Límite (202 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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—Sabes muy bien que yo no pienso así —gruñó Nair—. Sólo me pregunto si tiene sentido invertir.

—Eso también lo hago yo.

—¿Y?

Rogachov señaló la pantalla del ordenador.

—Lo he calculado. En la Luna hay unas seiscientas mil toneladas de helio 3, diez veces las reservas energéticas potenciales de todos los yacimientos terrestres de petróleo, gas y carbón juntas. Tal vez incluso más, ya que la concentración del isótopo en la cara oculta podría ser más elevada que en la cara vuelta hacia la Tierra. Cinco metros de capa de regolito se consideran saturadas, los que resultan interesantes son los primeros dos y tres metros, y eso corresponde exactamente a la profundidad a la que excavan los escarabajos. —Rogachov dio unos golpecitos con el dedo en el ordenador—. Sin tener en cuenta el transporte, el balance energético ofrece el siguiente cálculo: un gramo de regolito es igual a 1.750 julios. Algo de ello se pierde al ser calentado y en la siguiente fase de procesamiento, de modo que quedan, digamos, 1.500 julios. Eso corresponde a un área de diez mil kilómetros cuadrados que tendrían que ser excavados y procesados para cubrir la demanda actual de energía de la Tierra. Una milésima parte de la superficie lunar. En lo que atañe al rendimiento productivo, los escarabajos trabajan con la luz solar, de modo que permanecen la mitad del año sin energía, es decir, se necesitaría el doble de esos bichos.

—¿Cuántos se necesitarían?

—Algunos miles.

—¿Algunos miles? —exclamó Nair.

—Sí, claro —dijo Rogachov, impasible—. Si tuviéramos en funcionamiento esa cantidad, las reservas durarían unos cuatro mil años, siempre presuponiendo que la población mundial se estanque y las necesidades energéticas del Tercer Mundo permanezcan claramente por debajo de las del mundo desarrollado. Ninguna de esas dos cosas sucederá. Desde un punto de vista realista, hasta finales de siglo se espera que haya veinticinco mil millones de personas y un incremento general del consumo de energía. Visto así, la Luna podrá suministrarnos energía, como máximo, durante setecientos años.

—¿Y luego? —preguntó Chambers.

—Habremos agotado otro recurso fósil y estaremos en la misma situación que hoy. La Luna quedaría apisonada, poco interesante para hoteles y viajes de placer, pero tal vez se podrían establecer un par de zonas naturales protegidas. Resulta un poco dudoso que luego se las pudiera ver, debido al polvo.

—Miles de máquinas extractoras —dijo Nair, negando con la cabeza—. ¡Es una locura! No hay ningún rendimiento que aguante eso.

—Claro que sí —repuso Rogachov, cerrando el ordenador—. El problema del déficit lo habríamos tenido con la navegación espacial convencional. El ascensor ha venido a cambiar todo eso, y construir un par de esas máquinas, en fin, yo no tendría tantos temores. También se construyen miles de tanques de guerra, y una Luna aplanada es una Luna aplanada.

—Menuda mierda —dijo Chambers para sí.

—Sí, una mierda. Ya sé lo que piensas. Una vez más destruimos una maravilla de la naturaleza con efectos a corto plazo.

—Pero sale a cuenta, ¿verdad?

—Sale a cuenta durante setecientos años, y desde lejos la Luna no se verá muy distinta de como se ve hoy —dijo Rogachov afilando los labios—. Creo que participaré con una parte de la suma originalmente planeada en la empresa Orley Space.

—Pues felicidades.

—Lo haré siguiendo tu consejo —dijo el ruso, enarcando las cejas—. ¿Ya lo has olvidado? ¿En la Isla de las Estrellas?

—Entonces aún no había estado en la zona de extracción.

—Ya entiendo, la psicosis del tiburón.

—No, de ningún modo. Tú sólo has puesto en palabras lo que ya vimos todos con claridad en aquella Tierra de la Niebla. La idiotez de todo. Cuando se habla de la minería lunar, la mayoría de la gente piensa en un par de buldóceres solitarios que se pierden en la inmensidad de la Luna. Pero en lugar de ello, perderemos la Luna por culpa de esos buldóceres —dijo ella, negando con la cabeza—. Claro que es mejor destruir la Luna y no la Tierra, la fusión aneutrónica es limpia, y si eso va a durar setecientos años, estupendo. Pero, de todos modos, me permito considerar que es una mierda.

—La otra mitad del dinero he pensado invertirla en asumir la empresa de Warren Locatelli, Lightyears.

—¿Cómo? —Nair abrió mucho los ojos—. ¿Pretendes...?

—No me gustaría parecer despiadado —dijo Rogachov alzando ambas manos—. Warren está muerto, pero las reticencias no le devolverán la vida. Él era como un pequeño Dios y, como todos los dioses, ha dejado un vacío tras de sí. Según mi criterio, Lightyears es ahora la candidata por excelencia a ser absorbida. Warren hizo algo revolucionario en la tecnología solar, y todavía pueden esperarse algunos resultados; además, los mejores cerebros de ese ramo trabajan en su empresa. ¡No nos hagamos ilusiones: sólo con la tecnología solar podremos resolver de forma duradera nuestros problemas energéticos! —Rogachov sonrió—. Así que a lo mejor ya no tendremos que aplanar del todo la Luna.

—¿Y estás seguro de que Lightyears se dejará tragar así, sin más? —preguntó el indio con recelo.

—Asumida por el enemigo.

—Tendrás que soltar un montón de dinero.

—Lo sé. ¿Qué te parece? ¿Participas?

—¡Cielo santo, haces cada pregunta! —dijo el indio, frotándose la carnosa nariz—. Ese, en realidad, no es mi negocio. Yo sólo soy un simple...

—Hijo de campesino, ya lo sé.

—Tengo que pensarlo, Oleg.

—Hazlo. Ya he hablado con Julian. Él estará dentro. Y también Walo.

—Uno se lleva una pierna, el otro un brazo —murmuró Chambers mientras Nair se alejaba volando, con células solares ante los ojos.

Rogachov sacó su sonrisa de zorro y guardó silencio durante un rato.

—¿Y tú? —dijo—. ¿Cómo piensas actuar tú?

Ella lo miró.

—¿En relación con Julian?

—Sea como sea, administras el capital de la opinión pública, como tú misma has dicho.

—No temas —dijo Chambers, torciendo la boca—. No le haré daño.

—Una buena amiga —repuso Rogachov con sorna.

—La amistad no tiene nada que ver con este asunto, Oleg. Siempre he visto con buenos ojos la mayoría de sus proyectos, aun antes de viajar a la Luna, y lo seguiré haciendo, independientemente de lo que piense sobre la explotación indiscriminada allí arriba. Él es un pionero, un renovador. Ninguna banda de criminales destruirá, con una bomba, las simpatías que siento por él.

—¿Harás algún programa dedicado a los incidentes?

—Claro. ¿Estarás?

—Si te apetece...

—¿Podría, en esa ocasión, preguntarte también algo sobre tu vida privada?

—No, eso sólo puedes hacerlo aquí —le dijo el ruso, guiñándole un ojo—. Como amiga.

—Se comenta por ahí que te han dejado.

—Ah, ya. —Su mirada vagó sin rumbo—. Sí, creo que Olympiada ha dicho algo por el estilo.

—¡Hombre, Oleg!

El ruso se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que haga? Desde que nos casamos me deja cada dos semanas.

—Pero esta vez parece decirlo en serio.

—Pues me alegraría de que, esta vez, a las amenazas les siguieran los hechos. De todos modos, debo decir que hoy me ha dejado sin estar borracha como una cuba, así que tengo esperanzas.

—¿De verdad te da igual?

—¡Oh, no! Es superfluo.

—Lo siento, pero no lo entiendo. ¿Por qué entonces no la dejas tú a ella?

—Hace tiempo que lo hice.

—Oficialmente, quiero decir.

—Porque le prometí a su padre que no lo haría.

—Ah. ¡Es esa porquería machista!

—¿Qué? ¿Mantener una promesa es una porquería machista? —replicó Rogachov, examinándola—. ¿Puedo decirte lo que más me reprocho, Evelyn? ¿Quieres saberlo? ¿Qué crees tú?

—No tengo ni idea —dijo ella encogiéndose de hombros—. ¿Infidelidad? ¿Cinismo?

—No. Que nunca hice siquiera el esfuerzo de engañarla. ¿Entiendes? ¡Ni siquiera hice el esfuerzo!

Chambers guardó silencio, confundida.

—Pero yo no miento —dijo Rogachov—. Se me pueden reprochar muchas cosas, y muchas de ellas, probablemente, con razón, pero si hay algo que no he hecho en ninguna época de mi vida es mentir ni romper la palabra dada. ¿Puedes entenderlo? ¿Puedes concebir que alguien, entre todas tus malas cualidades, te reproche la única buena que tienes?

—Tal vez ella piense que es más soportable...

—¿Para quién? ¿Para ella? Podría haberse marchado en cualquier momento. Tampoco tenía por qué haberse casado conmigo. Me conocía, sabía muy bien quién era, y sabía que Ginsburg y yo intentábamos enlazar en matrimonio nuestros patrimonios. Pero Olympiada accedió porque no tenía nada mejor que hacer consigo misma, y hoy en día tampoco tiene nada mejor que hacer que sufrir. —Rogachov sacudió la cabeza—. Créeme, yo no la retendré, pero tampoco la forzaré a que se separe de mí. Puede que ella considere que le he robado su dignidad, pero es ella quien tiene que recuperarla por sí misma. Olympiada dice que morirá a mi lado. Eso no es bueno, pero yo no puedo salvarle la vida; ella misma tendrá que salvarse, y tiene que hacerlo marchándose de una vez.

Chambers se miró la punta de los dedos. De repente, vio ante sí, de nuevo, las patas de aquel escarabajo, percibió la apática mirada de aquella criatura del reino de los muertos reposando sobre ella. «Te veo —le decía—. Te observaré cada día que te prepares para la muerte.»

—A mí me salvaste la vida —dijo ella en voz baja—. ¿Te he dado ya las gracias por ello?

—Creo que ahora mismo estás intentándolo —respondió Rogachov.

Ella vaciló. Luego se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla.

—Creo que tienes un par de buenas cualidades más —dijo la presentadora—. Aunque, por lo general, eres bastante ignorante.

Rogachov asintió.

—Debería haber empezado antes con eso —dijo él—. Mi padre era un hombre valiente, más valiente que todos nosotros juntos, pero yo no pude salvarle la vida. Lo intento todos los días de una manera nueva, acumulando dinero para él, comprando empresas para él, sometiendo a gente a mi voluntad, y de ese modo también a la suya, pero, una y otra vez, haga lo que haga, le disparan. Una y otra vez. Él no revive con lo que yo hago, y yo no sé cómo manejar eso. No hay ningún camino intermedio. O se está muy lejos, o demasiado cerca.

—En el fondo no sois tan diferentes —siseó Amber. Estaba furiosa porque Julian y Tim no sabían hacer otra cosa más que pelear, pero sobre todo debido a esa tozudez obsesiva con la que ambos seguían apegados a su resentimiento, mientras que Lynn pasaba el tiempo como si estuviera sumergida en cloroformo—. Ambos sospechasteis que ella estaba compinchada con Carl.

—Porque se comportaba como si así fuera —replicó Tim.

—¡Es ridículo! ¡Como si Lynn, en realidad, fuera capaz de destruir su propia creación, su hotel!

—Pero tú misma la viste —murmuró Julian—. Ahora, a posteriori, puede parecemos una aberración, pero Lynn está afectada mentalmente...

—Cuántas cosas te llaman la atención... —se mofó Tim.

—Ya basta —lo increpó Amber—. Esto parece una guardería. O aprendéis a hablar de un modo razonable entre vosotros, o tendréis que buscarme. ¡Los dos!

Se habían retirado al módulo de aterrizaje para no tener que ofrecer a los demás el espectáculo de sus reproches mutuos. Y ninguno de los dos quería ejercitar el comedimiento esta vez. Desnudo y repulsivo yacía allí, en ese momento, el cadáver de su vida familiar, listo para ser abierto. Después de que el
I
o salvó a Nina Hedegaard de aquel infierno de polvo y de que el grupo restante hubo subido al módulo a fin de emprender el regreso a la unidad de vivienda, Lynn había sufrido un ataque de llanto. Inmediatamente después de la maniobra de acoplamiento, la hermana de Tim había recuperado la consciencia, aunque sin reconocer a nadie, había vuelto a desmayarse y había partido en un viaje encantado de veinticuatro horas de duración. Desde entonces daba la impresión general de estar en sus cabales, sólo que apenas lograba acordarse de nada de lo sucedido en la Luna. En ese instante, estaba dormida.

—Vamos a aclarar una cosa —empezó diciendo Tim.

—Para —repuso Amber negando con la cabeza.

—¿Cómo que pare?

—¡He dicho que pares!

—Pero si no sabes lo que voy a...

—¡Sí que lo sé, te lanzarás de nuevo al cuello de tu padre! ¿Cuánto más va a durar esto? ¿Qué es lo que le reprochas en realidad? ¿Que haya puesto la navegación espacial al alcance de todo el mundo? ¿Que dé trabajo a miles y miles de personas?

—No.

—¿Que haya materializado algunos sueños de la humanidad? ¿Que luche por disponer de una energía más limpia, por un mundo mejor?

—Por supuesto que no.

—¿Qué, entonces? —ladró Amber—. ¡Joder, es que me da tanta pena esa miserable guerra de trincheras! ¡Tanta!

—Amber. —Tim se agachó—. Él no se ocupó de nosotros cuando...

—¿Ocuparse de qué? —lo interrumpió ella—. Puede que estuviera poco en casa para vosotros. Tal y como lo veo, se ocupa un día sí y otro también de un fenómeno marginal cósmico llamado humanidad, que provoca un montón de guarradas y de disgustos. Lo siento, Tim, pero ese lloriqueo con el que la gente joven quiere conservar de sus progenitores su maldito mundo sagrado, aun cuando los padres hayan hecho maravillas, no encuentra mi aplauso.

—No se trata de que estuviera poco en casa —replicó Tim, enfadado—, ¡sino de que no estaba allí en las pocas ocasiones en que debería haber estado! El hecho de que Crystal perdiera la razón por...

—Eres un cabrón injusto —resopló Julian—. Tu madre tenía una predisposición genética.

—¡Tonterías!

—¡Es así!
Capisci?
Ella habría perdido el juicio aunque hubiera estado a su lado de la noche a la mañana.

—Sabes muy bien que...

—¡No, estaba enferma! Lo llevaba en los genes, y antes de que me casara con ella ya se había fundido medio cerebro con la coca. Y en lo que atañe a Lynn...

—En lo que atañe a Lynn, ahora me vas a escuchar tú a mí —increpó Amber a Julian—. Porque, en efecto, y en eso le doy toda la razón a Tim, eres incapaz de mirar en la cabeza de otra persona. Piensas que la vida es una película de la que tú eres el director, y todos tienen que pensar y actuar según el guión. No sé si quieres de verdad a Lynn o sólo al personaje que ella debe representar para ti.

—¡Por supuesto que la quiero!

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