela —dice William.

—Bueno, quizá tú puedas sustituirla —replico—. Seguro que no le importa.

—¡Esta acelga arcoíris es espectacular! —exclama Caroline.

—Excepto por esos bichitos —digo yo—. ¿Son ácaros?

William sacude las acelgas.

—Es tierra, Alice. No son bichos.

William y Caroline acaban de regresar de una excursión matinal a un mercado de agricultores.

—¿Estaba tocando la banda de bluegrass? —le pregunto a William.

—No, pero había un tipo que tocaba
It Had to Be You
en una maleta.

—Es bonita —digo, pasando los dedos por los tallos amarillos y magenta—, pero parece que vaya a desteñir en cuanto la pongamos a cocer.

—Quizá deberíamos añadirla a una ensalada —sugiere Caroline.

William chasquea los dedos.

—¡Ya lo tengo! ¿Por qué no hacemos los
strangozzi
con acelgas y salsa de almendras de Lidia? El pan de jengibre de Ina quedará perfecto para postre.

—Voto por la ensalada —digo yo, porque si tengo que comer una cena pesada más, acabaré strango… lando a William.

Mi marido ha encontrado una nueva afición, o quizá deba decir que «ha recuperado una vieja pasión»: la cocina. Todas las noches, durante la última semana, hemos cenado los elaborados platos creados por William y su pinche de cocina Caroline, que todavía no ha encontrado empleo. No sé muy bien cómo me siento con respecto a su relación. Por una parte, estoy aliviada, por no tener que comprar, planificar las comidas y cocinar; pero, por otra, siento una especie de desasosiego, por este repentino cambio de papeles entre William y yo.

—Espero que tengamos harina de trigo duro —dice William.

—Lidia usa mitad harina de trigo duro y mitad harina de trigo normal —dice Caroline.

Ninguno de los dos se da cuenta de que salgo de la cocina para irme a trabajar.

Faltan sólo tres semanas para que termine el curso y, para mí, son las semanas más estresantes de todo el año escolar. Estoy montando seis obras diferentes, una para cada clase. Sí, cada obra dura solamente veinte minutos, pero puedo asegurar que una función de veinte minutos requiere varias semanas de reparto de papeles, ensayos y diseño del vestuario y la escenografía.

Cuando entro en el aula por la mañana, Carisa Norman me está esperando. Se echa a llorar en cuanto me ve. Yo sé por qué llora. Es porque la he puesto de oca. Este semestre, la obra de tercero es
La telaraña de Carlota
. Miro su carita bañada en lágrimas y me pregunto por qué no le habré dado el papel de Carlota. Habría estado perfecta. En lugar de eso, la he elegido para ser una de las tres ocas y, por desgracia, las ocas no tienen diálogo. Para compensar, les dije a las ocas que podían graznar siempre que quisieran. Les dije que confiaran en sí mismas y que graznaran cuando les pareciera oportuno. Fue un error, porque ahora resulta que cada minuto de la obra es para ellas el momento oportuno.

—¿Qué te pasa, Carisa, cariño? ¿Por qué no has salido al patio?

Me da una bolsita de plástico. Parece llena de orégano. La abro y huelo: ¡es marihuana!

—Carisa, ¿dónde has encontrado esto?

La niña sacude la cabeza, visiblemente agitada.

—Carisa, mi vida, tienes que contármelo —le digo, tratando de disimular que estoy horrorizada. ¿Los niños fuman hierba en la escuela primaria? ¿Y también la venden?—. Te prometo que no te pasará nada.

—Mis padres —dice.

—¿Esto es de tus padres? —pregunto.

Creo que su madre está en el consejo de la Asociación de Padres. Esto no me gusta nada.

Asiente.

—¿Se lo darás a la policía? —me pregunta—. Se supone que es lo que tenemos que hacer los niños cuando encontramos drogas.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque lo he visto en «CSI Miami» —responde solemnemente.

—Mira, Carisa, disfruta del recreo y no vuelvas a pensar en esto. Yo me encargo.

Me echa los brazos al cuello. Casi se le cae el broche del pelo. Se lo vuelvo a enganchar después de apartarle el pelo de los ojos.

—Desconecta las preocupaciones, ¿de acuerdo?

Esto es algo que yo solía decir a mis hijos cuando se iban a la cama. ¿Cuándo dejé de decírselo? Quizá debería recuperar el ritual. Ojalá alguien apretara el botón que desconecta mis preocupaciones.

Entre una clase y la siguiente, me debato interiormente para encontrar la manera más adecuada de proceder. Debería ir simplemente con la hierba al despacho de la directora y contarle lo sucedido: que la dulce Carisa Norman ha jugado a la brigada de narcóticos con sus padres. Pero si lo hago, existe la posibilidad de que la directora llame a la policía. Y yo no quiero eso, desde luego. Por otro lado, no hacer nada tampoco es una opción, teniendo en cuenta el frágil estado emocional de Carisa. Si hay algo que sé acerca de los niños de tercero es que casi ninguno es capaz de guardar un secreto. Antes o después, lo contará. Carisa no puede ocultar lo que sabe.

A la hora del almuerzo, cierro con pestillo la puerta del aula y googleo «marihuana para uso médico» en mi portátil. Quizá los Norman tienen una tarjeta de usuario médico de marihuana. Pero si así fuera, tendrían la marihuana en un frasco de farmacia, y no en una bolsita de plástico. Tal vez pueda preguntar a un profesional cómo se suele dispensar la marihuana de uso médico. Pincho en «Encuentre su punto de venta más cercano» y, cuando estoy a punto de elegir entre Foggy Daze y Green Cross, suena mi móvil.

—¿Podrías hacerme el favor de ir a buscar a Jude al cole? Tengo una vista que se ha atrasado terriblemente —dice Nedra.

—¡Nedra, qué oportuna! ¿Recuerdas lo que dijiste acerca de no informar a los padres sobre sus hijos, cuando fuimos a aquella charla en la escuela sobre «Cómo evitar que tu hijo se convierta en un adicto a las anfetaminas»? ¿Recuerdas que me dijiste que tenía que aprender a quedarme callada?

—Depende de las circunstancias. ¿Abuso sexual? —pregunta Nedra.

—Respecto a lo de Jude, sí, puedo ir a buscarlo. Y no, no tiene nada que ver con el abuso sexual.

—¿Y con enfermedades de transmisión sexual?

—No, tampoco.

—¿Conducta promiscua?

—No.

—¿Plagio?

—Tampoco.

—¿Drogas?

—Sí.

—¿Drogas duras?

—¿La hierba es una droga dura?

—¿Qué ha pasado?… —suspira Nedra—. ¿Ha sido Zoé o Peter?

—Ninguno de los dos. Es una niña de tercero. Ha denunciado a sus padres y yo me pregunto si debería denunciar su denuncia a sus padres.

Nedra guarda silencio un instante.

—Mi consejo es que no. No te inmiscuyas. Pero confía en tu intuición, cielo. Tienes buenos instintos.

Nedra se equivoca. Mis instintos están como mi memoria, que empezó a fallar después de los cuarenta.

«Por favor, que salte el buzón de voz; por favor, que salte el buzón de voz.»

—¿Diga?

—Eh, sí… Hola. ¿Hablo con la señora Norman?

—Soy yo. ¿Qué quería?

Empiezo a desbarrar.

—¿Cómo está? Espero no cogerla en mal momento. Por lo que oigo, me parece que va conduciendo. Espero que el tráfico no esté demasiado mal, aunque siempre está mal, ¿verdad? ¿Qué otra cosa podemos esperar del área de la bahía? Por otro lado, es un pequeño precio a cambio de toda esta abundancia, ¿no cree?

—¿Con quién hablo?

—¡Oh, disculpe! Soy Alice Buckle, la profesora de teatro de Carisa.

—Ah, sí.

Llevo suficiente tiempo enseñando teatro para reconocer por el tono de voz a una madre resentida conmigo por haber puesto a su hija en el papel de oca en la obra de tercero.

—Bueno, verá, creo que tenemos una situación que…

—¿Le está costando mucho a Carisa aprenderse los diálogos?

Ya lo decía yo.

—Verá. Carisa vino hoy bastante preocupada a la escuela.

—¿Ajá?

La brusquedad de su tono me confunde.

—¿Le permite que vea «CSI Miami»? —le pregunto.

¡Por Dios, Alice!

—¿Para eso me llama? Carisa tiene un hermano mayor. No puede pedirme que esté pendiente de cada programa que ve.

—No, no la llamo por eso. Carisa trajo una bolsita de plástico llena de marihuana. Y creo que es de usted.

Silencio. Más silencio. ¿Me habrá oído? ¿Habrá pulsado la tecla de silencio? ¿Estará llorando?

—¿Señora Norman?

—Totalmente imposible. Mi hija no ha llevado ninguna bolsa de marihuana a la escuela.

—Sí, bueno, comprendo que la situación es delicada, pero su hija trajo una bolsa llena de marihuana. De hecho, la tengo ahora mismo en la mano.

—Imposible —insiste.

Es la versión adulta de taparse los oídos con las manos y cantar a voz en cuello para no tener que oír lo que le están diciendo a uno.

—¿Me está llamando mentirosa?

—Lo que digo es que puede estar equivocada.

—Le estoy haciendo un favor, ¿sabe? Podría perder mi empleo por esto. Podría haberle transmitido el problema a la directora. Pero no lo hice, por Carisa. Y porque quizá usted padezca algún tipo de trastorno para el que le hayan recetado marihuana de uso médico.

—¿De uso médico?

¿No se da cuenta de que le estoy ofreciendo una vía de escape?

—Sí, mucha gente usa marihuana por motivos médicos. No hay por qué avergonzarse. Por dolencias leves. Nada grave. Cosas como ansiedad o depresión.

—Yo no estoy ansiosa ni deprimida, señora Buckle. Le agradezco su interés, pero si sigue acosándome tendré que hacer algo al respecto.

La señora Norman cuelga.

Después del trabajo, voy a un McDonald's y tiro la bolsita de hierba en el contenedor de basura, detrás del restaurante. Después, me marcho como una fugitiva, con lo que quiero decir que miro obsesivamente por el espejo retrovisor y voy a cuarenta kilómetros por hora en un tramo donde se puede ir a ochenta, mientras rezo para que no haya videocámaras en el aparcamiento del McDonald's. ¿Por qué la gente es tan grosera? ¿Por qué no nos ayudamos los unos a los otros? Por cierto, ¿cuándo fue la última vez que me sentí atendida por mi marido?

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EPK3 (Foro de padres de la clase de teatro de tercer curso de la Escuela Primaria Kentwood) - Resumen n.° 129.

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Mensajes en este resumen: 5

1. ¿Os parece justo que Alice Buckle no les haya dado diálogo a las ocas?

¡Opinad, gente!

Publicado por: aBBBejaReina

2. Re: ¿Os parece justo que Alice Buckle no les haya dado diálogo a las ocas?

Supongo que no tendrá mucha aceptación lo que voy a decir, pero voy a decirlo de todos modos. No es realista pedir que cada niño tenga unas líneas de diálogo en la obra. Es imposible. ¡Son treinta niños! Algunos años, vuestros niños tendrán suerte y conseguirán un papel importante, y otros años no. Al final, todo se equilibra.

Publicado por: Mami_granjera

3. Re: ¿Os parece justo que Alice Buckle no les haya dado diálogo a las ocas?

¡No! No es justo. Y no es cierto que se equilibre. ¡Alice Buckle es una hipócrita! ¿Acaso sus hijos han hecho alguna vez de oca? Nunca, y puedo demostrarlo. Tengo todos los programas de las obras de teatro escolares de los últimos diez años. Su hija Zoé fue la Señora Calabaza, la Narradora, la Domadora de Leones con el Brazo Escayolado y la Abeja Holgazana. Su hijo fue el Elfo Cascarrabias, el Troll Regordete, el Bufón Bovino (todos querían ese papel) y la Nuez. Quizá la señora Buckle lleve demasiado tiempo enseñando teatro. Tal vez debería empezar a pensar en jubilarse.

Publicado por: Helicopmama

4. Re: ¿Os parece justo que Alice Buckle no les haya dado diálogo a las ocas?

Estoy de acuerdo con Helicopmama. Hay algo que no acaba de funcionar con la señora Buckle. ¿Por qué no lleva un registro de cada grupo, de las obras que ha representado y de los papeles que ha interpretado cada niño a lo largo de los años? De ese modo, podría asegurarse de que el reparto fuera equitativo. Si un niño tuvo un papel con una sola línea de diálogo el curso pasado, este curso podría ser el protagonista. Y si no tiene ni una sola línea, bueno… ¡mejor no digo nada! Eso es simplemente inaceptable. Mi hija está destrozada. DESTROZADA.

Publicado por: Tormentanormanda

5. Re: ¿Os parece justo que Alice Buckle no les haya dado diálogo a las ocas?

¿Puedo hacer una observación? Tengo el convencimiento de que las líneas de diálogo que puedan tener vuestros hijos en la obra de teatro de tercero no tendrá ninguna repercusión en su futuro. Ninguna en absoluto. Y si me equivoco y tienen algún efecto, os pido que consideréis la posibilidad de que quizá el efecto sea positivo. Quizá los niños que sólo han tenido una línea (o tal vez ninguna) tengan en el futuro mejor autoestima. ¿Por qué? Porque habrán aprendido desde la más tierna infancia a superar las decepciones, a sacar el máximo partido de cada situación, a no rendirse y a no reaccionar con una rabieta cuando las cosas no les salen como ellos quieren. Hay muchas cosas en el mundo por las que sentirse destrozado en este momento. La obra de teatro de tercero no es una de ellas.

Publicado por: Fan_DavidMamet_182

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