Read Las puertas templarias Online
Authors: Javier Sierra
Se ajustó la enorme cruz de plata que llevaba al cuello, atándola a su cinturón, y entró sin llamar al estudio del bibliotecario.
—¡Eminencia! —se sobresaltó—. ¿Qué hacéis aquí?
Basilio, que leía en ese momento un pasaje en copto del apócrifo del Evangelio de Tomás, se rascó su cabeza, despoblada y aguardó a que el obispo de Santa Catalina recuperara el aliento.
—Ya... ya lo tenemos.
Atosigado, Teodoro blandía en su mano varios de aquellos folios reciclados en los que se imprimían los correos electrónicos.
—Acaban de llegar los resultados del último sondeo del ERS-1... Es urgente.
—Cálmese, eminencia. ¿Qué son? ¿Datos del satélite francés? ¿El de las catedrales?
El obispo asintió, tragando saliva.
—¿Y qué dicen?
—Que una emisión incontrolada de microondas comenzó a emitirse desde Amiens sobre las 19.30 horas local —leyó—. Simultáneamente, los focos emisores de Chartres, Évreux, Bayeaux y Reims intensificaron su frecuencia, elevándola. Da la impresión de ser una acción coordinada de naturaleza no identificada. Es previsible que otros satélites, además del ERS-1 y ERS-2, comiencen a captar esas emisiones en breve.
A Basilio le crujió la espalda.
—Ya, ya... —rezongó el anciano—. ¿Y Rogelio? ¿Sabe algo de esto?
—Naturalmente. Él mismo vio cómo a esa hora dos ingenieros del CNES extraían de la fachada oeste de Amiens una de las Tablas de Enoc. Y no puede ser una casualidad.
Basilio se agarró a la mesa.
—¡Virgen Santa! —exclamó—. Eso va a hacer que...
—La Puerta se abra, en efecto. Tal como vio Juan de Jerusalén. Tal como predijísteis hace unos días.
—¿Y no trataron de detenerlo?
—No ha sido cosa de los
charpentiers
. Detuvimos a una de los suyos en Chartres para que no diera más información a los no iniciados, pero es hasta ahí donde pudimos intervenir.
—¡Ah! —zumbó Basilio—. ¡Ese pacto de no intervención entre ángeles! ¿Siempre lo hemos respetado?
—Sí. Tanto los
charpentiers
como nosotros.
—¿Qué haréis con la
charpentier
?
—La liberaremos, claro.
—Está bien, está bien —aceptó—. Déjeme entonces explicarle lo que puede suceder a partir de ahora.
El bibliotecario echó mano al ejemplar de
El Protocolo secreto de las profecías
que tenía a su vera y lo abrió por la última página. Sin perder de vista el rostro sofocado del patriarca, camuflado tras sus barbas inmaculadamente blancas, pasó el dedo por aquel escrito como si pudiera leerlo al tacto.
—Siempre hemos creído que las Puertas se abrían para que nosotros subiéramos a los cielos, ¿verdad eminencia?
—Sí —asintió sin comprender muy bien qué quería decir el viejo Basilio.
—En realidad, no es así. Detrás de la obsesión por mantener las Puertas cerradas y bajo control, se escondía un temor irracional que sacudió tanto a servidores de la Luz como de las Sombras.
—¿Un temor? ¿Qué temor? No me hablasteis de ello nunca.
—Porque Juan de Jerusalén no lo escribió. Lo dejó encriptado en un grabado que reprodujo en cada uno de los ejemplares originales de su obra.
—Seguís sin decírmelo... —insistió Teodoro.
—La Gran Puerta, la que ahora está a punto de abrirse, correrá sus goznes invisibles no para permitirnos ascender, sino para dejar que el cielo entre aquí y establezca su reinado. Para que se produzca el regreso de «los de arriba». Nosotros, como descendientes de aquellos que la Biblia dice que se mezclaron con las hijas de los hombres
[51]
, siempre temimos ese regreso.
Teodoro le miró incrédulo.
—¿Qué queréis decir?
—La señal que los satélites han captado está dirigida a ellos, a «los de arriba». ¿No lo entendéis? Es una fórmula matemática. Está escrita en el lenguaje del Dios que Claraval comprendió tan bien. Juan de Jerusalén lo dejó bien claro. Envolvió cada una de sus
lapsit exillis
con un pergamino, en el que dejó anunciado lo que sucedería para aquel que pudiera entenderlo. En cuanto la
lapsit
ha visto la luz, se ha activado el mecanismo.
—¿Y el grabado del que habláis?
—Preguntad al padre Rogelio.
—Sí, es cierto —aceptó rebuscando en el manojo de e-mails que traía consigo—. En su informe comenta algo de un pergamino. Déjeme ver... Aquí. Dice, en efecto, que un pergamino envolvía la losa que extrajeron los ingenieros de Amiens... y manda también una copia de lo que había grabado en él.
—Mostrádmela.
El patriarca tendió la página correspondiente al anciano, y éste, tembloroso, la colocó junto al último pliego del manuscrito templario. Ambos diseños eran como dos gotas de agua. Copiados por el mismo artista de forma magistral y minuciosa. Al verlos juntos, los ojos del anciano chispearon maliciosamente.
—Mirad.
—Ahora veo lo que vio Jacob.
—Sí. El regreso. Pronto estarán aquí.
Y diciendo eso, Basilio y Teodoro se santiguaron.
Del regreso de los Antiguos hablan muchos. No es ficción.
El
Kore Kosmou
, uno de los pocos libros pertenecientes a las enseñanzas herméticas atribuidas al dios egipcio Toth —y que los judíos identificarían con Enoc—, da cuenta de un relato estremecedor, que ilumina esa cuestión. Un relato, naturalmente, muy ligado a las páginas anteriores. En él la diosa Isis narra a su joven hijo Horus que Toth, el dios de la sabiduría, reveló todos los secretos de los cielos en una colección de libros que él mismo escondió en algún lugar de Egipto. Se trata de libros destinados a cambiar la faz de la Tierra pero que sólo serán descubiertos cuando llegue el momento oportuno.
Isis, la diosa de todas las diosas, lo explicó así a su retoño:
No es adecuado, hijo mío, que deje este relato inacabado; debo contarte lo que Hermes (Toth) dijo cuando depositó los libros. De esta manera habló: «Estos libros sagrados, que he escrito con mis manos perecederas, han sido ungidos con el elixir de la inmortalidad por Él, que es el maestro de todas las cosas y que permanece incorruptible a través de los tiempos, y permanecerán invisibles y ocultos a todos los hombres que vengan o surjan de las llanuras de esta tierra (Egipto) hasta el momento en el que los cielos, ya ancianos, engendren hombres que sean dignos de ellos». Habiendo pronunciado esta oración sobre el trabajo de sus manos, Hermes fue recibido en el santuario de la eternidad.
¿Estamos ya en el umbral de ese tiempo?
Yo así lo creo.
Lo que se cuenta en
Las puertas templarias
es sólo parcialmente fruto de mi imaginación. Fueron muchas las obras consultadas para su elaboración, cada una de las cuales aportó su imprescindible grano de arena a esta construcción legendaria. Para los que, como Michel Témoin, sientan la necesidad de investigar, he aquí algunas indicaciones de por dónde empezar. Fueron muchos más los libros que revisé, pero éstos servirán para que quien tenga que llegar a las Puertas... llegue.
[1]
Publicada por esta misma editorial.
[2]
Del latín, «anuncio».
[3]
Años mas tarde, Bernardo de Claraval, al redactar su «Elogio de la nueva milicia templaria» para dotar de una Regla a esta orden, emplearía exactamente esas palabras al tratar de describir los verdaderos objetivos de la Ordo Pauperum Commilitonum Christi Templique Salomonici.
[4]
Nueve de la mañana.
[5]
Del latín, «Templo del Señor». Los cruzados conocían por ese nombre a la «Cúpula de la Roca» situada dentro del recinto del antiguo Templo de Salomón, en Jerusalén.
[6]
De Jacob.
[7]
2 Samuel, 24.
[8]
La Osa Mayor.
[9]
Del latín, «Escalera de Dios».
[10]
European Remote Sensing
.
[11]
Siglas del Centro Nacional de Estudios Espaciales de Toulouse.
[12]
Del inglés, «agujeros negros».
[13]
«¡Este lugar es terrible!», Génesis 28, 17.
[14]
Etnia local, de tradición druídica, que habitaba las regiones próximas a Chartres antes de su cristianización.
[15]
Tiendas de lona, características de los cruzados franceses.
[16]
Servicio de correos francés.