Legado (15 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
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Estaba de acuerdo en que la pizarra de Nkwanno era un instrumento humano.

No encontré el lugar concreto donde estaba sepultado Thoreau, ni en la enciclopedia ni en ninguna otra parte, pero se decía que había vivido en Boston. Tecleé: «Boston, Massachusetts.”

Acceso concedido, respondió la pizarra.

Ahora tenía ante mí el diario personal de Nkwanno. Recordé su conversación suave y melodiosa; lo había conocido siendo niño en Thistledown. Ya entonces su inteligencia penetrante me había impresionado. Sabía que encontraría los puntos de vista y las claves que necesitaba.

Comencé con anotaciones de hacía más de treinta años lamarckianos.

Cruce 4, otoño 67

Hoy discutimos mucho acerca del plan de Lenk para formalizar nuestra búsqueda de vástagos comestibles. En su sede de Jakarta, Lenk escucha a sus lugartenientes y de pronto comprende lo hambrientos que estamos en los lindes de los territorios humanos... Todos padecen hambre. Nuestros cultivos no crecen con la rapidez ni en la cantidad necesarias. Las cosechas son magras. El suelo es pobre en metales, y eso incluye los minerales. En nuestra desesperación comemos vástagos, y algunos han enfermado y muerto. Sabemos que los sombreros blancos —así hemos denominado a esos vástagos lentos y gordos de tres picos que caminan sobre sus puntas invertidas— no son comestibles, pero dos niños de Claro de Luna murieron la semana pasada tratando de comerse uno.

Algunos éxitos. Durante mucho tiempo hemos extraído fibras de los epidéndridos con forma de abanico que medran cerca de Claro de Luna, y los usamos como una especie de té y para fabricar tela. Masticarlas produce cierto placer —contienen un estimulante suave que nuestros químicos aún no han aislado— pero son poco nutritivas. El mejor alimento que hemos descubierto hasta ahora es una pasta pulposa a base de piel gruesa de zarcillos rojos y aquello que llamamos espárrago fítido. La piel vuelve a crecer rápidamente, la pasta sabe a pescado y contiene proteínas sustanciosas. Nadie ha analizado aún todos los fítidos, y es probable que algunas cosas que comemos nos hagan daño más adelante. Pero por ahora el hambre manda, sobre todo en sitios como Claro de Luna, en los límites del dominio de Lenk.

Cruce 7, primavera 78

Recuerdo que la silva cantaba cada noche durante los dos primeros años de nuestra estancia en Lamarckia. Cantaba una canción susurrante y rítmica; los arbóridos aspiraban aire por las ranuras de sus quitasoles, y otros vástagos creaban sus propios sonidos, como los instrumentos de una orquesta. Nadie sabía por qué cantaba la silva, y lo aceptamos, y nos acostumbramos.

Pero con el paso de los años, la canción nocturna se fue silenciando. Algunas noches la silva sólo emitía sonidos aislados, fascinantes y solitarios. Otras noches no había canto. Ahora la silva canta una vez cada diez días. Creo saber por qué canta, pero no sé por qué lo hace con menor frecuencia.

El ecos debe tener muchas maneras de mantenerse en contacto con sus vástagos. Hemos visto corredores semejantes a galgos de tres patas en senderos de la silva, trajinando entre los fítidos y arbóridos a velocidades de hasta treinta kilómetros por hora. Conocemos el itinerario de algunos planeadores y ávidos que revolotean por la silva. Creo (y no soy el único) que estas criaturas desempeñan un papel en la comunicación interna del ecos. Como mensajeros, llevan información, tal vez acerca de las condiciones del sur o del norte, acerca de las intrusiones de otras zonas, o sólo trasmiten chismes generales. Llevan información a alguna parte, alguien escucha, medita, contempla.

O eso espero. Me gustaría conocer el corazón y la mente de un ecos. Tengo muchas preguntas que hacerle.

Cruce 8, primavera 43

Hoy hemos visto un rebaño de limpiadores de quitasoles, semejantes a grandes jirafas bicéfalas, que se internaban en la silva a medio kilómetro de Claro de Luna y a pocos metros del río. Rara vez se los ve a la luz del día, y nunca son tantos ni tan grandes. Uno era tan alto que tocaba los cepillos de un árbol-catedral. Me pregunté si el eco los estaría trasladando a otra región. Se mueven sobre tres guías paralelas, como pies de babosas. Una inspección más atenta (una noche que Hilaire mató a un ejemplar pequeño por accidente, con un tractor) me permitió notar que cada «oruga» es una sucesión de miles de patas con ventosas, cada una de poco más de dos centímetros y medio de longitud, capaces de soportar el peso de estas criaturas grandes como dinosaurios de la Tierra... con los que guardan cierta semejanza.

No ingieren (titubeo en usar la palabra «comer») los quitasoles o abanicos a menos que los tallos hayan sido dañados por el viento o no funcionen por alguna otra causa. Cuando llegamos, algunos pensábamos que eran herbívoros, como podríamos esperar en una sabana de la Tierra o en una jungla. Ahora sabemos mucho más sobre ellos, aunque no lo suficiente.

Hoy también hemos visto muchos sombreros blancos alimentándose de un lizbú, como áfidos en el tallo de un rosal. Permanecieron allí durante horas, cuando normalmente se alimentan unos segundos y se marchan. Nadie sabe qué función cumplen los sombreros blancos.

Hemos recibido un paquete de documentos de Jakarta. En la convención sobre pautas de investigación se han establecido las clasificaciones y la nomenclatura de la biología lamarckiana. Debemos apartamos bastante de las pautas terrícolas, por razones obvias.

No parece existir un nivel superior al de un ecos. Los ecoi se describirán y definirán por su posición geográfica o por el nombre del descubridor, y por el número de zona (por ejemplo, Zona de Elizabeth o Zona Uno). La determinación de los límites y la prueba de relación con un ecos dependerá de las observaciones y del análisis genético, que todavía es rudimentario e inexacto. La observación parece ser el método básico y más de fiar por el momento.

A continuación vienen los grupos: arbóridos, fítidos, anúlidos, pohgónidos, etcétera. Luego vienen los vástagos o las formas emparentadas, que varían poco por región. Así, los sombreros blancos se clasifican como Elizabethae Polygonon Trigonichos.

Sin duda las clasificaciones y la nomenclatura cambiarán y mejorarán, pero al menos hemos llegado a un acuerdo sobre cómo empezar.

Di un salto, pasando rápidamente cientos de páginas de texto.

Cruce 22, invierno 34

Mi esposa falleció hace casi veinte años y no he vuelto a casarme. Empecé este diario cuando ella murió. Las mujeres han soportado la parte más difícil de nuestro traslado a Lamarckia. Ahora vivimos nuestra filosofía hasta las últimas consecuencias, y las heridas y lamentaciones son profundas. Algunos dicen que las satisfacciones son aún más profundas. Pero yo recuerdo a mi esposa, y su dulzura, y la consternación ante el dolor de dar a luz a nuestro primer hijo. Yo mismo sentí dolor, porque mi deseo y mi insistencia la habían puesto en aquel trance. Cierto es que después vinieron la recuperación y la alegría... Pero no puedo evitar la sensación de que las mujeres recuerdan nuestra época en Twistledown y añoran lo que hemos abandonado. No se quejan más sólo porque son muy valientes.

A mi esposa le llegó la hora demasiado pronto. Algo falló dentro de ella, y se murió. La muerte puede llegar como una amiga para quienes mueren. Nunca es sencilla para quienes sobreviven.

Cruce 23, verano 7

Con los niños de la escuela Lenk he recorrido la silva. Hemos capturado vástagos y los hemos llevado a la escuela para estudiarlos; siempre los soltamos al cabo de varias horas. Para mí la captura más interesante fue la de la semana pasada. William Tass Fenney, de ocho años, encontró un pequeño transportador hexápodo con siete jóvenes filiaos. En su etapa inicial, los fítidos de Elizabeth —sobre todo los más pequeños, los que llamamos brotes— son meras manchas de gelatina gris o roja del tamaño de un dedo, < atravesadas por diminutas hebras blancas. William llevó el transportador a nuestra escuela en un carro. Miramos aquel cuenco sinuoso de cubierta correosa, y los jóvenes fítidos de su interior, y tomamos notas. Le dije a William que lo devolviera al lugar donde lo había encontrado y él dijo: «Si no recuerdo dónde estaba.”

Tratamos de regresar por un sendero de la silva, pero William había dejado pocas marcas, y las huellas de su carro se habían borrado en el suelo esponjoso. Al fin, como había pasado mucho tiempo y debíamos estudiar otro tema, depositamos el transportador y su cargamento en el suelo de la silva. Giró en círculo varias veces, suspiró y se desplomó. Volcó su cargamento de fítidos. Parecían gusanos del tamaño de un dedo, contorsionándose en el suelo grumoso y oscuro.

Angela nos llamó desde la escuela, así que llevé a los niños de regreso, aunque juré regresar en cuanto pudiera. Pocas horas después encontré el transportador enfermo, y los jóvenes fítidos resecos y cuarteados.

Habíamos interferido las sencillas instrucciones del transportador, o lo habíamos alejado de una senda establecida de antemano al devolverlo a un lugar equivocado.

Pienso a menudo en ese transportador. ¿Qué será de nuestros propios hijos, apartados de su senda?

Cruce 25, invierno 15

Joseph Visal nos visita de nuevo desde Calcuta. Llegó a Calcuta procedente de Athenai ayer mismo y salió para Claro de Luna en el bote de los miércoles. Hemos pasado muchas horas de estas dos noches poniéndonos al corriente. De día viaja con sus investigadores más al sur, y regresan al atardecer. Me temo que todos sean meros aficionados. Pero disfrutan de sus pequeños descubrimientos, y algunos pueden ser valiosos.

Nos ha dado más detalles sobre el intento de asesinato de Hábil Lenk, noticia que nos horrorizó hace dos semanas, cuando nos enteramos por radio. El culpable pertenece a los gaianos, un grupo sobre el cual corren muchos rumores y se tienen pocos datos precisos, lo que me hace sospechar que se trata de una leyenda; pero el atacante, Daw Tone Kunsler, a quien desconozco, alega pertenecer a él. Joseph me cuenta que los gaianos operan en todas partes y que se reconocen mediante señas secretas.

Es curioso. Abandonamos Thistledown para crear un nuevo paraíso, y en cambio nos encaminamos hacia, viejos e insípidos infiernos.

Joseph también me comunica que Lenk aprobará un nuevo programa de investigación, a despecho de sus consejeros, sobre todo de Allrica Fassid, una mujer menuda que es un adversario temible. Esta vez Lenk se niega a escucharla. El programa se llamará Año Lamarckiano, y participarán en él todas las comunidades, por lo que deberán asignar recursos a un punto central de distribución. Habrá muchas protestas. Nuestros recursos todavía son escasos, aunque haya pasado la hambruna.

Supongo que podemos sacrificar un tractor y enviarlo a Athenai.

Partirá una nueva expedición encabezada por Bakery Shulago, dos ex alumnos míos de Jakarta. Son brillantes pero belicosos y me temo que no son buenos líderes.

Tras leer algunos párrafos del diario de Nkwanno, fui a los estantes y escogí dos volúmenes gruesos: textos elementales que no estaban plagados de vocablos técnicos ni de palabras que no pudiera consultar fácilmente. Me servirían como introducción a aquello que los inmigrantes sabían sobre Lamarckia, o al menos sobre Liz.

Leí toda la noche, hasta poco antes del alba, cuando me sentí inquieto y entumecido. Al igual que en Thistledown, no había cerraduras en las puertas. Me fui sigilosamente y caminé por el callejón. Necesitaba ver Calcuta a solas y reflexionar sobre lo que había leído.

No había contado con la profunda oscuridad de la madrugada de Calcuta. No había farolas eléctricas encendidas en el callejón ni en las calles, y sólo se veían unas cuantas luces en las colinas de abajo. Las nubes habían avanzado sobre el delta del río y ni siquiera la luz de las estrellas ayudaba. Caminé a tientas por el callejón, contando puertas, palpando con los dedos los toscos ladrillos de lava y la textura del lizbú en las puertas y jambas, hasta llegar a lo que me pareció la casa de Randall.

Con cierto alivio, me acosté en mi litera y pensé en todas las cosas sencillas que tendría que aprender.

5

Randall me acompañó el medio kilómetro que separaba su casa del tribunal, situado bajo el Cubo de Lenk. Atravesamos una muchedumbre de ciudadanos airados. Algunos nos reconocieron por el combate del río y nos palmearon la espalda, expresando su agradecimiento y sus felicitaciones. Llegamos a un cordón de guardias de segundad, y el oficial al mando comprobó nuestros nombres y nos dejó pasar.

Fuera de la sala principal, cinco ciudadanos, dos ancianos de rostro adusto y tres mujeres maduras, nos saludaron estirados. Antes de oír nuestro testimonio, se tomaron un breve descanso en el anexo, de pie con sus túnicas grises, bebiendo té de fibra. Habían trabajado desde el amanecer para decidir cómo y cuándo enviar a los brionistas capturados a Athenai para ponerlos a disposición de Lenk.

Larisa Strik-Cachemou estaba sentada en un banco cercano, sola y silenciosa.

Los últimos brionistas a quienes se procesaría ese día salieron de la sala cuando llegamos; eran siete hombres y una mujer, todos con la ropa que usaban el día anterior, aunque seca y limpia, todos unidos por el cuello y los pies con gruesas sogas. El hierro y el acero eran demasiado valiosos para fabricar cadenas, y sospeché que había poca necesidad de cadenas en Calcuta.

La muchedumbre de afuera estalló en gritos y abucheos cuando los prisioneros salieron. Los guardias se los llevaron por un callejón, alejándolos del complejo.

A los pocos minutos, el disciplinario Elevi Bar Thomas y dos alguaciles entraron en el anexo. Thomas nos saludó y se nos acercó.

—He sabido que ambos grupos hemos tenido una escaramuza —dijo—. Encontramos las tres chalanas capturadas antes de Calcuta.

Nos adelantaron río arriba. Hubo algunos disparos, pero sabíamos que no podíamos detenerles.

—¿Esperaste las otras chalanas? —preguntó Randall.

—Hasta anoche. Pero luego pensé que era inútil y regresamos a Calcuta.

Randall no quedó muy convencido con la historia, pero no puso ningún reparo.

—Los ciudadanos se las arreglaron bien —dijo Thomas—. Ojalá hubiera estado aquí para ayudarles.

Al cabo de cinco minutos, el ujier anunció que la junta de ciudadanos volvería a reunirse. Randall se excusó y me invitó a ir después al puerto, al Vigilante, para conocer al capitán Keyser-Bach. Los demás entramos en una sala sin ventanas, iluminada por bombillas eléctricas incandescentes. Los olores de la ciudad se disolvían en el aire mohoso y rancio. Los miembros de la junta de ciudadanos ocuparon cinco sillas en una tarima baja. Thomas se situó junto a ellos, frente a Larisa y a mí. Larisa se levantó del banco y se sentó en una silla.

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